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Quisiera empezar haciendo una analogía con la lingüística moderna. La mayoría de los estudiosos en este campo están de acuerdo en que las reglas de una gramática generativa deben ser precisas; pero el hablante es generalmente inconsciente de estas reglas y, sin embargo, tan consciente de sus propósitos al comunicar que pronuncia frases correctas que incluso pueden ser completamente nuevas y originales. Así sucedió con los castellanos de este período que, inconscientes de la gramática generativa de la guerra, luchaban conscientemente por objetivos específicos, y cada episodio de la guerra era nuevo y nunca se había «enunciado» antes. ¿Es posible descubrir algunas de las reglas de esta gramática generativa de la guerra para la Castilla de este período?
Según el estudio de los zoólogos y antropólogos se podría afirmar que una de las principales funciones instintivas de la agresión y de la guerra era el asegurar la paz y el orden dentro de la sociedad (1). Para estos estudiosos tal función es instintiva, pero su enfoque no difiere del de los juristas internacionales, qué a través de los siglos han estado de acuerdo en que la guerra es simplemente una continuación de la justicia por otros medios. En la Castilla de la Alta Edad Media, las guerras, rencillas y vendettas eran una extensión de la ley consuetudinaria. Este aspecto de la guerra es típico de una sociedad donde la autoridad pública y la justicia son débiles, y como resultado nos encontramos con que es una característica permanente de las regiones fronterizas de Castilla. Por ejemplo, los estudios de Carriazo sobre la región fronteriza de Jaén durante sus períodos de paz en la Baja Edad Media revelan 1.Jn recurso similar a rencillas, incursiones y matanzas cuando las normas establecidas, que incluían a alfaqueques, rastreros y el sistema de paz fronterizo, se rompían (2). La idea de resolver disputas mediante luchas entre campeones armados es un ejemplo aún más específico de guerra como paz. Por supuesto, tales batallas entre campeones armados se hacían de acuerdo a las reglas, y esto me permite mencionar brevemente el concepto de guerra como ritual o juego. Normalmente, el prestigio social de los guerreros ha estado vinculado a la muerte del enemigo, pero frecuentemente este vínculo se ha invertido; es decir, la muerte del enemigo ha sido menos importante que la habilidad del propio guerrero para jugar con su propia muerte en orden a afirmar su valentía. Pero estos conceptos de guerra (y sus ramificaciones) no nos interesan en este artículo. En lo que a la guerra a gran escala se refiere, no necesitamos estudiar el comportamiento animal porque la mayoría de los generales y caudillos se han apresurado a afirmar que su guerra en particular ha sido una continuación de la justicia por otros medios. Pero, inevitablemente, surge la sospecha de que, a diferencia del comportamiento instintivo del grupo dominante en, por ejemplo, una manada de mandriles, una aristocracia guerrera en cualquier sociedad humana es consciente de que su dominación depende en último término de la fuerza y el resultado es que sus miembros fomentan conscientemente las condiciones bélicas que justifiquen su existencia. ¿No podría ocurrir que la tan ortodoxa y conocida visión de la Reconquista sea un ejemplo?
