Arco de Jano, al fondo iglesia de San Giorgio al Velabro.Para saber más hacer clic sobre la imagen

 

 

  

 

Ovidio, Tristezas, I, 3. Texto y traducción[1].

 

Prólogo. Mi recuerdo de aquella noche. (Vs. 1 – 4).

Cum subit illius tristissima noctis imago,
qua mihi supremum tempus in Vrbe fuit,
cum repeto noctem, qua tot mihi cara reliqui,
labitur ex oculis nunc quoque gutta meis.
 

Cuando se me aparece la tristísima visión de aquella noche que fue para mí mis últimos momentos en Roma, cuando de nuevo revivo la noche en que tuve que dejar tantas cosas para mí queridas, todavía ahora de mis ojos resbalan las lágrimas.

 

Aquella noche I.- Comienza la noche. (Vs. 5 – 26).

 

Iam prope lux aderat, qua me discedere Caesar
finibus extremae iusserat Ausoniae.
Niec spatium nec mens fuerat satis apta parandi:
torpuerant longa pectora nostra mora.
Non mihi seruorum, comites non cura legendi,
non aptae profugo uestis opisue fuit.
Non aliter stupui, quam qui Iouis ignibus ictus
uiuit et est uitae nescius ipse suae.


Ut tamen hanc animi nubem dolor ipse remouit,
et tandem sensus conualuere mei,
adloquor extremum maestos abiturus amicos,
qui modo de multis unus et alter erat.
Vxor amans flemem flens acrius ipsa tenebat,
imbre per indignas usque cadente genas.
Nata procul Libycis aberat diuersa sub oris,
nec poterat fati certior esse mei.
Quocumque aspiceres, luctus gemitusque sonabant,
formaque non taciti funeris intus erat.
Femina uirque meo, pueri quoque funere maerent,
inque domo lacrimas angulus omnis habet.
Si licet exemplis in paruis grandibus uti,
haec facies Troiae, cum caperetur, erat.

 

Ya estaba  cerca el día en que Augusto me había ordenado partir desde las fronteras  de la más remota Italia.

Ni el tiempo ni el ánimo habían sido bastante apropiados para los preparativos, mis decisiones se habían visto entorpecidas por la prolongada espera.

No puse cuidado en escoger los acompañantes, los criados, los vestidos o lo necesario para mi destierro.

Estaba tan aturdido como el que, herido por el rayo de Jove, está vivo, pero él no es consciente de que vive.

Pero cuando el propio dolor disipó esta niebla de mi mente y recobráronse por fin mis sentidos, a punto de partir, me dirijo por última vez a mis afligidos amigos, que de muchos sólo me acompañaba alguno que otro.

A mí que lloraba, me sostenía mi amante esposa, aun más llorosa, cayendo por sus mejillas sin cesar una lluvia de inmerecidas lágrimas.

No estaba presente mi hija; estaba lejos, en las tierras de África, y no había podido hacerse una idea de mi aciago sino.

Doquiera que mirases, llantos y gemidos se oían y el aspecto del interior de la casa era el de un nada silencioso funeral.

Mujeres y hombres, también los criados, lloran en mi entierro, y no hay rincón en la casa que no se vea anegado por las lágrimas.

Si es lícito servirse de los grandes ejemplos en los incidentes menores, tal era el aspecto de Troya en el momento de su caída.

 

Aquella noche II.- La media noche. (Vs. 27 – 46).

 

Iamque quiescebant uoces hominumque canumque,
Lunaque nocturnos alta regebat equos.
Hanc ego suspiciens et ab hac Capitolia cernens,
quae nostro frustra iuncta fuere Lari,
"numina uicinis habitantia sedibus," inquam,
"iamque oculis numquam templa uidenda meis,
dique relinquendi, quos urbs habet alta Quirini,
este salutati tempus in omne mihi.
Et quamquam sero clipeum Post uulnera sumo,
attamen hanc odiis exonerate fugam,
caelestique uiro, quis me deceperit error,
dicite, pro culpa ne scelus esse putet,

ut quod uos scitis, poenae quoque sentiat auctor,
placato possum non miser esse deo."


