"el Libro de axedrez, dados e tablas"  de Alfonso X, siglo XIII. (Hacer clic sobre la imagen para saber má³ sobre el libro origen de las ilustraciones del artí£µlo)

 

 

 

Capí´µlo 4

LA LITERATURA EN EL DESPERTAR CULTURAL DEL SIGLO XIII (II)

 

1. LOS OR͇ENES DE LA PROSA

La poesí¡ como g鮥ro domina la literatura en lengua romance en la primera mitad del siglo xin, seg�n hemos visto en el capí´µlo anterior. En la segunda mitad de la centuria, en cambio, la prosa castellana avanza en cantidad y calidad, fen�menos a los que corresponde un debilitamiento en la actividad poé´©ca, que probablemente nos hable de una relaci�n causal entre ambos fen�menos, ya que hombres de talento y ambici�n como los que en la generaci�n anterior estuvieron al servicio de las �rdenes moná³´icas componiendo poemas en la cuaderna ví¡¬ fueron atraí¤¯s a la corte de Alfonso el Sabio. Resulta fᣩl y peligroso el simplificar en extremo esta explicaci�n, y no hubo, claro estᬠun reajuste intencionado del trabajo en este sentido; serí¡ sin embargo muy extra�o que no atrajesen poderosamente a los autores hispᮩcos la recompensa, el prestigio, el estí­µlo intelectual y el alto nivel de cultura con que la corte castellana sugestionaba a los hombres de letras y poetas de otros paí³¥s europeos. Los cambios operados se hacen fᣩlmente comprensibles de tener en cuenta, ademᳬ las preferencias de Alfonso por el castellano en cuanto lengua de prosa y por el galaico-portugué³ como vehí£µlo poé´©co.

Serí¡ err�neo, pese a todo, creer que la prosa castellana comenz� con el rey Alfonso y má³ equivocado todaví¡ el desprestigiar la tradici�n de la prosa medieval hispano-latina. Destacan, en efecto, en cada perí¯¤o de la literatura latina, escritores nacidos en la pení®³ula ib鲩ca: entre los prosistas del perí¯¤o clᳩco, mencionemos a S鮥ca, y entre los poetas, a Marcial y Lucano; san Isidoro de Sevilla fue una de las figuras má³  destacadas de la cultura hispano-visig�tica tras la caí¤¡ del imperio romano; los espa�oles de los siglos XVI y XVII, al igual que otras figuras europeas del momento, se sirvieron con frecuencia del latí®® Fue, sin embargo, en el perí¯¤o que va desde la conquista Სbe hasta fines de la Edad Media cuando las letras latinas florecieron con má³  pujanza en Espa�a. Sesenta a�os má³ tarde, tan s�lo, despué³  de la caí¤¡ del reino visig�tico, el monje espa�ol Beato de Li颡na compuso un comentario sobre el Apocalipsis, que goz� de influjo tan grande fuera como dentro de la pení®³ula. A partir de fines del siglo IX, hay una serie de cr�nicas latinas, que comienza con la Chronica Visegothorum originaria del reino de Asturias; cortas y compendiosas en un principio, gradualmente llegará® a ser má³ ambiciosas, tanto desde el punto de vista de sus objetivos como en el tratamiento de los mismos1. Ya en el siglo XII la literatura hispano-latina se hace má³ variada y má³ conscientemente literaria, si bien no puede competir con las obras que coetᮥamente se está® escribiendo allende los Pirineos. Hay, sin embargo, un campo en el que Espa�a sobresale, el de las traducciones del Სbe y, aunque en menor cuantí¡¬ del hebreo.

El nivel muy alto desde el punto de vista cultural y tecnol�gico que la Espa�a Სbe alcanzara, al tiempo que los reinos cristianos de la pení®³ula se hallaban sumidos en el atraso y en la pobreza, proporcion� un poderoso incentivo para la adquisici�n del conocimiento por medio de las traducciones. Esta labor puso al alcance de Europa ejemplares traducidos no s�lo de los escritores Სbes, sino tambié® hind�es y persas, previamente vertidos estos �ltimos al Სbe, y buen n�mero, finalmente, de obras griegas (algunas incluso de Arist�teles) perdidas en la tradici�n occidental, conservadas en cambio, con la adici�n de comentarios, en versiones Სbes 2. Este fen�meno de las traducciones empez� en el siglo x en el monasterio catalá®  de Ripoll, que juntamente con el de San Millᮬ Silos y Sa-hag�n, constituye uno de los cuatro centros má³ importantes de la cultura moná³´ica dentro de la pení®³ula. No se dej� sentir por entonces la necesidad de traducir al romance, y el uso del latí® hizo accesibles a los hombres cultos de allende de los Pirineos las obras que hemos mentado. Comenzaron aqu鬬os, por consiguiente, a visitar el monasterio de Ripoll para beneficiarse culturalmente y compartir la labor de traducci�n 3.

La reconquista de Toledo en 1085, con la mezcla de su poblaci�n y su rico tesoro de libros Სbes, posibilit� el crecimiento de esta actividad en el centro de la pení®³ula, y en efecto, en muy poco tiempo, Toledo eclips� a Catalu�a. La figura clave dentro de todo este proceso es Raimundo, arzobispo de Toledo desde 1126 a 1152, que convirti� lo que habí¡ sido una actividad meramente esporᤩca en una escuela organizada de traductores que serí¡¬ andando el tiempo, uno de los centros culturales de mayor importancia de la Europa medieval 4. En el siglo que separa la muerte del arzobispo Raimundo de la subida al trono de Alfonso X, se consolid� en la mentada ciudad una corriente de traducci�n con su equipo de eruditos, traductores y escribas, aparte de una cuantiosa biblioteca de libros cientí¦©cos y de otra í®¤ole. En Toledo se establecieron judí¯³, refugiᮤose de los almohades (cf. anteriormente, p᧩na 106), uni鮤ose de nuevo a aquellos cuyas familias habí¡® vivido allí ¤urante siglos, para jugar un papel de importancia vital dentro de esta escuela, no s�lo por el motivo manifiesto de enriquecerla con la tradici�n cultural hispano-hebraica, sino por otro a�n de mayor peso: ellos, a diferencia de la mayor parte de los espa�oles cristianos del norte, dominaban el Სbe. La dificultad de la traducci�n directa del Სbe al latí®  �pocos debí¡® ser competentes en ambas lenguas� pudo obviarse mediante un tosco borrador en castellano como intermediario. Un judí¯ deberí¡ de hacer una traducci�n provisoria (ni siquiera tal vez por escrito), que luego un cristiano verterí¡ definitivamente al latí®µ. Si se sigui� este procedimiento, quizá °arezca extra�o que la versi�n en castellano no pasase de un simple borrador de trabajo, desechado cuando ya hubiese alcanzado su prop�sito; no hubo, sin embargo, demanda de ejemplares en castellano hasta que aument� la capacidad de lectura: los que eran capaces de leer un libro culto �darí¡® por sentado� lo harí¡® en latí®® El comienzo de las traducciones en castellano �hemos de tenerlo presente� no signific� el final de las versiones al latí®» al contrario, Toledo sigui� siendo hasta el siglo XV uno de los centros má³ importantes por lo que a esta actividad se refiere, proporcionando a Europa versiones latinas de obras Სbes y hebreas.

La opini�n de que las obras en prosa romance de ciertas dimensiones no aparecieron antes del siglo XIII se apoya en buen fundamento, aunque ha sido sometido a prueba por el descubrimiento de un texto supuestamente anterior. Se trata de la Fazienda de Ultra Mar, una especie de guí¡ de peregrinos a Tierra Santa que combina descripciones geogrᦩcas con traducciones parciales de relatos hist�ricos del Antiguo Testamento, y con la incorporaci�n meramente ocasional de material procedente de la antig�edad clᳩca; coloca así ¥sta obra al peregrino frente al horizonte hist�rico del lugar que se encuentra visitando:

Allí  delante Monte Carmel, a parte de orient, es Sabast, e ovo nonbre Samarí¡» en ebreo ovo nonbre Somron, e era cabo del reysmo de Israel e de Samaria. Allí ¥n Samarí¡ era el rey de Israel. El rey de Syria avya guerra con el rey de Samaria, e dixo a sos vasallos: �En atal logar nos metremos en celada�. Todo esto sopo el rey de Israel, que lo dixo Helyseus el propheta, omne de Dios. Esto non fue una vez, mas muchas. Estonz el rey de Syria dixo a sos omnes: ��Quᬠ de vos me descubre de mi poridat al rey de Israel?� (125)

Se halla este texto precedido de dos cartas, una de �Re-mont, por la gracia de Dios, arcobispo de Toledo, a don Almene, arcidiano de Antiochia�, a quien se le ruega

que t� me enbí¥³ escripto en una carta la fazienda de Ultra Mar e los nombres de las cibdades e de las tierras como ovieron nonbre en latí® e en ebraico, e quanto a de la una cibdat a la otra, e las maravyllas que Nuestro Sennor Dios fezo en Jherusalem e en toda la tierra de Ultra Mar; (43)

en la otra, el propio Almeric asiente a la composici�n de la obra. Cartas en la forma de é³´as se hallan muy lejos de poder merecer nuestra aprobaci�n de autenticidad, y en algunos casos, bien conocidos por otra parte, se trata de manifiestas falsificaciones. La teorí¡ de que la obra se compuso durante el tiempo en que Raimundo gobernaba la sede de Toledo es insostenible desde los puntos de vista lingï¿½í³´ico e hist�rico. La Fazienda, sintᣴicamente mucho má³  compleja que las primeras cr�nicas castellanas de finales del siglo XII y principios del XIII, se halla má³ pr�xima a la sintaxis de las obras de mediados del siglo XIII.

