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Siempre he recomendado a mis alumnos de Prehistoria de primer año de carrera, que, al cruzar el umbral del aula en la que les impartía la docencia de esta asignatura, trataran de «cambiar el chip" y olvidar que eran hijos de una sociedad industrial, y de las consecuencias que la industrialización ha producido en poco tiempo en ella: revolución en los transportes y las comunicaciones, cambios en la estructura social y familiar, mayores facilidades en el acceso al conocimiento, cambios de mentalidad, transformación de los valores éticos, sociales y económicos y, en definitiva, la disolución de una organización agraria, enraizada en el parentesco y en el terruño, que había estado vigente en nuestro mundo occidental desde el Neolítico. Porque sólo si olvidamos nuestros valores y conceptos modernos, basados en la familia nuclear, en las formas de vida urbana y en la rapidez en las comunicaciones y en el transporte, podemos entender la lógica del comportamiento de otras sociedades, que no eran necesariamente primitivas, pero cuyos valores eran diferentes a los nuestros; para las que, cuanto más se daba, más rico se era, o para las que robar era una forma noble y digna de adquirir prestigio y relevancia social, siempre y cuando no se robara a un pariente o a un amigo; para las que la ancianidad no era una tara, sino un motivo de respeto y una fuente de poder, porque significaba sabiduría y experiencia acumulada con el paso de los años; y donde, en definitiva, resultaba difícil separar los objetos de las transacciones económicas, de los sujetos que las realizaban; las cosas, de las personas. Donde las reglas de parentesco, real o ficticio, lo impregnaban todo. Quiero pues invitar al lector de estas líneas, a que, como mis alumnos de primer año de carrera, intenten adentrarse en ellas con «otro chip" mental, el propio de las sociedades premodernas o preindustriales, en las que las densidades de población son, generalmente, bajas; la esperanza de vida al nacer, reducida; la producción, en su mayor parte artesanal y no industrializada; y la fuerza de tracción y de transporte basada, para gran parte de la masa poblacional, en la propia energía humana. Por todo lo cual, la estrategia de supervivencia ha residido, básicamente hasta la mecanización del campo, la producción en serie, el abaratamiento de los costes de transporte y la emigración del excedente de mano de obra del campo a la ciudad, en crear, mantener y ampliar los lazos de solidaridad y dependencia familiar, tanto a nivel de la aldea como de la organización política. Fueran estos lazos basados en la sangre -en la filiación-, en la descendencia mítica común -el clan-, en la amistad o en la deuda o dependencia. Así pues, lo que vamos a ver en las próximas páginas son sociedades, las celtibérica y vettona en este caso, en las que la economía es inseparable de la organización política, social, simbólica, religiosa o territorial, y dentro de las cuales no hay diferencia entre lo sagrado y lo profano, pero donde el valor e importancia de las transacciones depende menos de su valor económico que de su valor social y familiar. Para nosotros, que procedemos de un país eminentemente rural hasta fechas muy recientes, y al que, salvo las grandes ciudades como Bilbao, Barcelona o Madrid, la auténtica revolución industrial sólo ha llegado con la televisión y las autovías, acercarse a esa mentalidad rural, de viejas solidaridades y dependencias familiares, seguro que no nos resulta tan difícil. Les animo pues, a cruzar el umbral y acompañarme en este viaje al mundo rural de la Meseta en la Segunda Edad del Hierro. PAISAJE y CONDICIONES AMBIENTALES Las reconstrucciones paleoclimáticas y paleoambientales realizadas para la Meseta Norte en el primer milenio a.C. indican unas condiciones básicamente similares a las actuales, con un clima algo más duro al inicio del primer milenio a.C. pero que, paulatinamente, parece haberse estabilizado, dentro de las condiciones frías y duras que gobiernan esta zona, y una vegetación dominada por pino silvestre, roble, encina y alcornoque en las zonas bajas, sustituida en las altas por enebro y sabina, paisaje no muy diferente del actual, si bien algo más extenso, y en el que es la acción humana más que el clima la responsable de la disminución de la masa arbórea en épocas históricas. No obstante, hay que desterrar imágenes como la de la ardilla recorriendo la Península saltando de árbol en árbol, sin tocar suelo, que nos describen los textos antiguos. Bien al contrario, los análisis paleoambientales de algunos sitios celtibéricos del este de la Meseta señalan una amplia deforestación y es incluso posible que algunas zonas de la Meseta