El
lenguaje humano, en sus manifestaciones concretas en las lenguas
naturales, se presenta como algo estable e inestable a la vez.
La estabilidad hace posible la comprensión en el espacio y en el
tiempo dentro de una lengua. La capacidad de moldeamiento
individual de la lengua y su poder de difusión social puede dar
origen al cambio lingüístico o al cambio de lenguas. Para el
hablante, la lengua es una realidad presente, un organismo que
funciona aquí y ahora. Pero para el historiador de la lengua, la
realidad presente tiene un origen, una historia. Está en una
cadena de sucesivas sincronías. El estudio y la comparación de
un grupo de lenguas o dialectos dentro de un espacio geográfico
permite adivinar el proceso diacrónico. Por otra parte, el
conocimiento en profundidad de la historia de una lengua nos
ayuda a entender mejor su realidad presente.
En lo
que sigue pretendemos considerar el panorama actual de las
lenguas de la Península Ibérica como resultado de un largo
proceso histórico. Los hechos acaecidos a las gentes que aquí
han vivido a lo largo de los siglos han dejado su huella aún
perceptible en las lenguas que hoy se hablan. La lengua es como
un fino radar que recoge las palpitaciones de cada época; pero
tiene cierto grado de autonomía, su ritmo propio, no coincidente
con los hechos de la historia externa. Aunque la lengua nunca
permanece estática, el grado de movilidad es variable. Hay
períodos de relativa quietud y momentos de aceleración, épocas
decisivas, en las que se salta de un sistema a otro. Y, aunque
con razón se dice que en la lengua siempre está naciendo o
muriendo algo, existen momentos en que de modo más claro se
percibe el nacimiento o la muerte de ese algo, épocas en que se
labra un cauce por donde han de discurrir las aguas durante
muchos siglos.
Dentro del solar ibérico se puede observar la lucha secular
entre las dos tendencias siempre operantes en la actividad
lingüística: la unitaria que conduce al acercamiento de lenguas
o a su fusión, derivada de las necesidades de comunicación, y la
disgregadora que fragmenta las lenguas en dialectos o éstos en
lenguas distintas, para acomodarse a las necesidades expresivas
de cada grupo humano.
Existe en primer lugar un factor unitario permanente de tipo
geográfico. La Península Ibérica es una entidad física bien
delimitada por los mares que la circundan y por los Montes
Pirineos, entre Europa y África, entre el Océano Atlántico y el
Mar Mediterráneo. Las gentes que aquí vivieron mantuvieron de
modo natural entre sí una serie de relaciones, en la paz o en la
guerra, que tendrían repercusión en las lenguas que hablaban.
En la
Historia de España, se puede señalar un cierto número de épocas
clave, en que las circunstancias históricas, apoyadas siempre en
el factor geográfico, favorecieron la tendencia unitaria.
1.a)
Las últimas investigaciones
parecen demostrar cómo ya en el período anterior a la llegada de
los romanos se había producido en gran parte de la Península
Ibérica un fuerte proceso de indoeuropeización. El acercamiento
o fusión de distintos pueblos llevó consigo la interpenetración
de sus lenguas. Las lenguas célticas avanzan desde el Oeste y NO
hacia el Centro y el Este o hacia el Sur, hasta los límites de
las lenguas ibéricas de Cataluña o del país Vasco. En la zona
navarra ribereña del Ebro parece se ha afianzado, según el
testimonio de Caro Baroja, antes del siglo I, una lengua
celtibérica. La concordancia en topónimos situados en zonas muy
alejadas geográficamente son indicios de una unidad o
interpenetración lingüística muy antigua. Se puede decir que
este antiguo proceso de celtización fue un factor favorable para
la posterior penetración del latín.
2.a)
El período romano fue el más
decisivo en la transformación del mapa lingüístico de la
Península Ibérica. Esta entra en la órbita del Imperio Romano
con motivo de la segunda Guerra Púnica, con una personalidad
bien definida dentro de él:
Hispania.
La
conquista y romanización conducen a la latinización profunda de
la mayor parte de su territorio. Dentro de la unidad general
latina, la pertenencia a una organización provincial y las
condiciones en que ésta se desenvuelve tenderían a ciertas
particularidades del latín hispánico, aunque el enunciarlas hoy
en concreto no resulte fácil.
La
unidad lingüística no se interrumpe con la caída del Imperio. Él
período visigótico no significó ninguna ruptura respecto al
anterior. El latín hispánico, al perder su contacto con el de
Roma, prosigue su evolución de acuerdo con sus particularidades
dialectales. El dominio político de los visigodos no cambia la
corriente latina ya sólidamente implantada, pero la simple
unidad política de Hispania favorece la intercomunicación de las
variedades del latín o de las lenguas anteriores a él.
