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Para el hombre medieval, la sociedad está dividida en tres estados o estamentos: el de los clérigos, el de los defensores y el de los labradores; los primeros rezan. los segundos defienden el territorio y las personas y los últimos trabajan para clérigos y defensores. El esquema se complica al distinguir entre clérigos seculares y regulares o al establecer diferencias entre simples clérigos, abades, obispos, Papa ... ; al dejar de ser la tierra la base única de la riqueza y al dividirse los trabajadores -no otra cosa significa el término laboratores-Iabradores- en rurales y urbanos; y al producirse claras distinciones entre los defensores. cuya misión será cristianizada a partir del siglo XI al adquirir cuerpo una teoría de la guerra y reducir. teóricamente. la guerra a la guerra justa. La guerra, antes y después de la cristianización, es un factor económico de primera importancia; es la forma de adquirir riquezas y de proteger las adquiridas y es, al mismo tiempo, una forma de ascenso social. Pero la Iglesia no puede admitir la guerra indiscriminada en el interior de la Cristiandad y al tiempo que lanza a los guerreros sobre el mundo musulmán en las cruzadas de fines del siglo XI convoca asambleas de paz y tregua para evitar las guerras en determinados lugares y épocas del año (domingos y festivos, Navidad, Cuaresma ... ) y elabora una teoría de la guerra justa que dará origen al ideal del guerrero, del que será prototipo, más adelante, el caballero. Al convocar la primera cruzada, Urbano II, tras reprochar a los nobles las guerras internas, robos y crímenes cometidos, los incita a defender la Iglesia oriental, a volver las armas contra los enemigos de la fe y del mundo cristiano. La caballería cristiana se contrapone a la mundana de forma más clara en la defensa apasionada hecha por San Bernardo de la Milicia del Temple. cuyos caballeros practican todas las virtudes cristianas y de estas ideas se hace eco Gautier de Map. al que se atribuye la novela sobre la Búsqueda del Graal. Paralelamente a los ideales religiosos, se atribuyen al nuevo caballero virtudes como la lealtad al señor y la defensa de los débiles y el caballero deja de ser el combatiente a caballo para transformarse en el representante por excelencia de la nobleza, del estado de los defensores. Todos los caballeros pertenecen al grupo militar, pero no todos los defensores son caballeros, estadio al que sólo llegan quienes son armados como tales en una ceremonia religiosa. Ser armado caballero equivale casi a recibir un sacramento, según recordará el infante don Juan Manuel en el Libro del Cavallero et del Escudero cuando afirma que este estado -el de caballero- non puede aver ninguno por sí, sy otri non gelo da, et por esto es como manera de sacramento, aunque para el noble castellano, quien concede orden de caballero no es la Iglesia, sino el señor que da la caballería.
Tratados de caballería
Los nuevos soldados, los caballeros, son armados de acuerdo con unos ritos determinados y deben vivir según normas que pronto aparecen recogidas en los tratados de caballería. El primero y más completo de estos tratados en la Península es el título 21 de la Segunda Partida de Alfonso X el Sabio, en el que se basarán autores como Ramón Llull en su Libre qui es de l'Ordre de cavallería o el infante don Juan Manuel, que dedica al tema los capítulos 18 y 19 del Libro del Cavallero et del Escudero. Tanto Alfonso X como Llull buscan el precedente del caballero en el término latino miles que, según las Etimologías de San Isidoro, indicaba que era elegido entre mil. Uno y otro hacen referencia a las virtudes del caballero (cardinales y teologales). a los conocimientos que necesita, a sus costumbres y habilidades, a su lealtad, a su conocimiento del caballo y de las armas, a definir quién puede armar caballero y con qué ceremonial, a explicar cómo deben vestir y hablar los caballeros y a definir su misión y el honor que les es debido. De acuerdo con Llull, cuya obra cito siguiendo el estudio de Pere Bohigas. el caballero fue inicialmente el más noble entre mil, al que se dio el caballo. el animal más noble, las mejores armas y el señorío sobre los demás: las gentes aran, cavan y pasan trabajos para que la tierra dé frutos de los que vivan el caballero y sus animales. . Los hijos de caballeros pueden serlo a su vez, pero antes deben aprender el oficio actuando de escuderos, de servidores de un caballero, cuya misión es mantener y defender la fe católica. contribuir a la gobernación de la tierra .... desempeñar oficios reales, mantener y defender a su señor, hacer cumplir la justicia, ejercitarse en las armas, mantener la tierra, defender a viudas, huérfanos y hombres desapoderados, tener castillo y caballos para guardar caminos y defender a los labradores, perseguir a los traidores y ladrones. Lógicamente el caballero debe tener las cualidades físicas. requeridas por el ejercicio de las armas y las virtudes cristianas, así como valor, sabiduría, buen sentido, lealtad, misericordia, castidad y humildad. A ellas