Hemos visto cómo el monacato se extendió rápidamente por todos los países a orillas del Mediterráneo oriental. Al sur y al este de Antioquía los monjes eran en su mayor parte ermitaños o semiermitaños (lavra), salvo en aquellos monasterios paco mi anos que sobrevivieron en Egipto. Todo ese territorio fue invadido por el Islam a principios del siglo VII y la vida monástica que perduró siguió sin cambiar de carácter, pero tuvo poca influencia sobre el resto de la cristiandad y no recibió ningún nuevo impulso o idea de Bizancio o de Occidente.

En Asia Menor, por otro lado, el monacato era del tipo de Basilio, es decir, con una vida en común moderada pero totalmente regulada, y éste fue el que dominó en el Imperio bizantino, aunque no eran desconocidos los ermitaños y los ascetas extremados del tipo de los santos estilitas. La vida monástica tardó en llegar a Constantinopla, pero una vez allí prosperó rápidamente. En la época de Justiniano, en el siglo VI, había unos ochenta monasterios en la capital o a orillas del Bósforo y Propontis, casi todos de tamaño medio. Desde el principio el monacato bizantino se desarrolló siguiendo unas líneas bastante diferentes de las de Occidente, aunque hubiera inevitables parecidos, algunos muy acusados como evidencia de la tradición cristiana básica. Tanto en Oriente como en Occidente los monjes como cuerpo eran muy ricos, con amplias posesiones y algunos privilegios fiscales. Pero en Occidente no había paralelismo con las grandes ciudades de Oriente, y menos aún con Constantinopla, mientras que en Oriente no había pequeñas ciudades catedralicias ni poblaciones dominadas por un monasterio como centro religioso y económico. Tampoco en Oriente existían las condiciones de jurisdicciones fragmentadas y de degeneración feudal que convirtieron a los abades de la Europa occidental en magnates territoriales y figuras preeminentes en la vida política y social. En el Imperio oriental, las ciudades, y especialmente Constantinopla, albergaban una gran proporción de la población monástica de todo el territorio.

Como consecuencia de todo ello, el papel que representaron los monjes en las sociedades oriental y occidental fue bastante diferente. Así como en Occidente, por lo menos antes de 1150 poco más o menos, los monjes tuvieron casi el monopolio del liderato espiritual e intelectual, y una posición económica y social muy fuerte, aunque manteniéndose aparte de la vida e intereses cotidianos de los señores feudales y de los habitantes de los centros de población, en Oriente los monjes de los diversos monasterios se encontraban y mezclaban en las ciudades y asumían un papel preponderante en las discusiones teológicas, los acontecimientos políticos y los problemas éticos y piadosos del momento. Problemas como la moralidad de la boda de un emperador o de su segunda boda, y otros más profundos como la veneración de imágenes, eran debatidos y algunas veces decididos por los monjes de la capital, mientras que en determinadas épocas fueron conocidos por su tendencia a la lucha y a la acción violenta. A veces se reunían en grupos y actuaban literalmente como «grupos de presión». En esa sociedad altamente civilizada y diferenciada, los monjes no podían ni necesitaban capitanear movimientos literarios o filosóficos, pero como confesores y directores espirituales, escritores y hombres santos, ocuparon una posición en la vida devota del país sin paralelo en el Occidente medieval, aunque no desemejante de la de los jesuitas, capuchinos y otros religiosos en el siglo XVII en Francia. Además, en el reino del arte ocupaban la misma alta posición como miniaturistas y pintores que los monjes occidentales durante los siglos XI y XII.

Los primeros concilios regularon su estatuto mediante decretos que pasaron también a las leyes canónicas occidentales, y en el siglo VI el emperador Justiniano estableció un cuerpo legislativo que tuvo vigor hasta el final del Imperio. Esto, y las diferentes condiciones sociales, junto con el respeto bizantino por una tradición nunca rota, impidieron que el monacato oriental, en su conjunto, se secularizara completamente y siguiera el mismo ritmo de decadencia y reforma experimentado por el monacato occidental, pero también se opuso a la formación de nuevas órdenes y a la diversificación de las vocaciones. En general, y sobre todo después de las conquistas musulmanas, el Imperio bizantino era cultural y espiritualmente una sociedad homogénea de la cual los monjes eran una sección. Bizancio, al contrario de la Europa occidental, siguió siendo hasta el final una corporación religiosa. El emperador, los monjes, los obispos, los sacerdotes y el pueblo en general, a pesar de las facciones o de las revueltas palaciegas, seguían siendo conscientes de que tenían un lazo común y dependían entre sí en asuntos religiosos de una manera que no era posible en el difundido, nacionalizado, dividido y fuertemente hierático cristianismo occidental.