3.a)
En el período medieval, los
dialectos del latín se convierten en las nuevas lenguas
romances. La Península Ibérica se encuentra a lo largo de estos
siglos en una situación única respecto al resto de la Romanía.
La invasión árabe y las fases de la Reconquista determinan una
larga serie de reorganizaciones políticas, de contactos sociales
y culturales dentro de los reinos cristianos o de éstos con los
musulmanes. Todo este complejo de circunstancias será decisivo
en los caracteres de las nuevas lenguas, en su agrupación
dialectal y en sus relaciones mutuas.
De la
peculiar situación de los pueblos hispánicos a lo largo de la
Edad Media se originan dos aspectos unitarios entre ellas; uno
interno, y otro externo. La relación románico-árabe conduce a
una interpenetración lingüística, especialmente en el plano
léxico. Un rasgo común y diferencial de las lenguas románicas
hispánicas es la importancia del superes-trato árabe, que en
mayor o menor medida las afectó a todas. A través de las
emigraciones mozárabes los arabismos se difundieron incluso por
las zonas que no conocieron apenas el dominio árabe. Más difícil
es señalar los influjos fónicos o gramaticales, pero éstos
forzosamente han sido más importantes en el dominio meridional.
Hispania permaneció, a pesar del largo dominio islámico, dentro
del mundo románico, pero con la impronta árabe.
Por
otra parte, el avance de la Reconquista de Norte a Sur origina
también una similar fragmentación dentro de las lenguas
romances. Las lenguas del Norte se continúan hacia el Sur. Se
crea así un panorama muy parecido entre las lenguas románicas
hispánicas: dialectos del Norte, procedentes fundamentalmente del
latín allí hablado, en el que perduran en parte las huellas de
las condiciones lingüísticas prerromanas y de la romanización, y
por ello, muy fragmentadas; y del otro lado, los dialectos del
sur, en relación básica con las especiales condiciones de la
Reconquista y la repoblación. En el Sur, a diferencia de lo que
ocurre en el Norte, la pertenencia de un territorio a uno u otro
reino es decisiva para la modalidad dialectal que hoy se habla.
Aquí las fronteras dialectales latinas han quedado prácticamente
borradas. Se habla con frecuencia, a propósito de estas hablas
meridionales, de que son producto de una re-romanización. Pero
de hecho el elemento románico nunca se había borrado. Las hablas
mozárabes continúan vivas hasta el siglo XV en que se produce
una nivelación total entre ellas y las del Norte. Surge así una
lengua más uniformada, con menor número de modalidades
dialectales.
El
panorama lingüístico que ofrece la Península Ibérica al final de
la Reconquista no se ha alterado en nada fundamental en los
siglos siguientes. La unidad política no perturbó en nada
esencial la diversidad lingüística anterior ni tampoco
interrumpió los procesos de cambio que estaban realizándose.
Pero la pertenencia a un nuevo Estado crea condiciones
favorables para una mayor interpenetración entre las lenguas de
los antiguos reinos. El hecho más decisivo para la mayor
difusión del castellano en España fue la conquista y
colonización de América. En América surge una modalidad del
castellano, que básicamente es la forjada en Andalucía con
aportación de todos los que tomaron parte en la colonización.
Este nuevo castellano, elaborado en Andalucía por andaluces,
vascos, gallegos, castellanos, asturianos, será, en principio,
el español de América. Muchos emigrantes de estas regiones
aprenderán allí el castellano o modificarán el que tenían, y
serán a la vuelta un elemento para su difusión en España. Factor
importante de esta difusión ha sido en estos dos últimos siglos
la emigración masiva a las zonas industriales de Cataluña y País
Vasco. La penetración del castellano en Galicia ha sido más
lenta y también más continuada, por su pertenencia política
desde antiguo
a
los
reinos centrales. El castellano llega a Galicia con los
emigrantes que regresan a su tierra. (Las nuevas relaciones de
bilingüismo creadas en virtud de estas circunstancias presentan
características especiales en cada uno de estos territorios).
Pero,
junto a estas tendencias unitarias, han actuado dé modo
permanente otras en dirección contraria, que favorecían el
aislamiento de las gentes y por consiguiente la variedad de
lenguas. La diversidad geográfica dentro de Ja Península Ibérica
es evidente, y se manifiesta en el relieve, en el clima y por
tanto en el paisaje vegetal y humano. Hay un conjunto de
regiones naturales bien diferenciadas y a la vez con gran
dificultad para la relación mutua. Existe una gran meseta
central que ha favorecido el habitat concentrado y la
indefinición fronteriza en su interior. Frente a ella contrastan
como unidades naturales la zona vascocantábrica, el macizo
gallego, la llanura andaluza, la depresión del Ebro. En los
valles pirenaicos o cantábricos el relieve montañoso favoreció
el habitat disperso en pequeñas comunidades humanas, en las que
se perpetuaron gran variedad de hablas. La existencia de estas
regiones naturales facilitó, cuando las circunstancias fueron
propicias, el establecimiento y la consolidación en ellas de
grupos humanos diferenciados étnica o lingüísticamente. Vemos, a
veces, cómo la huella de antiquísimos pueblos perdura en
divisiones romanas o incluso más tarde en el período medieval o
moderno. Las direcciones naturales de comunicación norte-sur han
sido precisamente las que en líneas generales han seguido las
lenguas en la época medieval: León-Extremadura-Andalucía;
Castilla la Vieja-Castilla la Nueva-Andalucía;
Cataluña-Valencia; Galicia-Portugal. La meseta ha sido por su
misma posición central encrucijada de pueblos y de lenguas con
centros variables históricamente, y ha tenido su expansión
natural hacia el Sur, Sudoeste y Sudeste.
