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PERSPECTIVAS METODOLÓGICAS
El origen de las diferentes hablas románicas que existen en la actualidad es una vieja cuestión que remonta al siglo XIV con el tratado inacabado de Dante, De vulgari eloquentia:
Pero hasta la época del Renacimiento no hubo un autor que planteara seriamente el momento y los motivos por los que tuvo lugar la diferenciación de las lenguas romances con respecto al latín. A pesar de estos intentos, el inicio de la lingüística románica propiamente dicha no tiene lugar hasta principios del siglo XIX, pues fue entonces cuando, gracias al nacimiento de la escuela neogramática en Alemania, Diez, uno de sus miembros, demostró el parentesco de las lenguas románicas y su derivación de un latín popular y hablado más propiamente que del latín clásico, valiéndose del método histórico-comparativo en obras de tal trascendencia como su Grammatik der romanischen Sprachen o Etymologisches Wörterbuch der romanischen Sprachen (Vidos 1973: 8). De dicha variedad, que es conocida con el término genérico de latín vulgar, coloquial o común, se han de tener en cuenta dos aspectos fundamentales para el tema que nos ocupa: su definición y la valoración de su unidad o de su diversidad, ya que son cruciales para el establecimiento del origen de las lenguas románicas. En cuanto al término latín vulgar, del que se han llegado a contar hasta trece significados distintos (Posner 1996: 136), conviene aclarar que dicho término como tal es una expresión basada en una hipótesis antigua y no del todo superada en nuestros días que supone la existencia de dos lenguas paralelas usadas en un estado de bilingüismo: un «latín puro», que se mantenía en la literatura y en la administración como lenguaje escrito culto, sermo urbanus, y otro «vulgar», producto de la corrupción de la anterior variedad en boca de hablantes iletrados, sermo vulgaris. A tal definición cabría objetarle el hecho de que latín clásico y latín vulgar no son lenguas diferentes, factor fundamental para que se produzca la situación de bilingüismo, sino dos aspectos de la misma lengua, razón por la cual cabría más bien defender en todo caso una situación de diglosia y ello únicamente en una determinada época de su historia. Existe un segundo punto de vista que considera el latín vulgar como la lengua hablada no solo por la gente inculta, sino por todos los estratos de la población, aunque con muchas diferencias y matices, según el origen y la clase social de los hablantes y de la época, postura de la que parte Meillet y que es defendida en la actualidad por autores como Iordan y Manoliu, De Dardel, Wüest, etc. Por último, hay autores, como Renzi, que consideran el latín vulgar como una lengua reconstruida, apoyada por testimonios directos e indirectos y por las «desviaciones» entre el latín literario y no literario (1987: 130). En lo que al otro aspecto se refiere, a las perspectivas metodológicas con las que se ha tratado de investigar la naturaleza de la variedad lingüística que dio origen a numerosas hablas vernáculas romances, en primer lugar, de entre las que surgieron posteriormente variedades estándar de las que proceden lenguas como el español, el francés o el italiano actuales, hay que señalar que ya desde los comienzos de la lingüística románica en el siglo XIX y principios del XX la cuestión de la diversificación del latín en las lenguas y dialectos de su esfera de acción fue abordada desde los dos puntos de vista que aportan, respectivamente, la tesis unitaria y la tesis diferencial. Los partidarios de la primera de ellas, principalmente latinistas influidos por las ideas neogramáticas, proponen la idea de un latín unitario basado en la noción de buen uso o urbanitas que revela en sí misma un principio de unificación. Así, Muller en 1929, basándose en un estudio lingüístico de los diplomas merovingios, reflejo —según él— de una auténtica lengua natural libre de artificios, llegó a la conclusión de que, efectivamente, el latín vulgar era una lengua uniforme hablada en toda la Romania hasta el siglo VIII, y que dicha unidad se mantuvo gracias a las relaciones interprovinciales hasta la caída del Imperio y a la institución de la Iglesia a partir de la invasión germánica, pues solo a raíz de la reforma carolingia y del triunfo del sistema feudal dejaron de actuar los influjos de las fuerzas unitivas de dicha lengua (apud Vidos 1973: 196-198). Durante la segunda mitad del siglo XX ha habido autores, entre los que pueden mencionarse, por un lado, a los filólogos Sas, Pei, Taylor y Politzer, discípulos del