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NOTA PRELIMINAR (DEL AUTOR) Animado por la buena acogida de la comunidad científica en favor de mi Tradición Clásica y Literatura Española, Las Palmas de Gran Canaria, 2000, me decidí a continuar esta labor con una nueva entrega referida a la repercusión de la mitología clásica en la literatura española. Los siete estudios casi inéditos que componen esta monografía abarcan géneros diversos como la poesía, el teatro y la prosa didáctica en momentos de la literatura hispánica también distintos (Edad Media, Siglos de Oro, Romanticismo y Modernismo), poniéndose de relieve el tratamiento de los mitos grecolatinos durante siete siglos de creación literaria. Justo es aquí referir que cuatro de estos trabajos se desarrollaron como ponencias en los Coloquios Internacionales de Filología Griega dedicados a la influencia de la mitología clásica en la literatura española e hispanoamericana, celebrados en la Universidad Nacional de Educación a Distancia de Madrid a principios del mes de marzo durante los años 2000, 2001, 2002 y 2003, dirigidos por el Dr. D. Juan Antonio López Férez, catedrático de Filología Griega de dicha universidad, y que tan provechosos se han mostrado desde sus inicios allá por el año 1996. Los tres restantes tienen que ver con seminarios relativos a Bartolomé Cairasco de Figueroa y los albores de la literatura canaria (Arucas, 4-8 de noviembre de 2002), a Tomás Morales y el Modernismo (Moya, 14-18 de octubre de 2002) y a la Ilustración y Pre-romanticismo canarios. Una revisión de la obra del doctoral Graciliano Afonso 1775-1861 (Arucas, 15-19 de octubre de 2001). Este último acaba de ser publicado en el 2003 en un libro de idéntico título cuyo capítulo final se denomina "La mitología clásica en la poesía de Graciliano Afonso (I)", pp. 225-247. Que sean siete los capítulos del libro obedece a la representación simbólica y mítica de la constelación de las Pléyades, las hijas de Atlas, de las que seis están presentes y una oculta, dando a entender la transformación y la integración de diversas jerarquías: siete son los sonidos de la escala musical, siete los colores del arco iris, siete eran las Hespérides, siete los jefes que atacaron y los que defendieron Tebas, siete los hijos y las hijas de Níobe, siete son las islas que componen el Archipiélago Canario desde el que se redacta esta nota, etc. Además, Hipócrates aduce que "el número siete, por sus virtudes ocultas, tiende a realizar todas las cosas; es el dispensador de la vida y la fuente de todos los cambios, pues incluso la luna cambia de fase cada siete días. Este número influye en todos los seres sublimes". Pero advertirá el lector, dejando a un lado los sentidos mágicos del número siete, tan propios de la cabala, que la presente investigación aborda autores archiconocidos como el Arcipreste de Hita, Tirso de Molina o Tomás Morales, frente a otros cuya obra ha pasado inadvertida en el transcurso del tiempo, bien porque todavía permanecen inéditos, bien porque sus ediciones son de difícil acceso. Sea como fuere, el objetivo que guía este trabajo no es otro que el dar a conocer la importancia que se concede al mito clásico en la configuración de estos textos literarios. La línea metodológica que siguen los análisis aquí elaborados siguen los postulados de la Estética de la recepción o recepción de la literatura, corriente de la crítica literaria moderna que se ha mostrado muy efectiva al considerar todos los elementos relaciónales del texto, intentando poner de relieve tanto aquellos elementos que destacan por su alto índice de frecuencia y aparición como aquellos otros que pretendidamente permanecen escondidos o totalmente ocultos. No debe extrañar, pues, que junto a los elementos mitológicos atendamos las evocaciones culturales que las distintas obras procuran, a la par que situemos cada una de las composiciones en el marco social en el que se produjeron, procurando de este modo dar sentido al uso deliberado de estas imágenes de la tradición, definiendo en la medida de lo posible los mecanismos expresivos empleados por tal o cual autor a la hora de obtener el goce estético que se experimenta con la lectura de sus obras. Tampoco olvidamos el proceso de la intertextualidad y su extraordinario manejo por parte de algunos autores que se empeñan por transplantar la semilla del genio griego en un tiesto espacial y cronológicamente distinto. Las Palmas de Gran Canaria, a 22 de mayo de 2003 Germán Santana Henriquez