Resultado de estas dos tendencias, en sus múltiples
manifestaciones a lo largo de los siglos, procede la actual red
de isoglosas de nuestra península. Las. más importantes son las
que repercuten en el sistema lingüístico, oponiendo entre sí
lenguas b dialectos próximos geográficamente. Otras, en cambio,
engloban a un conjunto de dialectos o lenguas. Se muestra así,
cómo, junto a los rasgos que definen una lengua frente a otra,
existen otros comunes, derivados de su origen o de una evolución
convergente.
Veamos ahora, a grandes rasgos, las principales áreas
lingüísticas de la Península Ibérica, sus caracteres generales,
sus relaciones mutuas y sus orígenes en la historia antigua o
moderna.
Tanto
tipológica como genéticamente, las lenguas de la Península
Ibérica se clasifican en dos grupos: lenguas románicas / lenguas
no románicas. En este último grupo está el vasco, que se opone
así a todas las demás. Esta primera gran bipartición arranca del
período romano. Las lenguas prerromanas se comportaron de dos
modos: la gran mayoría quedaron absorbidas en le latín; éste fue
el molde en el que se fundieron los primitivos hábitos
lingüísticos. En parte del dominio vasco ocurrió lo contrario:
el latín penetró también, pero el vasco fue el molde en el que
se fundieron los préstamos. Perduró así el sistema lingüístico.
La permanencia del vasco está probablemente en relación con una
serie de hechos: escasa romanización, población numerosa y
dispersa en pequeños núcleos humanos, y, sobre todo, utilización
de un idioma no indoeuropeo, muy difícil de penetrarse por el
latín.
La
originalidad de la lengua vasca respecto a las románicas
determina que las fronteras entre una y otras sean rígidas, no
hay entre ellas dialectos de transición tal como es la norma
entre las lenguas del conjunto románico: el vasco ha ido
retrocediendo, sobre todo en el lado español, produciéndose su
sustitución por las lenguas romances próximas. Este retroceso se
inicia ya en el período prerromano en las zonas que entran en
contacto con otras lenguas.
Pero,
si por una parte el vasco se opone al conjunto de las lenguas de
la Península Ibérica, por otra, mantiene una profunda relación
con todas ellas. No es un elemento extraño dentro de la
Península Ibérica. Es un símbolo viviente de un fondo común, de
una primitiva unidad o concordancia entre gran parte de las
lenguas de la España prerromana. Podemos hoy advertir algunos
rasgos comunes a todas las lenguas hispánicas incluida la vasca,
frente a otras lenguas romances: tales como la oposición
r/rr
la
tendencia a una estructura silábica simple, la ausencia en
principio de /v/ y de /ü/, la doble realización oclusiva o
fricativa de /b,d,g/, aparte de un fondo léxico común.
Pero
el factor vasco o de lenguas próximas a él ha operado de modo
particular en la constitución y desenvolvimiento de las lenguas
románicas centrales, especialmente del castellano, leonés
oriental y aragonés. Hay una serie de rasgos peculiares de estas
lenguas que parecen estar relacionados con los hábitos
lingüísticos de la antigua Vasconia o zonas próximas a ella
lingüísticamente, tales como
la
tendencia a la reducción de grupos consonánticos,
la repugnancia ante /f-/, el predominio de sonidos sordos o la
tendencia al ensordecimiento de los sonoros y, sobre todo, su
vocalismo simple, único en el mundo románico.
A
diferencia de las otras lenguas románicas hispánicas, el vasco
no se expansionó de Norte a Sur. Sabemos que durante la Edad
Media hubo una fuerte emigración vasca en
los territorios pertenecientes al reino de Castilla. La lengua
vasca de estos emigrantes paulatinamente quedó englobada en el
romance. Hubo, en estas zonas, una verdadera re-romanización.
Frente al vasco, conservado como sistema lingüístico en algunas
zonas, hay que destacar esta absorción de los hablantes vascos
en el exterior. El castellano y otras hablas próximas a él se
constituyen así quizás más tardíamente que las lenguas románicas
de las áreas marginales de la península.
