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En el siglo V a.C. ya se tenía constancia escrita de la existencia de los iberos y de Iberia, siendo estos términos utilizados a partir de entonces con diferentes matices y, por lo menos hasta Polibio, Iberia era la península e iberos los pueblos del litoral mediterráneo. En líneas generales se puede decir que el ámbito de los pueblos indígenas de la Citerior se extendía a lo largo de la costa y su hinterland, adentrándose en la Meseta a través de la vía del Ebro. Ahora bien, resulta más complejo definir la zona de contacto de los pueblos ibéricos con los célticos y de los diferentes territorios étnicos dominados por la lengua celtibérica, esto es, concretar los límites occidentales de los sedetanos, ilergetes y suessetanos, o bien los orientales de los belos, titos, lusones y arévacos. La numismática, la toponimia y antroponimia nos orientan a que la línea pudo estar en la cuenca del Ebro, entre la desembocadura del Jalón y la zona oriental del alto Jiloca. El limitado número de emisiones que las ciudades celtibéricas pusieron en circulación a partir de más o menos la mitad del siglo 11 a. C. y la ausencia de actividad concluido el periodo republicano motivan que sigamos desconociendo bastantes de sus emplazamientos, porque además muy pocas consiguieron el estatus municipal en época imperial. Por ello la identificación de los epígrafes monetales y su asimilación con topónimos actuales es bastante insegura cuando no se conservan los nombres latinos, si bien en ausencia de éstos los criterios numismáticos están siendo de gran ayuda. Sin duda a ciertas ciudades se les puede otorgar un lugar seguro si a través de alguna fuente se ha trasmitido su topónimo latino o se conocen vestigios arqueológicos, tal es el caso de Tuŕiasu o Bílbilis. A otras, aún conociéndose su nombre latino, no es posible asignarles un emplazamiento concreto, como ocurre con la ciudad de los Sekisanos que suponemos era la Segisama de las fuentes escritas, ya que no se han descubierto sus restos arqueológicos. Determinadas leyendas monetales pueden relacionarse también con topónimos y/o epígrafes escritos sobre otros materiales; así se ha relacionado con la Lutia de Apiano, cerca de Numantia, y con Lutiakei sobre el bronce de Luzaga (Sigüenza, Guadalajara), localidad donde casualmente se halló la primera moneda de la ceca. De algunas ciudades la información que tenemos procede únicamente de las monedas; el hecho de no mencionarse estas ciudades en las fuentes literarias y epigráficas podría deberse a su nacimiento a partir del desarrollo urbano que se produjo después de las guerras celtibéricas, no llegando a sobrevivir a los conflictos del siglo I a. C. Ahora bien, si resulta problemática la concreción del espacio geográfico de las ciudades celtibéricas que funcionaron como ceca, mayor dificultad presenta la delimitación de su territorio político, al carecer de la información textual y considerando además la amplitud en la dispersión de sus monedas, que muchas veces se solapan o estaban al servicio de otras ciudades sin ceca.
