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Teniendo como trasfondo las variadas cuestiones que suscita cada uno de los participantes del foro aparecido en La coránica (31.2, 2003) bajo la dirección de Steven Dworkin sobre la situación actual de la lingüística romance, en esta contribución me limitaré a añadir consideraciones generales y de principio, con el propósito de conectar algunos puntos neurálgicos de los muchos implicados en la discusión. Todos los participantes avalan de modo implícito o explícito el carácter esencialmente histórico de la lingüística romance. Aunque no se somete a discusión el sentido mismo del concepto de historia -salvo las aclaraciones de Kabatek, "La lingüística románica histórica: tradición e innovación en una disciplina viva", al proponer la sustitución de la diacronía por la historia de la lengua-, la significativa utilización del calificativo histórico añadido al sintagma lingüistica románica / romance de parte de algunos de los autores y el hecho de que el Critical Cluster publicado en La coránica se titule: "Historical Romance Linguistics, the Death of a Discipline?" puede conducir a una doble interpretación. ¿Se trata simplemente de subrayar la condición natural de esta lingüística, o de marcar su diferencia respecto de un ámbito no histórico de la misma, dentro del cual las lenguas se observan en su sincronía actual? Esta última interpretación supondría un sentido estrecho de la disciplina que abarcaría sólo el pasado. Por mi parte, aclaro desde el inicio que no adoptaré tal uso sino que preferiré el sentido amplio, que incluye también presente y futuro. Siguiendo esta línea interpretativa, la lingüística romance se ocupará de las respectivas lenguas y dialectos en cualquiera de sus estadios evolutivos y, asimismo, en la totalidad de su decurso. Es oportuno añadir una precisión más, pues en la consideración del carácter histórico se involucra de modo natural el concepto de diacronía. Como es sabido, las clásicas distinciones saussureanas de sincronía (estudio de un período determinado) o diacronía (estudio comparativo de varias sincronías) se aplican a un mismo objeto de carácter histórico (Coseriu 1973). En este sentido, ninguna de tales perspectivas es autosuficiente para una visión comprensiva, y, por lo tanto, cada una de ellas constituye una etapa provisional en la aproximación a los fenómenos. Si aceptamos este planteamiento, no habría razón alguna para reducir la lingüística romance a la diacronía -como se ha sostenido tradicionalmente y se lee en algunas intervenciones del foro anterior-ni, por supuesto, tampoco a la sincronía. De hecho, intervenciones como la de Pellen ("Diacronía y descripción del cambio lingüístico") ponen especial relieve en la necesidad de ahondar en la percepción sincrónica de la lengua en cualquiera de sus fases temporales. Y, por otro lado, Lüdtke ("Para la historia de la lengua") subraya la importancia de incluir el estudio sincrónico de la lengua actual en la historia. Sin embargo, no se puede ignorar que el interés central de la lingüística romance en el proceso de constitución de las lenguas y dialectos y, por lo tanto, en el cambio como factor determinante de la diversidad ha privilegiado la perspectiva diacrónica. Y es natural y legítimo que así sea, puesto que es ésta la que permite reconocer el cambio, al hacer viable la conexión entre distintas fases temporales. No hay que perder de vista, sin embargo, que el cambio no es sino el resultado final de un proceso anterior inherente a las lenguas, esto es, la variación. Por consiguiente, restringir la investigación al cambio equivaldría a tener en cuenta sólo una parte del problema. Y en este sentido, para responder a la legítima demanda planteada por Dworkin ("Thoughts on the Future of a Venerable and Vital Discipline") sobre la necesidad de determinar la razón del comportamiento de los fenómenos, y no sólo el modo como se presentan, no hay otro camino que fijar el centro de la atención en la variación, como bien lo puntualizan de modo específico las intervenciones de Penny ("Historical Romance Linguistics: A Sociolinguistic Perspective") y de Wright ("Historical Romance Linguistics: the Renaissance of a Discipline"). Esta preocupación -como también lo anota Penny- se manifiesta con claridad en la dialectología del siglo XIX, aunque referida a la dimensión espacial y temporal. En la lingüística actual, es la lingüística de la variación, socio-lingüística, en su orientación laboviana, la que sitúa de modo explícito y programático la diversidad en el centro de la reflexión lingüística, continuándose así la antigua vertiente de la dialectología. No me parece caber duda de que la propuesta laboviana ha sabido ofrecer una metodología refinada para observar y medir la variación sincrónica actual de la lengua y conectarla con los aspectos fundamentales de la sociedad que pueden influir en la determinación de su perfil. Penny señala, además, la necesidad de aplicar las propuestas de Milroy y Milroy (1985) sobre las redes sociales, como él mismo lo hace en relación con la historia del español. Continuando en esta productiva línea dialógica trataré de ahondar en algunos de los problemas derivados de la aplicación de los postulados y de la metodología de la sociolingüística del presente a los estudios sobre el pasado, aplicación que -a mi juicio-es posible únicamente en la perspectiva amplia que sostengo aquí. Ahora bien, nadie desconoce que la sociolingüística está diseñada en principio para la observación de la producción lingüística viva o in situ, es decir, en su propio momento de ocurrencia ante la mirada del observador. ¿Qué implica adoptar una perspectiva como ésta? Previamente habría que señalar que la sociolingüística no se restringe en principio al estudio de la influencia de los sectores sociales estratificados sobre el comportamiento de los fenómenos lingüísticos. Prueba de ello se encuentra en la más reciente obra laboviana, la cual se propone de modo explícito determinar los principios generales del cambio (Labov 1994, 2001) a través de la exploración de los mecanismos intrasistemáticos, de los biológicos, de los adquisitivos, de los cognitivos, y no sólo de los consabidos factores externos de clase, de sexo, de etnia, de generación y de red social. La presencia de factores internos, como los estudiados respecto de los cambios en cadena, que se ejemplifican en la evolución relativamente reciente del sistema vocálico del inglés americano (northern cities shift / southern cities shift), adquieren especial relevancia y no parecen relacionarse con fenómenos de tipo social. En definitiva, sólo limitados aspectos de la variación están gobernados por las diferencias de grupos sociales. El aporte específico de la visión sociolingüística no es tanto, a mi juicio, la concepción conocida de que en las lenguas se dan procesos variables organizados que pueden conducir -impulsados o no por factores sociales- a cambios en ciertos puntos del sistema, cuanto la propuesta de una nueva actitud epistemológica que sitúa la observación empírica de tales procesos en el centro de un programa disciplinario. Tal actitud se expresa en la aceptación de los siguientes principios fundamentales:
En esta orientación un modo efectivo de captar de modo sistemático la movilidad, esto es, el decurso, dentro del mismo período temporal se da a través de una suerte de diacronización de la sincronía en lo que se denomina "tiempo aparente" (apparent time), expresado en la estratificación generacional, y diferenciado del "tiempo real" (real time). La coexistencia de generaciones permite observar de modo concreto el paso del tiempo en la propia habla de los individuos. De hecho, Labov presenta resultados de esta comprobación en diferentes momentos del siglo XX, en el que el cambio anticipado se ha completado conforme a las predicciones o sigue avanzando en la dirección esperada. Queda claramente deslindado el cambio natural y provisional motivado por el pasaje de la edad adolescente a la juvenil, del verdadero cambio generacional que se estabiliza en la lengua, y se continúa y extiende, inclusive cuando los hablantes han dejado de ser jóvenes. Pero la perspectiva diacronizadora de la sincronía va más allá de la mera observación de los estratos generacionales, pues no es el