estén hoy más forestadas de lo que lo estuvieron entonces. Lo que sí parece haber cambiado de forma significativa es el régimen de algunos humedales y de ríos, como el Duero y sus afluentes. De acuerdo con una reconstrucción paleogeográfica reciente, el cauce del río Duero estaría entonces menos excavado y su régimen sería más irregular, por lo que la extensión de los humedales y lagunas sería más amplia, así como más frecuentes las crecidas de los ríos. Ello viene confirmado asimismo por datos paleoambientales recogidos en sitios de la Edad del Hierro del curso medio y alto del Duero, y confirmaría el carácter pantanoso que, según la interpretación de algunos historiadores actuales, atribuye Estrabón a estas tierras. Incluso en nuestros días, en que presas y embalses regulan y jerarquizan el cauce del Duero, el curso medio de éste figura catalogado, en el mapa de riesgo de inundaciones del Ministerio de Obras Públicas y Transportes, como zona de alto riesgo. Cabe pensar, por tanto, que las áreas de humedales, muy ricas en recursos tanto silvestres como domésticos, de especial interés ganadero aunque de escaso potencial agrícola, debieron ser, entonces, relativamente más abundantes que en la actualidad, en que, amén de la regularización de los cauces fluviales, se ha emprendido el proceso de drenaje y puesta en valor de zonas pantanosas. Y no es, seguramente, casual la relación entre el poblamiento de la Segunda Edad del Hierro y las zonas de humedales en el curso medio del Duero. Lo mismo se señala en la propia Numancia, en el Alto Duero, y en otros sitios del Alto Jalón y depresión del Gallocanta. Ello confirmaría la vocación fundamentalmente ganadera de las gentes de la Meseta, impuesta ésta por las propias condiciones del medio físico, de clima frío y suelos ácidos o de mala calidad, salvo las vegas de los ríos. Incluso en zonas del Duero medio, tierra de los vacceos que, al menos desde la Edad Media son tierras de pan llevar, los análisis de pólenes y semillas procedentes de excavaciones señalan el papel subsidiario de la agricultura, y su escasa importancia frente a la ganadería.
GANADERÍA Y POBREZA Así pues, los datos arqueológicos corroboran el carácter de pueblos ganaderos, que los escritores grecolatinos coetáneos de la conquista romana de Hispania atribuyen a los habitantes de la Meseta Norte. Ahora bien, la descripción que hacen de esta tierra y de estas gentes es peyorativa. Para el escritor griego Estrabón, la Celtiberia es áspera, pobre y rocosa. Según Livio, el caudillo cartaginés Aníbal, antes de cruzar el Po, arengó a sus tropas, entre las que se encontraban mercenarios de Celtiberia y Lusitania, con el siguiente discurso: «¡Bastante habéis estado persiguiendo el ganado por los estériles montes de Lusitania y Celtiberia sin ver ninguna recompensa a vuestros peligros y esfuerzos! ¡Hora es ya de que hagáis ricas y lucrativas campañas y merezcáis mayores recompensas, después de tan larga marcha por montes y ríos a través de belicosos pueblos ... !». Estos ejemplos, escogidos entre los muchos en que los escritores grecolatinos ofrecen una visión negativa de los pueblos de la Meseta, contrasta con la opinión más benigna hacia los iberos y otros pueblos del Mediodía. ¿Y por qué? ¿Hasta qué punto eran pobres, atrasados y primitivos los pueblos de la Meseta? Desde luego no eran una organización estatal, un imperio, como lo era Roma. Obviamente, su nivel de desarrollo era muy inferior. Pero tampoco eran tan pobres y primitivos como los pintan los textos grecolatinos. Si hay un universal en la especie humana, ese es el antropocentrismo. Todos los seres humanos, hasta Vds. que me leen y yo misma, que somos hijos de las comunicaciones vía satélite y de la conquista del Espacio, adolecemos de prejuicios antropocéntricos y etnocéntricos. Así, imaginamos a los hipotéticos habitantes de otro planeta o de una lejana galaxia físicamente somos el punto de referencia, como lo define algún autor, el axis mundae de lo que es o no humano, de lo que es o no es civilizado, de lo que es o no es normal. Todos los humanos tendemos a valorar el mundo que nos rodea, tomándonos a nosotros mismos como punto de referencia. Así, las gentes o culturas que juzgamos serán tanto más civilizadas cuanto más reconocibles -más parecidos- resulten sus rasgos físicos y culturales a los nuestros. Y si ese prejuicio subsiste entre nosotros -la sociedad de la información-, ¡cuánto más en las sociedades antiguas ... ! Tenga el lector en cuenta que la mayor parte de los escritores grecolatinos que nos han legado información sobre los pueblos antiguos de la Península Ibérica nunca estuvieron en el lugar que describen y hablan de oídas, como reconoce el propio Estrabón, o se basaron en