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ESTUDIO 1
Nada sabemos del autor del Debate entre un cristiano y un judio pese a la suposición de Américo Castro de que se trataba de un judío renegado por los conocimientos judaicos que demuestra, afirmación cuando menos dudosa para Nicasio Salvador Miguel, pues pensar que nadie más que un judío renegado era capaz de poseer tales saberes implicaría mudar de un plumazo en conversos a todos los autores cristianos que, desde tiempos muy antiguos, emplearon su pluma en combatir la religión y las prácticas del judaismo. El autor ha elegido como tema la discusión entre un cristiano y un judío sobre tres preceptos de la religión del segundo. El asunto no es nuevo, ya que las controversias entre personajes de distintas religiones se repiten desde los albores del cristianismo. Contamos con un texto griego del siglo II considerado como la más antigua apología cristiana contra los judíos, Diálogo contra Trifón de Justino, además del Octavius de Minucio Félix que también presenta un diálogo entre un cristiano y un gentil bajo el modelo de Cicerón. La confrontación de opiniones sobre un tema mediante la disposición dialogística define el texto como un debate que, dado el argumento específico, se conforma en el género de la altercatio religiosa que tuvo amplio desarrollo en las letras cristianas. Precisamente en el siglo XIII en países europeos cristianos donde existían importantes comunidades judaicas se incremetaron las controversias públicas entre un cristiano y un judío, organizadas y presididas por autoridades civiles y jerarquías eclesiásticas, para discutir asuntos religiosos y acerca de los libros sagrados del judaismo, especialmente del Talmud, que no se conocía hasta entonces por parte de la Iglesia. El incremento de tales confrontaciones a partir de 1240 debido a las frecuentes denuncias contra dicho texto sagrado, como la mantenida ante Jaime I de Aragón en el año 1263 en la ciudad de Barcelona entre en el converso Pablo Christiano y el rabino Nahmánides, a pesar de la inferioridad de condiciones con que los judíos solían acudir a estos debates, significaban un avance notable respecto a otros métodos de ajustar diferencias, como el duelo con garrotes mediante el enfrentamiento en la plaza pública entre dos luchadores que representaban a sus respectivas comunidades. La obra se presenta como un breve tratado apologético de carácter didáctico que en forma de altercatio realiza una defensa polémica de la doctrina cristiana, al tiempo que satiriza la religión judía. El intercambio de preguntas y respuestas breves introduce la materia de discusión: las ordenanzas de la ley judía. El calificativo de judío define para el público la condición religiosa del opositor mientras que la del inquiriente queda velada y nunca se indicará de manera expresa. El comportamiento del cristiano descubre y anuncia el tono que se mantendrá a la largo de la disputa que no será un debate acerca de las dos religiones sino una inquisición del cristiano sobre la judía. El cristiano se adentra en la exposición de cada uno de los preceptos en porfía, de acuerdo con un orden que él también fija: la circuncisión, la observancia del descanso sabático y la imposibilidad de conciliar la creencia en un Dios único y verdadero con el concepto de las semejanzas de Dios. La circuncisión se inicia con la cita del nombre del precepto (milá), al que siguen los de las acciones del proceso ritual (peña o corte del prepucio y mezizá o succión de la sangre por el rabino). El interlocutor no se contenta con una mera cita de la prescripción sino que ahonda en detalles que revelan un conocimiento minucioso de la ceremonia. El reposo sabático cuenta con un claro fundamento en los libros proféticos (Éxodo, Deuteronomio, Isaías, Jeremías, Amos) y en la Tora, mientras que el punto referido a la creencia en un solo Dios verdadero, amén