Ortodoxia histórica En pocas palabras, el enfoque ortodoxo de la Reconquista dice que aunque Pelayo nunca pronunciara su discurso en Covadonga las palabras que las crónicas le atribuyeron después representan el programa político de los reinos de Asturias, León y Castilla, es decir, los reyes creían ser los herederos de los visigodos, y los cristianos eran conscientes de un destino manifiesto que les llamaba a recuperar las tierras que les había arrebatado el Islam. Sobre todo, la mayoría de los cronistas medievales tenían absolutamente claro que el factor más importante que provocaba la guerra era precisamente el de las diferencias religiosas entre cristianos y musulmanes. La evidencia en favor de este enfoque desde finales del siglo XI en adelante es abrumadora: cartas y enviados papales instaban a campañas de cruzadas, y la Iglesia ofrecía no sólo indulgencias, sino también legados para allanar las tensiones entre los reyes cristianos y dinero para ayudar al esfuerzo militar. Pero aceptar esta evidencia no es más que estar de acuerdo en que un grupo pequeño y dominante imponía su ideología cristiana al resto de la sociedad, y casi no es necesario enfatizar que la fuerza de esta ideología (que no era instintiva, sino que tenía que ser enseñada y aprendida) variaba cronológica y social mente. En el Poema de Mio Cid, por ejemplo, a pesar del compromiso ideológico del obispo Jerónimo en la guerra contra los musulmanes, la actitud de los guerreros es más realista: Minaya Alvar Fáñez aconseja a sus compañeros que si con moros non lidiaremos no nos daran el pan (673). y el Cid mismo dice al conde cristiano de Barcelona: Prendiendo de vos e de otros ir nos hemos pagando (1046). En resumen, aunque puede que los que impusieron la ideología estuvieran seguros de su contenido, a quienes les fue impuesta, incluyendo los conquistados, ha bía que enseñarles que era la verdadera y que quizá merecía la pena luchar por ella. La confusión y el desorden podían ser angustiosos, y en una fecha tan avanzada como 1577 encontramos a don Cosme Abenamir de Benaguacil explicando a la Inquisición que cuando él tenía doce años su madre le había enseñado a ayunar en Ramadán, a creer que Santa María era virgen y santa, pero no la madre de Dios, y a creer que Jesucristo era hijo y profeta de Dios, pero que Mahoma era también su profeta. En realidad, el problema de la Reconquista es mucho más complicado de lo que yo he sugerido y volveré al problema generativo más adelante. Por el momento, sin embargo, quisiera tratar del significado de la característica más notable de la guerra en la Castilla feudal; a saber, el hecho de que su intensidad y duración fue mucho más pronunciada que en casi todos los otros países de Europa occidental. Hay una larga tradición de pensadores que aceptan más o menos tácitamente la visión de que la guerra ha actuado como un estímulo para el progreso. La guerra es la prueba suprema de las instituciones políticas y sociales de un país: las victorias confirman la eficiencia de ésta, y si una derrota desastrosa no precipita a una revolución, al menos precipita a los gobernantes y a sus oficiales a una búsqueda nerviosa de instituciones nuevas y más eficientes. Esto, por supuesto, es lo que podría llamarse un argumento funcional y darwiniano (la supervivencia de los mejor dotados), y es particularmente relevante para el caso de Castilla no sólo en el período temprano, sino que, quizá, aún más durante los siglos XIII y XIV (3).
El centro del poder Como zona fronteriza, Castilla empezó a destacar precisamente porque su posición geográfica expuso a sus habitantes a repetidos ataques, y ya a finales del siglo VIII los cronistas musulmanes se referían a este territorium castelle como AI-Qila (los castillos). Claro que más tarde fue Castilla (más que León) la que dominaba la tarea de la Reconquista y la existencia de una crisis militar continua ayudó a fortalecer el poder real. El rey se convirtió en la figura central, alrededor del cual se organizó la Reconquista: él coordinaba las grandes campañas y dirigía el trabajo de la colonización. Además, puesto que todas las tierras sin señor pertenecían al rey, la Reconquista aumentaba los recursos reales y todos los que recibían tierras dependían en último término del favor real. La Iglesia también fue relegada a un papel estrictamente secundario porque, en Castilla, las rivalidades tan típicamente precarias y feudales entre los que ejercían el poder militar y los que controlaban las creencias mágico-religiosas fueron desde una fecha temprana decididamente resueltas en favor de la Corona y la aristocracia. A medida que la Reconquista avanzaba, las tareas de restaurar y crear diócesis, de elevar sedes a arzobispados, de confirmar la fundación de monasterios y de nombrar obispos y abades eran todas ellas realizadas básicamente bajo el control real. Y puesto que los papas y obispos estaban dedicados a la tarea de la victoria sobre el Islam, la monarquía castellana podía hacer uso libre de las riquezas eclesiásticas. En cada etapa de la Reconquista' la Iglesia tenía que contribuir económicamente. Para la campaña de Las Navas, por ejemplo, el clero de Castilla y León entregó la mitad de su renta anual; Gregorio IX donó 60.000 mrs. a Fernando III para la campaña