Presenta la Fazienda, por otra parte, afinidad considerable, por lo que a otros rasgos lingï¿½í³´icos se refiere, con la cr�nica navarro-aragonesa del Liber regum (cf. má³ adelante, p᧳. 150-151). Má³ fuertes a�n son las objeciones que provienen del campo hist�rico. Almeric era franc鳬 y parece que nunca estuvo en Espa�a. Raimundo, a su vez, de la misma nacionalidad, no mostr� interé³ en la producci�n de tales versiones en castellano, aunque, seg�n hemos visto, organiz� una escuela de traductores para verter obras del Სbe al latí®® De cartearse Almeric y Raimundo es posible que lo hicieran en franc鳬 si bien el uso del latí® fue mucho má³ probable, y una correspondencia en castellano debi� de ser poco menos que imposible. El texto que conservamos de la Fazienda es con seguridad del siglo XIII, y no puede tratarse de la obra de un cl鲩go francé³ en Antioquí¡® Sin embargo, de suponer una compilaci�n latina del siglo XIII, traducida má³  tarde al castellano, se disipan todas estas dificultades. La obra debe renunciar, pues, a su pretensi�n de prioridad cronol�gica. Esto, no obstante, no mengua su valor. Sigue siendo una traducci�n en lengua romance de la Biblia, notoriamente temprana, y tenemos poderosas razones para afirmar que no procede de la Vulgata latina de uso general en la Edad Media, sino de una traducci�n latina del texto hebreo perteneciente al siglo XII6.

La obra má³ antigua existente en prosa castellana pertenece a un grupo de breves narraciones hist�ricas en dialecto navarro-aragoné³ que se hallan al final de un c�digo legal manuscrito, el Fuero general de Navarra. Una de estas Corᮩcas navarras se compuso, seg�n su editor, en el 1186, con una versi�n ampliada entre 1196 y 1213. No tiene la forma de una estructurada prosa narrativa, sino de anales, y no puede recabar ning�n m鲩to literario, pero posee, con todo, interé³ considerable para el estudio de la literatura; los tres primeros apuntes son referencias al rey Art�s (la primera huella del material art�rico en Espa�a), a Carlomagno y al h鲯e é°©co Garcí¡ (cf. anteriormente, p᧳. 82-83).

Era d. lxxx. aynos fizo la bataylla al rey Artuyss con Modret Equibleno. Era dccc. lxxx. vi. aynos mori� Carle Magne. Era m.� l. viii. aynos mataron al yfant Garcí¡ en Le�n. (40)

Otra de estas Corᮩcas, probablemente de finales de siglo XII, compuesta ya en forma narrativa, parece ser un resumen en romance de la Historia Roderici (cf. anteriormente, p᧮ 85). Muy a comienzos del siglo XIII encontramos a su vez los Anales toledanos primeros, en castellano, que no merecen mucho inter鳬 sin embargo, desde el punto de vista de su estilo o de su t飮ica.

Una obra ligeramente posterior, de mayor calidad asimismo, es el Liber regum compuesto en navarro-aragoné³ entre 1196 y 1209. Posee mayor amplitud y a veces mayor fuerza narrativa que sus antecesores en romance:

Est rei don Remiro fo muit bueno, & ovo muitas faziendas con moros e lidi� muitas vezes con ellos e vencielos. Et a postremas vino sobr'鬬 el rei don Sancho de Castiella con grant poder de moros e con tod el poder de ǡragoza, qui era de moros. Vinieron ad 鬠a Sobrarbe e gastoronle toda la tierra, et 鬠vino ad ellos a batalla e lidi� con ellos e matoron lo i en Grados. (37)

Su valor intrí®³eco, aun así¬ es limitado, especialmente cuando se compara con las cr�nicas latinas o Სbes de este tiempo, y tal vez el aspecto de mayor interé³ que ofrece sea el de su influjo extraordinariamente perdurable. Se tradujo al castellano hacia 1220 y posteriormente al portugu鳬 siendo utilizada todaví¡ como una fuente literaria dos siglos má³  tarde1.

Las Corᮩcas navarras, Anales toledanos y el Liber regum no constituyen piezas representativas de la historiografí¡ espa�ola de finales del siglo XII y primera mitad del siglo XIII, ya que la lí®¥a medular de dicha corriente hasta el reinado de Alfonso X viene constituida por las cr�nicas en latí®® Se hallan é³´as, hasta mediados del siglo XII, circunscritas al á²¥a del noroeste (al reino de Asturias primero, al de Le�n má³  tarde), tanto por el paí³ de sus autores como por la concentraci�n de su interé³ en la historia de la citada regi�n. La primera cr�nica general de importancia que iba a producir Castilla fue la Cr�nica Najerense, así  denominada porque fue compuesta en el monasterio benedictino, centro cluniacense por este tiempo, de Santa Marí¡ de N᪥ra8. La Najerense se constituy� en modelo a seguir no s�lo para las cr�nicas latinas posteriores sino incluso para los historiadores alfonsí¥³: se traz�, en efecto, en buena parte sobre los poemas é°©cos, y su alcance fue progresivamente restringido: abarcando la historia universal en los tiempos bí¢¬icos y en la é°¯ca clᳩca, se ci�e a la pení®³ula ib鲩ca durante el perí¯¤o visig�tico, inscribi鮤ose luego dentro del á­¢ito de Le�n y Castilla. Otras obras hist�ricas en latí® del siglo XII encierran innovaciones de importancia: la Historia Roderici, por ejemplo, versa sobre la vida de un personaje no regio (se trata, sin embargo, de una cr�nica má³ bien que de una biografí¡¬ ya que no intenta dise�ar los rasgos caracterí³´icos del h鲯e); y la Historia Compostelana que presenta la historia de dicha di�cesis y de su arzobispo mediante la utilizaci�n de citas de documentos así £omo la narraci�n. La Chroni-ca defonsi imperatoris (cf. anteriormente, p᧮ 93, n. 38), aunque sigue má³ fielmente la antigua tradici�n de t飮ica historio-grᦩca, es má³ notable desde el punto de vista literario, ya que incluye el Poema de Almerí¡ (cf. anteriormente, p᧮ 92), y se inspira en la lengua bí¢¬ica para sus escenas de batalla9.

La historiografí¡ hispano-latina se hallaba, pues, consolidada mucho antes de la eclosi�n romance del siglo xiii; é³´a, empero, dej� sentir su influencia, ya que el segundo cuarto del citado siglo vio la aparici�n de dos amplias e importantes cr�nicas que tuvieron una influencia considerable del Chronicon mundi de Lucas, obispo de Tuy (el Tudense), que, completada en el 1236, constituye la �ltima obra de relieve en la tradici�n leonesa, de idé®´ico mé´¯do por otra parte que el seguido por la Naj é²¥nse. Lucas, al igual que la mayorí¡ de sus predecesores, se contenta con aceptar lo que encuentra en las fuentes sin atreverse a formular un criterio hist�rico independiente 10. La otra cr�nica de importancia que hemos mencionado es la De rebus Hispaniae de Rodrigo Xim鮥z de Rada, arzobispo de Toledo (el Toledano), que se complet� en 1243. La ardua carrera polí´©co-eclesiá³´ica de este autor no ahog� sus actividades como historiador: no s�lo compuso, en efecto, buen n�mero de otras cr�nicas, incluyendo una Historia arabum, sino que desarroll� un mé´¯do hist�rico crí´©co, haciendo un uso asaz de los documentos, apoyᮤose en fuentes Სbes (innovaci�n esta �ltima especialmente valiosa, ya que por este tiempo tan s�lo los Სbes apreciaban debidamente la historia econ�mica y social), y finalmente ejerciendo una viva inteligencia crí´©ca sobre todas sus fuentes. Muy pronto se tradujeron el Tudense y el Toledano al romance, y ambos constituyeron fuentes de importancia para la Estoria de Espa�a en castellano de Alfonso X. El fuerte influjo del Toledano en la historiografí¡ hispᮩca se prolonga incluso hasta el siglo XV 11.

La geografí¡ jug� un papel mucho menos importante que la historia en las letras hispᮩcas del siglo XIII; hay con todo, una obra de cierto inter鳬 la Semejanç¡ del mundo, compuesta en Castilla poco despué³  de 1222. Las fuentes inmediatas principales de la obra las constituyen las Etimologiae de san Isidoro y la Imago mundi de Honorio (trá´¡se probablemente en este caso de Honorius Inclusus, que vivi� hacia 1100), que se halla en deuda a su vez con la obra isidoriana. La concepci�n geogrᦩca del mundo en la Edad Media proviene de las ciencias y exploraciones de los griegos tal como habí¡® sido interpretadas por los escritores latinos (proceso que, naturalmente, deform� aqu鬬as). Esta concepci�n, que se reajusta a la visi�n bí¢¬ica del mundo, fue aceptada por el autor de la Semejanç¡ y sus contemporᮥos matizando forzosamente aun las observaciones de primera mano 12.