cabe añadir la nobleza de sangre, aunque en circunstancias y por méritos excepcionales puede armarse caballeros a personas no pertenecientes a la nobleza. El ceremonial, semejante, como luego veremos, al que se empleaba en la práctica, incluye una confesión previa de los pecados y la recepción de la eucaristía. La ceremonia debe tener lugar en fiestas que atraigan a muchos hombres y en la vigilia el escudero está obligado a ayunar y a velar en la iglesia. Durante la misa el aspirante se ofrece al presbítero, como representante de Dios, y a la orden de la caballería y tras el sermón, el príncipe o el alto personaje que arma al nuevo caballero -necesita haber sido armado caballero él mismo con anterioridad, con la única excepción conocida del infante don Juan Manuel, según cuenta en el Libro de las armas- le ciñe la espada, le besa y le da un golpe en el hombro, después de lo cual el afortunado cabalga y se muestra ante la gente para que todos sepan que es caballero y que, en consecuencia, está obligado a defender el orden que ha recibido. Las armas que recibe el caballero son símbolo de la nobleza de la caballería: la espada, en forma de cruz, significa que así como Cristo venció con la cruz, el caballero debe destruir a los enemigos de la cruz con la espada, símbolo de la justicia. La lanza significa la verdad, la rectitud; y su hierro simboliza la fuerza que la verdad tiene sobre la falsedad. El pendón indica que la verdad se muestra a todos y que no tiene miedo del engaño; el casco es símbolo de la vergüenza: así como la vergüenza impide al caballero inclinarse a hechos viles, el casco defiende la cabeza, la parte más noble del hombre. Las calzas de hierro que protegen pies y piernas recuerdan que el caballero debe tener seguros los caminos; el escudo que se interpone entre el caballero y su enemigo es símbolo de que el caballero está entre el rey y su pueblo ... y el simbolismo se extiende a las riendas, la gorguera, la maza, la silla, el caballo y su arnés ... La última parte del tratado de Llull está dedicada al honor que conviene se haga al caballero, orden que es necesario reciban reyes, príncipes y señores de la tierra, porque si no tuviesen el honor que corresponde a caballero no merecen ser príncipes ni señores. El caballero debe ser armado, porque es bueno y temido, porque es fuerte; alabado, porque es de buenos hechos; rogado, porque es privado y consejero de los reyes ... Otros tratados, como el De Batalla, atribuido al canónigo barcelonés Pere Albert, el Sumari de Batalla a ultrança, de Pere Joan Ferre, o Lo Cavaller, de Ponç; de Menaguerra fijan las normas por las que han de regirse el riepto o duelo judicial, coincidiendo el primero en muchos puntos con el Fuero Real de Castilla; el segundo describe los preparativos del hecho de armas tenga éste o no base judicial, y el tercero es una reglamentación del torneo como pura manifestación de fuerza o de habilidad.
Reyes caballeros
En las crónicas castellanas y catalanas de los siglos XIV-XV abundan los relatos sobre la armadura de caballeros, celebración de torneos y desafíos en los que, con frecuencia, los reyes son protagonistas -creación de órdenes especiales para distinguir a los caballeros más destacados- ... Ante la imposibilidad de recoger en un artículo de esta naturaleza todos estos hechos, centraremos nuestra atención en Alfonso XI de Castilla, el conde Ramón Berenguer de Barcelona y Pedro el Grande de Aragón. Alfonso XI, considerado por muchos historiadores como el prototipo de rey enérgico que se opone a la nobleza, es, sin duda, un convencido de la superioridad de la nobleza y dentro de ésta de los caballeros para los que crea una nueva orden en la que sólo se admitiría a los más destacados. Su coronación solemne coincide con su acceso a la caballería, pues, como dice su Crónica, porque este Rey era muy noble en el su cuerpo, tovo por bien de rescebir la honra de la coronación et otrosí honra de caballería: ca avía voluntat de facer mucho por honrar la corona de sus regnos. Con su ejemplo arrastra a otros muchos y para todos se organizan fiestas sonadas en Burgos: allí se reciben los mejores paños del norte de Francia, de Flandes, de Inglaterra y de Italia, sin que falten las pieles de armiño; se preparan las espadas con adornos de oro y de plata y se comunica a los ricoshombres, infanzones e hidalgos del reino que el rey quería fazer a los más dellos caballeros et darles guisamiento de todo lo que oviesen menester para sus caballerías. Y mientras los nobles preparan el viaje a Burgos, el rey acude a Santiago para hacerse armar caballero: como cualquier otro vela las armas en la iglesia compostelana, oye misa, ciñe sus armas y se hace dar el abrazo, la pescozada en el carriello por la imagen del apóstol Santiago que estaba encima del altar. Armado caballero de esta forma, regresa a Burgos, donde se celebran grandes fiestas en su honor, en las que destacan los torneos y justas de los caballeros; los romeros que pasan en dirección a Santiago son interrogados y los caballeros invitados a combatir con caballos y armas facilitados por el