contra Córdoba, y para la campaña de Sevilla de 1247, Inocencio IV entregó las tercias eclesiásticas. En este último caso, aunque las tercias fueron en teoría donadas sólo temporalmente, pronto se convirtieron en un elemento permanente de los ingresos reales. Tales concesiones, desde luego, no le costaban nada al papado, ya que el dinero se sacaba de las Iglesias de León y Castilla. La Iglesia castellana ní siquiera estableció una tradición de mantener concilios y sínodos regulares y sus obispos, naturalmente, buscaron dirección y consejo en la Corte Real. El enfoque darwiniano se puede aplicar también a los siglos XIII y XIV. En Europa occidental los reyes crearon un aparato de Estado propio a lo largo de prolongados esfuerzos para establecer su autoridad en contra de su propia nobleza o en contra de otros gobernantes. Y si es verdad que el Estado se desarrolló como un producto secundario de la guerra, entonces deberíamos esperar que la Castilla feudal, nacida y formada en medio de guerras continuas, emergiera a finales de nuestro período como potencialmente uno de los Estados más poderosamente centralizados (relativamente hablando) de Europa. De hecho, las crisis bélicas del siglo XIV fueron cruciales a este respecto. La guerra civil, la intervención extranjera y la derrota en Aljubarrota significaban que, aparte de la crisis en la naturaleza de la autoridad real misma, los problemas vitales del Gobierno en la Castilla del siglo XIV eran militares y fiscales. Por ejemplo, el recurso fiscal de mayor consecuencia consistió en la aparición de un nuevo impuesto, la alcabala, y la conversión de este impuesto en una fuente regular y permanente que no requería el consentimiento de las Cortes, En 1342, Alfonso XI, falto de dinero a consecuencia de la guerra contra los musulmanes, consiguió la concesión del impuesto de alcabala temporalmente para el propósito específico de financiar la conquista de Algeciras; la guerra, sin embargo, era permanente y ya a finales de siglo este impuesto era exigido anualmente y las Cortes no tenían voz ni voto en el asunto. Este ejemplo podría ser apoyado por otros relacionados con las reformas administrativas, por ejemplo, la creación de la audiencia, la aparición de las contadurías mayores y el uso de libramientos de «tierra» para asegurar la existencia de un «ejército». Pero más que este detalle es el funcionamiento general del modelo darwiniano lo que interesa, y si consideramos a Castilla dentro del contexto europeo occidental nos encontramos con una estructura claramente definida. Dos naciones sufrieron prolongadas guerras civiles e invasiones extranjeras durante el siglo XIV: Francia y Castilla. Aunque los desastres militares en ambos países condujeron a un aumento temporal de los poderes de las asambleas representativas (états y cortes) hubo un aumento notable de los poderes, tanto teóricos como prácticos de la monarquía. De hecho, la primera formulación europea de una teoría práctica de absolutismo real tuvo lugar en Castilla. De igual modo, aunque difi'riendo en algo del taille francés, la alcabala bien puede compararse con el impuesto francés, puesto que surgió de las necesidades de la guerra, se convirtió en una imposición permanente y constituía más del 50 por 100 de los ingresos regulares de la Corona. De hecho, casi todas las instituciones que iban a ser típicas del ancien régime en los dos Estados surgieron de las reformas provocadas por las guerras del siglo XIV. En contraste, Inglaterra y la Corona de Aragón no sufrieron (o al menos no de forma tan continuada) las inversiones extranjeras del mismo modo, y los monarcas de ambos países fueron limitados cada vez más por sus instituciones constitucionales o pactistas, no desarrollaron el absolutismo real, no tuvieron ejércitos permanentes y disponían de recursos financieros muy débiles. Durante la Baja Edad Media, tanto Francia como Castilla sufrieron derrotas humillantes (Crécy, Poitiers, Agincourt; Nájera, Aljubarrota) y en ambos países se impusieron reyes con el apoyo de ejércitos extranjeros; pero ya a principios de la Edad Moderna, el poder político de Europa estaba dominado completamente por España (y esto quería decir las armas y el dinero castellanos) y Francia, mientras Inglaterra casi no podía mandar un ejército pequeño al continente. Por muy útil que sea el modelo darwiniano, sin embargo, puede llevar a la confusión desde varios puntos de vista. Concentrándose en el desarrollo del Estado, olvida aspectos cruciales del desarrollo sociopolítico e implica que los más fuertes militarmente son también de alguna manera superiores «moralmente». Sobre todo ignora el hecho de que el Estado es la expresión de intereses de clase o de grupo, y que incluso con la guerra permanente como estímulo al desarrollo los gobernantes y sus instituciones no pueden sobrevivir, por muy fuertes que sean, sin el apoyo de las clases o estamentos dominantes de la sociedad. Este apoyo, a su vez, depende de lo que algunos historiadores marxistas llaman el «mecanismo de excedente de extracción» (surplus extraction mechanism), pero antes de examinar la guerra en este contexto concreto me gustaría primero analizar la importancia de las guerras castellanas en relación a algunas ideas propuestas por Stanislav Andreski (4).