Ofrece la Semejanç¡ no s�lo la descripci�n tradicional del mundo, sino tambié® material de otra í®¤ole: traza, en efecto, un cuadro del infierno, contiene las propiedades de las piedras preciosas, así £omo relatos de animales sacados algunos de ellos de los bestiarios 13. Refleja la actitud tí°©ca medieval de enfrentarse plenamente no s�lo con el asunto principal, sino tambié® con otros relacionados con aqu鬬 inclusive el origen de los nombres. La concepci�n medieval del mundo obedecí¡ a una jerarquizaci�n orgᮩcamente elaborada de armoní¡³ y correspondencias, y, de acuerdo con ella, era il�gico abordar una parcela del conocimiento aisladamente o a espaldas de su relaci�n con el plan divino.

 

 

2. Alfonso X

Las obras en prosa espa�ola conservadas con anterioridad a la subida al trono de Alfonso X son considerablemente inferiores en n�mero a las compuestas en el reinado y bajo la direcci�n de este monarca. A la edad de 30 a�os, en 1252, Alfonso hered� el trono de Castilla y Le�n. Fue un hombre maduro dotado de gran energí¡ y talento, considerable experiencia militar y diplomá´©ca, y ambici�n sin freno. Su padre, Fernando III, que habí¡ sido uno de los reyes má³ afortunados de Castilla, reuni� los reinos separados, reconquist� gran parte de la Espa�a que por entonces se hallaba en manos de los Სbes, y garantiz� un aumento sin precedentes en la prosperidad econ�mica y en el nivel cultural. La sucesi�n de tal padre no hubiera sido fᣩl en cualquier caso, pero para un hombre del temperamento y habilidad de Alfonso tuvo que hacé²³ele insuperablemente ardua. El nuevo rey trat� de asegurar su propia supremací¡ y la de su reino a toda costa, fracasando casi inevitablemente en la mayorí¡ de sus intentos.

El rey Alfonso al principio se mostr� prudente y mesurado en sus prop�sitos; en dos importantes empresas posteriores, sin embargo, no supo detenerse a tiempo, y el resultado arruin� su reinado. A sus continuados empe�os de llegar a ser coronado emperador dedic� mucho má³  de lo que los recursos financieros y militares de Castilla podí¡® ofrecerle, y se encontr� con la creciente oposici�n de la nobleza y de su propia familia, hasta que se vio obligado a renunciar a sus pretensiones en 1275. El intento del monarca encaminado a robustecer la autoridad real a expensas de la nobleza, aunque se tratase, por otra parte, de una polí´©ca mucho má³ justificable, condujo igualmente al desastre. La causa principal de su fracaso la constituye la disputa en torno a la sucesi�n del trono; la vacilaci�n del rey provoc� una rebeli�n a cuya cabeza se hallaba su hijo Sancho y a�n duraba la lucha cuando Alfonso muri� en 1284 14.

Resulta imposible establecer una lí®¥a divisoria entre la trayectoria polí´©ca y literaria de este monarca; se hallan, en efecto, inspiradas por idé®´icos motivos y se entremezclan a lo largo de toda su vida. La formulaci�n de un c�digo legal enciclop餩co, seg�n veremos, el de las Siete partidas, se vio profundamente afectado por sus luchas contra la nobleza. La utilizaci�n de la lengua romance, por otra parte, en sus obras cientí¦©cas e hist�ricas guarda estrecha correspondencia con el uso de la misma en la cancillerí¡ real. El factor que priva en el primer caso es la determinaci�n alfonsí ¤e autoafirmarse y consolidar su autoridad real; el segundo, en cambio, obedece a su patriotismo castellano igualmente intenso. Los documentos de la cancillerí¡ hasta su subida al trono habí¡® sido redactados normalmente en latí®¬ pero Alfonso cambi� inmediatamente esta prᣴica por el empleo del castellano en todos los documentos dirigidos a sus subditos, e incluso al final de su reinado dirigi� con bastante frecuencia documentos en esta misma lengua a monarcas extranjeros. El empleo sistemá´©co de la lengua romance no surgi� (como se ha sugerido a veces) bajo el influjo de los colaboradores judí¯³ del rey en su obra cultural, sino má³ bien de su fuerte conciencia nacional y del deseo de promover el �nico lenguaje com�n a las tres razas �espa�oles, Სbes y judí¯³ï¿½ en su recientemente ampliado reino. Ademᳬ el uso de la lengua vulgar es má³ amplio y s�bito en Castilla que en ninguna otra parte, existe una tendencia general en esta é°¯ca seg�n la cual la expansi�n de la educaci�n es seguida de la secularizaci�n del conocimiento, con má³ amplio uso de las lenguas nacionales 15.

Plane� Alfonso dos obras hist�ricas de envergadura, la Estoria de Espa�a y la General estoria o historia del mundo. Qued� sin terminar la �ltima, y la primera, a su vez, parece que nunca recibi� la forma en que el monarca la concibiera. A pesar de todos los medios asiduamente reunidos por el rey, esta empresa result� excesiva cuando el equipo de traductores, eruditos y compiladores estaba comprometido tambié® en largas obras cientí¦©cas y legales. En su obra hist�rica, al igual que en su intento de ser emperador, parece que Alfonso desbord� sus posibilidades.

Se discute apasionadamente acerca de la dataci�n de la Estoria de Espa�a, las numerosas cr�nicas a que dio origen y sus mutuas relaciones, debido al n�mero, extensi�n y la desconcertante variedad de manuscritos 16. Los hechos aparentes en torno a la Estoria de Espa�a pueden perfilarse brevemente, pero nuevos datos, sin embargo, podrí¡® ocasionar un cambio de postura. Fue comenzada la obra poco despué³ de que Alfonso subiese al trono, completᮤose al menos en una primera versi�n provisional antes de su muerte; Sancho IV, indiferente y aun hostil a la empresa cultural de su padre, redujo considerablemente, al parecer, o lleg� a suspender incluso, las pagas que su padre habí¡ asignado a sus colaboradores; es casi imposible, pues, que la Estoria de Espa�a fuese completada durante el reinado de Sancho. El primer borrador de la obra pudo terminarse a comienzos de los a�os 1270. Cuatrocientos capí´µlos de ella, al menos, habí¡® sido completados por el tiempo en que Alfonso concentr� su atenci�n en la General estoria, pero pudo avanzar la obra, con todo, mucho má³ allá® En cualquier caso, sin embargo, la desviaci�n de las energí¡³ del rey y de su equipo de colaboradores hacia la tarea de la confecci�n de una historia universal afect� seriamente a la producci�n de una versi�n �ltima de la Estoria de Espa�a. Es posible incluso que esta desviaci�n resultase en el abandono de la empresa, pero si sucedi� así¬ generaciones posteriores trastocaron el veredicto de Alfonso, ya que no fue la General estoria sino la Estoria de Espa�a la que se copi�, se refundi� y se ampli� durante varios siglos. La edici�n publicada por Men鮤ez Pidal bajo el tí´µlo de Primera cr�nica general refleja con fidelidad la parte má³ antigua de la Estoria de Espa�a; para la parte ulterior de la misma se apoya, en cambio, en un manuscrito tardí¯ e insatisfactorio, mientras el de autoridad má³ fidedigna sigue a�n sin ser publicado. Ademᳬ parece que la versi�n definitiva, aprobada por Alfonso, no sigui� má³ allá ¤el capí´µlo 616. Así °ues, las contradicciones notorias en los �ltimos capí´µlos de la cr�nica, que sorprenden sobre todo en el tratamiento de la vida del Cid, no constituyen todas un error fundamental debido a Alfonso y sus compiladores, cuya habilidad por lo que respecta a la organizaci�n debe recibir má³ cr餩to del que generalmente se le atribuye. Constituirí¡ un extra�o suceso el que los hombres que habí¡® anteriormente conjuntado cuidadosamente tan amplia variedad de fuentes en un esfuerzo enorme de sí®´esis, resultaran, al fin, tan descuidados, permitiendo que una versi�n final contuviese notorias contradicciones.

La Estoria de Espa�a, como la mayorí¡  de las extensas cr�nicas hispᮩcas medievales, se remonta a los comienzos mismos de la historia, en el presente caso hasta Mois鳬 continuando luego con la historia de la Espa�a prerromana y Roma, cuya historia es vista como parte integrante del horizonte hist�rico espa�ol. La obra, como es l�gico, dedica las má³ de sus p᧩nas al acontecer hist�rico peninsular desde las invasiones germᮩcas hasta la muerte de Fernando III. Las dos cr�nicas hispano-latinas de má³  importancia en el siglo XIII proporcionaron abundante material, y el Toledano, por su mé´¯do hist�rico má³  renovador y sagaz, constituy� una fuente de especial importancia. Se sirve Alfonso asimismo de otras cr�nicas latinas medievales, la Biblia, historiadores y poetas clᳩcos latinos, leyendas eclesiá³´icas, obras de é°©ca romance y, finalmente, de historiadores Სbes. El empleo de las fuentes é°©cas contaba con un amplio precedente, pero no habí¡ precedente alguno para la amplitud con que Alfonso las emplea: resume en efecto unos pocos poemas de modo tan completo que podemos inferir su asunto por completo (La condesa traidora, el Romanz del Infant Garcí¡ y el Cantar de Sancho II) y prosific� otras tan por extenso que nos es posible la reconstrucci�n de buen n�mero de versos (así ¬os Siete Infantes de Lar a, el Cantar de Mi� Cid)11.