Hac prece adoraui superos ego, pluribus uxor,
singultu medios impediente sonos.
Illa etiam ante lares passis adstrata capillis
contigit extinctos ore tremente focos,
multaque in aduersos effudit uerba Penates
pro deplorato non ualitura uiro.
 

Ya iban callándose las voces humanas y los ladridos de los perros, y la luna, alta, conducía sus nocturnos caballos.

Yo, levantando hacia ella la mirada, y viendo a su luz el Capitolio que inútilmente estuvo cercano a mi casa, dije:

“Divinidades que habitáis en las moradas vecinas, templos que ya nunca volverán a ver mis ojos, dioses que debo abandonar y que son los de  la alta ciudad de Roma, recibid mi saludo para siempre.

Y aunque cojo el escudo tarde, después de la herida, a pesar de todo, librad mi destierro de odios y al varón celestial explicadle qué equivocación me ha confundido, no piense que hay un crimen en lugar de una falta. Que lo que vosotros sabéis, lo sienta también el autor de mi castigo; aplacado el dios, puedo yo no seguir siendo desgraciado."

Con esta plegaria oré yo a los dioses; con muchas otras mi esposa, entrecortando el sollozo las palabras.

Ella, incluso, postrada ante los Lares, con los cabellos en desorden, besó con sus trémulos labios el apagado hogar y dirigió a los contrarios Penates largos discursos del todo ineficaces  en favor de su desventurado esposo.

 

Aquella noche. III.- A altas horas de la madrugada. (Vs. 47 – 70).

 

Iamque morae spatium nox praecipitata negabat,
uersaque ab axe suo Parrhasis Arctos erat.
Quid facerem? Blando patriae retinebar amore:
ultima sed iussae nox erat illa fugae.
A! Quotiens aliquo dixi properante "quid urges?
uel quo festinas ire, uel unde, uide."
A! Quotiens certam me sum mentitus habere
horam, propositae quae foret apta uiae.
Ter limen tetigi, ter sum reuocatus, et ipse
indulgens animo pes mihi tardus erat.
Saepe "uale" dicto rursus sum multa locutus,
et quasi discedens oscula summa dedi.
Saepe eadem mandata dedi meque ipse fefelli,
respiciens oculis pignora cara meis.
Denique "quid propero? Scythia est, quo mittirnur," inquam,
"Roma relinquenda est. utraque iusta mora est.
uxor in aeternum uiuo mihi uiua negatur,
et domus et fidae dulcia membra domus,
quosque ego dilexi fraterno more sodales,
o mihi Thesea pectora iuncta fide!
Dum licet, amplectar: numquam fortasse licebit
amplius. In lucro est quae datur hora mihi."
Nec mora, sermonis uerba inperfecta relinquo.
Complectens animo proxima quaeque meo.

Y ya la noche muy avanzada me negaba más tiempo de demora, y ya la Osa Mayor había completado una vuelta sobre su eje.

¿Qué iba yo a hacer? El dulce amor a la patria me retenía, pero esta noche era la última de mi obligado destierro.

¡Ah!, Cuántas veces, ante el agobio de alguno, dije « ¿Por qué te apresuras? Mira de dónde y a dónde te das prisa en marcharte.»

 Cuántas veces dije mintiendo que tenía fijada una hora que sería  la favorable para mi prevista partida.

Tres veces pisé el umbral, tres veces volví sobre mis pasos, y mis propios pies, indulgentes con mi ánimo, se mostraban perezosos. Una y otra vez, tras decir “adiós”, de nuevo reanudé la conversación, y como si ya me marchase, di los últimos besos. Una y otra vez, reiteré los mismos encargos y me engañé remirando con mis ojos las prendas queridas.

Por fin exclamé: « ¿Por qué me doy prisa? Es la Escitia adonde me destierran y tengo que abandonar Roma; la una y la otra justifican la demora.

A mí que aún estoy vivo se me niega para siempre una esposa que está viva, y mi propia casa y los queridos miembros de mi fiel hogar y mis amigos a los que yo he querido como hermanos, ¡corazones unidos a mí con la fidelidad de Teseo! Mientras se me permite, os abrazaré; quizás nunca más podré hacerlo. Por ganancia tengo la hora que se me da.»