CECAS ATRIBUIDAS A LOS CELTÍBEROS
La similitud con la toponimia actual, la continuidad del topónimo en el período romano, la tipología o la propia distribución de hallazgos monetarios son, pues, los principales criterios que han decidido la localización de muchos de los talleres celtibéricos. Bajo este punto de vista consideramos probable la relación entre Titiakos y Tritium Megallum (Tricio, La Rioja), Uaŕakoś y Vareia (Varea, La Rioja), ciudades de los berones, como también lo pudieron ser Uarakoś y Metuainum, si bien es posible que Titiakoś perteneciera a los titos como Titum. Uirouias ha sido tradicionalmente identificada con Virovesca (Briviesca, Burgos), aunque bien pudo estar en otro lugar, ya que esta última pertenecía a los autrigones, que no acuñaron moneda. No hay ninguna certeza en la localización de Aratikoś, tradicionalmente ubicada por Aranda de Moncayo, Borneśkon, por el Jalón, Arkailikoś y Uśamus, entre los núcleos sorianos de Osma y el Burgo de Osma, así como Ekualakoś por la cuenca alta del Duero. Por parecido tipológico con las monedas vasconas se justifica la localización de Kueliokoś y Olkaiŕun hacia el Alto Ebro, en el límite territorial con los vascones. El topónimo de las monedas de Sekobiŕikes conserva una raíz que es frecuente en el área céltica (Segontia, Segeda, Segisama) y también en la onomástica personal (Segontius). La propuesta actual de ubicación en Pinilla de Trasmonte (Burgos) la hacen arévaca como Kolounioku (PeñaIba de Castro, Burgos) y śekotias Lakas (Sigüenza, Guadalajara). Sin argumentos definitivos se piensa en Orosis como posible topónimo del asentamiento celtibérico reconocido en el yacimiento turolense de La Caridad de Caminreal, Tamaniu de Hinojosa de Jarque, en el mismo territorio provincial, y quizás Teŕkakom pudiera ser el precedente más remoto de Tierga o Trasobares, en Zaragoza. Para Aŕekoŕatas, que destaca por batir abundante moneda en la segunda mitad del siglo II a. c., nos encontramos con varias propuestas de ubicación; la más convincente es la de El Castejón (Luzaga, Guadalajara), en cuyas proximidades estaría también Lutiakoś. En territorio carpetano, donde se ha sugerido también la localización de Ikesankom Kombouto, que se vincula a Complutum (Alcalá de Henares), pudo estar Kontŕebia Kaŕbika, (Fosos de Bayona, Huete, Cuenca), cuyo taller se puso en marcha poco después del 133 y, tras un período de inactividad, volvió a batir moneda hacia la primera mitad del I a. C. antes del abandono definitivo del lugar. Varias cecas celtibéricas perduraron en topónimos latinos de ciudades cuya ubicación conocemos por la arqueología y por sus emisiones cívicas en época imperial; es el caso de la mencionada Kolounioku, precedente de Clunia. Cn cuanto a la antigua Calagurris Iulia Nassica (Calahorra, La Rioja), mencionada repetidas veces desde Posidonio, también con emisiones cívicas, le corresponde el oppidum de Kalakoŕikoś que debió ser celtíbero y asignado a los vascones tras ser arrebatado por Pompeyo al bando sertoriano; su corta producción monetaria pudo deberse a su función de moneda de necesidad en las guerras sertorianas. En cuanto a Kaiśkata, se ha identificado con el núcleo indígena que precedió a Cascantum (Cascante, Navarra), con una producción muy exigua que reanudó en época de Tiberio. Finalmente, Erkauika, asimilada al castro de Santaver (Cañaveruelas, Cuenca), batió emisiones de bronce en la segunda mitad del siglo II a. C, continuando en época imperial con el mismo topónimo.
TAMUśIA ENTRE LOS VETTONES
Por su particular problemática hemos destacado del conjunto de las cecas celtibéricas la ceca de Tamuśia, conocida también por Tamuśia, atribuida a los vettones. La presencia del jinete y los delfines en sus monedas fue razón suficiente para que en un principio se buscase por el área territorial próxima a la Sedetania. No obstante, actualmente es aceptada su inclusión entre los vettones -célticos o celtíberos- limítrofes con otros pueblos meseteños, principalmente con los vacceos y carpetanos. La propuesta de Villasviejas del Tamuja (Cáceres), por parte de Sánchez y García, como ubicación más idónea podría verse confirmada por la continuidad del topónimo y los hallazgos monetarios frecuentes por este sector, además del conocimiento de dos téseras escritas en latín con fórmulas similares a las celtibéricas. La pregunta que puede surgir es por qué esta ceca aparece en una zona tan alejada del ámbito en el que, por lógica, debiera estar. A juicio de F. Burillo se justificaría por un primer desplazamiento de celtíberos contratados para trabajar en las minas de oro y plata de su entorno y por el asentamiento más tarde de un contingente mayor de población dando lugar a la creación de la ciudad. El hallazgo de monedas tamusienses en el contexto arqueológico del castro de Villasviejas y el paralelismo iconográfico con las más tardías de Sekaisa, que coinciden además circulando por las tierras extremeñas, asegura la cronología de sus emisiones dentro de la primera mitad del siglo I a. C.