La historiografí¡ á²¡be ofreci� una valiosa aportaci�n a los compiladores de la Estoria de Espa�a desde tres puntos de vista: les proporcion�, en primer té²­ino, animados sí­©les:

et veno pora Xá´©va assí £omo le�n fambriento va all enodio, et como la grand abenida del diluvio viene a dessora. (551)

Oblig� ademá³  a una nueva perspectiva y equilibrio hist�ricos, ya que los eventos eran considerados por los Სbes bajo un enfoque distinto; y a ella debe, en fin, la historiografí¡ alfonsí  su interé³ por la historia econ�mica y social (cuya trascendencia habí¡ sido ya descubierta por el Toledano). Los efectos del sitio de Valencia por el Cid nos son comunicados, por ejemplo, mediante las listas de ví¶¥res en las que a la subida precios corresponde la disminuci�n de la calidad de los mismos, y luego el eventual abandono de las citadas relaciones para dar paso a una narraci�n cuya sencilla textura logra hacer surgir el horror:

Et aquellos a que fincava alg�n poco de pan, soterrᶡnlo et non lo osavan mostrar por esto que les fazie. Et non fallavan poco nin mucho a conprar caro nin refez. Et los que algo avien tornᶡnse a comer las yervas, et las rayzes, et cueros, et nervios, et los lectuarios de los especieros, et esto todo muy caro. Et los pobres comien la carne de los om-nes 18. (583)

La General estoria se concibi� a su vez al modo de una ambiciosa historia universal desde la creaci�n hasta el reinado de Alfonso. Nunca fue, sin embargo, completada, truncᮤose cuando llega a los padres de la Virgen Marí¡® Aun así¬ es de enorme extensi�n, y s�lo dos de sus seis partes han sido publicadas hasta la fecha. Sus fuentes son a�n má³ numerosas y variadas que las de la Estoria de Espa�a, y en su conjunto se hallan bien ensambladas, reservando al Antiguo Testamento el puesto de fuente principal en la que se inserta el restante material. El predominio del material bí¢¬ico era de esperar: para las é°¯cas en cuesti�n, el Antiguo Testamento representaba la mayor parte de las fuentes accesibles a Alfonso. Ademᳬ la concepci�n medieval de la historia universal como el desarrollo del prop�sito divino colocarí¡ de todas formas a la historia sagrada en el centro de la estructura, subordinando a ella las narraciones de la antig�edad clᳩca. Hay, sin embargo, algunas secciones en las que la historia profana ocupa tanto espacio o má³ que la sagrada. La General estoria no cabe muy fᣩlmente, pues, dentro del g鮥ro de la Biblia historial representada por la Fazienda de Ultra Mar (cf. anteriormente, p᧩nas 147-149) y la prestigiosa Historia scholastka de Pedro Comé³´or (siglo XII). Aunque Alfonso querí¡ que la historia universal sirviese de espejo moral para los cristianos, su interé³ en la historia profana es notablemente má³ vivo que el que nos revela Pedro Comé³´or y es rasgo que está ¤e acuerdo con otros de la General estoria: la interpretaci�n literal de la Escritura se prefiere a los tres niveles ocultos de significado que se perseguí¡® en la prᣴica usual por este tiempo con ayuda de las t飮icas de la ex駥sis patrí³´ica; la mitologí¡ clᳩca (sobre la que la General estoria expresa alguna inquietud) se trata por extenso y, finalmente, se adopta un tono má³ secular en la narraci�n de la creaci�n.

Se trata, pues, de una historia universal, que desciende directamente de los Cᮯnes de Eusebio de Cesá²¥a y de su amplificaci�n por san Jer�nimo. Ambos textos, compuestos en el siglo iv, fueron accesibles a Alfonso, y ambos combinan la historia sagrada con la profana. La decisi�n de san Jer�nimo de actualizar la obra sirvi� de precedente para los escritores posteriores. El plan de Alfonso, de dar cuenta de toda la historia humana hasta sus propios dí¡³, sigue este precedente, y esto distingue la General estoria de las biblias historiales, aunque esta distinci�n queda medio oculta porque el trabajo de los compiladores se suspendi� antes de llegar al fin de la é°¯ca bí¢¬ica. Las historias universales que descienden de Eusebio no son los solos modelos estructurales: influyen tambié® en la General estoria la Historia scholastica, varios comentarios sobre la Biblia y las Antig�edades judaicas de Josefo, cuya presentaci�n novelí³´ica de episodios bí¢¬icos e interé³ en la motivaci�n de los personajes, atrajeron obviamente a Alfonso.

Contiene esta obra cierto n�mero de pasajes que en su conjunto son versiones hispᮩcas de leyendas clᳩcas tales como el sitio de Troya, la vida de Alejandro y la tr᧩ca rencilla familiar de Tebas; en este �ltimo caso, Alfonso y sus colaboradores traducen, al parecer, una versi�n francesa en prosa del Romá® de Th颥s. Gran parte de la General estoria semeja, en efecto, un repertorio de traducciones cuyos compiladores laboraron intensamente y por lo general con 鸩to, a fin de enlazar las diversas fuentes en el hilo de una narraci�n coherente. La deuda a los autores clᳩcos y medievales no se restringe a tales secciones largas: la narraci�n es ilustrada por muchas citas, algunas de las cuales provienen directamente de los textos mismos, mientras que otras está® sacadas de compilaciones enciclop餩cas de la Edad Media. Alfonso y sus colaboradores no s�lo traducen, sino que glosan sus pré³´amos, haciendo comentarios sobre el contenido, el vocabulario y las implicaciones del material. Esta t飮ica de la alta ense�anza medieval, heredada de la antig�edad clᳩca y casi ausente de las traducciones cientí¦©cas alfonsí¥³, se emplea hasta cierto punto en la Estoria de Espa�a, y se convierte en uno de los rasgos caracterí³´icos de la General estoria.

El interé³ para la cultura clᳩca y profana, que ya hemos advertido, y que se combina con un prop�sito moral cristiano, está ¤e acuerdo con el concepto de la educaci�n que tení¡ Alfonso. En la General estoria, así £omo en las Siete partidas, toma las siete artes liberales como base del conocimiento, defendiendo así ¥l viejo concepto de una educaci�n general en una é°¯ca en la que nuevos conceptos má³ especializados y má³ t飮icos triunfaban en otros paí³¥s.

Desde el comienzo de la obra, Alfonso subraya la continuidad de la historia, y se muestra enterado de la pertinencia de la historia para la polí´©ca contemporᮥa. La General estoria defiende la prerrogativa del rey como legislador y ataca a los s�bditos rebeldes en pasajes de tono sensiblemente personal. En otros pasajes, traza la transmisi�n del poder de los grandes soberanos de Troya y Grecia, a travé³ del imperio romano, hasta los llamados emperadores romanos de la Edad Media, subrayando la importancia de dos parientes de Alfonso para establecer sus propios derechos al imperio. Parece haberse dado comienzo a esta obra a principios de los a�os setenta. Es muy posible, por lo tanto, que las d颩les esperanzas que al rey quedaban en su lucha por el tí´µlo de emperador lo llevaran a emprender por ví¡ de compensaci�n esta historia extraordinariamente ambiciosa: de no poder afirmar su autoridad fuera de Espa�a en cuanto soberano polí´©co, lo harí¡ como historiador 19.

Las obras legales compuestas bajo la direcci�n del monarca revelan el mismo esfuerzo impresionante por lograr una sí®´esis y por perseverar en el empleo de la lengua romance (contaban para ello con un precedente, ya que el antiguo c�digo legal visig�tico, el Forum judicum, habí¡ sido traducido en fecha anterior del mismo siglo bajo el tí´µlo de Fuero juzgo)20. Estas obras pueden mostrarnos, al igual que sus dos tratados de historia y las empresas polí´©cas de Alfonso, una radical ineptitud para conjugar sus planes ambiciosos con la capacidad de llevarlos a feliz té²­ino. De las cuatro obras legales compiladas bajo su reinado, solamente una temprana �nos referimos al Fuero real� lleg� a ver la promulgaci�n como c�digo legal en vida del propio monarca.

Cuando subi� el monarca al trono, su reino, tomado en conjunto, carecí¡ de un c�digo legal uniforme. Muchas de las ciudades tení¡® sus propios fueros, Le�n se regí¡ por el c�digo visig�tico, y Castilla, má³ radical que Le�n en sus instituciones legales como lo fue en sus innovaciones lingï¿½í³´icas, habí¡ reemplazado ya este c�digo por el de la ley com�n. El intento primordial de Alfonso era sobre todo el de elaborar un c�digo �nico para la totalidad de su reino, que reemplazase a los fueros en vigor, logrando así µna cierta uniformidad; este prop�sito lo alcanz� mediante el Fuero real, aunque no fuese aplicado de modo inmediato a todas las ciudades. El otro c�digo legal de los primeros a�os de su reinado es el Setenario, cuyos compiladores nos dicen que fue comenzado por Alfonso a ruegos de Fernando III, y que complet� tras su subida al trono. Se enfrenta casi exclusivamente con materias eclesiá³´icas, y sus autores muestran preocupaci�n por basar la organizaci�n del tratado en el n�mero siete, de valor m᧩co, al que debe el tí´µlo el libro. Nos ofrece é³´e un tratamiento enciclop餩co de los sacramentos, y una parte importante de 鬠se halla dedicada a dilucidar los varios tipos del culto pagano a la naturaleza. Se trata, por consiguiente, de una mezcla de c�digo legal, enciclopedia y manual para uso de los sacerdotes 21.