propio Muller, y al lingüista polaco Manczak, por el otro, que han defendido con matizaciones esta tesis, a pesar de que no es sostenible sobre todo por la afirmación de que existió una lengua latina vulgar homogénea sin diferenciaciones destacables hasta la reforma ortográfica carolingia de finales del siglo VIII, reforma que acarreó, según ellos, la fragmentación de dicha lengua en las diversas hablas romances en el transcurso de un par de generaciones, dado que los Juramentos de Estrasburgo, el primer texto románico documentado en la Romania occidental, fueron redactados en el 842. Por su parte, los partidarios de la tesis diferencial, visión que predomina sobre todo entre los romanistas, afirman que existía un latín hablado con variaciones locales más o menos sensibles desde la época imperial, en todo caso, mucho antes del 600. Sin embargo, entre estos lingüistas no hay un acuerdo en cuanto a la cronología de la fragmentación. Así, en primer lugar, encontramos a los defensores de la teoría paleogenética, entre los que destacan Gröber, Mohl, Pisani, Tovar, Lausberg y Krepinski, que sostienen que la diversificación se encontraría ya en los mismos orígenes del latín. En segundo lugar, se halla otro grupo de lingüistas, como Jud, Straka y Hall, que sitúan la fecha de la fragmentación en torno a los siglos II y III. En tercer lugar, hay autores como Meillet y Schiaffini que proponen el momento de la diversificación alrededor de los siglos III y IV debido a las convulsiones políticas y a la decadencia cultural de Roma durante aquella época. En cuarto lugar, hemos de mencionar la postura de Devoto, Tagliavini y Vidos para los que el momento en que arranca la fragmentación lingüística de la Romania debe situarse en la caída del Imperio de Occidente. Finalmente, han de señalarse las tesis de Herman y Várvaro, que sitúan el origen cronológico de las lenguas romances entre los siglos V y VI.
CAUSAS DE LA DIVERSIFICACIÓN DEL LATÍN Entre los motivos que pueden aducirse como causantes de la fragmentación lingüística de la Romania están, por un lado, los internos y, por otro, los externos. Los factores internos parten de la concepción del cambio lingüístico a partir del estructuralismo diacrónico, que intenta una explicación basada en la evolución y reestructuración de los sistemas, es decir, en una situación de equilibrio / desequilibrio de los sistemas debida a la economía de los cambios lingüísticos. En lo que a los externos se refiere, cabe mencionar, en primer lugar, los factores etno-lingüísticos, en especial los relativos al sustrato, fenómeno que, sobre todo en su aspecto fonético, según Lausberg o Krepinski, desencadenó el nacimiento de cada lengua románica a partir del momento mismo de la conquista y de la romanización. Esta tesis tiene, sin embargo, el inconveniente de que el sustrato es un factor de cambio difícil de demostrar por el defectuoso conocimiento que se tiene de las lenguas prerromanas y que obliga a obrar con prudencia al lingüista a la hora de tomar en cuenta dicho factor como motor de cambio. En segundo lugar, están los factores de carácter político, histórico y social, tales como el proceso de romanización, su modo y su intensidad, la eficacia de la enseñanza romana y los factores de disgregación tras la caída de Roma a manos de las hordas bárbaras. Para autores como Vidos o Laugsber, la diversidad y el origen de las lenguas romances están relacionados con la disminución o la interrupción de las comunicaciones y con la calidad del latín, mientras que para Gröber o Väänänen la caída del Imperio de Occidente es la culminación de la disgregación del latín que existía en germen desde la colonización romana, ya que paralelamente a un acontecimiento de tales dimensiones se produjo la pérdida de la cohesión política y cultural. Finalmente, autores como Bartoli han aducido factores geográficos relativos a las áreas más o menos aisladas, que, a pesar de haber ofrecido una nueva visión de la diversificación románica a partir de datos sobre los centros de irradiación y zonas de difusión de las palabras, presentan abundantes excepciones y contradicciones, amén de tener una validez demostrativa relativa e insuficiente para la explicación de los múltiples factores que operan en el cambio. En la actualidad se están aplicando ideas de este tipo, a través de un nuevo planteamiento teórico, a la lingüística histórica latina; nos referimos al Modelo de Gravedad, perspectiva metodológica que es capaz de dar cuenta del desplazamiento geográfico de las diferentes variantes en el seno del Imperio romano (Núñez 2007: 671).