Las
demás lenguas hispánicas forman en muchos puntos como un bloque
unitario, como un suprasistema en relación fundamentalmente con
su estructura latina, con las peculiaridades derivadas del.
sustrato ibérico, del latín hispánico, y también de la
interrelación entre ellas en toda la historia posterior. Muy
importante en este proceso de acercamiento fue la aportación
continuada del latín a través de los cultismos. Esta segunda
corriente latina, nunca totalmente interrumpida, ha
experimentado una adaptación muy similar en todos los romances,
y se nota especialmente en la modalidad culta del idioma.
Un
factor unitario de especial interés entre los romances
hispánicos, y que sin duda ha contribuido a la interpenetración
es el derivado de la acentuación: cada palabra está dotada de un
solo acento de intensidad, que puede tener valor distintivo y en
una combinación de tres ritmos acentuales: el trocaico, el
yámbico y el dactílico.
La
gran área románica se fragmenta a su vez en tres áreas, bien
diferenciadas, a partir de los primeros siglos de la
Reconquista. Esta tripartición, iniciada en el norte, se
extiende después hacia el sur, y en lo fundamental ha
permanecido inalterable hasta nuestros días.
Al
comparar entre sí las áreas, se observa que las marginales, el
gallego y el catalán, presentan una serie de rasgos concordantes
que afectan al sistema lingüístico y que las oponen desde los
orígenes al centro. Así, el desdoblamiento del sistema vocálico
en dos subsistemas condicionados por el acento: con siete
unidades vocálicas en posición tónica y neutralización
o reducción en posición átona. El vocalismo central es más
simple: cinco fonemas vocálicos prácticamente en todas las
posiciones. En cuanto al consonantismo la concordancia se da
especialmente entre el catalán y el portugués (que en este
aspecto es una fase arcaica del gallego). La nota más
diferenciadora es la pertinencia del rasgo de sonoridad en la
serie de las sibilantes, frente a la pérdida de esta distinción
en el centro.
La
semejanza entre estas dos áreas marginales es, en este caso, una
muestra clara de la existencia anterior de una gran área
compacta en toda la Romania hispánica: unidad que se remonta al
latín imperial en el caso del sistema de siete vocales, y unidad
de consonantismo hispánico en el período medieval. Las áreas
marginales se han mostrado más arcaizantes, han conservado una
situación más antigua, latina o romance. En el centro, por el
contrario, aunque pasó por las mismas fases, ésas tuvieron menos
arraigo, fueron más inestables y evolucionaron hacia nuevas
soluciones, hacia un nuevo equilibrio.
Esta
divergencia profunda del centro frente a las áreas marginales
parece estar en relación evidente con el grado de romanización,
profunda y uniforme y continuada en Cataluña; tardía, pero
intensa y muy unificada y armónica en Galicia, frente a la
romanización tardía, débil y desigual del centro (ya nos hemos
referido a la re-romanización tardía de los repobladores vascos
de la Rioja o de Burgos). A este hecho hay que añadir la
posición marginal, al Este o al Oeste, más favorable a la
conservación de primitivas tendencias, frente a la pluralidad de
influjos propios de una zona central (Cataluña, por otra parte,
en relación con Francia, apoyaba en este aspecto la propia
tendencia autóctona).
Junto
a esta tendencia común, primitiva y hasta cierto punto
perdurable, en las dos áreas marginales, el catalán y el
gallego, surgen tempranamente rasgos propios que les dan una
clara personalidad en el conjunto románico.
Así el catalán
tuvo un desarrollo muy complejo y muy peculiar en determinadas
zonas del vocalismo y del consonantismo. El vocalismo ofrece
además una escisión dialectal muy importante y probablemente muy
antigua. Lo más destacado es la presencia en el catalán oriental
de la realización dé una
/ə/
centralizada, que aparece como
correlato de la /é/ latina y, en posición átona, como
archifonema de /e/ y de /a/.
El
catalán ha debido tener en los orígenes un fuerte acento de
intensidad. De ahí procede la gran reducción silábica, la
pérdida de vocales finales y consiguientemente la abundancia de
fonemas consonánticos en posición implosiva. El catalán se ha
definido como una lengua con predominio consonántico, y
abundancia de palabras monosilábicas y bisilábicas. Todo ello le
da una fisonomía peculiar entre las lenguas hispánicas.
Estas
particularidades arrancan del período prerromano. Cataluña
estaba poblada por pueblos iberos, sobre los que no había
actuado el influjo celta, bien diferenciados por el norte frente
a la zona del provenzal y también por el O. de los Iacetanos y
de los Ilergetas, más allá del Esera. A este fondo étnico y
lingüístico peculiar se añade después una romanización temprana
y continuada, con evidentes huellas del latín dialectal itálico.