La obra má³ importante y má³ larga entre los tratados legales de Alfonso es las Siete partidas que regulan todos los aspectos de la vida nacional, vista desde su vertiente eclesiá³´ica y profana, la ley civil y criminal, explicando ampliamente la materia con que se enfrenta. Aunque las Siete partidas no fueron promulgadas en el reinado de Alfonso, gozaron de una influencia má³ amplia y perdurable que la mayorí¡ de sus obras (los �nicos rivales a este respecto podí¡® ser la Estoria de Espa�a y las Tablas alfonsí¥³), puesto que, aunque fueron promulgadas por Alfonso X, su validez fue aceptada durante siglos y el influjo que ejercieron puede observarse a�n hoy en dí¡®

Se emplea en las Siete partidas un amplio n�mero de fuentes, entre las que destacan por su importancia las referentes a la previa legislaci�n espa�ola {Fuero juzgo, Fuero real, probablemente el Esp飵lo y, para la primera partida, el Setenario, que puede haber sido un borrador de esta secci�n de la obra); el Derecho Romano (el de Justiniano en concreto, con las glosas de los juristas italianos posteriores); la legislaci�n eclesiá³´ica, sobre todo el Decretum de Graciano, y las colecciones de leyes can�nicas llamadas Decretales; la Biblia y, finalmente, fuentes literarias (como los exempla de la Disciplina clericalis y las sententiae de la literatura gn�mica como los Bocados de oro [cf. má³ adelante, p᧳. 176-177 y 181-184]). La separaci�n entre los c�digos legales y la literatura propiamente dicha no llegarí¡ a contar con ninguna significaci�n para la mayorí¡ de los escritores medievales; y la educaci�n jurí¤©ca parece haber contribuido a la gestaci�n de un g鮥ro (los poemas de debate [cf. anteriormente, p᧳. 135 y sigs.]) y a obras singulares (La Celestina, por ejemplo [cf. má³ adelante, p᧮ 312, nota 16] )22.

Se conservan dos versiones de la primera partida, una considerablemente m᳠corta que la otra. Refleja aqu鬬a probablemente las opiniones de Alfonso y de sus consejeros m᳠allegados; la otra, en cambio, que al fin goz� de aceptaci�n general, se encuentra mucho m᳠pr�xima al punto de vista de Sancho y de los nobles que le apoyaron. Todo esto implica, en �ltimo t鲭ino, un enfrentamiento entre dos modos opuestos de concebir la naturaleza del poder real. Las Siete partidas se compusieron entre 1256 y 1265, pero la fecha de la versi�n ampliada de la primera permanece imprecisa. Puede datar de finales del reinado de Alfonso, cuando se dejaba ya sentir la presi�n del partido de Sancho; puede igualmente haber sido compuesta bajo el dominio de este �ltimo monarca (1284-1295), o de su susesor Fernando IV (1295-1312).

Vamos a considerar la cuarta obra alfonsí¬ el Esp飵lo, de mucho menos trascendencia que las anteriores. Nunca lleg� a promulgarse; su fecha de composici�n y sus relaciones con las Siete partidas se hallan oscurecidas, aunque se trata probablemente de un borrador de una secci�n de las Partidas, aunque no podemos desechar por completo la teorí¡ de que el Esp飵lo es obra tardí¡¬ quizá £ompuesta en el reinado de Sancho o de Fernando IV 23.

Las numerosas obras de í®¤ole cientí¦©ca producidas bajo el reinado de Alfonso constituyen en su mayor parte tratados de astronomí¡ o de astrologí¡® Se trata de traducciones del Სbe, y en algunos casos la �ltima fuente remonta a la literatura griega. La obra má³  importante, desde el punto de vista de la historia de las ciencias má³ que del de la literatura, la constituyen las Tablas alfonsí¥³, que hablan de los movimientos de los planetas; la compilaci�n original se debe al astr�nomo Სbe de C�rdoba al-Zarkali (siglo XI), y la revisi�n de la misma se fund� en las observaciones llevadas a cabo por los cientí¦©cos alfonsí¥³ en Toledo entre 1262 y 1272. Llegaron a ser conocidas las Tablas en la forma que entonces se les diera en Francia, pues, revisadas a comienzos del siglo xiv por un astr�nomo franc鳬 se divulgaron por Europa y a�n se utilizaron durante el Renacimiento.

Entre las producciones cientí¦©cas del reinado de Alfonso se encuentra una colecci�n de tratados astron�micos (los Libros del saber de astronomí¡© y tres obras astrol�gicas, el Libro de las cruzes, el Libro conplido en los judizios de las estrellas y el Picatrix. Esta �ltima obra fue traducida del Სbe en 1256 bajo la direcci�n de Alfonso, de la que ha sido calificada como la obra má³ destacada de la Edad Media sobre la magia astrol�gica, la Meta del sabio, compuesta en Espa�a en el siglo XI. Se hallaba esta �ltima influida por el hermetismo, religi�n crí°´ica que surgi� en el Egipto helení³´ico en los siglos n y ni. Una versi�n latina fue basada en la castellana24. Parece haber sido una importante colecci�n de tratados, el Libro de las formas, de la que no se conserva má³ que un í®¤ice de su contenido, por el que podemos inferir que constaba (tal era su prop�sito al menos) de once lapidarios. Ha sobrevivido, en cambio, un conjunto de cuatro obras de este cariz, tres de ellas muy reducidas, sobre las propiedades de las piedras. El manuscrito existente del Lapidario (así ³e conoce a este grupo) va, al modo de otros manuscritos que se compusieron en el escritorio regio, profusamente ilustrado con cerca de cincuenta dibujos de animales y otras figuras que representan simb�licamente las divisiones del zodí¡£o25. Otro elemento valioso dentro de estas obras cientí¦©cas viene constituido por el hecho de que varios pr�logos nos proporcionan informaci�n acerca de los mé´¯dos seguidos por Alfonso y sus colaboradores 26.

Entre las restantes obras existentes de Alfonso, dos grupos de significaci�n desigual nos quedan por considerar. Nos referimos, claro estᬠa sus tratados de naturaleza recreativa, y a sus composiciones religiosas (para la producci�n literaria sapiencial y de exempla de este reinado, cf. m᳠adelante, p᧩nas 175-183). Incluye el primer grupo una obra sobre el ajedrez y otros juegos traducida del Სbe, enmendada e ilustrada con profusi�n: el Libro de axedrez, dados e tablas 27.

Las piezas religiosas son las �nicas entre la producci�n seria alfonsí ±ue no se hallan escritas en castellano. Probablemente a ruego de Alfonso, aunque no bajo su inmediata direcci�n, Bernardo de Brihuega, can�nigo de Sevilla, compil� un libro latino de vidas de santos28. Empresa de carᣴer menos colectivo que la obra hist�rica cientí¦©ca o legal de Alfonso son las Cantigas de Santa Marí¡¬ de las que muchí³©mas fueron compuestas probablemente por el propio rey. Se percibe, sobre todo, un cierto matiz personal en las canciones de alabanza a la Virgen, así £omo en las leyendas en que el rey Alfonso o sus familiares entran como figuras centrales.

Escritos en galaico-portugu鳬 estos 427 poemas presentan una gran variedad de formas mé´²icas, basadas todas ellas, sin embargo, en el estribillo (cf. anteriormente, p᧳. 59-60). Son muy discutidos los motivos que le llevaron al empleo de aquella lengua, pero bien pudo suceder que, ante su deseo de experimentar con la versificaci�n, se encontrase con el amplio repertorio que ofrecí¡ la tradici�n galaico-portuguesa. Esto nos explicarí¡¬ a su vez, el por qué ¥scogi� para las leyendas de milagros formas mé´²icas no adecuadas realmente a una narraci�n continuada.

Uno de cada diez de estos poemas viene constituido por una cantiga de loor. A estas canciones de alabanza, al igual que a muchas otras, se les acopl� m�sica, y puede considerá²³elas como himnos en romance, especie de composiciones que se desarrollaron en el siglo XIII al lado de la composici�n y empleo de idé®´icas piezas en latí®® Bajo esta perspectiva han de examinarse la mayorí¡ de las �ltimas cantigas: desde el n�mero cuatrocientos en adelante, poquí³©mas está®  constituidas, en efecto, por leyendas de milagros; tenemos, en cambio, toda una serie referente a las fiestas marianas del calendario eclesiá³´ico, un poema sobre los dolores de la Virgen, etc.29.

Mientras los Milagros de Nuestra Se�ora de Berceo derivan casi enteramente de una sola fuente (cf. anteriormente, p᧮ 121), el punto de partida de la colecci�n de Alfonso, mucho má³ extensa por otra parte, ofrece gran variedad: buen n�mero de colecciones de milagros en latí® y probablemente una o má³ en romance; el folklore espa�ol y alemá® (su madre era de esta nacionalidad) y las experiencias personales del monarca. La inclusi�n del autor u organizador de las colecciones como personaje en algunas de las leyendas se�ala una novedad al respecto, aunque cuente, sin embargo, con un precedente bastante obvio: en los sermones populares los predicadores utilizaban con frecuencia exempla supuestamente autobiogrᦩcos para hacer aqu鬬os má³ atractivos.

Conservamos cuatro manuscritos de las Cantigas, de los que algunos, al menos, proceden del escritorio real. Copiados y cuidados lujosamente, han preservado no s�lo al texto de los poemas, sino su m�sica y n�mero de miniaturas exquisitas que ilustran adem᳠el argumento de las leyendas; uno de ellos ofrece otro elemento de gran inter鳬 al proporcionarnos res�menes en castellano de las primeras veinticinco cantigas 30.