CRONOLOGÍA DE LA TRANSICIÓN DEL LATÍN A LAS LENGUAS ROMANCES En lo que se refiere a la época en que empezó a fragmentarse el latín en las diferentes lenguas romances habladas en la actualidad, cabe señalar, en primer lugar, las tesis a favor de la fragmentación temprana, que tienen una marcada orientación lingüística, si bien dicha fragmentación puede analizarse desde dos puntos de vista diferentes, es decir, partiendo de una cronología absoluta, propuesta por autores como Straka y Richter, o bien por medio de una cronología relativa a la manera de Pulgram, Devoto y, más recientemente, de Dardel y Wüest. El inconveniente que presenta la cronología absoluta es que resulta demasiado rígida y estrecha de miras, ya que supone cambios drásticos cada pocos intervalos de tiempo. Su resultado desembocaría en ocasiones en casos de incomunicación o de serias dificultades para que un abuelo y su nieto se comunicaran, cosa que no ocurre en la práctica. Sin embargo, las propuestas de cronología relativa actuales son más realistas, ya que se basan en el principio del carácter no lineal de los cambios lingüísticos, según el cual la duración de una fase intermedia previa a un cambio lingüístico definitivo puede durar una sola generación o varios siglos, pero en ningún caso dificulta la comunicación (Wüest 1998: 87). Así, para Dardel, la realidad lingüística que se desarrolla en la Romania tras la latinización de las provincias romanas hasta nuestros días puede dividirse en dos fases de aproximadamente 1000 años cada una: la primera contiene el protorromance, que debe situarse hacia siglo I a. C., y su lengua madre, de la que aquel no es más que una parte que dura hasta la aparición de las hablas romances, mientras que la otra comienza con la aparición de dichas hablas, cuyo origen ha de situarse en los tiempos inmediatamente posteriores a la caída del Imperio romano de Occidente, momento en el cual la uniformidad relativa del latín hablado sufrió los efectos de la pérdida de la unidad socio-política de Roma en el ámbito de la comunicación; a continuación, conoció el desarrollo de las particularidades lingüísticas regionales y, finalmente, la multiplicación de los centros de difusión (Dardel 1996: 5-7). En segundo lugar, podemos mencionar la controvertida tesis partidaria de la unidad de la lengua latina hasta un periodo tardío. En la actualidad dos de sus más destacados partidarios son los filólogos Wright y Banniard. La propuesta de Wright (1982), a pesar de ser presentada como innovadora, parte de una idea ya esbozada en la Historia del léxico románico, de Lüdtke, según la cual los hablantes de la sociedad protorromance occidental no fueron conscientes de la diferencia que había entre la lengua latina y la romance, sino simplemente de la existente entre los códigos escrito y oral hasta el siglo VIII. A partir del año 800, época en que fueron llevadas a cabo las reformas carolingias de la mano de Alcuino de York, introductor de una nueva forma de leer el latín ad litteram, es decir, basada en la correspondencia de un sonido para cada letra a fin de diferenciarlo de la tradición romance en la que el latín se leía como si fuera la lengua vernácula, comenzó una situación de diglosia que tuvo su incio en Francia solo después de esta fecha, ya que este es el momento en que se consideró al latín una lengua de prestigio y al romance como una lengua vulgar. En España sucedió esto mismo tras el Concilio de Burgos en 1080, pues dicho evento trajo como consecuencia al territorio hispano el cambio de la liturgia mozárabe por la romana, y con ella una pronunciación diferente del latín, a partir de entonces acorde con las reformas carolingias. De todo ello Wright concluye que en estas regiones el latín medieval es romance temprano en todo texto anterior a la época previa a dichas reformas (1982: 7). En lo que se refiere al proceso, la sociedad de habla monolingüe protorromance de Occidente se diversifica en cuatro fases: 1) existía una única lengua, el protorromance, escrita a la manera tradicional y hablada según la manera vernácula correspondiente; 2) En Francia, del 800 al 842, y en España, del 1080 a 1206, se produce una lengua en cada comunidad escrita a la manera tradicional y hablada de dos maneras distintas: de modo corriente o