de indicar la condena del politeísmo, suscita el problema de su concepción antropomórfica referida a la representación de Dios por imágenes. A la exposición de cada norma sigue en los tres casos una argumentación contra la misma que pretende cimentarse en la propia ley judía o en su incumplimiento patente o presunto. Echa en cara el cristiano a su oponente la práctica de la circuncisión presentando el hecho como un ultraje mediante la repetición del vocablo fonta, expresando su repugnancia ante el mismo, verdadero sofisma, ya que el rabino no traga la sangre succionada sino que la escupe. Pero la aversión hacia tal acto se manifiesta con una imagen sexual atrevida, al alegar que el rabino utiliza su boca para una función propia de la vagina: "la boca de vuestro rabí que conpieça vuestra oraçión feches coño de mujer". En cuanto a la denuncia del cristiano del comercio en sábado, actividad contraria a la ley judía, subyace una dura crítica social que remonta a las primeras noticias sobre judíos en el condado de Castilla, llegando a abrirse tiendas y locales de venta durante los siglos XII y XIII. Esta incipiente actividad comercial se amplía a otras áreas lucrativas como los negocios cotidianos a crédito, la recaudación de impuestos y el arrendamiento de las rentas del reino. La acusación de no creer en el Dios único y verdadero vendrá acompañado por parte del cristiano de varios pasajes que combinan textos de Isaías y del Deuteronomio, intercalándose en la disputa un nuevo asunto: la encarnación, con un oportuno empleo de la expolitio, variante de la amplificado. La respuesta del judío se sostiene mediante construcciones anafóricas y figuras etimológicas en la que los Salmos referidos a los ojos y la cara de Dios tienen cabida preponderante. El judío utiliza en su respuesta la versión latina de la Vulgata, aduciendo como autoridad el libro de los Salmos, el texto del Antiguo Testamento más leído, comentado y glosado por los escritores cristianos del Medievo. La circuncisión y el sábado se convirtieron en los rasgos más llamativos del judaismo. La primera estuvo tan extendida en el mundo semítico que incluso se discuten sus orígenes exactos mientras que el descanso sabático fue práctica exclusiva del pueblo judío que la fue fijando en un largo proceso reflejado en la recopilación talmúdica. Así diversos autores se fijaron destacadamente en tales particularidades, como Novaciano, que según Jerónimo en De viris illustribus 70, de las tres epístolas contra los judíos, dos se ocupaban De circuncisione y De sabbato, y que un siglo después Gregorio de Granada, al tratar en sus homilías las relaciones entre judíos y cristianos, conceda también interés a la circuncisión y la observancia sabática. La tendencia sofística del cristiano se explica porque el texto en romance se destina a un público iletrado, frente a lo que ocurría con los debates en latín; el judío por las características de su intervención no queda atrás en argucia. Un preciso conocimiento de la Biblia en cuanto que las creencias religiosas constituyen el meollo de la disputa marginan el uso de cualquier elemento mítico que, no obstante, parece presagiarse en la condena de la idolatría ante los diversos nombres del Creador:
Los diez mandamientos es un manual de confesor redactado en dialecto navarro-aragonés que describe de manera sistemática cómo el sacerdote debe interrogar al penitente sometiéndole a un examen de conciencia basado en los diez mandamientos, en los cinco sentidos, así como en el interior y el exterior del pecador. Se contienen además recomendaciones acerca de las penitencias que el sacerdote debe infligir, descripciones de los pecados que los maridos cometen con su propia mujer y los casos reservados al obispo y al papa. Se trata del único manual de confesor del siglo XIII escrito en romance y que es traducción sorprendentemente fiel de una Formula Confessionis anónima con el siguiente incipit: «Cum ad sacerdotem peccator accesserit pro peccatis confítendis ...». La presencia de elementos míticos grecolatinos es nula, con una clara crítica del politeísmo y de la brujería, tal y como se recoge en el primer mandamiento:
El tercero de los mandamientos recoge uno de los asuntos de la obra anterior, el de la observancia sabática, equiparado en esta ocasión con la santificación del domingo como día de descanso:
Dentro de los casos reservados al obispo y al papa se contienen el homicidio, la violación, la sodomía, el incesto y la simonía, propias de los gentiles y paganos:
Los cinco sentidos participan de las desviaciones más tópicas y perseguidas por la Iglesia en el Medievo y que se relacionan principalmente con el sexto (non fiaras fornjció) y el décimo (non cobdiciaras de to xristiano la muller ni la filia ni el servo ni la sierva ni el buey ni el asno ni ren que alma aya) mandamientos. A propósito del gusto y del tacto se nos indica:
Como señala J. K. Walsh en la introducción de su edición de El libro de los doze sabios, conocido y redactado también con los títulos Tractado de la nobleza y lealtad y Libro de la nobleza y lealtad, se trata de un manual para el príncipe perfecto que comisionó Fernando III hacia 1237 con un epílogo escrito en los primeros años del reinado de su hijo Alfonso X. Es ésta una de las primeras obras originales en prosa castellana que inicia una larga ristra de tratados sobre el buen gobernador, tema especialmente frecuente en la prosa didáctico-moral del Medievo. Desde el siglo XII se suceden textos sobre el arte de gobernar coincidentes con un cambio profundo en la construcción política de las monarquías europeas que empiezan a formularse en rígidas definiciones legales las relaciones entre el rey y sus vasallos. Esta nueva conciencia monárquica renueva la clásica discusión de los deberes a la vez prácticos y éticos del rey y así contamos con el Policraticus de Juan de Salisbury (1159), De principis instructione de Giraldus Cambrensis (1217), De regimine principum de Egidio Romano (1287) o el Eruditio regum et principum de Gil de Tournai (1295). En España, además, los ritos de la coronación se acompañaban de sermones sobre el buen monarca donde se enumeraban y comentaban las virtudes más elogiables en el rey con una explicación sucinta de las funciones monárquicas, tal y como se documenta en el Ceremonial para la coronación y consagración de los Reyes de España, compuesto por Ramón de Losana hacia 1250. En el ciclo litúrgico igualmente el hecho de que los reyes magos reconocieron la sabiduría de Cristo, y que fueron guiados por la estrella de Dios, llegó a servir como momento de especulación ética sobre los deberes del buen príncipe. Hay que recordar que el escritor medieval se nutre de un sistema de educación en el que la retórica constituía parte primordial de la enseñanza. Su imagen del mundo se compone de una mezcla de ciencia griega y de teología judeocristiana y sus tres principios esenciales eran la armonía, la jerarquía y las concordancias que se dan entre los distintos órdenes de la existencia. El texto propuesto consta de un prólogo, unos sesenta y cinco capítulos y un epílogo en los que se concentran frases vagas y poco prácticas con discursos sobre tácticas explícitas de guerra y consejos utilitarios sobre maneras de mantener cierto dominio sobre los súbditos, al lado de motivos totalmente altruistas referentes al ejercicio y las metas del poder monárquico. La convocatoria de los doce sabios por parte del rey tiene como propósito ofrecer consejos al monarca sobre el arte de bien vivir y gobernar, además de preparar un tratado docente para el uso de sus hijos los infantes. Al parecer, la literatura medieval castellana conoció las anécdotas o tradiciones de reuniones de doce sabios entre los griegos antiguos. Así parecen atestiguarlo la General Estoria cuando describe cómo el rey Júpiter pretende establecer un nuevo nombre para Atenas convocando a doce de los más ilustres sabios y el Tratado de la comunidad, de su buen gobierno, del príncipe y sus ministros donde se menciona a los doce sabios jueces de Atenas. Las fuentes en las que bebe esta obra presentan una doble vía: árabe oriental, al modo de colecciones de sentencias y aforismos como Buenos proverbios y Bocados de oro, y occidental cristiana, visible en referencias a la Virgen, a la función de Cristo al guiar a los tres reyes magos, en las virtudes como armas contra los vicios enemigos y