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La intensa actividad traductora que conoció Castilla en el siglo xiii —iniciada por la escuela de traductores de Toledo en el siglo xii y después continuada con Alfonso X— se encuentra íntimamente asociada con dos procesos clave en la historia de la lengua. Por una parte, con la normativización del corpus del castellano, pues nuestro idioma se configura a través de una prosa constituida esencialmente mediante traducciones; por otra parte, con la normalización de su estatus, es decir, su proyección a lengua de cultura: recordemos que será a partir de la época alfonsí cuando las versiones en castellano cobren títulos de nobleza que las harán tan dignas culturalmente como las traducciones latinas o árabes, hasta el punto de que, de hecho, progresivamente durante dicho periodo, la versión castellana adquirirá interés propio, independiente del de las otras lenguas de cultura1. En la promoción del castellano operada por Alfonso x —en su doble faceta por tanto de normativización del corpus y normalización del estatus— las traducciones desempeñan, en suma, un papel motor fundamental. El objetivo de las páginas siguientes consistirá, al tiempo que en poner de relieve el interés lingüístico que encierra el estudio de traducciones, en presentar al lector algunas reflexiones sobre el carácter de la lengua de las mismas; en particular, interesará explorar si corresponden las traducciones a una muestra fiable —por coincidente— de lo que era el estado de lengua concreto de la época y saber cuáles son las conclusiones lingüísticas legítimas que podemos sacar a partir de las mismas. Con respecto a este punto surgirá la cuestión fundamental que plantea la situación de contacto de lenguas en un momento de normativización y normalización tan activo: la proporción del elemento patrimonial y de interferencias foráneas en los textos de las translaciones. Desde una perspectiva diacrónica, las traducciones antiguas constituyen preciosos testimonios para el lingüista, ya que su estudio puede resultarle muy revelador, al proporcionarle a menudo informaciones muy valiosas inaccesibles directamente a partir de textos originales. En el caso, por ejemplo, de que se conserven varias translaciones de la misma fuente realizadas en diferentes épocas, el lingüista tendrá la extraordinaria suerte de poder comparar la evolución en la expresión directamente a partir de producciones de idéntico contenido. Es una quimérica oportunidad anhelada por todo lingüista diacrónico la de interrogar directamente a los informantes para saber cómo se dice exactamente lo mismo en épocas distintas. Sin este imposible conocimiento directo, la investigación se hace desentrañando informaciones parciales en una selva de textos. Por poner un ejemplo de lo que permiten las traducciones en este sentido, Claude Buridant (1987) realizó un estudio de la evolución sintáctica del francés a partir de dos traducciones de la misma crónica, una del siglo XIII y otra de finales del siglo xv. Esto le permitió comprobar directamente la permanencia en el francés antiguo de estructuras asociadas a la tipología de una lengua SOV2, mientras que en el francés medio estas mismas corresponden formalmente a las de una lengua SvO. Ahora bien, surge aquí la pregunta sobre el tipo de muestra de lengua que nos ofrecen las traducciones: ¿hasta qué punto corresponde la lengua de las mismas a los esquemas de la lengua patrimonial de la época y en qué medida puede pesar en ellas la interferencia de la lengua de la fuente? Desglosaré a continuación esta pregunta, que se articula en torno a la noción de interferencia, en sus dos partes interdependientes, considerando el especial momento sociolingüístico que conoce el castellano de la época. En primer lugar, para tratar de saber en qué medida corresponde la lengua del romanceamiento al castellano patrimonial de la época, puede procederse preliminarmente a una extrapolación de observaciones a partir de traducciones modernas. Así, podría hacerse referencia al asombro que experimenta el lector actual ante algunos rasgos presentes en traducciones modernas que sin ser realmente incorrectos, resultan «curiosos». Me refiero al uso de tal o cual término o estructura en la lengua actual por un traductor, que puede uno aceptar pasivamente, pero que rechaza en la práctica activa de la lengua y que puede incluso llegar a molestar por su artificialidad. Este dato nos previene de que no se puede conceder al conjunto de la traducción un valor de muestra fiable de un estado de lengua dado. En realidad, más que reflejar sistemáticamente la lengua estándar, las traducciones reflejan generalmente lo probable, en ocasiones lo tolerable y nunca —salvo errores— lo imposible. Las traducciones resultan en este sentido muy reveladoras como muestra de los límites de la lengua. Otros autores apuntan una conclusión similar. Buridant en su artículo citado (1987, p. 32-33) afirma:
Pérez Navarro (1993, p. 427) declara que el estudio que lleva a cabo del romanceamiento bíblico del libro del Eclesiástico de la cuarta parte de la General estoria —sobre el que trataremos en las páginas que siguen— permite observar «las opciones, flexibilidad y tolerancia de la lengua de fines del siglo xiii». Se impone, al respecto, hacer una precisión en relación con las diferencias de traducción según las convenciones del género. Si comparamos, por ejemplo, traducciones jurídicas con traducciones historiográficas, es evidente que el fenómeno adquiere dos dimensiones contrastadas: las traducciones jurídicas son lógicamente muy conservadoras, ya que el carácter prescriptivo de los documentos obliga, en general, a guardar la mayor fidelidad posible con respecto al original3, en tanto que las traducciones de contenido histórico o literario suelen ser mucho más libres4. El contenido y la función de los textos (prescriptiva en un caso, exposición didáctica en el otro) tendrán, por consiguiente, una incidencia capital en el seguimiento del original. A partir de esta constatación, podemos predecir que en las traducciones historiográficas encontraremos proporcionalmente una muestra mayor de lengua correspondiente a lo más probable en la lengua patrimonial —más espontáneo, menos condicionado—, mientras que en las traducciones jurídicas lo probable cederá un margen importante a lo tolerable. En cualquier caso, queda descartado —salvo errores, insisto—5 lo imposible y en este sentido, las traducciones son muy ilustrativas sobre las fronteras entre lo posible y lo imposible. Aquí de nuevo proporcionan estas al estudioso de la lengua antigua una preciosa oportunidad: la de deducir lo que no se podía decir. En gramática sincrónica actual resulta fundamental el contraste entre lo que se puede y lo que no se puede decir, entre lo gramatical y lo agramatical. Generalmente el lingüista diacrónico solo puede asegurar con certeza lo que se decía (registrado y conservado documentalmente), pero no lo que no se decía —lo no dicho en los textos no forzosamente era imposible en la lengua—. Esta percepción negativa aporta información muy pertinente sobre la gramática de una lengua dada. Propongo ilustrar estas consideraciones con ejemplos concretos de carácter léxico y sintáctico. En cuanto a los primeros, me valdré de la edición bilingüe de Pérez Navarro (1997) del libro del Eclesiástico contenido en la cuarta parte de la General estoria de Alfonso x. El editor opta por una presentación yuxtapuesta de la fuente —la Vulgata en su versión de la «Biblia de París» (considerada por él no la fuente directa, pero sí la más cercana al texto alfonsí)— y de la versión romanceada de la General estoria, presentación que permite apreciar cómodamente la relación entre ambos documentos. Recojo a continuación una serie de ejemplos relevantes extraídos de los diez primeros capítulos del Libro que muestran una notoria diferencia léxica entre la fuente y el romanceamiento:
El cotejo de la fuente y de la traducción pone de manifiesto el bloqueo en la introducción en el castellano alfonsí de los cultismos precedente, investigar, intelecto, prudencia, excelso, -ísimo (morfema de superlativo absoluto), eterna, multiplicación, multiplicar, defunción, inicio, plenitud, execración, execrable, iracundia, iracundo, subversión, falacia, invocar, recto, preparar, necesario, defraudar, permanecer, bilingüe, odio, odiar y derivados como odiable u odioso, narración, pusilánime, laborioso, impío, útil, prohibir y audaz y nos muestra claramente los límites entre lo que se decía y lo que no. Este careo del original latino y del romanceamiento correspondiente constituye la prueba fehaciente de que se evitó en la época la introducción en el sistema léxico castellano de todas aquellas voces, que solo se incorporarán posteriormente, la mayoría con la corriente humanista del siglo xv (precedente, investigar, intelecto, prudencia, excelso, -ísimo, eterna, multiplicación, multiplicar, defunción, execrable, iracundia, iracundo, subversión, falacia, invocar, recto, necesario, defraudar, permanecer, multitud, bilingüe, odio, odioso, narración, laborioso, impío, útil