según la nueva forma de lectura en voz alta de la Iglesia, un sonido letra por letra; 3) En Francia, del 842 al 1000, y en España, del 1206 al 1228, se tiene todavía una lengua en cada comunidad escrita de dos maneras distintas (la tradicional y la nueva manera romance), y se habla de dos maneras distintas; 4) desde el año 1000 en Francia y el año 1228 en España, se produce la separación conceptual entre las dos lenguas, latín escrito de la manera tradicional y hablado de una manera nueva (un sonido para cada letra) y romance, escrito de una manera nueva y hablado de la manera normal. Las pruebas aportadas por Wright son de cuatro tipos: metalingüísticas, fonéticas, morfosintácticas y léxicas: 1) En lo que atañe a las cuestiones metalingüísticas, toma en cuenta la consideración que tenían los propios hablantes respecto a su lengua, esto es, cuando se produjo la conciencia de la diferenciación, o lo que es lo mismo, cuando los hablantes sintieron que el romance y el latín eran lenguas diferentes. Invalida esta prueba, sin embargo, el hecho de que en el proceso sociolingüístico de la sustitución del latín por las lenguas romances, hay por parte del hablante y de la comunidad en la que está integrado una consciencia limitada, pues los resultados de los cambios lingüísticos experimentados responden a procesos inconscientes (Herman 1998: 24). 2) Aspectos fonéticos y su relación con la escritura. En opinión de Wright, hay un sistema de representación gráfica basado en la transcripción del sistema fonológico romance. A esto cabría achacarle que la afirmación de que todo texto anterior a las reformas se identifica con el romance escrito con grafías conservadoras no se sostiene, por los elementos morfológicos, sintácticos y léxicos que aparecen en ellos. Además, habría que distinguir entre un nivel culto, escrito, que mantendría las normas gramaticales, de un nivel oral que no lo haría. 3) Aspectos morfológico-sintácticos. Wright afirma que las formas sintéticas del futuro y la pasiva se dan porque no se espera el mismo comportamiento en la evolución de la morfología que en la fonética en cuanto a la regularidad de los cambios. La objeción es que estas formas no se han mantenido en ninguna lengua romance. 4) Cuestiones léxicas. Según Wright, las palabras cultas y semicultas no pueden haber sido introducidas antes de la generalización de las reformas. Tal explicación es la aplicación de las leyes fonéticas para los cambios regulares. A pesar de ello, la teoría de la difusión léxica como causa del cambio fonológico no ha sido aceptada de manera mayoritaria. Por su parte, Banniard (1995) analiza el paso del latín al romance en el marco de las teorías de las catástrofes, sistema matemático de gran auge durante los años 70, que se intentó aplicar a disciplinas como la sociología, pero que cayó en desuso por ser poco práctica en esta área. Dicho autor parte de tales supuestos teóricos porque considera que el cambio lingüístico es hasta cierto punto impredecible. Así, a la luz de este enfoque metodológico y considerando el cambio lingüístico como catastrófico, establece la fragmentación del latín a las lenguas romances a través de etapas cronológicas absolutas, tres de latinidad y dos de romanidad: 1) La primera latinidad, arcaica y clásica, en la que se da el latín hablado clásico, va de los siglos III a. C. al II de nuestra era, y puede subdividirse en una primera latinidad republicana y en otra clásica. Entre la primera latinidad y la segunda hay una zona de transición que ocupa un periodo de un siglo y abarca los años 150 a 250. 2) La latinidad tardía, en la que se hablaba el latín tardío 1, conforma la segunda etapa de la latinidad, que se desarrolla entre los siglos III y V d. C., y puede dividirse en latinidad pagana y latinidad cristiana. Entre la segunda y la tercera latinidad hay otra zona transicional que comprende los años 450 a 550. 3) Durante la tercera latinidad se hablaba el latín tardío 2, caracterizado por un polimorfismo intenso. Es en esta etapa, que va desde el siglo VI al VIII, donde habría que encuadrar la latinidad merovingia atestiguada en los famosos diplomas. Entre la tercera latinidad y la primera romanidad hay una tercera zona de transición entre los años 650 y 750. 