Arizaleta, Amaia,
La translation
d'Alexandre. Recherches sur les structures et les
significations du «Libro de Alexandre»,
París, Klincksieck, 1999
(Annexes des
Cahiers
de linguistique hispanique médiévale,
vol. 12).
Una de las líneas de investigación
más fecunda para adentrarse en el abigarrado mosaico de «hechos
y dichos» que contiene el
Libro de Alexandre
insiste en el
carácter escolar de esta producción letrada, fácilmente
engastable en el contexto que precipita la fundación del
studium
palentino; no es sólo la dimensión
inaugural de una modalidad poética contenida en la segunda de
sus cuadernas, sino la definición de unas pautas de conocimiento
pensadas para unos receptores especiales
(los clerici),
aspecto éste
que no debía de excluir otras posibles utilizaciones de carácter
cortesano; en el último decenio, varios trabajos han ahondado en
estos conceptos tras el panorama renovador que Ángel Gómez
Moreno trazara en su «Clerecía»
(La
poesía épica y de clerecía medievales,
1988), al hilo de la propuesta de F.
Rico de invertir los términos del hemistiquio más conocido: «La
clerecía del mester»
(Hispanic Review,
1985); tales
han sido los presupuestos con los que G. Hilty
(Homenaje a Félix Monge,
1995) y E.
Franchini
(La
Coránica,
1997) han arriesgado una fechación
tardía para la composición textual; se trata, en fin, de una
configuración clerical cuyos elementos formales explican los
componentes temáticos de la obra, como demostrara P. Caraffi
(Medioevo Romanzo,
1988), amén de
una construcción retórica que mantiene la coherencia argumental
del texto, como ya adujera Charles F. Fraker
(Bulletin of Hispanic Studies,
1988) y
confirmara en su importante monografía de 1993:
The «Libro de Alexandre». Medieval
Epic and Silver Latín.
A pesar de
ello, no deja de ser cierta la primera reflexión con la que A.
Arizaleta encabeza este estudio:
«Le
Libro de Alexandre
est
une oeuvre peu connue» (p. 9); y lo es por varias razones:
1) la dificultad de elaborar una edición
crítica del texto, con unos criterios que permitan armonizar las
enormes diferencias que enfrentan lecciones e ideas de los mss.
P y
O;
2) la obsesiva utilización de la c.
2 para explicar la trayectoria de
los restantes poemas clericales;
3) la definición del marco de
fuentes que se utiliza en la construcción del
Libro,
sin entrar de
lleno en el valor de la materia alejandrina en la primera mitad
del s. XIII peninsular; y
4) la incapacidad por extender el
significado de «clerecía» más allá del ámbito escolar del
término; por ese motivo, en mi
Historia de
la prosa
(I,1998, pp. 27-37), recabé el
Libro de
Alexandre
para fijar los
principios que luego habrían de intervenir en la formación del
discurso prosístico y en el desarrollo de ese primer marco de
relaciones literarias al que he llamado «clerecía cortesana».
Todas estas lagunas son las que recomendaban analizar el
Libro
básicamente desde su dimensión
clerical, lo que requería elegir la perspectiva más adecuada
para este fin, considerar la obra antes que nada como una
traducción y, a partir de esa base, analizar el texto «pour sa
qualité artistique intrinséque» (p. 9).
El origen de este
estudio es una tesis doctoral, defendida en la Sorbonne Nouvelle
en 1994, y de la que ya se habían desgajado algunas
consideraciones: la noción de «l'écriture de clergie» (1995), la
«jerarquía de las fuentes» (1996), más una luminosa valoración
del exordio (1997), que supera las limitadas exégesis que, hasta
la fecha, se habían efectuado de la segunda copla. Esos tres
trabajos sirvieron para adelantar este estudio, dividido en tres
partes, con una presentación (pp. 13-26), en la que se examinan
todos los problemas que la crítica ha ido concentrando sobre el
texto: la distancia de los testimonios textuales, la
controvertida autoría, la fechación más conveniente para la obra
a la luz de la c. 1799, que permite «considérer
l'Alexandre
comme l'un des fruits du tournant du
siécle» (p. 26).