LUSONES, BELOS y TlTOS
La delimitación territorial de estos pueblos continúa siendo una tarea compleja. Los lusones parece que ocuparon un territorio que comprendería el Campo de Cariñena, el Campo Romanos y la zona media y final del Jiloca, teniendo por vecinos a los arévacos, además de los belos y titos. Bursau (Borja), Karaues (quizás Magallón), Nertobis (Calatorao) y Tuŕiasu (Tara zona) fueron con seguridad ciudades lusonas. La ceca de mayor importancia por el volumen de sus emisiones fue sin duda Tuŕiasu, que continuó emitiendo moneda cívica en época imperial con leyenda similar. Los distintos valores que salieron del taller desde la segunda mitad del siglo II hasta el primer cuarto del I a. C. nos dan a conocer dos leyendas, la que define el nombre de la ceca y Kastu, en la que se intuye una relación de dependencia con la ciudad meridional de Castulo. A los belos y los titos se les presenta siempre asociados a los acontecimientos bélicos de los años 179 y 143 a. C, siendo pronto sometidos y romanizados, ya que no se les vuelve a mencionar a partir de esta última fecha. Los belos ocuparían un sector del Alto Jalón, limitando con los lusones y arévacos, mientras que la territorialidad de los titos es más compleja de concretar. Ciudades de los belos fueron entre otras Kontebakom Bel (yacimiento de Las Minas de Botorrita, Zaragoza), Belikiom (Azuara, Teruel), Bílbilis y śekaisa (Calatayud, Zaragoza). En la Tabula Contrebiensis, descubierta en Botorrita, Kontebakom aparece como Contrebia Belaisca, cuya perduración imperial está atestiguada en el Ravenate, y como Kontebias Belaiskas en la tésera Froehner. Sus emisiones, cuyo inicio debe estar en un momento de la segunda mitad del siglo II a. C, perduraron hasta principios del siguiente. Bílbilis, mencionada por Estrabón en relación con las guerras sertorianas, tuvo continuidad en época imperial bajo el nombre de Bílbilis Italica, en el cerro de Bámbola (Calatayud, Zaragoza). Dos propuestas se barajan actualmente para ubicar el asentamiento celtibérico, el yacimiento de Valdeherrera y el actual núcleo bilbilitano. De todos estos talleres, śekaisa fue el que batió mayor número de emisiones, en plata y bronce. No cabe duda de que se trata de la Segeda de los belos citada en las fuentes en relación con los precedentes de las guerras celtibéricas, aunque Estrabón la creía arévaca. Actualmente se fija su localización en Durón de Belmonte, precediéndole una primera ocupación en El Poyo de Mara, ambos puntos muy próximos al emplazamiento de Bílbilis.
LA IMAGEN: SÍMBOLO DE SOBERANÍA
Si bien dentro del sistema republicano las distintas especies monetarias se distinguían por su peso y las figuras de los anversos, entre los iberos y celtiberos se eligieron los reversos para incorporar unos esquemas figurativos que van a ser repetidos hasta la saciedad, sin apenas variar a lo largo de toda su producción: en las unidades el guerrero enarbolando un arma, palma o estandarte, y en las fracciones el caballo en diferentes actitudes, a veces el pegaso, y excepcionalmente el gallo. El peso (y el módulo) de las monedas era un referente más para conocer y distinguir los diferentes valores, siempre con las cautelas que conlleva el sistema de fabricación de los cospeles y las devaluaciones inherentes a todo sistema monetario. Pero sobre todo el acto soberano de la acuñación queda expresado por la leyenda monetaria que refleja a la comunidad, o su parte más representativa, y quizás también por la imagen del anverso si la consideramos como la expresión plástica de la etnia del grupo. Cabe suponer, no obstante, una cierta influencia o condicionantes en su puesta en marcha por parte del poder romano, aunque es difícil precisar en qué grado, y no parece que afectase a la decisión de acuñar con una determinada y reiterada tipología que se convierte en emblemática durante todo el tiempo que duraron estas emisiones.