4) Durante la primera romanidad, que va desde el siglo VIII al XII, tiene su origen el nacimiento del protorrománico en las diferentes zonas de la Romania, concretamente a finales del siglo VIII, y el nacimiento de las lenguas romances en sí. Para el caso concreto del antiguo francés clásico, baraja un periodo de formación que va desde los siglos X-XII. De nuevo tenemos una etapa de transición que va desde el año 1250 a 1350. 5) En el siglo XIII se llega a la segunda etapa de romanidad y con ella a la fase previa a los primeros estándares nacionales de la Baja Edad Media. En el caso concreto de Francia sería la etapa del antiguo francés tardío. La propuesta de Banniard combina, por una parte, una periodización basada en una cronología absoluta, que, como mencionamos antes, no da cuenta de lo que realmente sucede en el seno de las lenguas, y, por la otra, la teoría de las catástrofes, teoría que también en el terreno de la lingüística histórica es bastante cuestionable, debido a que el cambio lingüístico no es completamente impredecible, pues los estudios sociolingüísticos demuestran que la variación no es aleatoria sino ordenada (condicionada a variables de sexo, edad, posición social, etc.), ni tampoco es catastrófico, debido a la mera necesidad de mantener la comunicación por parte de la comunidad lingüística. Finalmente, es preciso destacar una serie de tesis integradoras propuestas entre otros por Väänänen, Renzi y, más recientemente, por Várvaro, que son de tipo «conciliador» y que se basan en buena parte en el eclecticismo. Así, Väänänen opina que se dio un periodo cronológico del latín, conocido como latín tardío, datable entre el año 200 y el nacimiento de las lenguas romances, en el que va descendiendo el nivel literario de todos los registros escritos. Su prestigio no se restablecerá hasta la reforma carolingia, de manera que la reforma del latín coincide con el origen de un nuevo idioma, el romance, es decir, «con la toma de conciencia de una lengua hablada, diferente del latín litúrgico y de los documentos» (Väänänen 1998: 44). Por su parte, Renzi (1987: 235) se centra en los orígenes escritos de las lenguas romances, dejando a un lado el aspecto hablado. En su opinión, el latín escrito por las personas cultas vela el nacimiento del romance, pero permite vislumbrar a través de los textos el romance que está dentro del latín. Las desviaciones de la norma clásica sirven para este propósito, dejando ver la construcción de nuevas estucturas, aunque no sirvan para dar un cuadro completo del romance. Con respecto al nacimiento de las lenguas romances y la «muerte» del latín, sucesos para Renzi no contemporáneos, dicho autor mantiene la opinión de un largo periodo de diglosia, en una sociedad donde la lengua escrita inhibía la expresión escrita del romance. Asimismo, los factores sociales y culturales resultaron determinantes para la aparición de la lengua romance escrita: en primer lugar, la reforma carolingia supuso la restauración del latín clásico; en segundo lugar, la formación de grupos y clases sociales que desarrollan una cultura fuera de la tradición latina, ejemplos de lo cual serían la aparición de la poesía vulgar promovida por los trovadores y los documentos relacionados con la nueva clase social de la burguesía, que tuvieron también una influencia indirecta en la aparición de documentos romances. El origen cronológico de las lenguas romances, según la propuesta de Várvaro (1991), ha de conectarse también con el lenguaje escrito que comienza a exhibir marcados rasgos regionales solo desde el siglo V en adelante. Así pues, propone que en el siglo VI la norma del latín todavía tenía un poder suficiente y estaba sustentada por la clase política y militar; sin embargo, los vastos procesos de latinización que ya se habían consumado involucraban al mismo tiempo la pérdida o transformación de sus rasgos culturales. Várvaro utiliza para representar esta situación la metáfora de la cúpula, según la cual las lenguas romances nacieron en el momento en que se trasladó o cayó la cúpula, que perdió la fuerza centrípeta de la variación. El prestigio político, que conservan aquellos que mantienen el poder, hace que la norma del latín siga teniendo significado para los demás, pues son los hablantes de la élite los que representan la norma.