En su vida diaria, así como en muchos aspectos de su organización, los monjes bizantinos eran próximos parientes de los monjes negros occidentales. La ronda de oficios, las ceremonias y disciplina, incluso la doctrina espiritual eran esencialmente idénticas. Una simbiosis de los dos si bien no una unión, fue en ciertos momentos no solamente concebible sino que existió de hecho. Hubo en más de una ocasión monjes griegos en o cerca de Roma, y monjes latinos en el Monte Athos. Sin embargo, las diferencias principales subsistían. En Oriente los monjes no se modificaron esencialmente durante la Edad Media occidental. Antes del siglo IX no actuaban como misioneros o colonos como lo hacían los irlandeses y anglosajones y otros monjes occidentales, y aunque muchas veces las apoyaban financieramente, por ellos mismos no ejercían misiones educativas, hospitalarias o de otro tipo caritativo. Tampoco ejercían labores pastorales sacerdotales, ni en las parroquias ni en sus propios monasterios; por otra parte, siguiendo la firme costumbre de designar sólo célibes para el episcopado, la mayoría de los obispos orientales provenían de los monasterios.

El primitivo monacato de Constantinopla produjo determinados tipos o familias características de Oriente. Uno de éstos fue el de los monjes «desvelados» de un gran monasterio fundado por Alejandro de Chalcis, finalmente establecido en Constantinopla. En él una gran comunidad, dividida en tres coros, mantenía sin cesar el canto de los salmos, himnos y plegarias relevándose durante el día y la noche. Otro fue el famoso monasterio fundado por el cónsul Studius en 463 y regido unos siglos después por San Teodoro (alrededor de 798826) que dio a la gran comunidad, se decía que sobrepasaba el millar, un estricto modo de vida y un elaborado esquema de organización, adoptado por otras casas y encaminado a mantener la observancia y la disciplina a un alto nivel. Los «estuditas» fueron durante mucho tiempo la élite del cuerpo monástico, con una gran influencia que alcanzaba incluso a los emperadores. Teodoro fue un hombre de gran sabiduría, dotado del genio de la organización, y su monasterio tuvo un carácter no muy distinto del de Bec en los tiempos de Lanfranco y Anselmo. Sus escritos y reglas continuaron durante años dando inspiración e información, precisión y totalidad a las enseñanzas de San Basilio igual como en Occidente Benito cristalizó la doctrina de los padres del desierto establecida por Casiano. Pero ni Basilio ni Teodoro llegaron nunca a ser para los monjes orientales 10 que la regla de Benito y la Carta de Caridad fueron para Occidente. Los monasterios bizantino s no tenían regla. Seguían un esquema general común a todos, derivado en última instancia de la regla pacomiana y de las instrucciones de San Basilio, modificadas por la legislación conciliar e imperial y ampliadas por la práctica litúrgica posterior. Además, cada monasterio recién fundado recibía una carta (typicon) que regulaba la vida diaria y las observancias litúrgicas. Esta en general correspondía' a los «USOS) o «costumbres) de los monasterios occidentales, pero así como éstos podían llevarse de un monasterio a otro y ser aplicados dentro del cuadro general de la regla benedictina a todo un grupo (por ejemplo, el de Cluny), el typicon era sólo para una casa e incluía materias que en Occidente formaban parte de la regla.