y audaz7) y después el resto (en el siglo xvi prohibir, execración y pusilánime, en el siglo xvii plenitud, odiar y preparar y muy tardíamente inicio)8. Y si bien es cierto que en periodo alfonsí entra en el castellano nuevo léxico en relación con el nuevo saber —neologismos sobre todo de tipo científico y jurídico más que literario y eclesiástico—, debe tenerse en cuenta «lo que fue permanente norma lingüística de Alfonso x: su preferencia por la voz romance sobre cualquier neologismo»9. Este tratamiento del léxico ha de interpretarse desde un punto de vista sociolingüístico, ya que la coyuntura de la época lo explicaría lógicamente: en una situación de contacto de dos lenguas, una dominante culturalmente y la otra relegada a la expresión informal, cuando se produce la normalización de la segunda, es decir, su promoción a todos los ámbitos expresivos, suelen ser evitados neologismos de la primera y se tienden a aprovechar al máximo las posibilidades derivativas propias10. Como veremos más adelante, esta actitud diferencialista y divergente caracteriza fuertemente a las lenguas en una situación sociolingüística de promoción como la que vive el castellano alfonsí11. De hecho, puede revelarse una fuerza e interferencia muy activa a la que el especialista habrá de atender con particular interés. En cuanto al ejemplo sintáctico, me referiré a los resultados de un estudio que realicé sobre los fueros de Alcaraz y de Alarcón12. Estos fueros, compuestos a finales del siglo xiii, proceden de la tradición del fuero de Cuenca —redactado en latín— y son sintácticamente llamativos, sobre todo por la abundancia de estructuras en las que el verbo ocupa la posición final. En efecto, si comparamos la sintaxis de estos fueros con la que predomina en la prosa coetánea —ciñéndonos a los resultados más elocuentes—, observaremos que la diferencia es sobresaliente. La secuencia Vo era la preponderante en castellano medieval: en concreto para la estructura estudiada —subordinadas condicionales— las cifras de dicha secuencia ascendían a un 80 %. Frente a este dato, las proporciones que presentan los fueros se invierten y será la secuencia contraria (oV) la que se imponga (en más de un 80 % de los casos en el fuero de Alcaraz y de un 60 % en el de Alarcón). No obstante, incluso tratándose de una sintaxis efectivamente extremista y atípica en el castellano del siglo xiii, es tolerada por el sistema lingüístico, que nos desvela, mediante esta flexibilidad, hasta dónde llegan sus posibilidades13. En otros casos de influencia muy marcada de la sintaxis extranjera del original —como en las traducciones del árabe (Calila e Dimna) o del hebreo (La fazienda de Ultramar)— supondremos igualmente que el romanceamiento reflejará junto a una mayoría de elementos centrales del sistema lingüístico autóctono castellano una proporción variable de elementos periféricos. Centrándonos, por otra parte, ya de lleno en la cuestión de la influencia del original en los romanceamientos, conviene recordar que la investigación sobre lenguas en contacto considera como primordial el fenómeno de la interferencia lingüística. Dio de esta Weinrich (1953, p. 17) una definición ya célebre:
En el caso específico que nos ocupa, el de las traducciones del latín al castellano realizadas en el siglo xiii, varios factores concurren para que las probabilidades de interferencia sean más bien elevadas: en primer lugar, el traductor es por definición ese sujeto plurilingüe descrito, susceptible de cometer interferencias entre las lenguas que domina, en este caso unidas, además, por un fuerte parentesco, hecho que suele favorecer los influjos interlingüísticos14. Por otra parte, ha de considerarse que en todo proceso de normalización —y así también en el que conocía el castellano de la época—, las interferencias suelen producirse con elevada frecuencia. En esa normalización que experimentan las lenguas románicas medievales, consistente fundamentalmente en una progresiva conquista y acceso a la literalidad, el latín figuraba como modelo innegable, aprovechado o rechazado según las circunstancias. Las posibles influencias diferentes que puede ejercer un modelo de lengua en una lengua «joven», dicho de otro modo, los diversos influjos de una lengua con tradición literaria y un modelo consolidado en el estándar en creación de una «nueva» lengua, han sido descritas de modo preciso por Kabatek (2000, p. 36-37) a propósito de la relación gallego-castellano en el proceso moderno de normalización del gallego. Como veremos, sus observaciones son aplicables también a la relación antigua entre el castellano y el latín:
En relación con lo expuesto en la cita anterior, conviene presentar de modo sistemático la diferenciación que establece la investigación entre los posibles tipos de interferencia. El propio Kabatek (1998, p. 845-847 y 2000, p. 34-45), partiendo de una base teórica establecida por Eugenio Coseriu16, nos proporciona una precisa distinción de dos tipos de interferencia positiva: la interferencia de transposición (realización incorrecta en una lengua de elementos de la lengua de contacto inexistentes en la primera) y la hipercorrección (realización incorrecta en una lengua por aplicación a elementos comunes de las dos lenguas de contacto una supuesta correspondencia regular entre los elementos de cada una de las lenguas); y de dos tipos de interferencia negativa: la interferencia de divergencia (no realización de elementos comunes a ambas lenguas por preferencia de los elementos distintos a la lengua de contacto) y la interferencia de convergencia (no realización de elementos exclusivos de una de las lenguas mediante la elección sistemática de elementos comunes, entre otras razones por falta de seguridad en dicha lengua). El siguiente ejemplo del libro del Eclesiástico de la General estoria nos ilustra sobre una realización positiva y otra negativa de la interferencia:
En cuanto a la traducción de substantiam por sustancia, estamos claramente ante una interferencia positiva de transposición, la cual da lugar a la utilización de un neologismo incomprensible en el castellano de la época, que ha de ser glosado a continuación (del algo que á)17 y que se evitará en otras ocasiones, como en el versículo siguiente (X, 34), donde la misma palabra substantia aparece traducida por la patrimonial riqueza. Por otra parte, se observa también una interferencia negativa de divergencia en la traducción de timorem por miedo: existiendo la posibilidad de utilizar la palabra patrimonial temor —que es de hecho la más usada en la traducción de la voz latina en todo el Libro18—, no se utiliza (se realiza negativamente) y a ella se le prefiere miedo, una opción diferencial con respecto al original19. Si la repercusión lingüística de la interferencia positiva es evidente — produce errores y por lo tanto se considera grave—, no por ser imperceptible a primera vista es menor la importancia de la interferencia negativa, ya que puede esta «provocar desprazamentos da norma dunha lingua pola non-realización ou realización exhaustiva de certas posibilidades da misma» (Kabatek, 1998, p. 847). Ahora bien, en el caso concreto de las traducciones, realizadas por profesionales con conciencia de corrección lingüística, serán a priori nulas o excepcionales las ocurrencias de interferencia positiva. En cambio, pueden darse con mayor probabilidad casos de interferencia negativa, cuyo estudio convendrá no despreciar, ya que, incluso si el resultado de la misma no contraviene los principios del sistema lingüístico, sí provoca una alteración en las normas de la lengua por el aumento, disminución o eliminación del uso de determinada(s) forma(s)20. De ahí que metodológicamente sea pertinente y necesario considerar esta parte solapada del influjo del original en las traducciones. De hecho, algunos estudios revelan que esta interferencia negativa, en particular la de divergencia, se da casi sistemáticamente en ciertas traducciones, como en el caso de la versión gallega de la Crónica general de España de Alfonso X. Así, Bello Rivas (1999) demuestra cómo en las técnicas de traducción de dicha obra al gallego «lo que más destacaba era la tendencia diferencialista, el ánimo por la divergencia»21; por otra parte, se constata además la dependencia «al revés» que el traductor mantiene frente al texto a trasladar, añadiendo y suprimiendo cuanto sea preciso para alejarse del original22. Como ejemplo puede citarse, entre los múltiples que presenta la autora, la traducción de una serie de enunciados en los que con una regularidad casi absoluta las formas reflexivas de los verbos castellanos serán traducidas por formas sin pronombre en gallego y viceversa23:
Sin duda detrás de estas elecciones divergentes sistemáticas por parte del traductor se halla la intención de originalidad. Bello Rivas (1999, p. 166) defiende la hipótesis del
