Se oculta el sol tras las cumbres de la Sierra de la Demanda; a la izquierda la cumbre de San Lorenzo.

 

 

  

 

      Una reciente visita al Real Monasterio de El Escorial nos permitió entablar una agradable y prolongada conversación con el Padre D. Luciano Rubio, erudito agustino que se ocupa de la Biblioteca de dicho monasterio.

Entre los incontables temas que surgieron, uno nos interesó principalmente: la publicación en 1964 del libreto de una comedia representada en El Escorial en 1590 delante de Felipe II, titulada El Martirio de San Lorenzo.

En realidad, se trata de una pieza dramática escolar, como muchas otras que se llevaron a escena en el mismo lugar a finales del siglo xvi; su interés no nos parece tanto desde el punto de vista teatral, como desde el punto de vista temático, pues según Agustín Duran es considerada como la primera comedia que se hizo en España con asunto de vidas de santos. Parece ser que se funda para afirmarlo en los versos de un poema lírico de José Julián de Castro, aparecido en su obra Origen, épocas y progresos del teatro español (Madrid, 1750, p. XVIII).

"La primera comedia y más extraña

que se escribió de Santos en España

se hizo en El Escorial, según convenzo

y del martirio fue de San Lorenzo".

En la introducción de dicha publicación, el P. Gregorio de Andrés señala que los cronistas de El Escorial no hacen referencia a la puesta en escena de esta comedia en 1590, aunque cabe pensar que se trataría de una de tantas que se representaban todos los años.

En cuanto al posible autor, se piensa en el Jerónimo Fray Miguel de Madrid, que firmaba en el Monasterio del Parral el año 1589 el auto sacramental Fiestas Reales de Justa y Torneo, editado en 1920 por el P. Luis Villalba en la revista "La Ciudad de Dios" (núm. 123, p. 208).

En este sentido se nos presentaría un inconveniente: la dificultad de incluir esta comedia en un grupo de autos sacramentales, pues no cumple uno de los requisitos fundamentales de los autos, como es la presencia de personajes alegóricos. Esta pieza dramática se ocupa de narrar el martirio sin apenas desviarse de sus fuentes documentales, y recoge, por otra parte, los recursos anecdóticos característicos de la tradición del martirio. Nos parece que le falta ligereza en la versificación, como correspondería a la producción literaria de un poeta no muy brillante.

Un aspecto del texto nos ha llamado la atención de un modo especial: la presencia del elemento "fuego" desde las primeras estrofas, a fin de preludiar la hoguera final, distinguiendo, con gran riqueza metafórica particularmente elaborada, el fuego interior y exterior que van a consumir al mártir en las últimas escenas; ya al principio de la obra, el autor pone en boca de San Lorenzo estas palabras:

"concédeme, Señor poderosísimo

pasar algún tormento y no tan mínimo

que pueda imaginarme siervo frivolo,

pues tu divino amor está obligándome

a padecer por ti muerte gravísima" (p. 370).

La descripción del martirio anterior a la hoguera es fundamental para analizar el inicio de la acción del fuego:

"con vergas tan cruelmente azotado

que hizo de su sangre un gran reguero.

Luego con duros clavos fue punzado

y a un palo con antorchas encendidas

por sus recientes llagas fue tostado.

Y después de quemadas las heridas

le hice levantar cien pies en

alto con plomadas muy gruesas y fornidas.

Luego de allí hasta el suelo dio otro salto

que entendí que por muerto quedaría,

más ni de un miembro quedó falto" (p. 394).

La presencia del elemento sobrenatural, ausente en otros relatos del Martirio de San Lorenzo, es significativa y supone el punto de enlace entre los tormentos y el martirio propiamente dicho:

"...Mas una voz suave más que humana

oímos que le dijo:  "Aún más te resta

de sufrir y pasar hasta mañana",

y él hizo entonces de ello grande fiesta" (p. 334).

La doble dimensión del fuego interior y el exterior queda reflejada en la narración del martirio del modo siguiente:

"Oh, pérfido que en el fuego

y amor de tu Dios te abrasas

y estás siendo, ciego;

traigan braseros con brasas

y una parrilla aquí luego:

Ásenle, aquí en mi presencia,

vivo, en muy gran fuego ardiente" (p. 398).