REpRESENTACIONES HUMANAS o DIVINIDADES
La imagen del anverso de las monedas, tanto ibéricas como celtibéricas, se apartó muy poco de un modelo de representación fija, admitiendo una mayor diversidad en el estilo y el arte. Diferentes diseños se aprecian en su trazado, que van desde los rostros equilibrados y perfiles más acorde con una estética claramente griega en las primeras emisiones, en particular las de las cecas litorales, hasta la degeneración y tosquedad de estilo de las del último período, sobre todo en las celtibéricas. Es evidente que, conforme transcurre el tiempo y se introducen en el interior de la Península, el arte de estas monedas se desprende del influjo griego para aceptar una estética más autóctona, propia de unos pueblos menos acostumbrados a representar la figura humana, que a veces se manifiesta fuertemente expresiva. Este expresionismo de los rasgos faciales es especialmente notable en ciertas monedas celtibéricas, llegando a extremos notables de esquematización. El busto puede aparecer adornado con un collar' o torques, o viéndose vestido con el sagum, manto que llevaban los celtíberos recogido sobre el hombro derecho sujeto con una fíbula. Torques, casco, diadema, láurea, son elementos complementarios o de dignidades añadidas que, asociados a las distintas efigies, debieron tener un significado formal o un contenido que se nos escapa, no habiendo posibilidad de contrastado con fuentes plásticas. Los indígenas, como hemos dicho, eligieron un prototipo de imagen de entre los conocidos porque para ellos debía tener un sentido especial, aunque no fuera el original. Una mayor relación con prototipos griegos, púnicos y romanos demuestran las figuraciones galeadas, con diademas o láureas presentes en Sekobirikes, Tuŕiasu y Bílbilis. El jinete con lanza es la iconografía más representativa de los reversos cuyo precedente más inmediato está en las dracmas ibéricas de Iltirkesalir. De esta figura sólo se ve su costado derecho, con la mitad superior del cuerpo en posición frontal. En relación con esta imagen del jinete montado sobre un caballo en movimiento, lanza en ristre, la única modificación consistirá en cambiar ésta por otro objeto sin alterar la posición de! cuerpo (palma, estandarte) o girando e! brazo derecho hacia atrás para mostrar armas de menor peso y longitud (hacha, hoz, venablo). Definir con exactitud el tipo de arma por la forma o el tamaño carece de importancia, condicionado como estaba el grabador por el soporte y el espacio, derivando necesariamente hacia representaciones más bien esquemáticas y poco detalladas. No obstante se han hecho numerosos intentos de interpretación de este armamento, a partir de la información de las fuentes, la pintura vascular, la escultura y los objetos de metal ibéricos y celtibéricoso El vástago largo que sostiene el jinete se pretende lanza, dado el modo de sujetada, no existiendo suficiente detalle como para diferenciada del pilum. En ese caso cabría pensar en otras armas de características similares utilizadas con gran eficacia por parte de la caballería indígena, como lafalarica, fabricada de madera e hierro, o el soliferreum, de mayor longitud y fundido en hierro, de procedencia céltica, documentándose además su uso por los cartagineses y otros pueblos del Mediterráneo. Más dudas presenta la identificación de las otras armas por la extraordinaria simplicidad del grabado. Se ha interpretado como hacha doble el objeto que lleva e! guerrero de las monedas de Teitiakos y hoz o falx e! de las monedas de Oilaunikoś y Tuŕiasu, con forma de vástago corto y recurvado en su extremo superior. Otros elementos vinculados también con actividades guerreras son la trompa, que recuerda al cornix galo y el signum -estandarte militar-. El primero es alzado por el jinete de Louitiskos, al modo de los reproducidos en las monedas griegas y utilizados en los desfiles o paradas de las tropas auxiliares de las legiones romanas. Por Apiano sabemos del uso de los cuernos de guerra por los numantinos, además de estar documentados arqueológicamente y en la plástica ibérica, así en la propia Numancia y en el bajorrelieve de Osuna. Con variantes se presenta el signum que ostenta el jinete de Sekaisa con un ave de presa que quizás sea un águila. Recordemos que e! águila es un tipo que ya figura en didracmas de la ibérica śaiti de finales del siglo III a. C. y también en sus emisiones posteriores. Estamos, pues, ante el signifer enarbolando el signum, al estilo del representado en las monedas hispanolatinas con e! águila legionaria sobre un astil central flanqueado por los signa manipulares. Se puede deducir de lo expuesto que, si bien los prototipos monetales que les sirvieron de modelo a los entalladores celtibéricos pertenecían al mundo clásico, sin embargo la temática figurada era esencialmente local y así lo confirman otras representaciones y los propios objetos hallados en los contextos arqueológicos y descritos por los escritores grecolatinos.