El
tema de la agrupación del catalán dentro del mundo románico ha
sido muy discutido. Pero parece que lo definitivo, por ahora, es
que el catalán es una lengua románica que fundamentalmente surge
del latín hablado en Cataluña con huella del sustrato prerromano
y de las especiales condiciones de romanización. Presenta un
conjunto de concordancias con los demás romances hispánicos o
con algunos de ellos en particular. Su posición y sus relaciones
naturales cori la Galia y con Italia explican otros rasgos
diferenciadores frente a los romances hispánicos.
Paralelo al catalán surge pronto en el Noroeste peninsular una
lengua románica, muy bien definida en el conjunto hispánico y
bien delimitada de las lenguas centrales. A la constitución y
permanencia de esta lengua contribuyeron conjuntamente factores
geográficos e históricos. Su posición de máximo aislamiento en
el finisterre peninsular facilitaba la relación y la estabilidad
de los pueblos que allí se establecían y la uniformación de sus
lenguas. El Navia fue en la época prerromana frontera étnica y
probablemente lingüística entre galaicos y astures, división que
se perpetúa en el período romano entre el convento jurídico
lucense y el asturicense. Este río ha seguido siendo un límite
lingüístico entre el gallego y las lenguas centrales.
Al
revés de lo sucedido en Cataluña, aquí lo predominante ha sido
el sustrato celta, probablemente en una lengua unificada, como
parece revelarlo la escasa fragmentación dialectal del gallego
moderno. Es difícil probar que la oposición del gallego
atlántico (con seseo y geada) frente al continental se base en
sustratos prerromanos. Prescindiendo del seseo que evidentemente
es un fenómeno moderno, la geada es, según Pensado, un resultado
del intento de acomodarse a la /x/ castellana. Los hábitos
celtas facilitaron la penetración del latín, lengua de la misma
familia, y a eso hay que añadir una romanización tardía, pero
intensa, con un latín procedente de la Bética, la zona más
romanizada. A diferencia de Cataluña, Galicia recibió un latín
menos dialectal, más unificado. Todos estos hechos explican la
evolución más rectilínea del latín galaico, más próximo a su
origen.
Las
particularidades de la lengua gallega en la entonación o en la
especial distribución de su vocalismo y consonantismo proceden
probablemente de hábitos de entonación o acentuales
antiquísimos, que se trasladaron al latín. Frente al catalán,
hay que suponer un ritmo acentual ondulante y variado, con
acentos de diversos grados dentro de la palabra. El gallego es
la lengua hispánica en que la reducción silábica fue mínima, la
que más ha conservado en el habla popular los esdrújulos
latinos; también frente al catalán, es una lengua con predominio
vocálico, no sólo por la perduración del vocalismo final, sino
por la debilitación máxima de consonantes implosivas o
intervocálicas. Esto origina la frecuencia de grupos de vocales
en contacto. La caída de /-n-/ puede dar lugar a un subsistema
de vocales nasales. Todo este conjunto de hechos es sin duda uno
de los factores que da el carácter musical que tan
frecuentemente se ha señalado en la lengua gallega.
Vemos, pues, cómo se constituyen pronto por el NO y por el NE
dos lenguas románicas, con límites bien definidos frente a las
hablas centrales próximas. Las agrupaciones étnicas y
lingüísticas prerromanas se refuerzan en las nuevas divisiones
administrativas romanas.
El
gallego y el catalán tienen unas fronteras antiquísimas con las
lenguas centrales. El Navia y el Esera, límites aproximados
entre gallego y asturiano, catalán y aragonés, separaron
sucesivamente unidades étnicas prerromanas y conventos
jurídicos. Las diversas agrupaciones administrativas posteriores
no borraron, sin embargo, el antiguo límite lingüístico.
En
contraste con lo que sucede en el NO y el NE, el centro presenta
(en la parte septentrional), una gran complejidad, que, aunque
reducida progresivamente, se ha mantenido desde los orígenes
románicos.
En
este caso, también hay que buscar la causa de estos hechos en
los factores geográficos e históricos. La diversidad de relieve,
de clima y de paisaje vegetal y humano en toda esta amplia zona
es evidente. Dentro de ella vivían en la época prerromana
pueblos muy variados en raza, organización o lengua, algunos
establecidos con cierta estabilidad dentro de un determinado
territorio, pero otros en expansión o en retroceso o mezclados
entre sí. Las divisiones administrativas romanas no se
corresponden hoy aquí con áreas lingüísticas.
Las
unidades lingüísticas que hoy observamos no son pues
prolongación de una relativa unidad primitiva, sino la derivada
de una interpenetración o de una nivelación posterior.
Esta
gran área central se fragmenta en otras menores de carácter muy
desigual: dos pequeñas marginales (la leonesa y aragonesa), de
orientación norte sur, pero de forma trianguiar con la base al
norte y la progresiva reducción hacia el sur; y otra mayor, lá
castellana, entre ellas.
