Mi muy querido, leído y respetado P. Olarte: He releído con la debida atención, creo, su artículo "Un dato nuevo sobre Gonzalo de Berceo", tal como aparece publicado en vallenajerilla.com. Me gustaría transmitirle algunas de las reflexiones que me he ido haciendo a lo largo de mi lectura. Creo que de la discusión razonada siempre sale la luz, si los que discuten, la buscan.
No es éste el caso de "«Gundissalvus Michaelis de berceo, miles». Hay un apellido extraño a las demás y hay también una profesión seglar que nada tiene que ver con la vida eclesiástica, desde niño, que conocemos de Berceo por su propio testimonio: "En San Millán de Suso fue de niñez criado" (San Millán, 489,b) y por las restantes firmas atribuidas al poeta. No hace falta inventarle al Maestro Fray Luis de León una vida de ajetreado mujeriego para explicar su excelente poesía amorosa ciento por ciento profana. Basta con suponerle un buen conocedor y aficionado imitador ocasional de Petrarca, autor que estaba en las manos de todo buen aficionado a la buena literatura de su tiempo. No hace mucho se le dio un premio prestigioso de poesía religiosa a un confeso y convicto ateo, conocido como tal cuando se abrió la plica. En cuanto a la extrañeza de que escribiese sobre Alejandro Magno, tampoco hace falta inventarle a Berceo una juventud caballeresca y militarista. Las vidas de santos son libros de caballerías "a lo divino". Lo sabían bien San Ignacio de Loyola y santa Teresa de Jesús, sin ir más lejos. A veces le damos la razón a Camilo José Cela cuando decía aquella boutade de que "el español es persona incapaz de tener dos ideas a la vez en la cabeza, sobre todo si aparentemente parecen incompatibles; por ejemplo, un cura torero". El universo del escritor, incluidos los medievales, es tan amplio como el que se muestra en el llamado "Libro de buen amor", por ejemplo, donde a un clérigo se le atribuyen poemas de todos los estilos y para todos los gustos. Berceo vive en la primera mitad del siglo XIII, uno de los grandes siglos de la cultura europea y española y el Berceo, mero bonachón cura de pueblo, hoy no le convence ya a nadie. Esperando que estas anotaciones le sirvan de utilidad, se despide de Ud. con un afectuoso saludo su atento lector y viejo aficionado a la poesía de Berceo.
Antonino M. Pérez Rodríguez.
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