factor de edad el único determinante de la evolución. Y para averiguarlo se intenta descubrir la génesis del cambio reconstruyendo sus diferentes etapas: desde su transmisión de padres (especialmente de madres) a hijos hasta su paulatina extensión y difusión a través de los diversos integrantes del universo social en un espacio determinado. Se trata de un minucioso seguimiento microscópico del proceso, rigurosamente calculado, que ocurre en el presente, y respecto del cual la atención del investigador se concentra no sólo en la conducta del protagonista sino en su tipo psicosocial, explicable en la complejidad de cada sociedad particular. La pregunta de por qué se da el cambio viene reformulada del modo siguiente: ¿quiénes lo patrocinan? Es ahora hacia los actores que se dirige la observación lingüística (Labov 2001, Caravedo 2003a). Tratándose de los hechos actuales, la dirección del estudio del cambio es, pues, de tipo prospectivo: se lo aborda como algo que se origina en el presente y se proyecta hacia el futuro. Pero la pregunta que interesa ahora y que replanteo, retomando la cuestión de principio sobre los alcances del concepto de historia, es ¿en qué medida puede esta metodología del presente y, en cierto sentido del futuro, aplicarse al pasado? Aun admitiendo el principio uniformista, según el cual ciertos mecanismos generales del cambio se repiten a lo largo de la historia, no se puede esconder el punto más problemático, la extrapolación metodológica en por lo menos dos dimensiones (Caravedo 1999). La primera tiene que ver con la naturaleza del corpus y la segunda con el tipo de fenómeno investigado. En efecto, el primer principio mencionado, el de observabilidad, se ve seriamente afectado por la limitación del material, con lo cual los principios restantes (reconocibilidad de los condicionamientos, mensurabilidad cuantitativa y predictibilidad) resultan también difíciles y en ciertos casos hasta imposibles de cumplir. Los datos del pasado -como bien se sabe- son en sí mismos defectivos, y no porque las limitaciones provengan del modo de recolección, como ocurre con el presente, sino por descontextualizados, por incompletos, por incontrastables con la realidad, y porque sólo pueden conservar, si bien de modo caótico o desarticulado, la modalidad no primaria del lenguaje, es decir, la escrita (y en este sentido son pertinentes las aclaraciones de Kabatek respecto de todo lo que implica la hermenéutica de los textos escritos). El investigador se confronta con la imposibilidad de reconstruir todas las condiciones de variación que llevaron a determinados resultados: cuenta con eslabones sueltos que no pueden encadenarse. Por lo tanto, no se trata de adoptar ciegamente una metodología que se prueba fructífera en una dimensión para aplicarla en otra. Así, la utilización de métodos cuantitativos rigurosos, como los requeridos para superar el carácter aleatorio o intuitivo de la observación, puede resultar inoperante o, en el peor de los casos, contraproducente: no se puede cuantificar lo que no es cuantificable en razón de la naturaleza del fenómeno, de la insuficiencia de apariciones o de la mera falta de información sobre su difusión más allá de los casos individuales observados. Lo dicho no quita que si se tiene la fortuna de descubrir testimonios lo suficientemente recurrentes, representativos, adecuadamente enmarcados desde el punto de vista del contexto social sobre un fenómeno determinado, la aplicación de los criterios de mensurabilidad cuantitativa permitirá una comprensión e interpretación fiable de los datos. Obviamente un logro semejante sólo será posible en la medida en que la investigación heurística se continúe, la cual -dicho sea al pasar- constituye una de las tareas más importantes de la lingüística romance. Respecto del tipo de fenómeno, hay que aceptar que la mayor parte de los mecanismos propuestos se aplican al cambio fonológico, y que quedan por investigar los más encubiertos y refinados procesos de cambio sintáctico-semántico, donde las fronteras y desplazamientos no son de orden material. Esta declaración de dificultad no implica que la perspectiva variacionista