a fábulas y máximas que se derivan de la literatura latina medieval. Sin embargo, no es este libro ni una traducción de otro tratado ni un sencillo acomodo de los fragmentos árabes más atrayentes, como lo fueron otras compilaciones medievales. Asistimos a un tratado original de un cristiano que tenía familiaridad con el acervo de dichos y anécdotas sacados de las traducciones de obras árabes, pero que a la vez sabía latín y las máximas y fábulas corrientes de su época. Ideas de gran importancia literaria son las relativas a la fortuna y al mundo misterioso del más allá de los mares o de debajo de la tierra. También se observa un esfuerzo por armonizar el relato bíblico con la historia profana. La cristianización de libros, mitos y personajes paganos era corriente en la antigüedad, idea que parte de San Agustín que consideraba bueno "expoliar a los egipcios" de sus vasos preciosos dedicados a dioses paganos, para emplearlos en cosas santas y dedicarlas al verdadero Dios. Dentro de este proceso, una de las figuras que más se cita, aunque convertido en caballero medieval y fiel cristiano es Alejandro Magno. Los consejos dados por Aristóteles a Alejandro forman la base de numerosas obras didácticas de la época. En el Libro de los doce sabios las acciones ejemplares del macedonio se ofrecen como paradigma para el joven príncipe. Conocemos una larga serie de Vidas de Alejandro Magno, hijo de Filipo, rey de Macedonia. Entre los más conocidos escribieron su vida y hazañas Quinto Curcio {Historia de Alejandro Magno, años 30-70 de nuestra era), Plutarco y Arriano (Anábasis de Alejandro Magno), vidas que se influyeron mutuamente y que son los precedentes de obras ya cristianizadas y moralizadoras, como la del Pseudo-Calístenes del siglo III (Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia). En España tres ediciones influyeron notablemente: la Nativitas et victoria Alexandri Magni o Historia de Preliis, editada por el arcipreste Leo de Nápoles, traducida al latín de unos manuscritos griegos que halló en Constantinopla, el Alexandreis del clérigo francés Gautier de Chatillon, escrita en hexámetros latinos entre 1178 y 1182, y el Román d'Alexandre (siglo XII), sin olvidar a El libro de Alexandre, de principios del siglo XIII y el más extenso de la producción del mester de clerecía. Un Alejandro Magno mitificado se halla precisamente en el capítulo XXVI. De cómo el rey deve primeramente conquistar e ordenar lo suyo e aseñorearse dello:
O bien en el capítulo XXIX. De las gentes quel rey non deve de levar a las sus guerras:
El tema de la fortuna como azar divino apenas se documenta en tres ocasiones. En la primera de ellas para referirse a los pilares en los que se sustenta, registrándose en el capítulo V. Que fabla del esfuerço e fortaleza e de las virtudes que han:
Partícipes de la divinidad romana que presidía los sucesos de la vida, distribuyendo ciegamente los bienes y los males, se muestran la tercera de las cuatro virtudes cardinales que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad, la fortaleza, y la actividad de ánimo que para conseguir una cosa vence las dificultades, el esfuerzo. La segunda se concentra en el ya mencionado capítulo XXIX donde leemos:
El mismo tema se registra en el capítulo XLVIII. En quel rey debe dar a Dios loor de las glorias de los vençimientos:
La actuación de la fortuna en estos dos casos comporta un matiz negativo, como si su caprichosa rueda impidiese, detuviese o paralizase los sentidos y potencias del alma. De hecho, para que esto no suceda se recomienda un comportamiento casto, bien intencionado y conforme a la voluntad y obra de Dios. La figura mítica de Júpiter aparece en una única ocasión en el capítulo X. De como el rey o príncipe o regidor de reyno deve aseñorearse de su pueblo mediante el episodio de la viga que dio Júpiter a las ranas, fábula esópica cuyo uso más destacado en la literatura española medieval es el Libro de Buen Amor (cc.199ff):