El
leonés y el aragonés presentan caracteres semejantes tanto
externos como internos frente al castellano. En ambos casos no
se puede hablar ni en el período medieval ni en el moderno de
una verdadera lengua, sino de un conjunto de hablas, que
funcionan cada una como lenguas funcionales y conjuntamente como
un diasistema. Se ha continuado, especialmente en el dominio más
norteño, la fragmentación dialectal latina o románica primitiva.
Por circunstancias humanas y políticas bien conocidas, no se
produjo una nivelación que condujese a una lengua perfectamente
definida. La literatura medieval leonesa o aragonesa no podía
reflejar ni refleja la variedad dialectal. Usa una lengua
próxima a la castellana con rasgos dialectales autóctonos. La
fragmentación dialectal disminuye hacia el sur, pero
simultáneamente se produce el acercamiento al castellano.
Leonés y aragonés se presentan como un conjunto de hablas de
transición entre el gallego y el castellano (el leonés), o entre
éste y el catalán (el aragonés).
Aragonés y leonés, aparte de los rasgos propios de cada uno de
ellos, poseen algunos comunes, que, en la mayoría de los casos,
son arcaísmos respecto al castellano. Así la perduración de la
/s/, de antiguos diptongos
(-iello / -illo)
o la
diptongación ante yod. Pero es difícil encontrar rasgos comunes
a todo el conjunto.
El castellano empieza a constituirse en la parte más central del
centro, en territorio cántabro, entre astures y vascones
o
pueblos vasconizados. Son zonas con romanización débil, tardía y
desigual, con entrecruzamiento de grupos étnicos y lingüísticos,
donde las antiguas lenguas prerromanas perduraron por más
tiempo, hasta el punto de que una, el vasco, ha seguido actuando
hasta hoy.
Los
azares de la Reconquista, lo mismo la expansión y
la colonización hacia el sur, como las
relaciones entre reinos cristianos fronterizos, origina una
interrelación entre los distintos pueblos, lenguas y dialectos.
Se produce, sobre la marcha, una nivelación lingüística, se crea
una norma que luego actuará a modo de superestrato sobre los
primitivos dialectos de su misma área.
La
unidad del castellano no es, pues, una unidad derivada de una
vieja unidad latina, sino creada al desplazarse a otros
territorios. Vicente García de Diego ha señalado la pobreza de
dialectos internos del castellano, en contraste con la riqueza
de dialectalismos, la gran capacidad de absorción de variantes
locales o regionales. La dificultad de reducir a leyes rigurosas
la evolución fonética castellana está en relación con esta
fusión de los dialectos internos en un sistema fonológico o
gramatical, pero conservando en la distribución de fonemas o en
las variantes de sentido la primitiva forma dialectal. Se ha
señalado como rasgo del castellano esta no separación rígida
entre la modalidad culta y unitaria frente a las variedades
dialectales o familiares. Pero quizá esto ha facilitado su
máxima viveza,, su gran capacidad receptiva y asimilativa.
Esta
interpenetración dialectal no se dio sólo en el dominio
propiamente castellano, sino que afectó a las zonas
fronterizas de Castilla con León, Navarra,
Aragón. Hacia el Este y el Oeste se
borran los límites del castellano con el aragonés, el leonés o
el romance navarro. Y los esfuerzos para encontrar la frontera basada en las
divisiones de los reinos medievales
fracasan. Como ya hemos dicho, la marcha dé la lengua en las zonas del norte no coincide
con las divisiones administrativas
medievales.
-
Manuel Alvar ha señalado cómo la Rioja es en la época
antigua y medieval una encrucijada de
pueblos y lenguas entre Castilla, Navarra y Aragón. Hay
dialectalismos riojanos en el
período medieval y en el moderno, pero no un dialecto riojano definido. No hay un corte
lingüístico: de la modalidad castellana se pasa a la aragonesa a
través de la Rioja de modo,
insensible.
..
No
obstante, las huellas del riojano perduran en el léxico, a pesar
de la uniformación fónica y gramatical. Diego Catalán,
superponiendo mapas del
ALEA
y del
ALPI,
ha mostrado la continuidad de
formas léxicas desde la Navarra Najerense hasta Andalucía
oriental. Y ve cómo esto revela un dialecto celtibérico latente
entre el castellano y el aragonés.
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Considerando en conjunto todos estos hechos quizá haya que
reinterpretar en qué consiste o a qué fue debido el sorprendente
proceso de castellanización que afectó a lo largo de la Edad
Media a Navarra, gran parte del vasco, zonas centrales y
meridionales de Aragón y dominio leonés central y oriental.