recopilaciones de otros autores, como en el caso de Plinio, el cual, sin embargo, sí estuvo en Hispania. Pero, además, estos autores grecolatinos son hijos de una civilización agraria mediterránea, en la que la bebida civilizada es el vino, no la cerveza, y el alimento civilizado el trigo, no la carne de venado, y menos la harina de bellota. Por último, y a pesar de ser hijos de un imperio tan vasto como el romano, cabe recordar que el mundo conocido de la época era reducido. Y que, dadas las limitaciones e incomodidades del transporte anterior a la revolución industrial y a la invención de la máquina de vapor, la movilidad de la mayor parte de la población europea fue muy limitada. De ahí las estrafalarias descripciones que, desde el Mundo Antiguo hasta el Descubrimiento de América, se nos hacen de los curiosos habitantes de remotos territorios, que son, a menudo, descritos como gentes dotadas de dos cabezas, o de cuatro ojos, o de carácter andrógino o que visten, comen o habitan como salvajes. Pero, además, civilizaciones urbanas, como lo fueron la griega y la romana, son fundamentalmente de base agrícola, lo que supone sedentarismo y fijación de la masa de la población a un suelo productor de cosechas, lo que conlleva pérdida de movilidad y, con ello, de información sobre el mundo existente más allá de los campos de cultivo, del mundo domesticado, ganado a la Naturaleza. Por eso, las gentes que se mueven como los ganaderos, pero también los cazadores, buhoneros, titiriteros y gentes ambulantes en general, son vistas por todas las civilizaciones de base agrícola sedentaria no sólo como inferiores y alejadas del ideal de civilización, sino también con recelo, pues se mueven, vienen de otros lugares, han visto otros mundos y poseen, seguramente, poderes y conocimientos que pueden ser maléficos o peligrosos.
GANADERÍA, NOMADISMO Y MOVlLlDAD Una de las claves que explica los prejuicios hacia los pueblos ganaderos y, en el caso que nos ocupa, el de los escritores grecolatinos hacia los pueblos de la Meseta es, precisamente, el hecho de que se muevan, lo cual es erróneamente interpretado como nomadismo. Es decir, como gentes errantes, en perpetuo movimiento, sin territorio definido ni estructura urbana, con escasas pertenencias personales y mínimo nivel de desarrollo. Y ello es un error, porque, salvo en condiciones extremas, como el desierto o la estepa, ningún ganadero es únicamente ganadero ni vive exclusivamente de su ganado. Bien al contrario, la especialización ganadera se basa en la diversificación, lo cual permite criar el ganado como riqueza. Es decir, que las poblaciones ganaderas habitan núcleos fijos, con sus huertas y áreas reducidas de cultivo para autoabastecimiento, que proporcionan la base de la alimentación del grueso de la población, complementada por caza y recolección en los bosques del entorno, y las áreas de prados y pastos rodeando el poblado, donde pastaría el ganado. Cabe pensar que una pequeña parte de la población -los más jóvenes- se desplazaran posiblemente a cortas distancias, en movimientos trasterminantes como los que aún se practican en el Sistema Central, aprovechando las acusadas diferencias de altitud en cortas distancias, que caracteriza en especial la orografía de la Meseta, para aprovechar los pastos estivales de montaña. Pero el grueso de la población debió ser fijo y estable en los núcleos de habitación. Es este sistema diversificado el que explica la especialización ganadera, en la que el ganado es criado -menos para comer su carne- por sus productos derivados: tracción, productos lácteos, lana, abono y piel. Como señalan los análisis faunísticos de yacimientos del este de la Meseta, el alzado de ovejas y vacas era bastante reducido, desde luego muy inferior al de especies actuales, alimentadas con piensos compuestos, y mucho más magras, por lo que, seguramente, resultaron más rentables vivas que muertas. Una excepción la constituyeron los bóvidos que se han analizado en yacimientos del Duero Medio, cuyo alzado parece haber sido superior al de especies modernas de la región, lo que se justificaría por la existencia de amplias extensiones de humedales en el entorno. Con mayor peso de los ovicaprinos en las zonas más pobres, y de bóvidos en aquellas más ricas en pastos altos y tiernos, sí parece que en ambos extremos de la Meseta el ganado, por los costes de su alimentación, se crió como excedente -como riqueza- más que como alimento básico de la población, y que, como nos informan análisis de oligoelementos de los huesos cremados de la necrópolis celtibérica de Numancia, la base de la alimentación de la población debieron ser los hidrato s de carbono, tanto de plantas y frutos cultivados como recolectados, complementado con