Otros poemas en galaico-portugué³  constituyen, con bastante certeza, una obra personal del monarca. Se trata, con pocas excepciones, de cantigas d'escarnho e de maldizer (cf. anteriormente, p᧳. 45-46) dirigidas a nobles, eclesiá³´icos y poetas. Algunas, por ejemplo, se dirigen a Pero da Ponte, uno de los má³  destacados poetas de la corte de Fernando III, y es posible, gracias a ellos, seguir una disputa comenzada quizá³ antes de que Alfonso ascendiese al trono. Muestran estos poemas un gran ingenio y un regocijo aparentemente sin lí­©tes en la sá´©ra procaz contra los que habí¡® irritado al rey.

Se han perdido algunas de las obras de Alfonso entre las que se incluye una de gran interé³» podemos, sin embargo, formarnos una idea de ella por medio de la traducci�n que nos queda. Se trata de una versi�n de la leyenda Სbe que contiene la visi�n de Mahoma del cielo y del infierno. Se tradujo esta obra al francé³ medieval bajo el tí´µlo de Livre de l'eschiele Mahomet y, de creer al pr�logo, el texto francé³ fue preparado en 1264 bajo la direcci�n de Alfonso, a base del libro castellano 31. La narraci�n Სbe de la visi�n de Mahoma goz� de considerable difusi�n en el siglo XIII en Espa�a; un texto abreviado fue traducido al latí® por Rodrigo de Toledo en su Historia arabum, de la que se hizo versi�n castellana para la Estoria de Espa�a (capí´µlos 488-489); a finales de este siglo san Pedro Pascual, obispo de Ja鮬 incluy� la visi�n del profeta en una obra de polé­©ca anti-islá­©ca y, ademᳬ una narraci�n cristiana de un viaje al otro mundo se tradujo del latí® al castellano; esta versi�n, el Purgatorio de San Patricio, se debe tal vez al equipo alfonsí ³2.

Alfonso el Sabio no solamente fue un mecenas33, sino tambi鮠un activo director. Es indudable que eligi� el contenido de las obras a componer o traducir, y que gui� a sus colaboradores, examinando sus resultados de cerca. No podemos conocer con exactitud hasta d�nde lleg� su intervenci�n efectiva en los trabajos de traducci�n y preparaci�n de los borradores en prosa, pero no queda duda acerca de su estrecho contacto con todos los aspectos de la empresa. Es innegable asimismo su intervenci�n por lo que al lenguaje se refiere; no queda 鳴a restringida a su determinaci�n patri�tica de servirse del castellano en sus obras en prosa, sino que su preocupaci�n en este sentido le llev� a aplicarse en detalle al desarrollo de una forma id�nea de lengua romance. Ambos aspectos quedan suficientemente atestiguados por el pr�logo al Libro de la ochava esfera que contiene el pasaje bien conocido:

tollo las razones que entendi� eran sobejas et dobladas et que no eran en castellano drecho, et puso las otras que entendi� que complí¡®; et cuando en el lenguage, endreg�lo 鬠por sise.

Los problemas lingï¿½í³´icos má³ importantes con que tuvo que enfrentarse Alfonso fueron los relativos a la sintaxis y el vocabulario. Sin una sintaxis má³ flexible y variada que la que se habí¡ desarrollado previamente en la prosa castellana, cualquier manejo medianamente complicado de ideas habrí¡ resultado imposible. No debemos exagerar, con todo, el progreso alcanzado en el reinado de Alfonso: aun la sintaxis de sus �ltimas producciones puede resultar rudimentaria, y, en el mejor de los casos, no se halla en condiciones de poder competir con los recursos latinos al respecto. El desarrollo, sin embargo, fue indudable y substancial, y se aprovecharon de algunos procedimientos sintᣴicos latinos o Სbes para enriquecer el castellano. En el campo del l鸩co, por otra parte, se hizo necesaria la introducci�n de vocablos para objetos y conceptos ignorados previamente en la lengua romance. Se resolvi� generalmente el problema mediante el recurso al pré³´amo de voces latinas (a veces de otra lengua), introduciendo s�lo el n�mero de cambios foné´©cos- necesarios para la adaptaci�n a los hᢩtos de la pronunciaci�n castellana. En tales ocasiones, las palabras se definen cuando se utilizan por primera vez en la obra; a partir de entonces, se da por supuesto que los lectores se encuentran familiarizados con su significado. Buen n�mero de cambios foné´©cos importantes para la historia de la lengua datan, parece, del reinado de Alfonso, pero, desde el punto de vista cultural, son mucho menos relevantes que la ampliaci�n del vocabulario o el progreso de la sintaxis. El factor principal lo constituye, pues, la regularizaci�n y el incremento realizado en los recursos de la lengua. Ha de hacerse notar, finalmente, que Castilla la Nueva toma parte ahora en la norma lingï¿½í³´ica: el centro de gravedad del castellano se desliz�, en efecto, de Burgos a Toledo.

En el presente capí´µlo, hemos acentuado el repetido fracaso del rey en la actividad polí´©ca y en sus empresas literarias, que le privaron de llevar sus ambiciones a su resultado final. Es de justicia, empero, subrayar ahora que, en el desarrollo de la lengua y en la organizaci�n de un equipo de intelectuales, traductores, escribas, artistas y m�sicos, no s�lo consigui� sus objetivos, sino que logr� otorgar duraderas ventajas culturales al paí³® Fernando III habí¡ incorporado Andalucí¡  a Castilla, con su nutrida poblaci�n Სbe, y la necesidad de unificar este reino extenso y diverso ayuda, pues, a comprender el deseo de Alfonso por promover una norma legal, cultural y lingï¿½í³´ica.

La silueta que aquí ¨emos ofrecido del monarca puede retocarse a otro respecto. El orgullo nacional y la ambici�n personal fueron poderosos incentivos en su vida intelectual, al propio tiempo que en sus actividades polí´©cas, y aunque eran, casi seguro, los motivos dominantes de su tarea como monarca, no ejercieron un exclusivo dominio sobre 鬮 Fue inspirado asimismo por su fe religiosa, y de aquí ¤imanan sus preocupaciones con respecto a la moralidad y a la conducta personal, seg�n nos revela en la elecci�n de los asuntos de sus obras: la religi�n, las leyes, la historia (que proponen ejemplos a seguir o rechazar), la astronomí¡ y la astrologí¡ (que determinan los lí­©tes dentro de las cuales la elecci�n moral del hombre puede ser ejercida) 34.

 

 

 

NOTAS

 

1. Cf. Men鮤ez Pidal en la introducci�n a las Reliquias de la poesí¡ é°©ca. Estas cr�nicas van publicᮤose en una colecci�n de Textos Medievales dirigida por A. Ubieto Arteta (Valencia, 1961- ). V顳e tambié® Claudio Sᮣhez-Albornoz, Investigaciones sobre historiografí¡ hispana medieval (siglos VIII al XII), Buenos Aires, 1967.

2. J. M. Millas Vallicrosa, �La corriente de las traducciones cientí¦©cas de origen oriental hasta fines del siglo XIII�, CHM, II, 1954-55, p᧳. 395-428; Millas Vallicrosa, Traducciones, Estudios y Nuevos estudios; Thorndike, His-tory of Magic, II, p᧳. 66-93; R. Men鮤ez Pidal, �Espa�a y la introducci�n de la ciencia Სbe en Occidente�, Espa�a, eslab�n entre la Cristiandad y el Islam, Austral, Madrid, 1956, p᧳. 33-60; D. M. Dunlop, Arabic Science in the West, Karachi, s. f.

3. J. M. Millas Vallicrosa, Assaig d'bist�ria de les idees ftsiques i matematiques a la Catalunya medieval, Barcelona, 1931.

4. A. Gonzᬥz Palencia, El arzobispo don Raimundo de Toledo, Barcelona, 1942.

5. Gerold Hilty, introducci�n a El libro conplido (cf. má³ adelante, n. 26). Paia el conocimiento lingï¿½í³´ico, cf. Bernhard Bischoff, �The Study of Foreign Languages in the Middle Ages�, Sp, XXXVI, 1961, p᧳. 209-24.

6. Cf. las recensiones a la edici�n de Lazar, de F. Lecoy, R, XC, 1969, pa'gs. 574-76; y Alberto VᲶaro, RPh, XXIII, 1969-70, p᧳. 239-44.

7 L. F. Lindley Cintra, �O Liber regum, fonte com�n do Poema de Fern㯠Gon硬ves e do Laberinto de Juan de Mena�, BF, XIII, 1952, p᧳. 289-315.

8. Ed. A. Ubieto Arteta, Textos Medievales, 15, Valencia, 1966. V顳e R. Men鮤ez Pidal, �Relatos po鴩cos en las cr�nicas medievales. Nuevas indicaciones�, RFE, X, 1923, p᧳. 329-72, y Reliquias, p᧳. XXXVIII-XLIII; Rico, �Las letras latinas�, p᧳. 81-5.

9. Historia Roderici, ed. Men鮤ez Pidal, La Espa�a del Cid, II; A. Ubieto Arteta, �La HR y su fecha de redacci�n�, Saitabi, XI, Valencia, 1961, p᧳. 241-46. Historia Compostelana, en Espa�a sagrada, XX, y en J. P. Migne, Patrologí¡ latina, CLXX; Anselm G. Biggs, Diego Gelmí²¥z. First Archbishop of Compostela, Catholic University of America Studies in Medieval History, n. s., XII, Washington, 1949; Bernard F. Reilly, �The HC: the g鮥sis and composition of a twelfth-century Spanish gesta�, Sp, XLIV, 1969, p᧳. 78-85; Rico, �Las letras latinas�, p᧳. 51-8. Chronica Adefonsi imperatoris, ed. L. Sᮣhez Belda, Madrid, 1950; A. Ubieto Arteta, �Sugerencias sobre la CAÍ», CHE, XXV-XXVI, 1957, p᧳. 317-26; A. Ferrari, en BRAH, CLIII, 1963, p᧳. 19-67 y 153-204. C. C. Smith, �Latin Histories and Vernacular Epic...�, BHS, XLVIII, 1971, p᧳. 1-19.