Y sin demora, dejo a medias las palabras de mi charla, abrazando a todo lo querido del alma.

 

Aquella noche. IV.- El amanecer del día siguiente. (Vs. 71 – 90).

Dum loquor et flemus, caelo nitidissimus alto,
stella grauis nobis, Lucifer ortus erat.
Diuidor haud aliter, quam si mea membra relinquam,
et pars abrumpi corpore uisa suo est.
Sic doluit Mettus tunc cum in contraria uersos
ultores habuit proditionis equos.


Tum uero exoritur clamor gemitusque meorum,
et feriunt maestae pectora nuda manus.
Tum uero coniunx umeris abeuntis inhaerens
miscuit haec lacrimis tristia uerba meis:
"non potes auelli. Simul ah!, simul hibimus:" inquit,
"te sequar et coniunx exulis exul ero.
Et mihi facta uia est, et me capit ultima tellus:
accedam profugae sarcina parua rati.
Te iubet e patria discedere Caesaris ira,
me pietas. Pietas haec mihi Caesar erit."
Talia temptabat, sicut temptauerat ante,
uixque dedit uictas utilitate manus.
Egredior,(siue illud erat sine funere ferri?)

squalidus inmissis hirta per ora comis.
 

Mientras hablo y lloramos, el Lucero del Alba, estrella aciaga para mí, había aparecido con todo  su brillo en el alto cielo.

Me separo no de otra manera que si me desprendiese de mis miembros y una parte pareciese ser arrancada de su cuerpo. De ese modo se dolió Meto cuando tuvo a caballos, dirigidos hacia direcciones opuestas, como vengadores de su traición.

Pero estalla entonces el griterío y los gemidos de los míos y sus desgraciadas manos golpean sus pechos desnudos.

Entonces mi esposa, cuando yo ya me marchaba, colgándose de mis hombros, mezcló con sus lágrimas estas tristes palabras:

«Tú no puedes serme arrancado; juntos, ¡ah!, juntos nos marcharemos los dos”, dijo, “te seguiré, y como mujer de un desterrado, desterrada voy a ser. Para mí ya está hecho el viaje, ya la tierra más remota me posee y como leve carga subiré a tu nave de desterrado. La cólera del César te ordena a ti que te vayas de la patria, a mí el sentido de mi deber como esposa. Este sentido del deber conyugal será  mi César. »

Bregaba en tal empeño como ya lo había intentado antes, y con dificultad cedió por el mutuo interés.

Salgo o aquello era ser conducido al sepulcro sin estar muerto, adelgazado y con el pelo alborotado sobre el rostro sin afeitar.

 

Epílogo.- Lo que me dicen que pasó después. (Vs. 91 – 101).

Illa dolore amens tenebris narratur obortis
semianimis media procubuisse domo,

utque resurrexit foedatis puluere turpi
crinibus et gelida membra leuauit humo,
se modo, desertos modo complorasse Penates.
Nomen et erepti saepe uocassi uiri,
nec gemuisse minus, quam  si nataeue meumue
uidisset structos corpus habere, rogos,
et uoluisse mori, moriendo ponere sensus,
respectuque tamen non periisse mei.
Viuat, et absentem, quoniam sic fata tulerunt,
Viuat et auxilio subleuet usque suo.

Ella, loca de pena, dicen que, perdido el sentido, se desplomó desmayada en medio de la casa.

Y que cuando volvió en sí, con el pelo manchado del sucio polvo, y alzó su cuerpo del frío suelo, o bien deploró su suerte, o bien sus Penates vacíos. Y que llamó por su nombre una y otra vez al esposo que le había sido robado, y que no gimió y lloró menos que si hubiese visto que la alzada pira sostenía el cadáver de su hija o el mío.

Y que hubiese deseado morir y muriendo poner término al sufrimiento, y que, sin embargo, no pereció por consideración a mí.

¡Que siga viviendo ella, y a mí ausente, pues así lo dispusieron los hados, que siga viviendo, y me sostenga continuamente con su auxilio!

 

Ovidio, Tristezas, I, 3. Comentario.

 

La poesía narrativa ¿poesía impura?