rey; franceses, ingleses, alemanes y gascones compiten con los castellanos, a los que anima y da ejemplo personal el rey en Burgos y en las aldeas próximas, que también participan en la fiesta, pues cuando el Rey quería ir folgar algunas veces a las aldeas... mandaba que... le toviesen puesta la tabla para justar et que toviesen presto guisamiento de armas. La fiesta de la coronación puede parecer al lector de hoy más próxima al fasto oriental de Las Mil y Una Noches que a la austeridad castellana: el monarca viste paños bordados de oro y plata adobados con aljofar, rubíes, zafiros y esmeraldas, y el caballo que monta tiene los arzones cubiertos de oro, plata y pedrería; de hilo de oro y plata son las faldas et las cuerdas de la siella. Tras la coronación siguen las fiestas y los consabidos torneos caballerescos y un día más tarde se inicia la gran ceremonia de armar caballeros a 22 ricos hombres y cerca de un centenar de caballeros a los que Alfonso XI recibe en su palacio para comunicarles cómo tenía por bien que otro día rescebiesen del honra et caballería. acompañada de los regalos que el armador ofrece a los aspirantes: paños de oro y seda, espadas ... Los aspirantes acuden en fila de dos precedidos de un escudero que lleva la espada; el rey está acompañado por sus guardas, tras los que se alinean quienes llevan las armas de estos caballeros noveles, pues la vela se hace sin armas, mientras que, por decisión del rey, la caballería se recibe armado de punta en blanco. Los caballeros procederán un día más tarde a armar nuevos caballeros. Pedro Fernández armó a trece et dioles paños et armas y lo mismo hicieron Juan Alfonso de Alburquerque, Ruy Pérez Ponce y los demás miembros de la nobleza. Ya antes de esta caballería múltiple había demostrado Alfonso XI sus condiciones caballerescas al crear la Orden de la Banda para incitar a sus súbditos a usar el menester de caballería; el nombre de la Orden procedía de la banda, ancha como la mano, que adornaba los vestidos de los miembros desde el hombro izquierdo hasta la falda; al recibir la banda el caballero juraba y prometía que guardase todas las cosas de caballería. Estos caballeros serían los protagonistas de los torneos convocados por el rey para mantener en forma a sus nobles en época de paz faciendo torneos et poniendo tablas redondas et justando; en Valladolid combaten los caballeros de la Banda contra caballeros y. escuderos de la ventura.
Condes de Barcelona
También entre los condes de Barcelona-reyes de Aragón abundan los personajes caballerescos como el buen conde que recibe Provenza en pago de sus virtudes, o como Pedro el Grande, que no duda en arriesgar sus conquistas y su propia seguridad para dejar a salvo su honor de caballero. Bernat Desclot en su crónica o Llibre del rei en Pere, mezclando diversas leyendas, atribuye a un conde de Barcelona innominado, pero que pudiera ser Ramón Berenguer IV, un viaje a Alemania para salvar el honor de la emperatriz, acusada de haberse enamorado de un caballero de la corte y sospechosa de haber llevado su amor hasta límites no permitidos. Los acusadores se ofrecieron a defender su declaración en el campo del honor en el plazo de un año y un día, fecha en la que combatirían de dos en dos contra quien osara defender a la emperatriz; si ésta no encontrara defensores o si sus campeones fueran derrotados, la dama sería quemada ante todo el pueblo. Olvidando sus deberes y los favores recibidos de la emperatriz, los caballeros alemanes se desentendieron del asunto y tan sólo un juglar tomó la defensa de la dama exponiendo su triste situación en las cortes europeas hasta llegar a la noble ciudad de Barcelona, donde fue recibido por el conde, que se apresuró a reunir a sus nobles para comunicarles su deseo de ir a Alemania acompañado tan solo de un caballero. Las protestas y los ofrecimientos de los catalanes, que se mostraron dispuestos a secundar a su conde en número de quinientos o mil, no sirvieron de nada: el conde iría acompañado de un noble y de diez escuderos, porque, dispuesto a llevar a cabo la hazaña, quería hacerlo con humildad, no quería ser conocido. Ante el emperador se presentó como un caballero de España, deseoso de salvar el honor de la emperatriz siempre que antes se le permitiese hablar con ella, que yo sabré por sus palabras si dice verdad; si es culpable, no combatiré por ella, mas si conozco que dice verdad mi compañero y yo combatiremos contra otros dos caballeros alemanes, los que quieran. Tras la conversación, en la que se comprometió a honrar la caballería que he recibido, se ofreció a combatir él solo contra dos caballeros, de uno en uno, por haber huido el noble provenzal que le había acompañado desde Barcelona. Muerto el primer retador, el segundo se negó a combatir y confesó que había acusado a la emperatriz por envidia y mala voluntad. Cumplida su misión caballeresca, el conde volvió a Barcelona y hasta allí llegó la emperatriz, enviada por el emperador, para rogarle tornase a la corte alemana a recibir el galardón obtenido en buena lid: la tierra y el título de marqués de Provenza.