10. Ed. Andreas Schott, Hispaniae illustratae, IV, Francfort, 1608; Paul H�gberg, �La Chronique de Lucas de Tuy�, RH, LXXXI, i, 1933, p᧳. 404-20.

11. Ed. Schott, Hisp. Mus., II, 1603; ed. M. D. Cabanes Pecourt, Textos Medievales, 22, Valencia, 1968; Javier Gorosterratzu, Don Rodrigo Jim鮥z de Rada, gran estadista, escritor y prelado, Pamplona, 1925; Diego Catalá® y Marí¡ S. A. Castellanos de Pliego, �El Toledano romanzado y las Estorí¡³ del fecho de los Godos del s. XV�, Estudios dedicados a James Homer Herriott, Universidad de Wisconsin, 1966, p᧳. 9-102.

12. Cf. John K. Wright, The Geographí£¡l Lore of the Time of the Crusades. A study in the history of medieval science and tradition in Western Europe, 2.� ed., Nueva York, 1965.

13. Los bestiarios son en gran parte obras de imaginaci�n, aunque en ocasiones revelan exactitud, conteniendo descripciones de animales en las que la autoridad pesa m᳠que la observaci�n directa (incluyen animales legendarios asimismo); las descripciones entonces se hallan interpretadas en t鲭inos cristianos. Numerosas obras de la literatura y del arte revelan la influencia de los bestiarios, en Espa�a como en cualquier parte de Europa, aunque, por otra parte, carecemos de datos con respecto a la existencia de alg�n bestiario espa�ol. V顳e A. D. Deyermond, Traces of the Bestiary in Medieval Spanish Literature, Londres (en prensa).

14. Robert A. MacDonald, �Alfonso the Learned and Succession: a father's dilemma�, Sp, XL, 1965, p᧳. 647-53; v顳e tambié® una carta y dos testamentos de Alfonso (Antologí¡¬ p᧳. 218-42).

15. Sobre la extensi�n de la capacidad de leer, cf. m᳠adelante, p᧩nas 238-240.

16. Las cr�nicas má³ importantes dentro de la tradici�n alfonsina son la Cr�nica de Castilla y la Cr�nica de veinte reyes �que son tal vez anteriores a la versi�n que llamamos Primera cr�nica general�, y la Cr�nica de 1344, redactada en portugué³ por Pedro, conde de Barcelos, y traducida al castellano poco despué³® V顳e Men鮤ez Pidal, introducci�n a su edici�n de la Primera cr�nica general (i. e., Estoria de Espa�a); Sᮣhez Alonso, Historia de la historiografí¡¬ I; Theodore Babbitt, �Observations on the Cr�nica de once reyes�, HR, II, 1934, p᧳. 202-16, y �La cr�nica de veinte reyes�. A com-parison with the text of the �Primera cr�nica general�, and a study of the principal Latí®  sources, YRS, XIII, New Haven, 1936; L. F. Lindley Cintra, en su introducci�n a la edici�n de la Cr�nica geral de Espanha de 1344, I, Lisboa, 1951; Diego Catalᮬ De Alfonso X, �El Toledano romanzado�, sus artí£µlos en R, LXXXIV, 1963, y HR, XXXI, 1963, y su edici�n de Cr�nica general de Espa�a de 1344, I, Madrid, 1970; y los artí£µlos de J. G�mez Pé²¥z en RABAM, LXVII, 1959, Se, XVII, 1963, e His, XXV, 1965; Samuel G. Armistead, �New Perspectives in Alfonsine Historiography�, RPh, XX, 1966-1967, p᧳. 204-17.

17. Cf., sin embargo, anteriormente, p᧮ 70, nota 9.

18. Sobre la EE, ademá³ de los estudios anteriormente citados, cf. A. G. Solalinde, �Una fuente de la Primera cr�nica general: Lucano�, HR, IX, 1941, p᧳. 235-42; Dorothy Donald, �Suetonius in the PCG through the Speculum historí¡¬e�, HR, XI, 1943, p᧳. 95-115; J. P. Ashton, �Putative Heroides Codex AX as a Source of Alfonsine Literature�; RPh, III, 1949-50, p᧳. 275-89; C. E Dubler, �Fuentes Სbes y bizantinas en la PCG�, VR, XII, 1951-52, p᧳. 120-80; Antoinette Letsch-Lavanchy, �ɬ魥nts di-dactiques dans la CG�, VR, XV, 2, 1956, p᧳. 231-40; A. M. Badí¡ Margarit, �La frase de la PCG en relaci�n con sus fuentes latinas. Avance de un trabajo de conjunto�, RFE, XLII, 1958-59, p᧳. 179-210, y �Los Monumenta Germaniae hist�rica y la PCG de Alfonso el Sabio�, Strenae. Estudios dedicados a Manuel Garcí¡ Blanco, Salamanca, 1962, p᧳. 69-75.

19. A. G. Solalinde, �El juicio de Parí³ en el Alexandre y en la General estoria�, RFE, XV, 1928, p᧳. 1-51, �El Physiologus en la General estoria de Alfonso X�, M鬡nges d'histoire litt鲡ire gen鲡le et compar饠offerts a Ferdinand Beldensperger, II, Parí³¬ 1930, p᧳. 251-54, y �Fuentes de la General estoria de A. el Sabio�, RFE, XXI, 1934, p᧳. 1-28, y XXIII, 1936, p᧩nas 113-42; L. B. Kiddle, �A Source of the GE: the French prose redac-tion of the Romá® de Tb颥s�, HR, IV, 1936, p᧳. 264-71, y �The Prose Th颥s and the GE: an illustration of the Alphonsine method of using sources material�, HR, VI, 1938, p᧳. 120-32; J. Engels, Eludes sur l'Ovide moralis鬠Groningen, 1943; G. H. London y R. J. Leslie, �A Thirteenth-Century Spanish Vers.on of Ovid's Pyramus and Tbisbe�, MLR, L, 1955, p᧳. 147-55; Lida de Malkiel, �La GE: notas literarias y filol�gicas�, RPh, XII, 1958-59, p᧳. 111-42, y XIII, 1959-60, p᧳. 1-30, y �Josefo en la GE�, Hispanic Studies in Honour of I. Gonzᬥz Llubera, p᧳." 163-81; Gormly, Use of the Bible, cap. 2; Margherita Morreale, �La fraseologí¡ bí¢¬ica en la GE. Observaciones para su estudio�, Literary and Linguistic Studies in Honor of Helmut A. Hatzfeld, Washington, 1964, p᧳. 269-78; M. M. Lasley, �Secularization of the Creation Story in the GE�, RHM, XXXIV, 1968, p᧳. 330-37; Lloyd Kasten, �The Utilization of the Historia regum Britanniae by Alfonso X�, HR, XXXVIII, 5 (Studies in Memory of Ram�n Men鮤ez Pidal, 1970), p᧳. 97-114. Ademᳬ me apoyo en gran parte en el libro de Francisco Rico, Alfonso el Sabio y la �General estoria�, Barcelona, 1972, passim.

20. Fuero juzgo en latí® y castellano, Real Academia Espa�ola, Madrid, 1815; V. Fernᮤez Llera, Gramá´©ca y vocabulario del F], Madrid, 1929. Para otras tempranas obras jurí¤©cas, v顳e Obras del Maestre Jacobo de las Leyes, jurisconsulto del siglo XIII, ed. Rafael de Ure�a y Smenjaud y Adolfo Bonilla y San Martí®¬ Madrid, 1924.

21. Los manuales de esta í®¤ole se hallaban normalmente en latí®¬ pero se conservan, no obstante, algunos en romance, incluyendo un reducido manual sobre la confesi�n en castellano, del siglo xiii. Esta obra, De los diez mandamientos, se encuentra publicada por Alffed Morel-Fatio en R, XVI, 1887, p᧳. 379-82; es interesante por sus referencias a la canci�n popular y por una comparaci�n con las leyes 98-103 del Setenario.

22. Cf tambi鮠Lomax, �The Lateran Reforms�, p᧮ 310.

23. Setenario, ed. Kenneth H. Vanderford, Buenos Aires, 1945; Siete partidas, 3 vols., Real Academia de la Historia, Madrid, 1807; Fuero real y Esp飵lo en Op�sculos legales, 2 vols., Real Academia de la Historia, Madrid, 1836. Charles S. Lobingier, en su introducci�n a la versi�n inglesa de Samuel P. Scott de las Siete partidas, Chicago, 1931; ngel Ferrari N��ez, �La secularizaci�n de la teorí¡ del Estado en las Partidas�, AHDE, XI, 1934, p᧳. 449-56; J. Homer Herriott, �A Thirteenth-Century Manuscript of the Primera partida�, Sp, XIII, 1938, p᧳. 278-94, y �The Validity of the Printed Editions of the PP�, PRh, V, 1951-52, p᧳. 165-74; Marí¡ del Carmen Carie, �La servidumbre en las Partidas�, CHE, XX, 1949, p᧳. 105-19; Alfonso Garcí¡ Gallo, �El Libro de las leyes de Alfonso el Sabio. Del Esp飵lo a las Partidas�, AHDE, XXI-XXII, 1951-52, p᧳. 345-528; José Šim鮥z, �El Decreto y las Decretales, fuentes de la primera partida de A. el Sabio�, Antho-logica Annua, II, 1954, p᧳. 239-48; Jos頍. GᲡte C�rdoba, Espí²©tu y milicia en la Espa�a medieval, Madrid, 1967, p᧳. 263-330.