Pero es en el soneto final donde culmina de un modo vehemente la representación del fuego con objeto de presentarnos desde un punto de vista dual el martirio de San Lorenzo; el alma del Santo sucumbe ante el dolor de Amor que surge de su alma abrasada, mientras el cuerpo se consume entre las llamas de la hoguera:

"En el lecho del fuego el cuerpo extiende

Lorenzo, de dos fuegos combatido,

fuego le abrasa y de él no es ofendido,

que fuego contra fuego le defiende.

 

Fuego es quien le maltrata y no le ofende

que de fuego de Dios es ofendido,

en él se abrasa y en él es consumido

Y así el fuego, aunque fuego, no le enciende.

 

Dichosa llama que en divino fuego

tiene su corazón todo abrasado

y está para este mundo sordo y ciego.

 

Y aqueste mártir bienaventurado

las celestiales puertas tienen abiertas

y está en el alto cielo colocado" (pp. 400-401).

 

El valor de la conservación de esta pieza es evidente, pero nuestras preferencias en torno a este mismo tema se orientan sin duda hacia el texto de Martirio de San Lorenzo que siglos atrás escribió Gonzalo de Berceo y que hemos releído de nuevo en una edición crítica sumamente interesante; se trata de la llevada a cabo por el Instituto di Filología Moderna dell'Universitá di Napoli, publicada en esta ciudad en 1971. Su autor es Pompilio Tesauro.

De dicha obra de Berceo se conservan dos manuscritos en el archivo del monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos:

1)       Ms. 93 (I).

2)       Ms. 36 (S).

El texto de esta edición italiana sigue el primero de ellos. En la Introducción, el autor señala en primer lugar los motivos que pudieron inducir al maestro de la cuaderna vía a narrar precisamente el martirio de este Santo; tal vez alguna visita al santuario de San Lorenzo situado en un monte cercano al monasterio de San Millán de la Cogolla o bien el interés de que fuese leído el relato en el atrio a los peregrinos jacobeos y a los que salían en dirección al santuario del mártir.

De las muchas fuentes consultadas, Pompilio Tesauro selecciona cinco:

1)       A = Ambrogio, De officiis ministrorum (libro I, Cap. 41; libro II, Cap. 28), en "MIGNE", PL, T. XVI, París, 1845.

2)       P = Passio Polychronii, en "Analecta Bollandiana", L I, 1933, pp. 80-93.

3)       = Beda, Homilía XCI: De S. Laurentio, en "MIGNE", PL, t. XCIV (París, 1862).

4)       AD = Adonis Passio, en "Acta Sanctorum", agosto, t. II, 1867, pp. 518-519.

5)       M = Marbodo, Versus de S. Laurentio, en "MIGNE", PL, t. CLXXI (París, 1854).

Concluye Tesauro que la Passio Polychronii es la que posee más episodios comunes con el Martirio de Gonzalo de Berceo, por lo que es de suponer que este autor hubiera consultado algún manuscrito más o menos relacionado con este Pasionario.

El texto entero de Berceo es digno de una atenta y minuciosa lectura, pero dada la imposibilidad de presentarlo aquí en su totalidad, hemos pensado en una selección de las estrofas que nos parecen más significativas.

En primer lugar, Berceo sale al paso de las dudas que con respecto al origen del Santo continúan todavía:

"Vicencio e Laurencio, omnes sin depresura

ambos de Uesca fueron, dizlo la escriptura,

ambos fueron católicos, ambos de grant cordura

criados de Valerio e de la su natura" (pp. 23-24).

En la Introducción, sin embargo, Pompilio Tesauro reitera la duda que se había mantenido acerca del lugar de origen del Santo:

"il luogp di origen di S. Lorenzo era incerto  e giá al tempo del Poeta c'erano svariati  passionari, ánchese Berceo is fosse deciso  per una determinata versione della vista del  Martire ció non vuol diré che non si potesse serviré anche di altre..." (p. 19).

Lorenzo Riber, en el tomo III de "Año Cristiano" (BAC, Madrid, 1959), mantiene la misma actitud de incertidumbre en el momento de asegurar el lugar de origen de San Lorenzo:

"Frente al prefecto de Roma... Lorenzo responde... con socarronería que llamaríamos aragonesa, si aragonés fuera S. Lorenzo" (p. 361).

No se trata de decidir aquí la procedencia oséense del Santo. Lo sentimos muy nuestro y nos afirmamos en este sentir al leer a Berceo "ambos de Uesca fueron".