González Ollé ha demostrado la existencia de un romance navarro,
en el que están escritos los textos medievales, nacido del latín
de Navarra. Y no encuentra explicación satisfactoria a cómo en
el siglo XVI este romance se ha esfumado; se había perdido la
conciencia de él. La explicación —me parece— no es política,
pues la castellanización se produce cuando Navarra era aún reino
independiente. El romance navarro, en mi opinión, no es
desplazado por el castellano, sino que se confunde con él,
porque nace sobre un sustrato semejante al que nació el
castellano. Este romance, pues, coincidía en lo fundamental con
el castellano. Esta es la causa de la frecuente eliminación de
/f/ o el uso de /ĉ/ procedente de /kt/.
Algo
semejante sucedió en los dominios del leonés y el aragonés.
Aunque antes nos habíamos referido a ellos como lenguas de
transición entre el castellano con el catalán o el gallego,
básicamente sus concordancias esenciales las sitúan en bloque
junto al castellano desde los orígenes. Badía ha podido definir
el aragonés como un «dialecto lateral del castellano». Esto no
es exactamente así en todo tiempo y lugar, pues leonés y
aragonés proceden directamente del latín allí hablado en la
época romana. Pero de hecho sus semejanzas con las hablas de
Castilla hicieron posible la interpenetración, el sentimiento de
que las diferencias eran sentidas por los hablantes como simples
variantes, propias de los dialectos internos de
toda lengua. De este modo la sustitución de
muller
por
mujer
o de
muito
por
mucho
en el
aragonés del siglo XV o XVI no significa ningún cambio fonético de /-ll/
a /ž/ o a /x/, o de /it/ a /ĉ/, sino la eliminación de la
variante menos frecuente. A través de esta serie de sustituciones,
las modalidades leonesas,o aragonesas, tal como las usan la mayoría
de los hablantes, funcionan como dialectos del castellano.
El castellano, pues, no se difunde, sino que se confunde con las
demás lenguas centrales. En su constitución influyeron decisivamente
no sólo los dialectos propiamente castellanos sino los de las áreas
próximas aragonesa, leonesa o navarra.
La
expansión del castellano en la época moderna en el dominio gallego o
catalán tiene otras características. Se produce un contacto entre
lenguas perfectamente diferenciadas. Los préstamos o intercambios
mutuos no perturban la pervivencia o la separación en la mente de
los hablantes de los dos sistemas lingüísticos.
Vemos,
pues, cómo en el Norte, surgen por el Esté y el Oeste lenguas que se
han continuado hasta hoy en sus antiguos límites y en el mismo
estado de unidad (gallego o catalán) o fragmentación (leonés o
aragonés). El moldeamiento lingüístico procede de atrás, no es una
consecuencia de los nuevos reinos cristianos. Sólo en la parte más
central, en el dominio castellano y áreas próximas se produce una
importante renovación lingüística que será como un nuevo centro de
unificación.
A medida
que avanzamos hacia el Sur, la situación se modifica. Aquí, el
factor de la Reconquista y la repoblación, así como la pertenencia a
uno u otro reino, es fundamental para las lenguas romances y sus
fronteras. La repoblación a base de gentes de diversa procedencia
lingüística ha conducido necesariamente a una nivelación. Por eso la
diversidad dialectal norteña se va eliminando, y las lenguas quedan
reducidas a tres: portugués / castellano / catalán. Los límites
sueltos del norte se funden en un haz de isoglosas, sin apenas
dialectos de transición.
El
gallego se continúa en el portugués y sufre modificaciones derivadas
del contacto con la población mozárabe y, más tarde, la
independencia política de Portugal repercute en una
desgalleguización y también en un alejamiento respecto al
castellano. El gallego, al quedar políticamente dentro de los reinos
centrales sufre la influencia de sus lenguas. Pero a su vez, las
gentes de habla gallega intervienen activamente en la repoblación
del reino de León y Castilla, por lo cual sus hábitos lingüísticos
pasan a ser un factor de cierta importancia en la elaboración del
castellano moderno.
Por el
lado oriental, el catalán se continúa por Baleares y la zona costera
del reino de Valencia. La modalidad valenciana está más próxima al
catalán occidental, mientras que el balear viene a ser una fase
arcaica del oriental. La explicación, por lo que se refiere al
balear, parece clara. Predominó en la repoblación gente del oriente
catalán. Los rasgos primitivos se mantuvieron más fielmente que en
el continente por su misma posición insular. El porqué de la
coincidencia del valenciano con el leridano ha sido objeto de
discusión. Sanchis Guarner da mucha importancia al fondo mozárabe y
defiende además una concordancia lingüística prerrománica entre las
gentes de Valencia y Lérida / las de Barcelona y Gerona. Teniendo en
cuenta que en la repoblación intervinieron catalanes orientales y
occidentales más gentes de Aragón, parece más clara la explicación
de Alarcos. Cuando coexisten tres normas, triunfó la común a dos
grupos y se eliminó la que sólo era propia de uno. Así en el
vocalismo átono, se impusieron las cinco vocales del aragonés y del
leridano. En cambio, en el vocalismo tónico se eliminó la
diptongación, propia sólo del aragonés y también la solución de la
/e/ centralizada, exclusiva en principio para el catalán oriental.