 

Hoy identificamos poesía y lírica. Y la que no sea lírica la consideramos poesía impura. Lo dejó muy claro el mejor de los poetas contemporáneos en Lengua Española, Juan Ramón Jiménez:

 

“Vino primero pura, 
vestida de inocencia; 
y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo 
de no sé qué ropajes; 
y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina 
fastuosa de tesoros... 
¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!

Mas se fue desnudando 
y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica 
de su inocencia antigua. 
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica 
y apareció desnuda toda. 
¡Oh pasión de mi vida, poesía 
desnuda, mía para siempre!”

Pero no siempre las cosas han sido así. A los tres géneros poéticos clásicos, el épico, el  lírico y el dramático, Se añadieron ya en la Antigüedad, la poesía narrativa no épica, la expositiva y la sapiencial.

La poesía es un lenguaje literario de características muy precisas en el que se puede emitir cualquier mensaje, no sólo los relativos a estados anímicos o a los sentimientos. Además nadie puede prohibirle al poeta que, si lo necesita, mezcle cuantos géneros de poesía le plazcan.

Ovidio es un narrador sin parangón, ahí están sus Metamorfosis para demostrarlo, pero, como buen contador de historias, sabe servirse de elementos líricos y dramáticos cuando lo necesita. Y si necesita ser didáctico o dar lecciones de vida, tampoco se le caen los anillos.

Creo que  Tristezas I, 3 es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo. Estamos ante el mejor de sus poemas del exilio y ante una de las elegías más famosas de la Historia de la literatura Universal.

 

El autor, “aquel célebre cantor de los tiernos amores…”.

 

Ovidio[2] es el más joven de la terna de los grandes poetas latinos formada también por Virgilio y Horacio. Su vida, contada por él mismo, la podemos leer en Tristezas IV, 10. Su talento literario se puede encontrar juzgado en cualquier buen manual de Literatura Universal.

Como viejo lector de Ovidio quisiera observar que tenía un absoluto dominio de los recursos expresivos de la lengua latina, una gran erudición y no sólo literaria, una gran facilidad para la versificación[3] y unas inmensas ganas de vivir la vida, gozando de ella sin límite. E hizo una poesía hija de tales ansias. Ovidio, por ejemplo, iluminaría la mejor Edad Media como autor de la gran enciclopedia de mitología clásica que son sus Metamorfosis, pero, sobre todo, como el vitalista autor del Arte de Amar y demás poesía amatoria. Recuérdense, por ejemplo, pasajes del Libro de Buen Amor como estos:

“Si leyeres a Ovidio, el que fue mi crïado,

en él fallarás fablas que l’ ove yo mostrado,

muchas buenas maneras para enamorado;

Pánfilo e Nasón, yo ove castigado.”[4]

 

********

 

“En la cama muy loca, en la casa muy cuerda;

non olvides tal dueña, mas d’ella te acuerda.

Esto que te castigo con Ovidio concuerda,

e para aquésta cata la fina avancuerda.”[5]

 

El destierro.

 

Augusto, poco dado a la ironía, no entendió esa amable y no tan amable sátira del “lechuguino”, “gomoso”, “petimetre”, “pisaverde” o “ligón” que es el Arte de Amar, consideró que Ovidio era, en Roma, un eficacísimo acicate de la inmoralidad privada y pública que él estaba empeñado en perseguir.

 Para arreglo de males, lo encontró cómplice de ciertos escandalosos líos de faldas de la propia familia imperial, mezclados además con la política sucesoria, y decidió quitárselo de medio obligándolo a residir en el extremo del Imperio, en Tomis, a las orillas del mar Negro. Ovidio tenía ya más de 50 años. Fue  a finales del año 8 d. C

 No lo desterró, le fijo una residencia obligatoria lo más lejos posible de Roma, sin que perdiera ninguno de sus derechos de ciudadano romano. Ovidio no consiguió el perdón  ni de Augusto ni de Tiberio, su sucesor y murió, abandonado y olvidado, después de casi una década de alejamiento de Roma a finales del 18 o comienzos del 17 d. C.

Entre los años 8 y 16 d. C. escribe Ovidio los cinco libros de Tristezas y los cuatro de Cartas desde el Ponto. Son cartas en las que el poeta se lamenta de su dolorosa situación de desterrado “de facto” y suspira por conseguir que se le levante el castigo.