Por grande y permanente -que fuera la influencia del monasterio de Studius con la enseñanza de Teodoro, mayor fue la influencia y la permanencia como foco de la vida monástica de la gran lavra del Monte Athos fundada un siglo después (963-4) por San Atanasio por sugerencia del emperador Nicéforo II Focas. Athos, estrecha y montañosa península de unos setenta kilómetros de largo, que penetra en el mar Egeo cerca de Salónica, elegida en principio por su inaccesible soledad, pronto se convirtió en una especie de república monástica con monasterios de todo tipo colgados de las escarpadas laderas como nidos de gaviotas. Al núcleo bizantino pronto se agregaron fundaciones del recientemente formado imperio europeo de los griegos. Servia, Rumania, Bulgaria y Rusia también contribuyeron a la fundación de monasterios. Además de veinte grandes establecimientos había unas doscientas pequeñas casas y más de cuatrocientas ermitas. El conjunto se mantenía a sí mismo, tanto gracias a los jardines, huertos y viñedos de Athos como a las propiedades del interior concedidas por benefactores, formando una colonia única en su época en Europa y tal vez en el mundo. Peregrinos y visitantes acudían en gran número, y contribuían a engrosar los fondos, los tesoros artísticos y los manuscritos preciosos. Como es sabido, ninguna mujer ni animal femenino ni representación de ellos estaba (o está) permitida en Athos. En siglos posteriores se formaron grupos similares de monasterios, colgados de las rocas o de las laderas, en Meteora en Tesalia y Mistra cerca de la antigua Esparta, en el Peloponeso. Estas, y algunas casas de Athos, eran literalmente inaccesibles y se llegaba a ellas sólo mediante una cuerda y un cesto o gracias a una primitiva forma de grúa.

Cuando Bizancio extendió su influencia, en parte misionera y en parte política, por las naciones eslavas de Europa el monacato formaba parte de la herencia cristiana de los conventos. En Bulgaria el zar Pedro fundó monasterios en el siglo x, y la casa real fundó otros en Servia. En Rusia, el primer monasterio fue obra de Yaroslav, hijo de Vladimiro, príncipe de Kiev, probablemente poco después de 10 15. Esta, y otras primitivas casas rusas, eran similares a las fundaciones aristocráticas e imperiales de Constantinopla. El monasterio más célebre e influyente de la primitiva Rusia fue, sin embargo, el Monasterio de las Cuevas, en Kiev. Este debía su existencia a un monje ruso del Monte Athos, Antonio, que volvió a su tierra natal, c. 1050, y se retiró en una cueva de una colina a orillas del Dniéper. Acudieron en torno a él discípulos y se abrió una nueva cueva mayor para ellos; la enseñanza monástica y la lealtad provenían directamente de Athos al que el Monasterio de las Cuevas consideraba como su hogar .espiritual. Teodosio, abad de 1062 a 1074, realizó un gran cambio sacando a los monjes de las cuevas y trasladándolos a una edificación sobre el suelo, al tiempo que obtenía de Constantinopla una copia de la regla estudita la cual, una vez establecida, transformó el Monasterio de las Cuevas en una casa con plena vida comunal. En su vida, escrita por Néstor, uno de sus monjes, Teodosio aparece como un hombre de carácter firme pero amable, con un cierto parecido a Benito de Nursia. Su monasterio subsistió hasta las invasiones mongólicas y fue el corazón del monacato ruso y cuna de innumerables obispos. Uno de ellos, Vladimiro, obispo en el noreste de Rusia, escribía a un monje de su antigua casa:

Te digo de verdad que inmediatamente mandaría a paseo todo este honor y gloria, con sólo poder ser una de las estacas de la valla que hay alrededor del monasterio, o si pudiera estar como una mota de suciedad en el Monasterio de las Cuevas, de manera que los hombres me pisotearan, o si pudiera convertirme en uno de los pobres mendigos que hay a las puertas del monasterio26.

Este monasterio, como muchos contemporáneos suyos en Occidente, fue cuna de la literatura histórica nacional en forma de crónicas.

Las invasiones mongólicas del siglo XIII destruyeron la mayoría de los monasterios, en su mayor parte situados en localidades urbanas o suburbanas. En cambio, los monasterios de la historia rusa posterior estaban en lugares remotos, en bosques y en sitios apartados de la Rusia septentrional.