ANIMALES y SÍMBOLOS
Parecido esquema figurativo se encuentra en los divisores, cuya tipología de reverso y de símbolos asociados ofrece una cierta variedad resumida en la representación de diferentes animales. Es indiscutible que cualquiera de estas imágenes tenía por sí misma un contenido simbólico que ha podido desaparecer al pasar a la moneda. El caballo resulta ser la representación más común, figurándose en diferentes actitudes, también como pegaso. Como elemento iconográfico el caballo era bien conocido por celtíberos y como tipo monetal estaba presente en las piezas que les sirvieron de modelo. La figura de pegaso responde al caballo celeste (como el hipocampo al marino) que los griegos comenzaron a representar desde el siglo VII a. C. Los indígenas lo emplearon como tipo en pocas cecas. Excepcionalmente representaron el gallo (Aŕekoŕataś), el jabalí (śekaisa) y el león (śekobiŕikes). Entre los distintos símbolos asociados a los tipos principales se repiten animales que debieron tener alguna significación especial como el jabalí, el lobo, la leona, el perro y el delfín, además de objetos como la palma. Sin duda el más representado fue el delfín. En sí mismo el delfín constituye también uno de los elementos cuya filiación clásica es fácilmente reconocible, como representativo de Apolo Delfinios. Como motivo ornamental está presente en mosaicos, monumentos funerarios o estelas, y también en las monedas, siendo la griega Emporiton la primera ceca peninsular que adoptó la efigie rodeada por los delfines, cuyo prototipo más cercano está en la siracusana ninfa Aretusa, y que los iberos y celtíberos, sin interpretar la relación de acompañamiento de una divinidad acuática, la adaptaron a la cabeza masculina. La estrella, aislada o asociada al creciente lunar, se acuñó en principio en monedas itálicas, masaliotas y en las cartaginesas, junto al caballo, como más tarde aparece en Tuŕiasu, Bílbilis y Kalakoŕikoś, o junto al jinete también en la primera. Quizás este símbolo pueda relacionarse con el culto solar, del que sería una simplificación esquemática, conectado a una divinidad masculina o a animales que simbolizan la virilidad, la fuerza (la guerra) como el caballo, el león o el toro. En resumen, las representaciones de los reversos están sin duda relacionadas de alguna forma con la misma imagen del anverso, la cual' pudo representar a la propia comunidad, en uno y otro caso acompañados de atributos o símbolos que contribuían a realzar esta significación de poder o fuerza del grupo. Es decir, que como ha resaltado M. Almagro, el tema de la guerra está siempre presente en la efigie masculina y en el heros equitans en diversas actitudes, con distintos objetos, expresando siempre la misma idea. Idea que evoca también el caballo (o el toro) cuando se presenta sin jinete en los divisores y que es recurrente a toda la plástica céltica e ibérica.