Otro ejemplo de prosa medieval sapiencial castellana es el Libro de los cien capítulos, que sigue al igual que el Libro de los doce sabios la tradición de los Specula principum o espejos de príncipes. Los manuales de conducta y educación de nobles junto con el adoctrinamiento de los laicos abarcaban, además, el ámbito espiritual y la actuación práctica mediante una serie de sentencias (enumerativas, símiles, comparativas, interrogativas, dialogadas) que deben mucho a obras árabes como Libro de los buenos proverbios, Poridat de poridades, Bocados de oro o Secreto de los secretos. La formación ético-cívica del individuo seguía una serie de coordenadas muy claras: deberes del rey con Dios, consigo mismo y con su pueblo. El rey como figura de gobierno está sujeto a la ley (debe gobernar rectamente a su pueblo y éste último debe obediencia y lealtad al rey), a la justicia y a las buenas maneras, con una serie de | cualidades y virtudes: fortaleza, paciencia, buen talante, nobleza, cortesía, humildad, etc., pero también con defectos que deben procurarse evitar: orgullo y codicia. En un término medio se sitúan otras cuyo fiel de la balanza se debe g equilibrar: mesura y derroche, mansedad y braveza, cordura y locura, avenen- l cia y desavenencia, osadía y pereza, conformación y ambición, apercibimiento y temeridad; en definitiva se atiende al lema de que un rey virtuoso augura un recto gobierno y al hecho de que un monarca por su cargo y posición debe reunir en sí al más alto grado todas las virtudes para dar ejemplo a su pueblo, esto es, la figura del rey como un espejo en el que debe mirarse la comunidad. El compositor del Libro de los cien capítulos tomó la materia de Flores de filosofía centrando su labor en el concepto político de la monarquía para a continuación insertar la materia original de la obra haciendo hincapié en los oficiales del rey y en la magnitud de su labor de cara al soberano. La carga ideológico-política de la monarquía que se condensa en la obra así como la estructuración de la materia, de acuerdo con el esquema político-legal dominante en el siglo XIII, modela y concreta al soberano y a la monarquía como una conjunción perfecta entre la esfera ética y la política. El autor debió ser alguien que conocía bien los textos legales del siglo XIII y cercano al monarca, es decir, perteneciente a su cuerpo de oficiales, lo que justificaría el interés por subrayar algunos cargos específicos del séquito real. La mitología clásica está prácticamente ausente de este texto, si bien se observan los consejos y sentencias de personajes de la antigüedad en referencia al tema objeto de estudio. Así se registran las de Aristóteles en el capítulo primero, de lo que dixieron los sabios en palabras brieves e complidas e fabla de las leyes e de los reyes e de los señores, qué es ley e qué es rey:
O bien en el capítulo quinto del rey que sabe bien guiar a su pueblo e de cómo los debe levar:
Semejanza del mundo es un tratado geográfico en prosa donde la elaborada combinación de dos fuentes latinas anuncia los logros de Alfonso X el Sabio. Encuadrado dentro del género didáctico científico, esta obra anónima parece ser la traducción del Mapa mundi de Isidorus Hispalensis llevada a cabo por un autor desconocido en el año 1222. Se confirma de este modo la opinión común de que la prosa romance coexistía con la latina y hasta cierto punto dependía de ella:
A diferencia de las obras anteriores, la profusión mitológica alcanza un notable desarrollo. Las primeras figuras que documentamos son monstruos un tanto singulares, pues aunque su estructura y forma son míticas sus denominaciones corresponden al Medievo: son la mantigora y el mozeris:
Las hazañas de Alejandro Magno se tienen en consideración en la descripción del mítico Egipto, esta vez para referirse a la ciudad que lleva su insigne nombre:
La descripción del Cáucaso incluye el episodio mítico de las Amazonas y la tradicional fundación de Efeso por parte de estas mujeres guerreras. La ubicación del reino de este pueblo femenino se situaba en diversos puntos: en las laderas del Cáucaso, en Tracia y en la Escitia meridional, en las llanuras de la margen izquierda del Danubio. Aparte de la fundación de Efeso se atribuía además a esta belicosas féminas (a tenor de los numerosos combates con héroes griegos como Belerofonte, Heracles, Teseo, Aquiles, etc.) la construcción del templo de Ártemis Efesia, la diosa a quienes adoraban principalmente por su análogo género de vida (guerra y caza):