El aspecto espiritual del monacato bizantino también había cambiado por esta época. Se había producido un renacimiento tanto de la vida espiritual como cultural en los monasterios a partir del siglo XI, inspirado por la personalidad y escritos de San Simeón (9491022), abad de Constantinopla, y tal vez el mayor místico medieval de la Iglesia oriental. La teología mística bizantina, como la occidental, tenía en parte sus raíces en la enseñanza evangélica directa de los padres del desierto, esquematizada por Evagrio de Ponto, que concedía excesiva importancia al constante ejercicio de la concentración y a la obtención de la «apatía» absoluta. Además, como en Occidente, existía la influencia del neoplatonismo cristianizado por (el seudo) Dionisio Areopagita. En el Imperio griego posterior, el verdadero misticismo evangélico estaba oscurecido por teólogos que pretendían expresar toda experiencia en términos de dogma, ley y lógica, y entusiastas y directores espirituales que enseñaban que la experiencia mística puede obtenerse simplemente mediante un esfuerzo humano, tanto silenciando las facultades como mediante el «ábrete sésamo» de la plegaria continua o del esfuerzo mental. En el monacato bizantino la controversia, similar en muchos aspectos a la posterior controversia entre los quietistas y los antimísticos en la iglesia francesa, se basaba en la escuela de espiritualidad conocida como hesychasm (del griego hesychos, que significaba calma, tranquilidad). El renacimiento del interés por la plegaria mística -coincidente casi temporalmente con el misticismo neoplatónico de Eckhart en las tierras del Rhinse inspiraba en la tradicional y ortodoxa espiritualidad de Simeón, pero enseñaba técnicas casi físicas basadas en la mirada fija, la respiración regular y la repetición de la «oración de Jesús» como medios para alcanzar el silencio receptivo y contemplativo. El monje Barlaam, procedente de un monasterio de Calabria, atacó este sistema (1341) proponiendo la enseñanza del conocimiento místico mediante la dialéctica. A éste le replicó un monje hesychasta y teólogo llamado Gregorio Palamas, pero la doctrina de este último sobre la visión mística de Dios fue denunciada como no ortodoxa, pues rebajaba al Dios incognoscible al rango de un conocimiento humano (aunque ayudado divinamente). La controversia teológica a que todo ello dio lugar fue técnica y complicada, con un gran parecido a la sostenida por Bossuet y Fenelón tres siglos más tarde, y como en la disputa francesa, ninguna de las dos partes monopolizaba la ortodoxia o el sentido común. En conjunto, la influencia mayor fue la de Pala mas y lo que prevaleció fue una forma modificada de hesychasm parecida a la plegaria contemplativa occidental, especialmente en los monasterios rusos de la última época.

El régimen cenobítico, con mucho el más corriente, no era la única forma de vida monástica organizada del Imperio bizantino. En los últimos siglos de Bizancio el sistema llamado idiorrítmico (idios = privado, personal; rhythmos = rutina, orden de vida) prevaleció sobre todo en el Monte Athos. Allí los monjes vivían en pequeñas familias, cada uno con su «preboste», dentro del monasterio. La propiedad privada estaba permitida a nivel personal, mientras que los fondos monásticos cubrían los gastos generales. Los diversos grupos raramente se reunían, pero en determinados casos celebraban juntos la Eucaristía y los oficios divinos. En el nivel económico, tenían alguna similitud con los grupos y con «sistema de jornales» que encontramos en algunos monasterios occidentales, y en muchos conventos de monjas, en el siglo xv, pero así como en este último caso se trataba solamente de una ruptura de la vida en común, el régimen idiorrítrnico tuvo, por lo menos en su origen, una firme base espiritual y disciplinaria y, como veremos, se difundió más tarde a los monasterios rusos.

 

 

NOTAS

26 Debo esta frase de Vladimir, c. 1240, al profesor D. Obolensky.

 

 

 

 

 
 

Meteora. Grecia. Tomada la fotografía de http://blog.libero.it/ulissemen/7260351.html

 
 
 

 

 

El monacato bizantino   

(los monjes que cambiaron Europa)

 

David knowles

Benedictino. Catedrático Historia Moderna
Universidad de Cambridge

EL MONACATO CRISTIANO, GUADARRAMA, MADRID,1969, PAG.124-134,CAP. 9