MONEDAS EN CIRCULACIÓN
No parece que la producción monetaria entre los celtíberos estuviese centralizada ni que los talleres batieran moneda sin interrupción. Si el hecho mismo de la acuñación estuvo relacionado con los períodos de conflictos, sería en estos momentos, ante necesidades concretas, cuando los talleres móviles trabajarían a pleno rendimiento, en tanto que en los períodos de tranquilidad la moneda existente continuaría circulando sin necesidad de batir nuevas piezas. Del estudio del circulante la principal observación que se puede hacer es el distinto comportamiento de los valores de bronce con respecto a los de plata. Así se constata que el movimiento de las monedas de bronce de un taller estuvo restringido a su entorno inmediato, a excepción de aquellas cecas cuyo volumen de acuñación fue mayor o cuyas piezas, por determinadas circunstancias, se vieron sometidas a desplazamientos a larga distancia, no implicando necesariamente el de los usuarios de las monedas, siguiendo éstas su curso normal una vez introducidas en el circuito comercial. Esta parece ser la explicación de la presencia de algunos ejemplares de bronce cerca de los centros mineros de la Bética y Lusitania. Sin embargo, la plata manifiesta un comportamiento diferente dibujándose dos orientaciones: los denarios se dispersaron principalmente por los valles alto y medio del Ebro y del Duero. Pocos denarios traspasaron ámbitos peninsulares más alejados, como la cuenca baja del Tajo y el valle del Guadalquivir; es el caso de los batidos por las cecas de śekobiŕikes y Tuŕiasu, entre otras. Las preferencias de cada núcleo a producir sus propias monedas explica la proyección mayoritariamente local del bronce, y ha de entenderse como una señal de independencia o de prestigio, o por razones de provecho para la civitas, facilitando el intercambio interno con otras comunidades. El movimiento de la plata, en cambio, estuvo supeditada al afianzamiento de los romanos en el país, ya que los impuestos y exacciones se libraban en este metal y las inversiones consustanciales a la propia conquista precisaban de las amonedaciones hispanas cuando la producción de la ceca de Roma no llegaba a las provincias, como lo atestigua la composición de los tesoros. Tampoco hay que olvidar e! uso que las amonedaciones de plata pudieron tener para las propias relaciones comerciales con los pueblos ibéricos. En la Celtiberia se han documentado ocultaciones significativas para el conocimiento de la cronología de las emisiones. El campamento III de Renieblas, cuya construcción hacia el 153 a. C. hay que relacionar con la segunda guerra celtibérica, aportó monedas indígenas y romanas que, en teoría, determinan su escondite hacia el 160 a. C. Esta data constituye una referencia para las emisiones presentes en el conjunto, y más en concreto las de śekaisa con el signifer. Otra información de gran provecho proviene del campamento levantado por Escipión en la circunvalatia de Numancia, años más tarde. Parece que buena parte de los talleres estaban activos entre el asedio de la ciudad y su destrucción y, con mayor certeza, los de śekaisa y Belikiom. Determinadas ocultaciones se fijan en el tránsito del siglo II al I a. c., como consecuencia de las revueltas celtibéricas documentadas entre el 98-94 y una serie de escondrijos repartidos por la Meseta y valle medio del Ebro, con monedas de Tuŕiasu, śekaisa y śekobirikes, se atribuyen al conflicto sertorio-pompeyano (80-72 a. c.). Sabemos que Sertorio se apoyó en talleres locales para cubrir sus gastos militares y administrativos, en tanto que Q. Cecilio Metelo y Pompeyo Magno se sirvieron fundamentalmente de la moneda republicana para financiar los suyos. Alguna de estas emisiones, a juicio de Crawford, pudo ser parcialmente acuñada en Hispania por grabadores itinerantes. Son, sin embargo, escasos los hallazgos que pueden atribuirse con seguridad al período de las guerras entre César y los pompeyanos (49-45 a. C.), quizás los de! Centenillo y Mentesa en Jaén y Lliria en Valencia. Los más tardíos, de Arrabalde (Zamora), Tiermes (Soria), Ablitas (Navarra) y Villar del Álamo (Cuenca), representan un testimonio de la circulación residual de algunas de las cecas más productivas, como fueron śekobiŕikes y Tuŕiasu.
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