El primer capítulo se preocupa por
definir los componentes formales de la obra y el modo en que
intervienen en la construcción textual de la materia que se
vierte al castellano; en su primer apartado, «Formes», se elige
la oportuna fórmula de «l'écriture de clergie», frente a la
ambigua designación de «mester de clerecía», ya que se trata de
definir un proceso textual, antes que de fijar las categorías
supuestas de un género; se insiste, sobre todo, en el valor del
alejandrino (con el soporte de la versificación latina) y en los
sentidos que derivan de la cuaderna, vinculables también a un
contexto latino del que emerge el simbolismo que luego
desarrollará en la poesía románica, a la que cede el principio
de
la
paritas
sillabarum;
confronta, eficazmente, las posturas
de Rico y de Duffell
(The Romance (Hen)decasyllabe:
an Exercise in Comparative Metrics,
1991) sobre las aportaciones de la rítmica
latina a la creación de este modelo estrófico, incidiendo en la
necesaria libertad con que debían actuar los poetas vernáculos,
conocedores de los artificios y técnicas de la poesía latina,
pero dependientes de un material lingüístico enteramente
diferente; ahora bien, «leur esprit et la méthode d'écriture
utilisée sont tres semblables» (p.
48), porque el poeta tenía las «ambitions de lettré» (p. 49),
que reclamaba para separar su trabajo del de los juglares.
Con estos preámbulos se revisan las
fuentes del
Libro,
partiendo de
las declaraciones que figuran en sus versos (pp. 52-56) y que,
aun siendo incompletas, permiten privilegiar
el
Alexandreis,
el
Román d
'Alexandre,
la
Historia de
Proeliis
y la
Ilias
latina; sobre
la
Historia de Proeliis,
a la hora de
identificar la versión que influye en el texto castellano, se
llama la atención sobre la fecha de nacimiento del héroe que
figura
en
P
88 y que
difiere de la que aparece en la versión clásica, pero no así la
de los testimonios llamados J1 y J3; con todo, lo que interesa
es examinar este trabajo desde la dimensión clerical que
requiere su construcción: «L'auteur de ce long poéme n'est pas
un littérateur provincial; au contraire, sa culture est
universelle. II a tres bien pu se consacrer au rassemblement de
nombreuses données d'origine diverse» (p. 79); éstos son los
criterios que le permiten hablar a Arizaleta de las ambiciones
literarias de un
auctor,
descartando la
hipótesis de que el poema surgiera de una labor de equipo.
La dimensión autorial se acota en la
segunda parte de la monografía, titulada «Structures» (pp.
83-188) e integrada por tres amplios epígrafes. El primero se
consagra a «L'autorité poétique» y se busca el grado de
originalidad del
auctor
peninsular
desde las novedades que contenían los textos que le sirvieron de
fuente; es importante, a este respecto, la figura de autor
fijada por Gautier de Chátillon, como recuerda Arizaleta: «La
qualité de son poéme lui valut l'admiration de ses contemporains;
bientót
l'Alexandreis
prit une des
places réservées aux
auctoritates»
(p. 84); como
tal lo cita el poeta castellano, siguiendo y aceptando muchas de
sus propuestas temáticas, frente a las transmitidas por las
fuentes tradicionales; por otro lado, el
Alexandreis
contiene
también un modelo de escritura que procura atraparse en sus
elementos constituyentes, puesto que de ellos dependen los
valores que el texto debe generar en su público; quizá, esta
función es la que lleva al autor castellano a intervenir y a
cambiar el desarrollo de la línea narrativa en diversas
ocasiones, complementándolo con otras fuentes; uno de los
propósitos parece evidente: «La christianisation de l'action est
constante dans
l'Alexandre;
cette
digression n'en est qu'une illustration» (p. 95). Hay, así, un
grado de libertad que se refleja, de modo especial, en los
comentarios del autor, verdaderos indicios de la actitud del
poeta ante el proceso de escritura que estaba construyendo; más
allá de los
topoi
literarios que estas intervenciones
reflejan, debe apreciarse una
voluntad por dirigir la recepción de la obra que él, con tanto
cuidado, ha construido; con este rico lenguaje formulario puede
fijarse lo que he denominado «poética recitativa» («Narradores y
oyentes en la literatura ejemplar», 1998) y que podría avalar la
hipótesis que plantea Arizaleta: «laquelle suggére que le poete
a voulu entreprendre un déplacement de
l'auctoritas
littéraire» (p. 99). Son
declaraciones autoriales que sirven para designar las fuentes,
con un complejo muestrario de terminología literaria, o para
criticar aquello que le parece inverosímil, pero que debe contar
porque lo encuentra en las fuentes. Este grado
de
auctoritas
es el que
permite definir la noción de «maestría», perseguida en sus
diversas ocurrencias, para poder afirmar que
«l'Alexandre
est, sans aucun
doute, la conséquence du dessein artistique du poete» (p. 110).