no pueda abordar tales procesos. Antes bien, dado que éstos involucran la cognición de tipo social entran también en su campo de pertinencias (y con esto amplío las consideraciones de Koch en "Historical Romance Linguistics and the Cognitive Turn"), siempre que se utilicen procedimientos de observación de distinto orden. No se crea que la indagación prospectiva esté exenta de dificultades. Es más, el reto es aquí la predicción misma, teniendo en cuenta el carácter intencional del lenguaje en tanto hecho institucional (Searle 1995). En la predicción la verdadera dificultad no proviene, pues, de la naturaleza del material mismo, ya que los datos lingüísticos se encuentran a cada paso en su forma natural a disposición del investigador, quien puede incluso recrear situaciones de habla para provocar la aparición de los fenómenos en cuestión. El centro del problema se encuentra en el hecho de que no se puede prever con certeza aquello que antes de su realización verdaderamente ocurrirá, inclusive cuando el proceso hacia la aparición de una forma esté muy avanzado, si bien Labov (2002) insiste en la irreversibilidad y unilateralidad de ciertos cambios fonológicos de acuerdo con tendencias teóricamente universales, como la de máxima dispersión. Pero éste es un asunto epistemológico discutible en el que no voy a entrar aquí. Y precisamente en relación con este último punto, los propios testimonios del pasado nos confrontan con procesos que no se llegaron a completar o que siguieron una dirección distinta de la esperada.
En coherencia con mi desconfianza en las predicciones, no me referiré al futuro de la lingüística romance sino a su presente sólidamente enraizado en el desarrollo de una fructífera actividad heurística y hermenéutica que tiene su lugar irreemplazable en la actividad científica. Las preocupaciones -bien fundamentadas de los primeros participantes del foro, especialmente la de Echenique-Elizondo ("Perspectivas de la lingüística diacrónica y lingüística histórica en el estudio de la lengua española"), a la que se une el comentario de Dworkin sobre el enlace del quehacer disciplinario con los problemas de la lingüística general, son sin duda legítimas, y las avalo plenamente, añadiendo una consideración. La lingüística general no debe ser concebida como una área autónoma de la lingüística. Más bien, se trata sólo de un nivel reflexivo que se alcanza a través de la conexión inteligente de los estudios fenoménicos en las lenguas particulares. Pero la actividad disciplinaria debe pasar por diversas etapas reflexivas, entre las cuales la heurística, la analítico-descriptiva y la comparativa, privilegiadas en el quehacer de la lingüística romance, son igualmente indispensables para enfrentar problemas de alcance más general, y tan relevantes como las consideradas propiamente explicativas.
Obras citadas Caravedo, Rocío. 1999. Lingüística del corpus. Cuestiones teórico-metodológicas aplicadas al español. Salamanca: U de Salamanca. ------ . 2003a. "Principios del cambio lingüístico. Una contribución sincrónica a la lingüística histórica". Revista de Filología Española 83: 39-62. ------ . 2003b. "Problemas conceptuales y metodológicos de la lingüística de la variación". Lengua, variación y contexto. Estudios dedicados a Humberto López Morales. Coords. Francisco Moreno Fernández y Rebeca Barriga Villanueva. 2 vols. Madrid: Arco Libros. 2: 541-57. Coseriu, Eugenio. 1973. Sincronía, diacronía e historia. El problema del cambio lingüístico. Madrid: Gredos. Labov, William. 1994. Principies of Linguistic Change. I Internal Factors. Oxford: Blackwell. ------ . 2001. Principies of Linguistic Change. II Social Factors. Oxford:Blackwell. ------ .2002. "Driving Forces in Linguistic Change". Paper given at 2002 International Conference on Korean Linguistics, Seoul National University. Preprint: www.ling.upenn.edu/wlabov/Papers/DFLC.htm Milroy, Lesley, and James Milroy. 1985. "Linguistic Change, Social Network and Speaker Innovation".Journal of Linguistics 21: 339-84. Searle, John. 1995. The Construction of Social Reality. New York: The Free Press.
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