 

 

 

Tristezas I, 3.

 

 

A finales del año 8 d. C. Ovidio es obligado por Augusto a abandonar Roma y fijar su residencia en la lejana Tomis, hoy la rumana Costanza. En Tristezas I, 3 nos cuenta cómo fue su última noche en Roma.

 

El esquema narrativo.

 

Presentación:

Prólogo. Mi recuerdo de aquella noche. (Vs. 1 – 4).

 

Nudo:

Aquella noche I.- Comienza la noche. (Vs. 5 – 26).

Aquella noche II.- La media noche. (Vs. 27 – 46).

                Aquella noche. III.- A altas horas de la madrugada. (Vs. 47 – 70).

Aquella noche. IV.- El amanecer del día siguiente. (Vs. 71 – 90).

 

 

Desenlace:

Epílogo.- Lo que me dicen que ocurrió después. (Vs. 91 – 101).

 

Primeramente el autor nos explica que todavía, pasado ya algún tiempo, el recuerdo de aquella negra noche le sigue resultando doloroso.

A continuación, con toda la fuerza de la plasticidad de una representación teatral, nos va describiendo como se pasó en su casa aquella última noche, en cuatro dramáticas escenas en las que la tensión y el dolor van creciendo en una graduación bien lograda, a medida que el inexorable paso del tiempo va acercando el momento de la inevitable partida. Partida que se sospecha que es para siempre, para nunca más volver. La identificación “partida” y “muerte”, “salida” y “entierro” está más que presente a lo largo del poema.

La tensión se diluye en un epílogo donde el autor nos cuenta de oídas la mortal obligada soledad en la que queda la esposa del autor. Esposa descrita como si una viuda fuera que acaba de ver cómo el cadáver de su marido ha ardido en la pira fúnebre.

Es la crónica de una noche de “pasión y muerte”, seguida de un “amanecer de soledad”, sin esperanza fundada de próxima “resurrección”.

 

Progresión dramática de la narración.

 

El estudio psicológico del autor, el condenado al destierro, y de sus seres queridos, sobre todo su mujer, en esa aciaga noche es casi perfecto en su verosimilitud, en su realismo.

En la primera escena se nos representa el desvalimiento y la soledad del matrimonio en el ambiente fúnebre de un momento  crítico que todos se negaban a creer que iba por fin a llegar. Muy pocos amigos[6]  han acudido a la despedida del amigo caído en desgracia. La hija, en el extranjero, desconoce el destino de su padre.

En la segunda, que empieza por ese admirable dístico descriptivo de la medianoche: “Iamque quiescebant uoces hominumque canumque,/ lunaque nocturnos alta regebat equos”, se nos hace ver el cruel abandono que los esposos sufren por parte de los dioses, de los públicos y de los privados, de la Triada Capitolina y de los Lares y Penates hogareños.

En la tercera se nos describen muy bien los titubeos del que se tiene que ir, pero no se quiere marchar. Sus inacabables despedidas, su intento de no despegarse de todo lo más querido.

En la cuarta llega por fin el momento definitivo y es la “familia” la que dramáticamente lamenta la partida del cabeza de familia desterrado. La esposa pone de manifiesto con vibrantes palabras su voluntad de partir al destierro con su marido. A duras penas es disuadida por su esposo para que se quede en Roma al cuidado de los intereses de ambos. Parte por fin, con aspecto cadavérico, el desterrado.

El epílogo recoge  de oídas lo que en la casa del desterrado sucedió después. Nada distinto de lo que habría sucedido a continuación del entierro del cabeza de familia.  Ovidio desea que su mujer siga viva y tome sobre sus hombros el cuidado de los bienes de ambos y la responsabilidad de conseguir el perdón para su marido.

 

El humor negro de Góngora. Comentario de “Amarrado al duro banco…”.

 

Fabia[7], la tercera mujer de Ovidio, con la que se casó siendo ella una viuda rica y bien relacionada y él cuarentón, siguió por un tiempo cuidándose de pelear por la casa y el regreso de su esposo. Pero el destierro fue largo, y el tiempo y la distancia produjeron el mutuo olvido. Ovidio terminó por resignarse a ser abandonado también por ella[8]. Después del año 13 d.C. ya no la menciona.