Los villanos se hacen señores La historia de la Castilla feudal aporta bastantes datos que apoyan la idea de Andreski de la Military Participation Ratio (MPR., Proporción de la Participación Militar). Según esta teoría, hay una fuerte relación entre el grado de participación de una sociedad en la guerra (es decir, la proporción de individuos utilizados militarmente entre la población total) y el grado de distribución de ganancias, status y prestigio sociales. Una MPR. alta, por ejemplo, trae consigo una nivelación de los rangos superiores de la pirámide social. La mayoría de las sociedades feudales de Europa se caracterizaban por una MPR. baja; sus habitantes no podían poseer el equipo propio de un guerrero, e incluso la posesión de un caballo estaba fuera del alcance de la mayoría. Por esta razón éstas eran sociedades con desigualdades sociales bien marcadas donde un pequeño estrato de guerreros profesionales recibía los beneficios de una MPR. baja y era mantenido por el resto de la población. Pero hasta por lo menos el siglo XII la Castilla feudal presentaba características completamente diferentes. La existencia de una frontera imprecisa, pero a la vez permanente y extensa, y la necesidad de proporcionar algún tipo de sistema defensivo muy flexible que se encargase de los ataques que pudieran emprender los musulmanes en cualquier punto fronterizo, significaba que la guerra no era exclusiva de un grupo cerrado de profesionales y guerreros. Por otra parte, aunque la MPR. era alta estaba limitada por la naturaleza técnica de la guerra: no todos podían equiparse con un caballo y armas y, además, luchar a caballo, como señalaba Andreski, es relativamente hablando más difícil que conducir un tanque o un avión. Esta analogía es apropiada porque, así como la habilidad de un hombre para conducir un Spitfire durante la batalla de Gran Bretaña le dio inmediatamente una categoría y prestigio enormes, de igual forma casi se podría decir que entre los castellanos la posesión del caballo daba rango de nobleza. En Castilla, debido a las exigencias de la "guerra continua, la nobleza estaba identificada con esta caballería tan importante e indispensable para la frontera. Por esto, la nobleza no era necesariamente de sangre o linaje, y los villani que podían servir como caballeros ascendieron de rango y se convirtieron en caballeros villanos. Claro que para llegar a ser caballeros estos villanos tenían que mantener un caballo y armadura, y gozaban de los privilegios no por su linaje, sino en virtud de su participación militar. Puesto que uno de esos privilegios era la importante característica noble de exención de impuestos, el que una familia pudiera proporcionar servicio de caballero durante dos o tres generaciones aseguraba que los caballeros villanos se asimilaron pronto a los hidalgos. Además, incluso dentro de la nobleza de sangre había muchos que debían su ascenso social a las oportunidades económicas y militares proporcionadas por la vida y guerra fronterizas. El Poema de mio Cid ilustra la fama y el prestigio del infazón luchador en contraste con los hombres sin valor de gran linaje, tales como los príncipes de Carrión, y el inmediato ascenso social de los que ganaban caballos como botín: Grandes son los gozos que van por es lagar quando mio Cid gaño a Valencia y entro en la çibdad: los que fueron de pie cavalleros se fazen, el oro e la plata ¿quien vos lo podrie contar? (1211-4) Del siglo XIII en adelante las guerras castellanas tenían un grado mayor de profesionalización y un número menor de combatientes activos. Lo que nos importa aquí es la tendencia general más que el detalle. Así, por ejemplo, aunque sea verdad que el desdichado Enrique IV de Castilla prometiera en determinado momento otorgar status de nobleza a cualquiera que se comprometiera a luchar con él, hacia finales de la Edad Media la M.P.R. descendió a un nivel más o menos equivalente al de otros países de Europa occidental. Esta reduccíón de la M.P.R. acentuó las desigualdades jerárquicas y acabó con las tendencias de la Alta Edad Media a la nivelación de la pirámide social. En la Castilla de la Alta Edad Media, la elevada M.P.R. y la existencia de caballeros villanos nos permiten casi hablar de una «nobleza democrática» o le peuple en marche vers la noblesse. La sociedad castellana en la Baja Edad