En un segundo apartado se estudia «L'autonomie
de l'oeuvre», partiendo de la consideración de que, aun no
tratándose de un relato histórico, no deja de corresponderse con
una compilación erudita, muy cercana a la categoría
historiográfica, tanto por el peso de las fuentes como por el
valor de la construcción del relato. Destaca Arizaleta el
clásico trabajo de I. Michael de 1970 en el que se apuntaba que
los supuestos paréntesis o digresiones narrativas encerraban, en
realidad, las claves desde las que el texto debía entenderse; no
olvida el modelo ternario de Cañas Murillo ni el recurso de la
figura
esbozado por
Bly y Deyermond (1972); son datos que complementa con su propia
aportación: «Si, comme je le suggére, l'analogie entre le poete
lettré et le roi assoiffé de savoir oriente en grande partie la
composition du poéme, ce sont les
figurae
du héros
principal, tant concretes qu'abstraites, qui nouent et ordonnent
les différentes composantes de la ligne narrative» (p. 127). Y,
en este sentido, se destacan los pasajes relativos a la
descripción de los escudos de Alejandro
(P
95-97), de
Aquiles (P 637-642) y de Darío
(P
970-982), en los que aparece
prefigurada la fortuna de los héroes; lo mismo ocurre en el caso
de los monumentos funerarios, centrándose en el de Darío para
poner en evidencia el hecho de «qu'Alexandre constitue, dans un
sens, une
figura
tres
particuliére de l'auteur anonyme» (p. 145), puesto que sintetiza
el valor del estudio y del esfuerzo.
El tercer apartado se refiere a «La
composition poétique» como consecuencia de ese estudio que, en
todo momento, se exhibe; si él ha logrado levantar esta
maquinaria poética es porque conoce a fondo la materia de la que
trata y domina la «letradura» en la que se ha formado; es ahora
cuando conviene examinar, una vez más, la c. 2, a fin de asentar
en ella el valor que tiene la estrofa como elemento de la
composición; se trata de «une déclaration technique, á partir de
laquelle le poete se fait fort de démontrer sa maitrisse dans
l'exercice des lettres. Cependant, il trouve également
l'occasion d'y annoncer sa subtilité» (p. 178), una noción que
depende, sobre todo, del conocimiento que tenía del público al
que se dirigía. Lo importante no es sólo el hecho de definir ese
muestrario de novedades técnicas, sino el determinar los grados
de utilización que de las mismas se realiza; el único elemento
problemático es el de la regularidad silábica, un aspecto que
conviene matizar teniendo en cuenta la recitación oral que del
poema se haría desde los planteamientos de la «versificación»
con los que se construye.