El olvido del ausente al que hay que “rescatar”, pero de difícil rescate es un drama humano inevitable y agudamente analizado en un romance bien conocido de Góngora donde, con mucho humor negro, se reafirma aquel viejo dicho castellano de que “de amor y de asco, nadie se muere nunca”. Y también los de que “la distancia es el olvido” y  “ el muerto al hoyo y el vivo al bollo”.

“Amarrado al duro banco
de una galera turquesa,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba al ronco son
del remo y de la cadena:


"¡Oh sagrado mar de España,
famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!
Pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas

las lágrimas y suspiros
que me dice por sus letras;
porque si es verdad que llora
mi cautiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua;
pero, pues no me respondes
sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.

¡Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
siempre al remo condenado,
 a nadie matarán penas!


En esto se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar
al forzado de su fuerza.

El relato de Góngora en este romance tiene tres partes bien definidas:

1)      La presentación, donde se nos explica el dónde, el cómo y el cuándo de lo que se nos va relatar, y se nos da a conocer quién es el protagonista de la acción relatada, un cautivo, condenado a galeras porque no logra pagar su rescate.

2)      El monólogo del protagonista.

a.      El cautivo llama la atención del mar que baña Marbella, la tierra chica de en la que ha sido secuestrado.

b.     Le pide noticias de su esposa y además, con la mosca detrás de la oreja, la confirmación de la veracidad del amor que ella le ha manifestado en sus cartas.

c.      Como el mar le da la callada por respuesta, el cautivo saca una primera conclusión: “ha muerto”, pero inmediatamente, con la agudeza que da el más inteligente realismo, la corrige: “si él ha sobrevivido diez años amándola en una distancia vivida en las peores condiciones, no es posible que ella haya muerto de pena”

3)      El monólogo o la reflexión del protagonista termina cuando inesperadamente aparecen navíos enemigos en el horizonte y la galera del cautivo corre peligro de ser apresada. El relato que da abierto a que el lector le dé la conclusión que prefiera. Entre las posibilidades está la de que, liberado por fin el cautivo y habiendo regresado a Marbella, encuentre a su mujer felizmente casada con otro.

 

 

Mi relación personal con el texto.

 

Me encontré por primera vez con este texto a mis trece años en la clase de latín del Seminario de Logroño a comienzos de los 60. El profesor quiso que tradujésemos las “Tristes y las Pónticas” de Ovidio, quizá influido por la reciente lectura de “Dios ha nacido en el exilio”, obra del expatriado rumano Vintila Horia. Lo publicó en París en 1960, ganó con él el premio Goncourt. Sin embargo, la izquierda cultural, capitaneada por Sartre (aquel para quien los otros suponían una amenaza, como le sucede al emperador Augusto en la novela), inició una campaña de desprestigio (difamación), que le obligó al autor a renunciar al premio. Destino la publicó en 1963.[9]

El texto latino de Ovidio que manejábamos, editado por los Escolapios, era muy defectuoso y nosotros estábamos aún poco duchos en el latín de verdad, el de los autores clásicos. Nos costó Dios y ayuda hincarle el diente, pero fue el paso necesario para enfrentarnos al año siguiente con Virgilio, esta vez con libros viejos de la Biblioteca General del Seminario, textos escolares del s. XVIII, utilizados por los alumnos del antiguo colegio logroñés de los jesuitas.

A eso se le llama “didáctica legionaria” (de legionarios romanos o de los de Millán-Astray).

Al llegar el verano y terminar las clases, recibidas las notas, algunos de mis compañeros se deshicieron vengativamente del texto de Ovidio que nos había amargado el curso; lo quemaron. También el texto de Métrica Latina y el de Historia de la Lengua Española corrieron igual suerte. La verdad es que no nos habíamos enterado de nada. Pero a mí aquel “aquelarre” o más bien, “auto de fe”, por llamarlo de alguna manera, me horrorizó y no lo olvidé. Tristezas I, 3, porque lo había logrado traducir y entender, me había gustado.