NUEVAS PERSPECTIVAS PARA LA RECONSTRUCCIÓN LINGÜÍSTICA DE LA LENGUA LATINA. LA PROPUESTA DE DARDEL Entre las nuevas perspectivas para la reconstrucción lingüística de la lengua latina en la actualidad destacan las propuestas de Dardel y Wuest, quienes, partiendo del modelo comparatista de Hall, trazan un nuevo camino en el estudio de la cuestión que nos ocupa. Dichos autores parten de una nueva definición del concepto de protorromance, que se convierte en su objeto de estudio, y proponen una nueva metodología para analizarlo. En lo que se refiere al concepto de protorromance, Dardel opina que las lenguas romances no descienden más que parcialmente del latín que conocemos por los textos, ya que remonta a un latín hablado muy diferente del escrito en ciertos aspectos y que se puede reconstruir —gracias a la ayuda del método histórico-comparativo— con el nombre de protorromance. Dicha variedad del latín no es más que una parte de una lengua madre que debe haber existido en el origen de las hablas romances, pero que no podemos conocer por completo, ya que es sobre todo una lengua hablada. En el aspecto temporal, la lengua madre remonta al latín que se hablaba desde la fundación de Roma, pero el protorromance, por razones ligadas a la historia de Roma y al aislamiento de Cerdeña, no remonta probablemente más allá del primer siglo antes de nuestra era (Dardel 1996: 5). En cuanto a la metodología, Dardel considera que para el estudio del protorromance se ha de partir de un modelo comparativo dotado de tres dimensiones, espacial, temporal y diastrática, basada esta última en los testimonios que aporta el latín escrito, pues los romanistas de finales del siglo XIX y principios del XX, al asumir que el latín escrito hacía superflua la reconstrucción del protorromance y al basar sus trabajos de investigación en un marco teórico bidimensional (únicamente espacial y temporal) empobrecieron dicho método y desaprovecharon una gran fuente de información lingüística. Su modelo, por tanto, aporta una visión actual del protorromance que no se diferencia en absoluto del aplicado a las lenguas habladas en la actualidad, y que podemos observar directamente sobre un ángulo sincrónico, diacrónico, diatópico y diastrático (Dardel 1996: 47). Así pues, su propuesta consiste en un método más completo y exhaustivo que el tradicional, por un lado, en el plano de la reconstrucción, ya que es apto para llevar a cabo reconstrucciones en un segundo grado, es decir, de una oposición funcional dentro de un sistema; también proporciona una descripción integral basada en el modelo tridimensional, y además se apoya en una base interdisciplinar que engloba una combinación de estudios filológicos románicos y latinos, sociolingüísticos y tipológicos; por último, aporta un recurso de verificación, el de la verificación indirecta. Por otro lado, el modelo tridimensional describe sincrónicamente la estructura diastrática del latín global, además de describir su evolución, puesto que da cuenta de todos los elementos de dicha lengua en una descripción sintética, es decir, del protorromance, que es un hecho de lengua abstracto, y del latín escrito, que es un hecho concreto en el que además se pueden observar huellas de otras normas indígenas o importadas (1996: 35). Dentro de este modelo, es preciso hacer las siguientes distinciones: 1) latín escrito / latín hablado, es decir, protorromance; 2) latín escrito clásico / latín escrito no clásico; 3) latín / substratos y superestratos. Finalmente, Dardel propone nuevas expectativas para el estudio del protorromance. Desde el punto de vista cuantitativo se hace necesario explorar los subsistemas que el comparativismo histórico no ha aclarado todavía, y revisar todo lo expuesto con anterioridad por el comparativismo clásico, a la luz de los progresos que ofrece este método. Desde el punto cualitativo haría falta, sobre todo, esbozar un esquema de estructuras diastráticas del latín, de interferencia de normas y de la posición exacta que en dicho esquema ocupa el protorromance. También queda pendiente hacer un estudio global del protorromance, una especie de evolución y estructura del protorromance, donde estén reunidos y puestos en evidencia para cada uno de los periodos todos los rasgos gramaticales disponibles (1996: 48).