La tercera parte de esta monografía
se titula «Significations». Un primer apartado aboceta «La
culture de l'auteur», puesta de manifiesto en la técnica del
comentario que despliega a lo largo del texto y que revela una
exquisita educación así como un amplio conocimiento de los modos
poéticos ultrapirenaicos; aunque el autor no haya revelado su
nombre, ha dejado en su trabajo signos numerosos de su
personalidad y de un estado clerical que no va a dudar en
criticar
(P 1801
-1804), incluyéndose en un plural inequívoco: «Somos siempre los
clérigos errados e viciosos» (0 1662a); pero, a la vez, ese
estado clerical asegura la posesión del saber, momento en que la
palabra «clérigo» se acerca a la noción de «letrado», aquel que
domina lo que Arizaleta llama «instrumentos culturales», es
decir las artes liberales que son definidas y mencionadas en el
interior del texto en varias ocasiones; la reflexión es
oportuna: «La répresentation du savoir contribue ainsi á la
construction poétique et structure le poéme, car le poete
émaille son oeuvre d'allusions ou de développements sur les
arto» (p. 202); actúa así como un enciclopedista gramatical, que
ha aprendido en Donato y en Prisciano, que ha seguido la
rhetorica vetus
y la
rhetorica
nova,
y que ha aprendido a imbricar toda
suerte de datos mediante el procedimiento del comentario
textual. Todos estos datos son enhebrados por Arizaleta para
imaginar un poeta, viajero por Francia, conocedor de la lengua
del
Román d
'Alexandre,
quizá estudiante en las escuelas
francesas, en donde ha podido encontrar nuevos materiales,
nuevas bibliotecas, así como una diferente manera de concebir la
literatura.
El segundo epígrafe se dedica a «Le
théme», analizando las funciones y la evolución que sufre la
materia alejandrina y que revela el texto castellano; por ello,
se funden en su interior tradiciones épicas, líneas de ficción,
amén de valores didácticos, ejemplares y enciclopédicos; por
ello, puede afirmarse que el libro parece haber sido escrito por
dos razones: tanto para materializar el oficio mismo del poeta
como para presentar el propio «mester» del rey Alejandro; este
desarrollo conduce a la consideración de la obra como un
speculum principum,
ya que de hecho, en el propio texto,
se encuentra sintetizado uno de estos manuales de educación
regia
(P
50-84), en el
que se incide en las cualidades inherentes al buen monarca: la
justicia, la sobriedad, la perspicacia, la generosidad, el
coraje y la piedad; con ayuda de un texto del Toledano,
Arizaleta muestra las semejanzas de este modelo con el de
Alfonso VIII: «Je suggére done que la description d'Alexandre
dans le poéme anonyme convient au portrait d'une monarchie dont
les objectifs premiers ont été d'étendre ses territoires aux
dépens de ses ennemis et de faire percevoir sa subordination á
la puissance divine» (pp. 244-245), aspectos que demuestran la
investidura caballeresca del héroe y la narración de su muerte.
En cierto modo, el libro puede incardinarse en el cambio de
orientación de la política de poder que plantea Alfonso VIII
tras el desastre de Alarcos de 1195; es el momento en que el rey
se erige en defensor de la cristiandad, lo que requiere una
ideología monárquica nueva, asentada en la noción de piedad que
convierte a Castilla en centro de los valores cristianos. «Le
poete anonyme vit done dans un contexte de croisade, oú les
idees d'autorité chrétienne commencent á se faire jour» (p.
258), de ahí que Arizaleta crea que la figura real forjada en el
libro se corresponda a la de Alfonso VIII. Surge, así, una nueva
dimensión para engastar el libro: la cortesana, con un rey que
era, ante todo, cabeza de una caballería a la que había que
entregar un conjunto de valores. El
Libro de Alexandre
genera, por
tanto, una cortesía sobria y razonable, que prefigura un Oriente
del que provienen singulares manifestaciones del poder y la
ciencia: «L'
Alexandre
est avant tout un texte littéraire,
oú est vraisemblablement représentée une certaine idee du
pouvoir, mais il ne constitue pas l'oeuvre
d'un commis écrivain de la royauté» (p. 261)
Como se comprueba, esta
extraordinaria monografía de Amaia Arizaleta descubre
sorprendentes vías de acceso a una de las obras capitales de la
clerecía medieval; y por el orden en que debe hacerse:
engastando los rasgos formales en el contexto de producción
letrada del que surgen, requiriendo la personalidad del autor
como eje de los sentidos del libro, descubriendo, en fin, la
estructura temática que renueva la materia alejandrina. Sólo
entonces, las que parecen hipótesis arriesgadas -la identidad de
Alejandro con Alfonso
VIII, la utilización de la obra en
el marco de la cruzada- dejan de serlo para revelar las que
pudieron ser las funciones prioritarias en la construcción (al
menos, primera)
del Libro de
Alexandre.