la carne procedente de la caza y, muy excepcionalmente, de ganado muerto o sacrificado en acontecimientos especiales. Un panorama no muy diferente del que ha sido habitual en las poblaciones campesinas de los países mediterráneos, hasta que la revolución en los transportes ha hecho rentable la producción de ganado para carne y ha abaratado los costes de transporte. Dentro de la cabaña doméstica de las poblaciones meseteñas, e! cerdo parece haber representado un papel menor, tras ovicaprinos y bóvidos. Sin embargo, es posiblemente el único animal criado específicamente como proveedor de carne, dado e! escaso coste que su mantenimiento debió de representar para estas poblaciones, pues se mantuvo en semilibertad en bosques adehesados, aprovechando la bellota de robles, encinas y alcornoques y, dado su pequeño tamaño y la dificultad que, en muchas ocasiones, encuentran los paleozoólogos para determinar si se trata de cerdo o jabalí, es posible que, como está igualmente documentado en la Galia en estos momentos, fueran semicimarrones y se cruzaran con jabalíes. No obstante, su reducida representación en contextos vacceos y celtibéricos podría indicar un paisaje ya muy antropizado en la Segunda Edad del Hierro y en el que la masa forestal en el entorno de los hábitats estuviera ya bastante reducida. RAzzIAs, BANDOLERISMO, MERCENARIADO, HOSPICIO y CLIENTELA Y aquí entran en juego otras instituciones ligadas a la estructura y organización social de los pueblos ganaderos que, desde la óptica de un agricultor, son síntoma de pobreza. En primer lugar, las razzias o ataques a pueblos vecinos o lejanos, para robar ganado, personas u otras riquezas, rasgo que tradicionalmente ha sido interpretado como síntoma de pobreza, inestabilidad y falta de tierra entre los pueblos de la Meseta. Y, sin embargo, recuerden Vds. que eso exactamente -y de ahí viene la palabra árabe- era lo que hacían los musulmanes en tierras cristianas, en cuanto llegaba la primavera ... Y los cristianos, entre ellos Rodrigo Díaz de Vivar, según nos relata el Poema del Mío Cid. De eso mismo, de haberle robado el ganado que pastaba en el monte Ida, se jacta el príncipe aqueo Aquiles, ante Eneas, príncipe troyano. Sabemos que era práctica habitual entre los celtas de Centroeuropa, y lo es en general entre todas las organizaciones pastoriles, pues lo propicia el mismo sistema económico. Así, una economía basada en la cría especializada de un gran número de cabezas de ganado requiere, en primer lugar, el control de recursos básicos, como amplias extensiones de pastos que permitan sostener la ganadería criada y alternar los pastos en función de las estaciones, así como puntos de agua y fuentes de aprovisionamiento de sal, caso de que los pastos no sean suficientemente ricos en ella. Todo ello crea constantes tensiones entre vecinos, por el acceso preferente a los recursos y promueve sociedades enormemente belicosas. En segundo lugar, requiere un gran número de mano de obra especializada y preferentemente masculina, habitualmente miembros de la propia familia o del clan. Pero, como en el caso de la agricultura de arado o de regadío, el patrimonio --en este caso el ganado- no se divide, sino que lo hereda un solo miembro de la familia. Ello propicia la aparición de sistemas patriarcales y virilocales, tal y como nos lo describe La Biblia en el caso de Abraham, en los que el ganado es propiedad de la familia, pero de facto lo es del cabeza o patriarca de ésta. Favorece asimismo sistemas basados en la familia amplia, en la que el padre, con sus hijos varones y las familias de éstos ocupan un mismo espacio en el que la única manera de independizarse, adquirir riqueza y establecerse como cabeza de un nuevo linaje en una sede lo constituye el robo de ganado y la obtención de botín. Éste es, además, un mecanismo que alivia tensiones dentro del grupo y que proporciona una buena preparación guerrera y una forma de adquirir prestigio. Así cabría entender afirmaciones como las que el escritor Diodoro hace acerca de los lusitanos. Según este autor, aquéllos más faltos de recursos, al llegar a la edad adulta, se van al monte y se reúnen formando bandas, acumulando riquezas procedentes del robo. Ello explicaría también la figura del mercenariado, práctica habitual no sólo entre vettones, celtíberos y lusitanos sino, asimismo, entre los iberos de las regiones más urbanas y civilizadas de la periferia costera, así como entre otros pueblos, como los celtas centroeuropeos. Por otra parte sabemos, tanto por las propias fuentes textuales grecolatinas como por la epigrafía y la onomástica y por la propia arqueología, de la existencia de una serie de instituciones basadas en la solidaridad de los vínculos de parentesco