En mi opinión, al tratarse de lenguas tan emparentadas y similares formalmente como el gallego y el castellano medievales, la justificación de las translaciones es directamente proporcional a la diferencia existente entre ambas lenguas, idea que conduce de modo más o menos consciente al traductor a fomentar sistemáticamente la diferencia, sin olvidar lo que este proceder implica en cuanto a la conciencia de lengua «independiente». Apuntaremos, por lo tanto, que en el proceso de promoción del castellano en época alfonsí, con la coyuntura sociolingüística descrita para la época inmediatamente anterior —de convivencia de la lengua de cultura dominante latina con la lengua vulgar castellana de uso restringido a una esfera de comunicación menos formal— pueden observarse dos tendencias opuestas. Por una parte, para la formación del castellano como lengua de cultura el modelo latino fue fundamental24; pero, por otra parte, junto con la importante influencia latina se registra también un deseo diferencialista, como lo prueba, por ejemplo, la tendencia proteccionista en materia léxica, tal y como hemos podido ver más arriba. De nuevo en este punto hay que precisar que puede darse una notable diferencia entre textos de géneros distintos. Lógicamente, y más allá de las cuestiones de contenido —como se ha visto en páginas anteriores—, los documentos de determinados géneros pueden revelar un comportamiento lingüístico más marcado por una conciencia y una ideología proteccionistas que otros. En concreto, la diferencia formal existente entre textos coetáneos —como la que hemos descrito más arriba en relación con la sintaxis del género jurídico y la de otros géneros— podría explicarse por esta razón. La interferencia de divergencia, consistente en este caso en evitar modelos latinos y radicalizar lo castellano, se manifestaría con mayor frecuencia en textos muy implicados en la normalización de la lengua vulgar, como lo son los de la historiografía alfonsí, con objeto de mostrar mayor independencia con respecto a la lengua culturalmente dominante hasta el momento. Entretanto, textos de carácter jurídico, como los fueros tratados, menos comprometidos formalmente en esta labor de configuración del código castellano serían más bien neutros en este aspecto o incluso objeto de la tendencia contraria. Tras esto, cabe preguntarse cómo se habría traducido un texto como el libro del Eclesiástico de haberse llevado a cabo su romanceamiento en otro marco genérico y con otro cometido cultural e ideológico.
Conclusión Las traducciones como material lingüístico, en comparación con textos originales, brindan al lingüista diacrónico oportunidades excepcionales, como son la de conocer de modo directo la evolución de una expresión determinada a través de los tiempos (en el caso de disponer de translaciones de un texto dado realizadas en fechas diferentes) y la de descubrir con claridad junto a lo que se decía, lo que no se decía. En cuanto a la cuestión de cuál es la proporción que de patrimonial tiene una traducción en relación con el elemento foráneo presente en ella por interferencia, se ha visto que han de considerarse los diferentes casos de interferencias y su operatividad en función de la coyuntura sociolingüística en cuestión. Así, en materia de influencias de la lengua fuente hay que tener en cuenta la posibilidad de que la lengua meta tienda en ocasiones a la adopción de un modelo foráneo o en otras a evitarlo precisamente. Recordemos, además, que el género y la función del texto meta pueden marcar de modo determinante el genus interpretandi, con lo que en todo estudio lingüístico de las traducciones se impone considerar estos aspectos que van mucho más allá de lo estrictamente formal.
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NOTAS 1. Ver p. ej. Lapesa(1942, p. 237) y García Yebra (1991, p. 5). 2. S = sujeto, V = verbo, O = objeto. 3. Otras translaciones son por esencia generalmente fieles al original, como es el caso de las epistolares o las de textos sagrados. Ver para este último caso las conclusiones de England (1980) que aprecia una sintaxis mucho más apegada a la del original en traducciones medievales de textos bíblicos que en las de otros géneros. Ello coincide con un tópico compartido por buen número de traductores medievales cuyo punto de partida se remonta al De óptimo genere interpretandi de san Jerónimo (ver Labourt, 1953, III, p. 59). En dicha epístola, el santo desarrolla la idea de una traducción literal reservada a los textos sagrados pudiendo ser la de los otros textos mucho más libre o idiomática. Dan cuenta de la fortuna de dichas ideas, las afirmaciones de Alfonso de Cartagena en la introducción de su traducción de La rethórica de M. Tullio Cicerón (Mascagna, 1969) y de Carlos de Viana en su traducción de la Ética de Aristóteles (Heusch, 1993, p. 109). Ver, sobre este punto, Russell (1985, cap. V). 