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. Capítulo V
ESBOZO DE UNA EJEMPLIFICACIÓN
V. 1. El Universo imaginario en la obra de Berceo.— El Análisis de contenidos de cualquier obra —y máxime de una obra medieval— no arroja mucha luz sobre la voluntad estructurante que determina la unidad profunda del todo literario que constituye. Sin embargo, al hilo de las concreciones de contenidos, se pueden ir relevando una especie de horma conceptual como primer y más externo acceso a la coherencia de la obra que perseguimos para —como explicación parcial— ponerla luego en relación significativa con alguna coherencia social de su momento histórico. Algunas presentaciones de hechos sociales referidos en las obras de Berceo nos pueden proporcionar el indicio aludido. Así, nuestro clérigo conoce bien los intereses del monasterio al que está adscrito y echa mano de todos sus recursos para ponderar la legitimidad de sus beneficios. Cuando recuerda que el rey atentó contra los bienes del monasterio de Silos, junto al respeto a su personalidad, a su situación en el ordo mundano, su sobriedad expresiva se reviste de fuerza lógica para argumentar que los bienes entregados a Dios por los antepasados del rey, convirtiéndole en «señor natural» del monasterio, no pueden ser arrebatados, pues por encima de su jerarquía está la de Dios. Pero luego vendrá la continuación de la Historia y la afortunada actuación del rey D. Fernando. La continuidad entre lo natural y lo sobrenatural aflora aquí, de manera inmediata. Podría haber opuesto jerarquías, fueros, derechos; podría haber recurrido a paralelos entre jerarquía eclesiástica y civil, como los que recogerán las Danzas de la muerte en el siglo XIV, tras la horrorosa situación producida por la peste bubónica. No hay nada de ello: la coherencia estamental no se desdobla en paralelos contrapuestos, es universal. El tratamiento que da Berceo al caso de los abades en obras como la Vida de Santo Domingo de Silos es sumamente significativo, pero su significación en el conjunto del universo imaginado por Berceo en sus obras sube de grado en el Milagro de la abadesa encinta. No en todas las ocasiones esta narración, tomada de extendidas y comunes fuentes europeas, tiene a la abadesa como protagonista del hecho. Su presencia podría tener simplemente el sentido de ponderar el Milagro hasta el máximo. Sin embargo, es preciso subrayar el respeto con que está tratada la figura de la abadesa. No podemos decir que esta mesura y delicadeza en el trato vienen exigidas por la solución de ios conflictos, no. La Virgen interviene con frecuencia para salvar a pecadores fuertemente caracterizados como tales por sólo su devoción a la Señora. Es que la posición de Gonzalo de Berceo está radicalmente alejada de la caricatura satírica que informa, por ejemplo, el Debate de Elena y María. Se trata de una actitud de profunda comprensión para con la abadesa: su error no rompe los moldes, no tiene sino una significación relativa en la totalidad de una vida cara a Dios. El autor nos va diciendo que la abadesa era muy honesta, que llevaba todo el convento según el rigor de la Regla, pero que, ¡ay!, una vez cayó en hierba fuertemente «emponzoñada», de forma que no se podía ocultar. El lector piensa inmediatamente en la desgracia que supone la «caída» de esta buena abadesa, ha sido preparado para un sentimiento de conmiseración, que todavía crece cuando lee a continuación la siguiente estrofa: «Fo de las companneras la cosa entendida, / Non se podie celar la flama ençendida / Pesaba a las unas que era mal caída, / Mas plaçielis sobeio a la otra partida.» ¡Cuánto resentimiento de monja que había tenido que ser reprendida, cuánto goce de las más díscolas y mezquinas que sentían satisfecha su envidia por la abadesa intachable, cuánta represión y soberbia de otras que se creerían con más derechos para el cargo, están encerradas y llegan a nosotros en estas sencillas palabras! El ataque jerárquico, la inadecuación entre el cargo y la persona que lo ostenta está absolutamente ausente de esta concepción. El lector que así sintiere se encuentra mezquino al situarse en un punto contradictorio con la atmósfera general de la narración. Ni siquiera el atentado contra la propiedad privada es causa de chirriante denuncia. Si ante la posibilidad de ruptura en el orden establecido, hemos visto que subraya Gonzalo de Berceo el respeto que el rey debe al orden divino, sin por ello forzar una situación de oposición impensable, también en el mismo libro de la Vida de Santo Domingo de Silos, cuando el santo hace el curioso milagro de impedir que unos ladrones roben la huerta (pues, por más que intentan arrancar las hortalizas, no logran sino cavar la tierra), aquél se limita a ordenar que se les dé de comer y se les pague el trabajo realizado. Tampoco el desorden se ha llegado a consumar. Los ejemplos se podrían multiplicar, pero en todos ellos se encontrarían elementos semejantes como para poder afirmar con fundamento que, más allá de su carácter de mero cronista (como tal no ocuparía el lugar que tiene en la Historia de la Literatura), Gonzalo de Berceo plasma una relación precisa del hombre con su entorno: la del hombre gobernado que, a pesar de los fallos individuales, los dolores, la vejez y las enfermedades personales, encuentra en la estructuración social de su momento una coherencia que le hace diáfano el orden celestial que la tradición cristiana le había transmitido desde su niñez. Con estos presupuestos podríamos establecer una posible hipótesis de trabajo concretada en lo siguiente: Gonzalo de Berceo, como poeta, configura literariamente (con metros y recursos cultos) un universo imaginario popular cuyo núcleo estructural radica en la linealidad sin quiebra de las esferas inmanencia-trascendencia.