Media estaba dominada por un grupo relativamente pequeño de grandes familias aristocráticas. Ahora, puesto que la transición de una M.P.R. alta a una baja se dio tanto en el espacio como en el tiempo, no es tan sorprendente encontrar que Castilla acabose con una distribución geográficamente extraña de la nobleza. Incluso en el siglo XVI, los fu ncionarios fi nancieros del rey todavía basaban algunos de sus cálculos en la disminución del número de hidalgos de Norte a Sur: en el reino de León había tantos hidalgos como vecinos pecheras, mientras que en la provincia de Sevilla calcularon que la nobleza constituía menos del 10 por 100 de la sociedad laica. Pero, puesto que Castilla en toda su historia feudal tuvo una M.P.R. más alta que cualquier otro país de Europa occidental, sería de esperar que esto se reflejara en algunas comparaciones: vale la pena comparar, por ejemplo, las cifras que acabamos de citar para León y Sevilla con los cálculos de los historiadores, que dicen que en la baillage de Amiens de 1397 los nobles representaban sólo un 1,3 por 100 de la población y que en Francia entera sólo constituían un poco más del 1 por 100 de la población. La guerra, naturalmente, fue sólo uno de los factores importantes que ayudaban a definir la naturaleza de la historia y estructura social de Castilla. De mayor importancia a la larga era la naturaleza del mecanismo de excedente de extracción. El libro de Barrington Moore sobre los orígenes agrarios de la dictadura y la democracia contiene una famosa ilustración de una caricatura francesa del siglo XVIII: un campesino, encorvado sobre la tierra que cultiva, lleva a la espalda un obispo y un noble; el campesino está agotado por el trabajo, pero los dos que lleva a su espalda están lustrosos y bien alimentados (5). La caricatura está claro que simboliza la relación de excedente de extracción mediante la cual la nobleza y la Iglesia sacaban sus ingresos del sector desamparado de la sociedad, que era el que en realidad trabajaba la tierra.
Trabajar y hacer la guerra La justificación contemporánea de este sistema en el caso de Castilla se explicó en las Siete Partidas: era que la sociedad estaba dividida en los que rezaban, los que luchaban y los que cultivaban la tierra. Pero es importante observar que cada elemento en la caricatura era de hecho una variante histórica: por ejemplo, ya hemos visto que el porcentaje de la nobleza era mayor en el norte de Castilla que en Andalucía, y que en todo el reino de Castilla era superior al de Francia. Los historiadores han ido descubriendo que los cambios e interacciones entre las variantes de este mecanismo se explican mejor en términos malthusianos. Aqui tenemos algo que se aproxima a nuestra «gramática generativa» y, puesto que la importancia de Castilla estaba en relación con el hecho de que las variantes castellanas tuvieron un desarrollo único, es necesario concluir con un breve examen de este problema. Las deducciones qu'e se sacan de las explicaciones del modelo malthusiano varían enormemente, y es lógico que los historiadores de la Europa feudal no lo utilicen de la misma forma que, por ejemplo, los zoólogos (6). Para la mayoría de las sociedades feudales de Europa occidental entre los siglos X al XIII, los historiadores han diagnosticado una crisis en los recursos alimenticios a causa del crecimiento de la población, con el resultado de que las crisis de subsistencia se hicieron más graves y se produjo el consecuente colapso de la «Peste negra» (1348). Así, durante los siglos XII y xiii estas sociedades disfrutaron de u na economía creciente: aumento de población y de producción, inversión de capitales y un cierto grado de eficiencia en la explotación de la tierra por parte de la nobleza. Pero también había hambre de tierra, y con respecto a la proporción tierra - población se ha dicho que la economía de Europa occidental en el siglo XIII sufría de una «saturación» progresiva de la población que en muchas zonas estaba forzando la capacidad de manutención de la tierra a sus límites. Por consiguiente, la operación de las tijeras malthusianas -es decir, la disparidad cada vez mayor entre una población que aumentaba geométricamente y una producción agraria que estaba llegando a sus Iímites- significaba que una combinación de guerras, epidemias e inanición se hacía inevitable.