Las cualidades de los dos diáconos son resumidas así por el poeta riojano:

"Plogo. I de voluntad con estos compañeros ca eran bien tan simples como monges claustreros; fablavan cuerdamientre; dizien dichos certeros, por en disputación eran buenos vozeros" (p. 26).

La austeridad y la sencillez de los monjes se unían a las buenas dotes de predicadores, faceta muy importante en unos momentos en que urgía extender la Palabra de Dios a pesar del ambiente hostil.

Más adelante, Gonzalo de Berceo se recrea en la narración de las virtudes de S. Lorenzo, ya diácono del Papa Sixto:

"Era sancta ecclesia por él iIluminada,

catávalo por padre la gent desconssejada,

non tenié saña vieja en seno condensada,

ni issié de su boca palavra desguisada,

 

Era por en consejos muy leal consejero,

de lo que Dios li dava era buen álmonsero,

bien tenié poridat, non era mesturero,

non dava una gállara por omne losengero.

 

Omne era perfecto de gran discrezián,

udié bien los cuytados, entendié bien razón,

doliese de las almas que van en perdixión,

murié por seer mártir, prender por Dios passión" (pp. 30-32).

Nos gustaría extraer de esta breve semblanza de San Lorenzo, hecha por el poeta del candor y la sencillez que es Berceo, unas cuantas ideas que pueden ser válidas en cualquier momento del tiempo, al tratarse de virtudes cristianas:

    "Illuminada": "Vosotros sois la luz del mundo" (S. Mt. 5, 14). A su lado, la claridad no se perdía, pues era la luz divina la que se transmitía a través de él.

    "Padre": Comprensión afable y siempre disponible hacia las personas más desamparadas.

    "Non tenié saña vieja": No era rencoroso, perdonaba con humildad incluso a sus enemigos.

    "Ni issié de su boca palavra desguisada": En la conversación, las palabras eran seleccionadas cuidadosamente de un modo espontáneo por su mente, puesta siempre en las cosas de Dios.

    "Leal consejero": Sabía ayudar a los que le rodeaban en todo momento, con una orientación sabia y prudente.

    "Buen almosnero": Poseía la virtud del desprendimiento, de la pobreza que se adquiere al saberse por entero en las manos de Dios.

    "Bien tenie poridat, non era mesturero": La sinceridad, otra de las cualidades del cristiano auténtico.

    "Omne era perfecto en grand discrezión": "Sed pues perfectos, como perfecto es vuestro Padre celestial" (S. Mt., 5, 48).

    "Udié bien los cuy todos": Escuchar es otra gran virtud que nos habla del olvido de uno mismo.

    "Doliese de las almas que van en perdición": Pasar entre los hombres con la intención santa de ayudarles a retornar al buen camino a fin de que puedan salvarse.

    "Murié por seer mártir, prender por Dios passión": Es la conclusión más preciosa, el final más auténtico en el seguimiento de Cristo, dar la vida por Dios como Él la dio por todos los hombres.

En estas tres estrofas, nos presenta Berceo un programa de vida cristiana expresado con la gracia y la claridad que caracterizan los versos monorrimos de toda su poesía.

Más adelante, cuando el Emperador Decio reclama los tesoros de la Iglesia al Papa Sixto, éste, que se los había encomendado a Lorenzo, no sabe su paradero:

"Mientre qe Sixto sovo con Decio en contienda,

los tesoros qe tovo Laurentio en comienda

dioles todos a povres, onde diz la leyenda:

"Dispersit, dedit pauperibus; fizo rica fazienda" (p. 40).

Y de nuevo Berceo prosigue la enumeración de las cualidades de Lorenzo:

"Laurentio era omne de muy grand sanctidat,

sobre las gentes povres fazié gran caridat,

tollié a los enfermos toda enfermedat

e dava a los ciegos lumne e sanedat" (p. 40).

La caridad es la primera virtud del seguidor de Cristo, y se manifiesta en ese olvido de las propias cosas que lleva a ocuparse más del otro como Hijo de Dios; de este modo, Lorenzo curaba a los enfermos de cuerpo y espíritu, y devolvía la visión no sólo» a los físicamente cie-gios, sino también a los que lo estaban desde su alma.