V. 2. La Coherencia de los datos históricos. — El siglo xiii es el siglo de la plenitud europea, de restauración de lo quebrantado por la savia bárbara en el Imperio decadente. Luis IX de Francia, con la IV Cruzada, y la batalla de las Navas de Tolosa en España, son signos de una madurez nueva. Económicamente, según Suárez Fernández, la vida ciudadana asume un curioso carácter: «Las corporaciones imprimen a la sociedad un ritmo anticapitalista..., y, pese a todo, un espíritu capitalista llega a constituirse en el gran mercado internacional, de que son exponente máximo las ferias de Champagne» [1]. Por otra parte, según ha documentado Sánchez Albornoz, la Edad Media castellano-leonesa se caracterizó por la falta de una auténtica burguesía, dándose un predominio de la nobleza y clero que conducen sus intereses económicos por la ganadería. Hay que tener en cuenta además el carácter peculiar de la Reconquista: las tierras conquistadas al Islam dan lugar a repartimientos por los que muchos acceden a la propiedad de una casa y una parcela para cultivar. Finalmente, reseñemos un dato importante: la división entre los reinos cristianos, el mismo agotamiento interno evitará que la Reconquista se lleve, después de las Navas, a un rápido final. La carga heroica se va a ver disminuida después de esta victoria. No es extraño, con estos supuestos que se facilitara —explícita o no— el advenimiento de una mentalidad popular que ve en los signos de plenitud de estos tiempos, en la ancha tierra vacía de por delante, en la familiaridad no socialmente dramática de las querellas intestinas, un trasunto tangible del Orden Eterno que la tradición cristiana les había presentado de padres a hijos; orden que, a su vez, se verá afectado en su presentación doctrinal por las experiencias jerárquicas cotidianas. Es incluso aventurable que fuese ésta la actitud fundamental en una sociedad que —si sigue siendo la de las tres culturas: cristiana, musulmana y judía— es también, en esta Rioja tempranamente incorporada a Castilla, un foco de la cultura europea que los monjes cluniacenses y cistercienses habían unificado por todo el Occidente.
V. 3. La Estructura literaria. — En un estudio en muchos aspectos afortunado de Agustín del Campo se pone de relieve cómo en la Introducción a los Milagros de Nuestra Señora lo verdaderamente eficaz, desde un punto de vista estético, es la primera parte (estrofas I-XV), justamente las estrofas dedicadas a la alegoría. Y es que la alegoría medieval se fundamenta en la linealidad sin fallas. Se puede hablar, pues, de que el propio comienzo de la principal obra de Berceo va a poner de relieve lo que la caracteriza poéticamente: la realización de una coherencia literaria, que es la coherencia social de toda una amplia zona del siglo xiii europeo. He ahí en qué forma el rigor del método aplicado puede avalar como fundamentada la sagaz afirmación de Agustín de Campo: «el cantor no quiere darnos ningún recuerdo propiamente íntimo. Le basta con cedernos sus impresiones de lo sobrenatural o de lo transparente cotidiano»[2]. No está el valor literario en la elección temática realizada por Berceo. Miles de situaciones semejantes a las descritas en sus obras se podrían aducir con referencia a hagiografías de épocas y lugares distintos, pero hay un hecho diferenciador esencial desde el punto de vista literario: con estos hechos no nos da Gonzalo de Berceo una crónica, sino un poema. Sólo en un mundo donde lo sobrenatural es translúcido se puede poetizar con elementos sacados de lo sobrenatural en lo cotidiano. Desde un punto de vista doctrinal religioso, quizá un cristiano tendrá que realizar siempre una labor semejante, pero socialmente será en la actualidad una labor ardua: nuestra sociedad ha perdido la propiedad medieval de la transparencia. Frente a las ensoñaciones aventureras de las antiguas leyendas helenísticas que deberían responder a la actitud disyuntiva con la plenitud de lo cotidiano en los grupos que conservaban impulsas heroicos, la obra de Gonzalo de Berceo se afirma en lo normal en todos los órdenes. De todo ello se deduciría que la estructura literaria de las obras de Berceo caracterizada por el happy end, el final feliz es posible en el momento en