La nueva frontera Pero este análisis malthusiano tiene que ser invertido en el caso de Castilla. La llanura del Duero se tragó un número enorme de colonizadores y estaba todavía poco poblada cuando la frontera se trasladó hacia el Tajo; entonces con la Reconquista del siglo XIII el reino de Castilla casi se dobló en extensión. Con esta «saturación» de tierra, ¿cómo se iba a labrar esta tierra poco poblada? Es comprensible que muchos, antes que competir por la mano de obra para la explotación de la reserva, abandonaran la explotación directa de la tierra: una opción era el régimen arrendatario, otra era el pastoreo y todavía otra era la guerra. De hecho, teniendo en cuenta las oportunidades, privilegios y botines que la frontera aportaba, ¿no es posible que fuera la falta de población la causa de la Reconquista? Después de haber arrancado excedente de riqueza de una zona, ¿no sería natural que los guerreros siguieran adelante? «¡Ya cavalleros !», dijo el Cid a sus hombres, «dezir vos he la verdad: qui en un logar mora siempre lo se puede menguar». En la Primera Crónica General,. el legendario Bernardo de Carpio repite el consejo del Cid de una forma más directa: «Más gano yo en las guerras que en las pazes, ca el cauallero pobre meior uiue con guerras que non con pazes.» Podemos concluir diciendo, quizá, que en la Castilla. feudal de esta época la guerra no era una opción, sino una necesidad orgánica: servía para justificar la dominación de la nobleza guerrera, y dado el extraño comportamiento de las tijeras malthusianas era una forma de ganarse la vida. Sin duda, cuando las rentas eran bajas y fijas y cuando la explotación de la tierra y los derechos señoriales estaban lejos de ser rentables, era una manera opcional y más fácil de hacer funcionar el mecanismo de excedente de extracción. Durante mucho tiempo la guerra se dirigió hacia el exterior. Por ejemplo, la definición para la «Castilla» del siglo XI en el Rawd AI-mi'tar de al-Himyai termina: Alguien compuso los siguientes versos. «Los cristianos mandan expediciones al campo y se llevan botines: ¡todo lo que dejan a los habitantes se lo llevan después los árabes y el fisco! Todo el dinero del país se lo llevan a Castilla como pagos de tributos. ¡Qué Alá cuide de sus esclavos y tenga piedad de ellos !» Pero esta rapacidad podía también volverse hacia el interior contra el campesinado, como indica el Poema de Alfonso XI, de 1348: En este tiempo los señores corrían a Castilla los mezquines labradores pasa van grant manziella: los algas les toma van por mal o por codicia las tierras se hermavan por mengua de justicia. Todavía peor, como señaló Fernán Pérez de Guzmán, la nobleza castellana al final de esta época había llegado al límite absoluto del cinismo: «Ca la loable costumbre de los castellanos a tal punto es venida, que por aver el despojo de su pariente e amigo lo consintieran prender o matar.»
NOTAS
(1) Por ejemplo, Anthony Storr, Human Aggression (London, 1968); Konrad Lorenz, On Aggression (London, 1966); John Kennedy, «Ritual and Intergroup Murder: Comments on War, Primitive and Modern», en War and the Human Race, Ed. M. N. Walsh (London and New York, 1971). (2) Véase los artículos sobre este tema en Homenaje al profesor Carriazo (Sevilla, 1971), vol. I. (3) En líneas generales, Hegel, Nietzche y Malinowski forman parte de esta tradición. En términos más específicos los historiadores que han subrayado la importancia de la Reconquista enfocan este problema de una forma similar a los historiadores norteamericanos, que han seguido a Turner al subrayar la importancia de la frontera en la formación de la sociedad e historia de los Estados Unidos. (4) Stanislav L. Andreski, Military Organization and Society (London, 2nd edition, 1968). (5) La caricatura aparece en la cubierta de la edición «PaPerback», de Barrington Moore, Social Origins of Oictatorship and Oemocracy (London, 1966). (6) Véase, por ejemplo, Claire Russell and W. M. S. Russell, Violence, Monkeys and Man (London, 1968), donde son los problemas de falta de espacio y no los de alimentos las causas principales de la agresión y la «guerra». En Castilla, por el contrario, el problema era que había demasiado espacio.
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