CONCLUSIONES Tras lo expuesto se pueden realizar las siguientes consideraciones finales. En primer lugar, el término latín vulgar, entendido como una lengua corrompida a partir del mal uso de la estándar sermo urbanus por parte de hablantes incultos, no habría de tenerse en cuenta, en nuestra opinión, a la hora de definir la variedad latina de la que proceden las lenguas romances, sino que más bien ha de entenderse como la variedad hablada por todos los estratos de la población, con sus correspondientes variantes sociolingüísticas y con diferencias según el lugar y la época del Imperio Romano de Occidente. También debería desterrarse la idea de bilingüismo que presupone la existencia de dos lenguas paralelas: un latín puro empleado por la élite culta y otro «vulgar» usado por la masa social, ya que, cuando se habla de latín vulgar y de latín clásico no se hace referencia a dos lenguas diferentes, sino a variedades de la misma. Tal estado de bilingüismo debió de darse en los momentos iniciales de la romanización, entre indígenas hablantes del latín cuyos padres tenían por lengua materna una lengua prerromana. Posteriormente se dio también este fenómeno en una ínfima parte de la población con lengua materna romance, cuando aprendió el latín como una lengua extranjera en la escuela, siendo consciente o no de que su primera lengua y el latín eran lenguas diferentes; por tanto, antes de la fecha que es sugerida por parte de algunos autores como oficial, es decir principios del siglo VIII. El fenómeno que, posiblemente, se produjo entre la variedad literaria y la hablada del latín, sobre todo a partir del s. III d. C. en que comienza la decadencia cultural y política de Roma, es el de diglosia, es decir, la distribución de una o más variantes lingüísticas para cumplir diferentes funciones comunicativas dentro de una sociedad. En el caso de la sociedad latina pudo producirse el empleo de una variedad clásica y otra vernácula, la primera de gran prestigio, pero de un prestigio de juguete dummy high, según la denominación de Fishman, pues, a pesar de que los hablantes la consideran más elevada, lo cierto es que apenas la hablan y, aún conociéndola, no la llegarían a usar más que en ocasiones excepcionales. En segundo lugar, en lo referente a la perspectiva metodológica para el estudio sobre el origen de las lenguas romances, conviene aclarar que el planteamiento de la tesis unitaria no solo se derrumba ante los datos de variación lingüística aportados desde mediados del siglo XX por autores como Labov, Sankov y Milroy, sino ante la evidencia de que el latín, ya desde sus orígenes, conoció variantes diastráticas en el latín de Roma y diatópicas en el latín prenestino o en el tusculano (Baldi 1999). Esto parece indicar que lo más razonable sería partir de las tesis diferenciales, pero dejando a un lado las propuestas basadas en cronologías absolutas, dado que un cambio lingüístico puede mantenerse en una fase transitoria durante siglos. Así pues, podemos concluir que la fragmentación de las lenguas románicas a partir del latín se desarrolla por una suma de factores tanto intralingüísticos como extralingüísticos. En lo que se refiere a los internos, las cronologías tanto relativas como absolutas señalan un momento muy temprano para el origen de las variantes fonéticas o morfosintácticas, tales como las palatalizaciones, la pérdida de las cantidades en el sistema vocálico, la pasiva analítica, la expresión de la anterioridad o los futuros analíticos que cristalizaron en las lenguas romances. A ello han de añadirse los factores históricos y sociales que impulsarían o contrarrestarían las tendencias lingüísticas que acabamos de mencionar. En este sentido, deberíamos partir de los siglos II y I a. C., en que se creó un modelo lingüístico que fue mantenido