que se realiza, porque responde a la cosmovisión, cuyas causas sociales hemos puesto de relieve. Y esa cosmovisión no sólo es origen de tal literatura, sino explicación de su amplísima difusión. Y no es casualidad que el centro de tales publicaciones esté constituido por una colección de Milagros de Nuestra Señora:María es el arquetipo del entronque de lo humano con lo sobrenatural. Criatura humana, tiene en las obras de G. de B. poder para conceder favores que rozan casi lo injusto. Siente la Virgen, con una ternura hecha de cotidianidad, indignación hacia el obispo que le priva de capellán, ira contra los demonios, compasión y afecto por el sacristán que hace a su imagen el «enclín» cada día. María supone el acceso a lo Divino de una criatura humana, el entronque entre Cristo (Dios-hombre) y la raza de los hombres que imitan, en medio de las deficiencias de este mundo, el orden superior, que no es tan sólo un orden del cielo, sino de todo el orbe inmerso en una Providencia, si no siempre evidente, permanentemente sentida como cercana. La narración del Milagro, el obligado final feliz de estas historias, es aceptado con entusiasmo por la misma generación que vio el franciscanismo, que podía rastrear hasta en los acontecimientos más aparentemente contradictorios la huella de un orden, que sabía por la Fe que ese orden existía y que siempre esperaba en él la solución de todos los conflictos. He aquí por qué el Milagro, el final feliz, es la plasmación del hilo conductor de estas obras, que en el caso concreto de la colección de Milagros de Nuestra Señora se halla potenciado especialmente por la presencia inmediata y familiar de la persona que es el paradigma del final feliz, de la continuidad absoluta entre el camino terreno y el camino celestial. El análisis descriptivo de las obras de G. de B. nos puede ofrecer una relación de las conceptualizaciones que en ellas se contienen, el estudio de sus recursos literarios proporciona una nómina larguísima que documenta un buen conocimiento de la Retórica medieval, pero el decirnos por qué hace este tipo de poesía y por qué en un momento dado es posible hacerla, tan sólo puede ser respondido por un análisis genético-social. Y todavía queda por responder por qué G. de Berceo es poeta, es capaz de configurar literariamente una forma de relación del hombre con el mundo, aunque sea justamente la relación que su momento histórico ofrece como más posible para un amplio sector social. Como habíamos anunciado, no es la respuesta final, pero tal vez esta explicación indica más profundamente qué es lo que lleva a nuestro autor a seleccionar como fuente los Milagros de la Virgen, más allá de la casualidad o la imitación religiosa del amor courtois, y hace vislumbrar la razón última de la categoría poética de la alegoría o la reiteración en la invocación a la Señora, sin tener que apelar a la Preceptiva o la réplica de la clásica invocación a la Musa. Si, completado el estudio inmanente de la obra y documentado el entorno social, podemos alcanzar la evidente relación que existe entre la configuración del mundo poético y los recursos literarios empleados por el poeta, tenemos que reconocer que la metodología propuesta enlaza diversos aspectos de la Teoría literaria tradicional en una coherencia global y más profunda. Se nos podría objetar —y sería lícito— lo forzado de la creación, vertida de una fuente, según nos recuerda con machacona insistencia el propio autor. No obstante, entre las fuentes y la versión se interpone la personalidad creadora: el detalle que inserta, la diversa amplitud de tratamiento, la eficacia poética que nos revela una más verdadera identificación con un determinado aspecto, etc. Baste con lo dicho. La influencia sobre G. de Berceo del Nuevo Testamento y de las comunes fuentes europeas de los Milagros no pueden contradecir el indicio de su peculiar presentación, de sus reiteraciones y de su selección.
[1]L. Suárez Fernández, Historia social y económica de la Edad Media, Madrid, Espasa-Calpe, 1969, págs. 20-21. [2] A. del Campo, La Técnica Alegórica en ta introducción a los «Milagros de Nuestra Señora», de Gonzalo de Berceo, RFE, XXVIII, 1944, página 24.
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