Por lo
que respecta a la zona central, la nivelación producida primeramente
en el castellano primitivo, vuelve a repetirse en otras condiciones
en Castilla la Nueva y Andalucía. El dominio leonés y aragonés se
reduce hacia el Sur y se confunde con el castellano.
El
andaluz se define a comienzos de la Edad Moderna como un dialecto de
fuerte personalidad frente al castellano septentrional. Destaca por
sus aspectos innovadores y progresistas especialmente en el plano
fónico y también por su gran uniformidad dialectal. En la
constitución del andaluz han influido las circunstancias de la
repoblación, la procedencia de los repobladores, el habitat
concentrado, y también la huella de los hablantes mozárabes, lo
mismo en los hábitos románicos como en los derivados del bilingüismo
románico-árabe.
También
en las fases de la conquista, el carácter de la repoblación habrá
determinado las dos modalidades dialectales: la oriental más
conservadora, de menor movilidad por su situación y por ser la
últimamente reconquistada con cierto influjo aragonés, y la
occidental, con centro en Sevilla, la de máxima nivelación
lingüística con mayor pluralidad de influencias: castellana,
extremeña, leonesa, gallega. El castellano, forjado en Andalucía con
aportación de todas las gentes del reino de Castilla, será la base
del español de América, y en algunos aspectos avanza también, como
ha señalado Gregorio Salvador, hacia el castellano del Norte.
El
extremeño por un lado y el murciano por el otro son de transición
con el leonés o con el aragonés.
En el
panorama lingüístico actual de la Península Ibérica se refleja la
historia de España y el largo proceso dialéctico hacia la
unificación y hacia la diversificación. Todas las lenguas son
penetrables porque todas tienen en grados diversos la misma
organización y porque todas son imperfectas o, mejor, perfectibles.
La comunicación acerca las lenguas, mientras que el aislamiento las
particulariza.
Las fases
de esta larga historia son visibles en las lenguas de hoy.
Del
período prerromano queda el vasco como testimonio vivo y único; pero
al mismo tiempo el vasco es un símbolo de una cierta unidad'
lingüística prerromana que afecta a todas las lenguas de España.
En el
período romano se realiza la máxima unidad lingüística con el latín
como base, unidad que perdurará en cierto modo hasta hoy. Pero de
las condiciones prerromanas y de las derivadas de la romanización
surgen variedades muy diversas dentro del latín hispánico.
En el
período medieval, y como consecuencia de la invasión árabe y de la
Reconquista, se produce una división política norte sur, de límites
fluctuantes, de la qué procede la actual repartición lingüística
peninsular con las características ya mencionadas.
Contempladas conjuntamente, las fronteras entre lenguas y dialectos
no son rígidas. Frente a las áreas ya señaladas hay otras que
conducen a diversas agrupaciones posibles. Así el catalán forma en
algunos aspectos un bloque con el aragonés y en otras ocasiones con
el leonés y con el conjunto de lenguas centrales frente al gallego.
Este, por otro lado, concuerda en algunos puntos con el leonés,
sobre todo el occidental, y a veces la concordancia abarca a todas
las lenguas centrales. La relación secular de Galicia con las zonas
centrales ha sido un factor en la evolución convergente, y ha
motivado un doble influjo: del gallego en la elaboración del
castellano, y el de la penetración lenta del castellano en Galicia a
través de sus propios emigrantes, lo que origina un frecuente y
fácil dominio y alternancia de los idiomas. Cataluña, en cambio,
estuvo más aislada del centro, vuelta al Mediterráneo, esto ha
motivado que las dos lenguas no entrasen en íntimo contacto hasta
una época más moderna. De ahí procede, sin duda, la mayor dificultad
para usar al mismo tiempo y con facilidad los dos idiomas.
NOTA BIBLIOGRÁFICA
De la extensa
bibliografía sobre la materia tratada, hemos hecho una breve
selección, agrupada en dos apartados:
a) Obras de carácter general;
b) Estudios sobre temas concretos, aludidos directamente o
indirectamente en este trabajo.
a) OBRAS GENERALES
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española,
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y estructura de los sistemas vocálicos hispánicos.
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española,
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Sobre las lenguas
prerromanas de la Península Ibérica, véanse los estudios de A.
Tovar, R. Lafon y J. Hubsmid, en E.L.H., Tomo I, y en la misma obra
estudios sobre el latín hispánico de S. Mariner, M. C. Díaz y J.
Bastardas, y el de Sanchís Guarner sobre el Mozárabe peninsular.
b) ESTUDIOS SOBRE
TEMAS CONCRETOS
Alarcos,
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constitución del vocalismo catalán,
H.D.A.;
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Algunas
consideraciones sobre la evolución del consonantismo -catalán,
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