como lengua de cultura a través de la escuela y que se mantuvo fuerte hasta el siglo III d. C., cuando se producen una serie de convulsiones políticas que dan lugar a la decadencia cultural de Roma, decadencia que se aceleró con la caída del Imperio Romano de Occidente y con las invasiones bárbaras y que, por tanto, favoreció el nacimiento de las diferentes hablas romances en los siglos siguientes ya que reforzó las tendencias centrífugas de la norma estándar al producirse un corte en las comunicaciones entre las distintas regiones (Wüest 1998: 97). En tercer lugar, sin restar nada al mérito que les corresponde, las hipótesis de Wright y Banniard resultan controvertidas. La tesis del primero se basa en los ambiguos datos que poseemos sobre la naturaleza de las reformas carolingias, y sobre las causas de la división del latín en lenguas romances distintas. Sin embargo, no explica de forma adecuada las notables diferencias gramaticales entre el latín de los textos y las lenguas vernáculas habladas, ya que, incluso aunque los hablantes pronunciaran el latín como si fuera la variedad romance local, es difícil creer que no fueran conscientes de la diferencia que había entre las dos (Posner: 1996: 199). Por otro lado, Wright deja a un lado para el caso de España las manifestaciones de los vernáculos peninsulares reflejados en las jarchas, el Cantar de Mío Cid, las glosas silenses y emilianenses, o escritos diplomáticos y legislativos compuestos con anterioridad al año 1228, fecha en que, según el filólogo británico, se produjo la separación conceptual entre el latín y el romance. Por otra parte, se centra únicamente en los casos del romance surgidos en la Galia e Hispania, pero pasa por alto las tempranas muestras vernáculas de los diferentes dialectos de Italia, como el Indovinello veronese (de finales del siglo VIII o principios de IX), o los Placiti cassinesi, un conjunto de cuatro declaraciones juradas sobre la pertenencia de ciertas tierras a los monasterios benedictinos de Capua, Sessa Aurunca y Teano, datados entre los años 960-963. En cuanto a la hipótesis de Banniard, basada en la teoría de las catástrofes, es preciso señalar que el cambio lingüístico no es catastrófico, salvo contadas ocasiones en que se producen migraciones o escisiones de comunidades lingüísticas, puesto que existe una necesidad real de comunicación que excluye una ruptura radical; en consecuencia no pudo producirse un colapso generalizado simultáneo en el latín, ni una sustitución abrupta de dicha lengua por las romances, ya que las lenguas evolucionan simultáneamente en todos sus niveles. Por todo ello, nos inclinamos por la propuesta metodológica que es capaz de producir resultados verosímiles que se ajustan a la realidad de las lenguas; nos referimos a la de Dardel, autor que en lo que se refiere al protorromance en sus aspectos externos, propone que la profundidad diacrónica lleva aproximadamente al primer siglo antes de Cristo, a pesar de que ciertos autores piensan que es posterior a los textos latinos, propiamente tardíos. Entre los aspectos internos hay que tener en cuenta sobre todo los siguientes: 1) el protorromance se desarrolla fuera del latín escrito e independientemente de él; 2) es menos estable que él: las modificaciones del sistema se suceden a un ritmo relativamente rápido; 3) al principio, sobre todo el protorromance presenta en relación con el latín escrito una serie de diferencias que implican algo parecido a una diglosia; 4) el protorromance presenta algunos ejemplos destacables de evolución a primera vista poco plausibles, producidos en parte por interferencias de normas en el seno de la estructura diastrática (Dardel 1996: 47-48).
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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