24. Antonio G. Solalinde, �Alfonso X, astr�logo. Noticia del manuscrito vaticano, Reg. Lat. n�m. 1.283�, RFE, XIII, 1926, p᧳. 350-56; Henry y Ren饠Kahane y Angelina Pietrangeli, �Hermetism in the Alfonsine Tradition�, M鬡nges Lejeune, I, p᧳. 443-57, -y �Picatrix and the Talismans�, RPh, XIX, 1965-66, p᧳. 574-93; Thorndike, History of Magic, II, p᧳. 813-24 (y, para los libros herm鴩cos medievales, II, p᧳. 214-28).

25. Lapidario, facsí­©l del ms., Madrid, 1881; ed. de Marí¡ Brey Marino, Odres Nuevos, Madrid, 1968. V顳e los artí£µlos de J. H. Nunemaker en PQ, VIII, 1929, p᧳. 248-54; RFE, XVI, 1929, p᧳. 161-68, y XVIII, 1931, p᧳. 261-2; PMLA, XLV, 1930, p᧳. 444-53; A͐, XXIX, 1931-2, p᧳. 101-4; Sp, VII, 1932, p᧳. 556-64, y XIV, 1939, p᧳. 483-9; HR, II, 1934, p᧳. 242-6; cf. tambié® Joan Evans, Magical Jewels of the Middle Ages and the Renaissance, particularly in England, Oxford, 1922.

26. Libros del saber de astronomí¡¬ ed. Manuel Rico y Sinobas, 5 vols., Madrid, 1863-67; Tratado del cuadrante, ed. J. M. Millas Vallicrosa, �Una nueva obra astron�mica alfonsíº el Tratado del cuadrante "sennero"�, Al-An, XXI, 1956, p᧳. 59-92 (reimpreso en Nuevos estudios, cap. 13); Aly Aben Ragel, El libro conplido en los iudizios de las estrellas, ed. Gerold Hilty, Madrid, 1954; Libro de las cruzes, ed. Lloyd A. Kasten y Lawrence B. Kiddle, Madrid y Madison, 1961. Ademá³ de los estudios citados anteriormente en las notas 2 y 25, v顳e J. L. E. Dreyer, �On the Original Form of the Alfonsine Tables�, Monthly Notices of the Royal Astronomical Society, LXXX, 1920, p᧳. 243-62; Evelyn S. Procter, �The Scientific Works of the Court of A. X. of Castile; the King and his collaborators�, MLR, XL, 1945, p᧳. 12-29; A. R. Nykl, �Libro conplido en los juizios de las estrellas�, Sp, XXIX, 1954, p᧳. 85-99; Gerold Hilty, �El libro conplido...�, Al-An, XX, 1955, p᧳. 1-74.

27. Ed. A. Steiger, R Hel, 10, Zurich, 1941; J. B. Trend, �A. el Sabio and the Game of Chess�, RH, LXXXI, 1, 1933, p᧳. 393-403. Hay otras obras que no se encuentran atribuidas en sus manuscritos al rey Alfonso, aunque son probablemente de su reinado, y quizᠦuesen compuestas bajo su direcci�n; el Libro de los caballos, por ejemplo, traducci�n de un tratado latino del siglo XIII (ed. Georg Sachs, RFE, anejo XXIII, Madrid, 1936).

28. R. Beer, �Los cinco libros que compil� B. de B.�, BRAH, XI, 1887, p᧳. 363-9; M. C. Dí¡º y Dí¡º, �La obra de B. de B., colaborador de A. X�, Strenae, p᧳. 145-61; Mario Martins, �B. de B., compilador do Livro e legenda que jala de todos los jeitos e paixoes dos santos má²´ires, Brot, LXXVI, 1963, p᧳. 411-23, y �B. de B., compilador dos Autos dos apost�los�, BF, XXI, 1962-63, p᧳. 69-85. Otros autores relacionados con Alfonso escribieron en latí®» Gil de Zamora, por ejemplo, autor de obras hist�ricas y de milagros de la Virgen Marí¡¬; hay menos fundamentos, con todo, para relacionar estas obras con el monarca que en el caso de Brihuega.

29. Son frecuentes durante la Edad Media los poemas en torno a los gozos y dolores de la Virgen; cf. Le Gentil, La po鳩e lyrique, I, y Woolf, English Religious Lyric.

30. Higinio Angl鳬 La m�sica de las Cantigas de Santa Marí¡ del rey A. el Sabio, Barcelona, 1943; José ‡uerrero Lovillo, Las Cantigas. Estudio arqueol�gico de sus miniaturas, Madrid, 1949; Dorothy C. Clarke, �Versificaron in A. el Sabio's C�, HR, XXIII, 1955, p᧳. 83-98; John E. Keller, �Folklore in the C of A. el Sabio�, Southern Folklore Quarterly, XXIII, 1959, p᧳. 175-83; Keller y Robert W. Linker �Some Spanish Summaries of the CSM�, RoN, II, 1960-61, p᧳. 63-67; Emilio Carilla, �El rey de las C�, Estudios de literatura espa�ola, Rosario, 1958, p᧳. 7-23; Bertolucci, �Contributo�; Francisco Má²±uez Villanueva, �La poesí¡ de las Cantigas�, RO, n. s., XXV, 1969, p᧳. 71-93; Sara Sturm, �The Presentation of the Virgin in the CSM�, PQ, XLIX, 1970, p᧳. 1-7; John G. Cummins, �The Practical Implications of Alfonso el Sabio's Peculiar Use of the Z骥l�, BHS, XLVII 1970, p᧳. 1-9.

31. Ed. Peter Wunderli, R Hel, 77, Berna, 1968; Wunderli, É´udes sur le Livre de l'eschiele Mahomet, Winterthur, 1965. Wunderli cree que la traducci�n francesa se hizo probablemente del latí®® Miguel Así® Palacios, La escatologia musulmana en la Divina Comedia, 2.a ed., Madrid, 1943, defiende que Dante se encuentra en gran deuda con las tradiciones islá­©cas, por lo que a la vida de ultratumba se refiere, y que el presente texto fue el medio por el que le fueron accesibles aqu鬬as. El problema sigue sin resolver, con todo: v顳e V. Cantarino, �Dante and Islam: history and analysis of a controversy�, A Dante Symposium, UNCSRLL, 58, Chapel Hill, 1965.

32. A. G. Solalinde, �La primera versi�n espa�ola de El purgatorio de San Patricio y la difusi�n de esta leyenda en Espa�a�, Homenaje a Men鮤ez Pidal, II, Madrid, 1925, p᧳. 219-57. V顳e Patch, El otro mundo. Una versi�n castellana de una obra parecida, Visio Tungdali, fue impresa en 1526; un manuscrito medieval, de esta versi�n o de otra, se ha perdido.

33. No se circunscribi� su mecenazgo a los hombres de letras espa�oles de modo exclusivo: Godofredo el Ingl鳠dedic� su Ars epistolaris ornatus a Alfonso, con la intenci�n de que se utilizase en la universidad de Salamanca; v顳e Valeria Bertolucci Pizzorusso, �Un trattato di Ars dictandi dedicato ad A. X�, SMV, XV-XVI, 1968, p᧳. 9-88.

34. Sobre la labor de Alfonso como mecenas y director de las empresas eruditas, y los aspectos lingï¿½í³´icos de su obra, v顳e A. G. Solalinde, �Intervenci�n de A. X en la redacci�n de sus obras�, RFE, II, 1915, p᧳. 283 S; J. M. Millas Vallicrosa, �El literalismo de los traductores de la corte de A. el Sabio�, Al-An, I, 1933, p᧳. 155-8 (reimpreso en Estudios, cap. 12); Am鲩co Castro, Espa�a en su historia, p᧳. 478-87, y �Acerca del castellano escrito en torno a A. el Sabio�, FiR, I, 4, 1954, p᧳. 1-11; Gonzalo Men鮤ez Pida!, �C�mo trabajaban las escuelas alfonsí¥³ï¿½, NRFH, V, 1951, p᧳. 363-80; Badí¡  Margarit, �La frase�; Rafael Lapesa, Historia de la lengua espa�ola, 5.a ed., Madrid, 1962, cap. 9; Diego Catalᮬ �El taller hist�rico alfonsí® Mé´¯dos y problemas en el trabajo compilatorio�, R, LXXXIV, 1963, p᧳. 354-75. Sobre otros aspectos que nos presenta la obra de Alfonso, v顳e Frank Callcott, The Supernatural in Early Spanish Lilerature, studied in the works of the court of A. el Sabio, Nueva York, 1923; John E. Keller, A. X, el Sabio, Nueva York, 1967; Francisco Rico, El peque�o mundo del hombre, p᧳. 59-80.

 

 

 

"el Libro de axedrez, dados e tablas"  de Alfonso X, siglo XIII

 

 

 

 

 

H�. DE LA LITERATURA ESPAяLA 1 - EDAD MEDIA -
CAP. 4 DESPERTAR CULTURAL DEL SIGLO XIII (II)

 


 

A. d. deyermond
Westfield College, Londres

H�.de la Lit. Espa�ola 1, Edad Media, Barcelona 1976, ed. Ariel, pp. 144-173