La genealogía antigua mezclaba el origen de las ciudades con las diversas divinidades y descendientes de éstas para dar realce al origen de los pueblos, tal como sucede con Europa y Júpiter, entre otros. Dárdano, hijo de Zeus y de Electra, mantuvo a Troya alejada de cualquier amenaza gracias a la posesión del Paladio, la estatua de Palas que Dárdano había llevado desde Arcadia hasta la Tróade. En las monedas de Ilión aparece representado como el héroe epónimo ya que Teucro le había concedido su reino al que llamó Dardania y a su capital, Dárdano:
Sorprende la inclusión de Ilión como ciudadela o castillo dentro de Troya. Recordemos que para Homero Troya e Ilión eran una misma ciudad, cuestión que la arqueología parece dirimir suponiendo dos emplazamientos distintos. La región de Cilicia contempla otra serie de figuras míticas, en este caso las de Agenor y su descendencia, Perseo y la Quimera. Tras el rapto de Zeus convertido en toro de la princesa Europa, Agenor había ordenado a sus hijos Cadmo, Fénix, Cílix y Taso que salieran en busca de su hermana y que sólo regresasen cuando la hallaran. Así Taso llegó a la isla del Egeo que lleva su nombre, Cílix se instaló en Cilicia, Fénix regresó a Fenicia tras la muerte de su padre y Cadmo quedó en Beocia donde fundó Cadmea, la ciudadela de Tebas, tras desistir en la búsqueda de Europa:
El titán Océano, considerado como el padre de los dioses desde Homero, se registra en la consideración de la Gemianía, como límite del mar occidental:
La zona de Epiro recoge el mito que le da nombre como descendiente de Aquiles al tiempo que se desarrolla el episodio de Caón. Pirro "el rubio" es el sobrenombre del hijo de Aquiles, Neoptólemo, porque su padre era llamado Pirra en casa de las hijas de Licomedes, en Esciros. Pirro pasaba por ser el epó-nimo de la ciudad de Pírrico en Laconia, y también el inventor de la danza guerrera llamada pírrica. Caón es el héroe epónimo de Caonia, una región del Epiro. Era hermano de Heleno, rey del país, que al caer Caón en una cacería, víctima de un accidente, dio su nombre a una parte del territorio en su memoria:
Al hablar del mar Egeo y de la multitud de islas que pueblan el Mediterráneo se menciona a la diosa Juno:
También la divinidad homérica que rige los vientos, Eolo, se registra en una de estas islas:
Uno de los héroes más importantes del ciclo mítico griego, Heracles, en su forma latinizada, Hércules, aparece en la descripción de la isla de Sardes como progenitor del fundador de la misma. En efecto, Sardo era hijo de Maceris, sobrenombre que los libios y los egipcios dieron a Heracles. A la cabeza de una expedición de libios, desembarcó en la isla llamada entonces Yenusa, y que tomó luego el nombre de Cerdeña:
Otro de los vastagos del héroe tracio se documenta cuando se trata la isla de Córcega:
Los siniestros y lúgubres escenarios del mundo subterráneo de los griegos, transformados en el cristiano infierno son descritos con particular detenimiento. El Tártaro fue confundiéndose con el infierno propiamente dicho, situándose generalmente en él el lugar donde eran atormentados los grandes criminales. El Aqueronte era uno de los ríos que tenían que atravesar las almas para llegar al reino de los muertos; la Éstige era el río de los infiernos cuyas aguas poseían propiedades mágicas mientras que el Folgorón era otro de los ríos infernales relacionado con el verbo quemar, "río de fuego":
En este recorrido geográfico en el que la realidad y el mito se entrecruzan no faltan tampoco los vientos y sus correspondientes identificaciones, como el euro, viento del sudoeste, hijo de la Aurora y de Astreo:
Se detiene además este libro en aspectos astronómicos y zodiacales de clara resonancia mítica. Recordemos que Faetonte ante la visión de los animales que representan el Zodíaco se amedrentó, abandonando el camino que le había sido trazado por su padre el Sol cuando accedió a dejarle conducir su carro, por lo que Zeus para evitar una conflagración universal lo fulminó, precipitándolo en el río Erídano:
La descripción de piedras preciosas relaciona la obra con los lapidarios medievales en los que el elemento mítico se confunde con la magia y los encantamientos:
Las figuras de Baco, Febo, Helicón y Citerón se concretan en las explicaciones sobre las tierras de Tesalia. Citerón y Helicón eran dos hermanos; éste de natural dulce y amable; el otro, violento y brutal. Citerón había acabado por matar a su padre y arrojar a su hermano desde lo alto de una peña; él se mató de una caída. Se dieron los nombres de Citerón y Helicón a dos montañas vecinas; la primera en recuerdo del héroe brutal, por ser la mansión de las Erinias; a la segunda, en recuerdo del héroe benévolo por ser la de las Musas:
La figura del gigante que sostenía sobre sus hombros la bóveda celeste, castigo divino por revelarse ante los dioses, se recoge en el siguiente fragmento. Heródoto fue el primero en referirse a Atlante como a una montaña emplazada en el África septentrional, donde Perseo a su regreso de dar muerte a la Gorgona, transformó a Atlante en roca presentándole la cabeza de Medusa:
El autor de Semejanza del mundo suele introducir alguna que otra autoridad para dar realce a lo que cuenta. Aquí hemos documentado al historiador Salustio y al poeta Marcial, además de a San Jerónimo:
El periplo por el río Erídano concentra uno de los episodios más conocidos de la mitología antigua, el de Faetón y el carro del Sol, aventura llamativa que se desarrolla ampliamente mediante otro episodio mítico, el de Pafo y Faetón, donde Clímene se había casado con Helio, del que tuvo un hijo, Faetonte, y varias hijas, las Helíades:
El estrecho de Mesina que separa a Italia de la isla de Sicilia sirve de marco idóneo y adecuado para la referencia a los monstruos odiseicos Escila, Caribidis y las Sirenas. Escila es un monstruo marino con cuerpo de mujer cuya parte inferior estaba rodeada de perros feroces que devoraban todo cuanto pasase a su alcance; Caribdis es fruto del castigo de Zeus a la hija de la Tierra y Posidón por haber devorado varios ejemplares de los rebaños de los Geriones, convirtiéndola en un ser que absorbía agua de mar en cantidad tres veces al día, provocando una corriente de agua que más tarde devolvía, mientras que las sirenas son genios marinos, mitad mujeres, mitad aves, que habitaban una isla del Mediterráneo y que con su música atraían a los navegantes que se acercaban peligrosamente a la costa rocosa de la isla y zozobraban, devorando las sirenas a los imprudentes. Tradicionalmente la isla de las Sirenas se sitúa frente a la costa de la Italia meridional, frente a la isla de Sorrento:
El recorrido sucinto por estas obras anónimas del siglo XIII nos ofrece una ruta con altibajos y dientes de sierra en cuanto a la mitología clásica se refiere. Las dos primeras, Diálogo del cristiano y el judío, y Los diez mandamientos, insertas en una línea claramente cristiana, se olvidan de las referencias míticas para centrarse en su tema de objeto: la crítica a la religión judía en el primer caso, y los consejos y recomendaciones al penitente pecador en la segunda. Ambas están dirigidas a un público prácticamente iletrado, por lo que el lenguaje directo o en forma dialogada que se usa, junto con la brevedad de su contenido explican la intención y el acierto de sus autores. Las dos siguientes, Libro de los doce sabios y Libro de los cien capítulos, pertenecen a la prosa sapiencial castellana de origen oriental que jugó un importante papel en la consolidación de la literatura vernácula como lengua literaria debido a su estructura en forma de sentencias, con principios éticos de carácter universal avalados por el prestigio intelectual de grandes filósofos y pensadores, adaptables a la ortodoxia ideológica doctrinal cristiana, convirtiéndose en verdaderos manuales de urbanidad de nobles y vasallos, y donde el elemento mítico tímidamente va germinando aunque a pequeña escala. Finalmente, Semejanza del mundo despliega de manera enciclopédica todo el didactismo particular en el que se engloban las cinco, manifestando una profusión y conocimiento de la mitología grecolatina bastante notable, hasta el punto de que podríamos hablar de una geografía mítica histórica dirigida esta vez a un estrato de población más formado o culto.
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