Pasaron los años y yo me desentendí del latín. Pero en un verano de finales de los 70, me salieron unas muy oportunas por bien pagadas clases de latín en Santander y se me pidió que explicara éste entre otros textos latinos clásicos. Allí redescubrí la belleza de Tristezas I, 3 y comencé a pensar en la grandeza de una lengua magnífica, la latina, con la que durante seis años me habían estado atormentando en el Seminario.

Volvieron a pasar más años y, ganadas las oposiciones de profesor de Instituto, pude hacer un largo y muy satisfactorio viaje a Rumanía a comienzos de los 80. En el avión releí las Tristes y las Pónticas, bien editadas por la mejicana UNAM, y me prometí visitar la tumba de Ovidio y lo cumplí. Al pie de la estatua de Ovidio en Costanza se quedó, como una ofrenda funeraria, el muy defectuoso texto que soporté en el Seminario de Logroño, corregido y anotado de mi mano. Era un digno y necesario desagravio por la lamentable hoguera que me sigue doliendo.

En la Universidad había obtenido una matrícula de honor en Métrica Latina y me había enamorado de la Historia de la lengua Española y había disfrutado con la lectura de Ovidio. Y yo mismo me sentía como él, pero por diversos motivos, un desterrado.

 

De esta experiencia personal he sacado dos útiles conclusiones que ofrezco al lector:

1)       Los curas, salvo las necesarias excepciones, nunca han disfrutado del latín, nunca han gozado de su literatura, ni siquiera de la cristiana en latín escrita. Era un mal necesario del que en el Vaticano II se desprendieron más que rápidos y gozosos.

2)      Es un crimen atormentar a los alumnos obligándoles a leer textos, tanto clásicos como modernos,  que son incapaces de comprender y disfrutar, a no ser que antes les hayamos proporcionado una lectura comentada, adaptada a su edad y a sus conocimientos. Lo que no sea esto es fomentar el odio a la lectura y a la Cultura.

 


 

NOTAS

 

[1] He utilizado el texto y la traducción de Ovidio, Tristezas, ed. Eulogio Baeza Angulo, Alma Mater, CSIC, Madrid, 2005; Publio Ovidio Nasón, Obras Completas, ed. Antonio Ramírez de Verger, Espasa, Madrid, 2005; Ovidio, Tristes . Pónticas, traducción José González Vázquez, Gredos, Madrid, 1992. He leído muy detenidamente la magnífica introducción de Ovidio, Metamorfosis, ed. De Consuelo Álvarez y Rosa María Iglesias, Cátedra, Letras Universales, Madrid, 1995.

[2] Sulmona (Italia) 20 de marzo del 43 a. C. – Tomis-Costanza (Rumanía) finales del 18 o comienzos del 17 d. C.

[3] Ovidio, Tristes IV, 10, 25 “… et quod temptabam scribere uersus erat”. También la anécdota del juramento, en verso, a su padre para que dejara de ponerle las nalgas como un tomate por su incapacidad de  dejar de perder el tiempo componiendo “inútiles” versos: “Iuro, iuro, pater, numquam componere uersus”.

[4] Arcipreste de Hita, Libro de Buen Amor, estrofa 429.

[5] Ibídem, estrofa 446.

[6] “Donec eris felix, multos numerabis amicos; tempora si fuerint nubila, solus eris”, (Ovidio,Tristes I, 9,5).

[7] Fabia aparece en la poesía del exilio ovidiana en Tristes I, 3; 6.  III, 3; 7. IV, 3. V, 2; 5; 11; 14. Pónticas I, 4.  III, 1.

[8] Tristes V,  2, 38 – 44.

[9] Horia, Vintila, Dios ha nacido en el exilio. Diario de Ovidio en Tomis. Prefacio de Daniel Rops. Premio Goncourt 1960. Coleccion Ancora y Delfin nº 189 Ediciones Destino, Barcelona - 1963.

 

 

 

 

Mosaico del Monasterio de san Vicente de Fora, Lisboa (Portugal). Representa la fábula "E Pastor e o Mar"

 
 
 

 

 

Ovidio, Tristezas, I, 3.
Texto, traducción y comentarios

 

 


 

Antonino m. pérez rodrÍguez