Los milagros se suceden en el relato de Berceo; Lorenzo lava los pies a los pobres antes de darles la bendición y despedirse de ellos, como Cristo antes de su Pasión.

El milagro de curar a los ciegos se repite en la narración con estrofas tan simples y profundas al tiempo como ésta:

"Dissoli Sant Laurenco: "Si en Christo creyeses,

en el su sancto nomne babtismo recibieres,

avrás toda tu lumne, si eso non fiçieres,

ganar nunqua la puedes la lumne qe tú quieres" (p. 50).

Una cierta "ironía" aparece con frecuencia en relatos de este tipo durante la Edad Media; se trata de las expresiones de indiferencia ante las amenazas de los perseguidores:

"Dissoli Sant Laurencio: "Todas las tus menaças

más sabrosas me saben qe unas espinazos',

todos los tus privados, ni tú qe me porfazas

no me feches más miedo qe pálombas torcazas" (p. 52).

Son palabras muy usadas por el pueblo; Berceo las utiliza con la intención de hacer comprensible el texto a todo el mundo que se aproxime a él.

Dos episodios del Martirio han perdurado en el recuerdo tradicional de la vida de San Lorenzo:

   "Los pobres son mi riqueza"

"Quando veno el día de las treguas passar,

hlegó muchos de povres quantos podio hallar,

adússolos consigo, empezó de rezar:

"Estos tesoros quiso siempre Dios más amar

 

Estos son los tesoros qe nunca envegecen,

quanto más se derraman siempre ellos más crecen,

los qe a éstos aman e a éstos offrecen,

ésos avrán el regno de las almas guarecen" (pp. 54-55).

   "Ya estoy bastante asado por este lado, puedes darme la vuelta*1.

Idea que Berceo expresa de este modo:

«"Pensaz" dize Laurencio "tornar del otro cabo,

buscat buena pevrada ca assaz so assado,

penssat de almorzar ca avedes lazdrado;

fijos, Dios vos perdone, ca feches grand peccado"» (p. 57).

Y en la comedia del siglo xvi, representada en El Escorial:

"Cruel tirano violento,

vuélveme de esotro lado,

y come si estás hambriento,

que ya de éste estoy asado

y muy alegre y contento" (p. 399).

Texto este último, que carece de la candida simpleza y amabilidad del anterior, y suprime la petición de perdón para los verdugos, que no es sino un reflejo de las palabras de Cristo en la Cruz; el autor del libreto se ha limitado a tomar el aspecto anecdótico dejando el contenido espiritual a un lado.

En relación con el origen de este sarcasmo, Pompilio Tesauro, en la edición crítica del Martirio, señala que ya había aparecido en el relato del martirio de Attalo (uno de los 48 mártires de Lyon y Viena), el cual, sentado en una silla de hierro para ser quemado y sintiendo el olor de su cuerpo abrasado, dijo:

"Voi si che mangiate gli uomini" (Assum est, versa et manduca, Pío Franchi de Cavalierei, Note agiografiche, Roma, 1915, pp. 63 y ss.).

De uno u otro modo, las noticias del martirio de San Lorenzo son siempre inseguras, pues si sabemos que el poeta Aurelio Prudencio fue el que compuso el primer himno en loor suyo, no quedó después ningún documento escrito auténtico, siendo San Ambrosio el primero que lo consigna como tradición volátil, en inaprensible estado de fluidez.

Nosotros preferimos, con Berceo, sumergirnos en el mundo medieval del Mester de Clerecía y gustar de la lectura atenta y sosegada de este relato, que con gran cariño debió de preparar el poeta, a fin de iluminar y guiar los caminos de tantas gentes que pasaban por su monasterio; pensemos por un momento que San Millán de la Cogolla nos acoge y escuchemos con ánimo abierto las notas serenas de la cuaderna vía:

"En el nomne precioso del rey omnipotent

que faze sol e luna nacer en orient,

quiero fer la passión de señor Sant Laurent

en romanz, que la pueda saber toda la gent" (p. 23).

 

 

 

El otoño pinta de nuevo las agrestes laderas de los montes de la Sierra de la Demanda, cercanos a las aldeas de Ezcaray.

 
 
 

 

 

 

COMENTARIOs.
EL MARTIRIO DE SAN LORENZO

 

MARÍA ÁNGELES CIPRÉS PALACÍN
 

Argensola: Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, ISSN 0518-4088, Nº 94, 1982, págs. 427-436