suprafamilares, lo que podríamos llamar un sistema de clan o parentesco mítico o ficticio. Se trata de las gentilidades, agrupaciones asimilables a un sistema de clan, en que todos los miembros del mismo se consideran emparentados y se deben por ello solidaridad y ayuda, pero no se casan entre ellos, de manera que en cada generación se multiplican las posibilidades de solidaridad y ayuda mutua, mediante la filiación -parentesco por la sangre- y el clan -parentesco mítico-, por encima de los cuales se situaba la tribu. Más interesante es el pacto de hospitalidad por el que una persona, una gens o una tribu es reconocida como pariente -por la amistad- por otra. Dado que el sistema de organización celtibérico era tribal y sólo tardíamente comienzan a derivar hacia una organización urbana, basada en la propiedad privada y en la disolución de los lazos de parentesco amplio, la finalidad de estos pactos sería convertir en parientes por la amistad a quienes no lo eran, y disminuir con ello posibles conflictos intertribales por el acceso al territorio, a los pastos o a los recursos de otros. Paulatinamente esta institución parece derivar hacia otra, la clientela o pacto entre individuos de alto rango, auténticos príncipes, y otros de rango menor o clientes, que se traduce en una situación de desigualdad, en la que el patrón ofrece protección o manutención, a cambio de servicios, generalmente de tipo militar. Aunque este pacto podía establecerse también entre ciudades o entre tribus, quiero detenerme en el primer caso, el de individuos de alto rango, pues señala una gran capacidad de movilizar riqueza, incompatible con la pobreza y penuria de los pueblos de la Meseta que nos señalan los autores grecolatinos. Un ejemplo nos lo proporciona Alucio, "príncipe» celtíbero quien, tal y como nos cuenta el historiador Livio, es capaz de movilizar un ejército personal de 1.400 jinetes. Si tenemos en cuenta lo costoso, en especial en suelos pobres, de la alimentación de los caballos, sostener un grupo de clientes y sus monturas refleja una gran potencia económica, similar, nuevamente, a la de otros caudillos ricos en ganado, como los personajes de la Ilíada -Aquiles, Néstor y otros- a los que Homero dedica el epíteto de pastor. Alguno de ellos, como el anciano rey Néstor, recuerda en uno de los primeros cantos del poema cuando robaba ganado a los enemigos en sus tiempos de juventud ... Y con idéntico epíteto de pastor se conoce a Viriato, caudillo lusitano capaz de movilizar un ejército de clientes y que, antes de enfrentarse a las ropas romanas, realizaba con sus clientes, razzias por el territorio a la búsqueda de botín. En ambos ejemplos, el epíteto de pastor, imagen simbólica de origen oriental, refleja la importancia del ganado como riqueza y base del poder político, al asimilar el gobierno de los rebaños con el de los pueblos. Si el lector da un repaso al Antiguo y al Nuevo Testamento verá que David, rey de Israel, recibe el epíteto de pastor. Que Cristo se define a sí mismo como Buen Pastor y que hace de su sucesor, Pedro, pastor de pueblos. Un último ejemplo de caudillo capaz de movilizar un ejército es el caso de Moericus, cuya historia relata el historiador Livio y que aparece como caudillo al mando de un grupo de mercenarios hispanos y, de acuerdo con García y Bellido, de origen celtibérico por su nombre, defendiendo la ciudad de Siracusa frente a las tropas romanas en el transcurso de la Segunda Guerra púnica. Así pues, si bien las sociedades de la Meseta en el momento de la conquista de Roma eran muy inferiores a ella en nivel de desarrollo, estaban muy lejos de ser primitivas o atrasadas. Sencillamente, se habían adaptado al modo de vida más óptimo posible en el medio, muchas veces hostil que habitaban. No obstante, el desarrollo de su artesanado, en la forma de sayos de lana, cerámica a torno, extracción de hierro y fabricación de armas, en lo que eran famosos, revela un nivel de especialización muy alejada de la economía autárquica o de subsistencia. Su contacto con comerciantes del área costera mediterránea, de los que obtienen vino, vajillas de lujo y otras mercancías, así como su participación, del siglo VI a.C. en adelante, en la mayor parte de las contiendas bélicas del Mediterráneo, están igualmente en contradicción con la idea de un mundo pobre, autárquico y cerrado. Por último, los ricos botines y tributos en plata y oro que los generales romanos obtienen de los celtíberos, 2.400.000 sestercios a la ciudad de Certima, 30 talentos de plata a Ocilis, 600 talentos de plata a los celtíberos ... etc., etc., señalan una capacidad de atesorar una riqueza importante para gente considerada pobre y falta de recursos.
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