Defensa del honor
Tan caballeresco, y no legendario, fue el gesto de Pedro el Grande de Aragón, conquistador de Sicilia en 1282 y por ello en guerra con Carlos de Anjou, desposeído de Sicilia, con el Papa y con los reyes de Mallorca y de Francia. Pese a los graves problemas del reino, agudizados por la revuelta de los nobles aragoneses y por el descontento de los gremios de Barcelona, Pedro el Grande no dudó en realizar un largo y peligroso viaje para dejar a salvo su honor de caballero. Derrotado por mar y tierra, Carlos de Anjou pensó -según Desclot- que su única posibilidad de salvación radicaba en alejar de la tierra al rey de Aragón y provocó su marcha enviándole dos clérigos que lo acusaron de haber entrado en Sicilia no como hombre leal y bueno, sino malvada e indebidamente. A estas acusaciones Pedro respondió desafiando a su enemigo: todo hombre que diga que yo he entrado en el reino de Sicilia malvada e indebidamente, miente como falso y desleal y lo probaré en batalla cuerpo a cuerpo dándole la ventaja de armas que quiera. Las negociaciones fueron largas, las embajadas numerosas y los gestos exquisitos: Carlos propuso un combate de cien contra cien, Pedro insistió en la batalla individual y mantuvo su oferta de dar ventaja de armas, según Carlos, porque estaba seguro de que su rival no podía aceptar tal ventaja, indigna de un caballero. Finalmente, acordaron nombrar una comisión de doce caballeros, seis por cada parte, para que designaran el lugar, día y modalidades de la batalla: el 1 de junio, en Burdeos, bajo la protección del rey de Inglaterra, señor de la ciudad. Quien no acudiera sería tenido por falso y desleal, no sería considerado rey, y en ningún tiempo podría utilizar bandera ni sello, ni cabalgar acompañado. Contra viento y marea -el viento le fue contrario y tuvo que recurrir a las galeras de remos llegó Pedro a Cullera, desde donde seguiría. viaje a pie por Alcira y Tarazona en dirección a Burdeos; al adentrarse en tierras de Gascuña, el viaje se hizo de riguroso incógnito, disfrazado el rey de mayordomo de un rico mercader aragonés y acompañado de tres caballeros vestidos de escuderos. Desconfiado, Pedro se presentó en Burdeos con un solo caballero, dejando a los otros en un lugar próximo con caballos de refresco por si era necesario salir huyendo. Los recelos del monarca aragonés se vieron justificados cuando, sin conocer su personalidad, el senescal de Burdeos le informó que la ciudad y la tierra estaban tomadas por los hombres de Carlos de Anjou y del rey de Francia. Pedro salvó su honor paseando por el campo de batalla y haciendo levantar acta notarial de que el gobernador de Burdeos no podía asegurar el campo, porque el rey de Inglaterra ha mandado entregar toda la tierra del Bordelés al rey de Francia y al rey Carlos. El senescal reconoció igualmente al monarca aragonés que habéis estado en el campo donde debería tener lugar la batalla; así pudo Pedro volver a sus tierras como caballero leal. Nobles y entrenados para la guerra, los caballeros tienen un código moral que no siempre respetan, según hemos visto, y con frecuencia sus armas son incapaces de vencer a las de los plebeyos, aunque como ocurre en todas las épocas y lugares no sea posible dar crédito a los relatos de cronistas interesados tanto en contar su versión de la historia como en ensalzar sin medida a sus compatriotas. Bernat Desclot, en la crónica ya citada, narra el combate de un almogávar y un caballero francés, que, como es lógico, fue fácilmente vencido. Para que el contraste sea mayor, el almogávar declara que es uno de los peores entre los suyos, a pesar de lo cual se muestra dispuesto a combatir a pie, armado de lanza, dardo y cuchillo, contra un caballero a caballo con todas sus armas. El combate es poco caballeresco: el almogávar da muerte al caballo del francés y al caer éste a tierra se lanza sobre él para desatarle el yelmo y degollarlo. Quizá lo hubiera hecho de no impedírselo el príncipe angevino que le ofreció a cambio la libertad. Al conocer la noticia, Pedro el Grande fue aún más generoso y caballero que su rival: devolvió la libertad a diez franceses por la de un solo almogávar.
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