4. De hecho, a los romanceamientos historiográficos se les niega a menudo el carácter de verdaderas traducciones: Rico (1972, p. 178) dirá: «La General estoria —pienso— no da tanto una traducción cuanto una "enarratio" de los "auctores"» (el subrayado es suyo). Menéndez Pidal (1977, p. 886) en su estudio de la Primera crónica general afirmaba: «El compilador, tratándose de fuentes latinas, expone con amplitud, y a menudo interpreta y borda el texto que sigue; no traduce, sino que deduce» (el subrayado es suyo). 5. Ver, por ejemplo, los errores que cita Sánchez-Prieto Borja (2001) en las traducciones de la General estoria en su cuarta parte (libro del Eclesiástico e historia de Alejandro Magno) y también en fragmentos de la primera parte. 6. Como aparece también en XIX, 5. 7. En el siglo xv fecha la primera documentación en castellano de estos términos Corominas en su DCECH, y si bien es cierto que en el xv se generaliza su uso, hay que precisar que no faltan ocasionalmente ocurrencias anteriores. Así, mediante la consulta del corpus de Mark Davies (www.corpusdelespanol.org) y una pequeña búsqueda personal he encontrado unos cuantos ejemplos de estas palabras en los siglos xiii y xiv. Se halla investigar en las Siete partidas, intelecto en la Historia troyana, prudencia en Los siete sabios de Roma o en la Biblia romanceada, eterno también se documenta en esta última obra, el morfema -ísimo sabemos que aparece alguna vez en Berceo, multiplicación y multiplicar se utilizan en obras científicas alfonsíes —del verbo también he encontrado un ejemplo en la Partida II, título 26, ley 33 y en el Libro de Alexandre (2518a)—, falacia en la Biblia romanceada, recto en las Siete partidas, necesario en la Historia troyana y, como señala Corominas, también ocasionalmente en Berceo —yo encuentro una única ocurrencia en las Partidas: Partida IV, título 11, ley 25—, multitud en la Gran conquista de Ultramar y en la Biblia latina, odio se documenta solo anteriormente en Berceo, según Corominas, pero en el corpus de Mark Davies lo encontramos en la Gran conquista de Ultramar, Fuero juzgo, Poridat de las poridades y otras obras, odioso en la Biblia romanceada y en la Historia troyana. Para bilingüe, Alonso (1986) proporciona una primera documentación bajo la forma biliguo en 1469, si bien no aparece esta voz y tampoco bilingüe en el Diccionario de autoridades, ni de ella se halla mención en Corominas. 8. Sigo basándome en la datación de Corominas (1984), pero ver el corpus de Mark Davies para ejemplos anteriores de estas palabras. 9. Ver Bustos Tovar (1974, p. 49). 10. Ver Hagége(1992, p. 180-181). 11. Para más información sobre otros casos similares entre las lenguas de Europa, ver Hagége (1992, p. 87, 180, 197, 199, 205, 208). 12. Castillo Lluch (1996-1997). 13. Lo imposible solo surge excepcionalmente, como en el caso del hápax sintáctico que se lee en el fuero de Alarcón (276): De aquel que casa crebantare agena < De eo qui domum uiolauerit alienam, frase en la que se da un hipérbaton agramatical que produce una ruptura sintagmática, evitado sistemáticamente en contextos similares en el marco de nuestros textos. 14. Véase Kabatek (2000, p. 33). 15. Kabatek (2000, p. 36-37). 16. Ver Kabatek (2000, p. 32). 17. Recuérdese el valor nominal de la palabra algo antigua con el sentido de «bien», «riqueza». Ver Partida segunda: «algo, que quiere tanto dezir en lenguage de Espanna commo bien» (Partida II, tít. XXI, ley II). 18. Ver p. ej. I, 11, 12, 17, 27 y II, 6. 19. Ver para una traducción exhaustiva de estos términos: Timorem et metum et probationem inducet super illum... (IV, 19) / e aduzrá sobr'él temor e miedo eprueva... 20. Ver Kabatek (1998, p. 847). 21. Bello Rivas (1999, p. 157). 22. Ibid., p. 166. 23. Ibid., p. 163. 24. Como afirma Kabatek (2000, p. 47): «na medida en que ían penetrando as linguas en ámbitos antes reservados ó latín, máis elementos se adoptaron desta lingua de contacto, elementos que cumprían para a expresión dos novos textos e para os que atopaban na lingua latina modelo —estreitamente emparentada e coñecida polos que escribían— un caudal inagotable. Paradoxalmente, a emancipación das linguas romances fronte á vella lingua de cultura corría parella á latinización ás veces masiva das mesmas».
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