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Introducción. A hombros de gigantes.
Tengo la intención de reproducir y comentar un magnífico viejo artículo[1] del medievalista estellés José María Lacarra y de Miguel. Es un artículo que he citado más de una vez y que, en parte, he comentado ya[2]. Lo traigo aquí, en primer lugar, para mostrarles a los lectores lo que es un buen comentario de un texto histórico hecho por un historiador de verdad y la rica información que es capaz de obtener. En segundo lugar, porque demuestra que no todos los relatos de apariciones de difuntos son sólo un puro cuento inventado por el narrador. En tercer lugar, porque sobre la vieja abadía benedictina najerina y sobre su decanía de Santa Coloma nos aporta muy interesantes datos en los que casi nadie posteriormente parece haberse detenido.
I.- El artículo de José María Lacarra. Una aparición de ultratumba en Estella.
Una aparición de ultratumba en
Estella.
José Mª. LACARRA.
I.1.- Pedro el VenerableCuando parecía declinar la estrella de Cluny, se enfriaba el fervor primitivo con la prodigalidad exagerada del rezo litúrgico, y surgía en Claraval el espíritu de San Bernardo que había de atraer hacia su reforma la atención unánime de príncipes y prelados, Pedro el Venerable, abad de Cluny, con su sencillez y energía, con su dinamismo, su buena prosa y su temperamento ardiente y combativo, logra contener una decadencia que se inicia, y en sus treinta y cuatro años de prelacía mantiene la venerable abadía borgoñona a la altura a que la elevaron San Odón y San Hugo. Su viaje a España en 1141 obedeció sin duda a este afán de vigorizar una disciplina que se relajaba, en la cabeza y en sus miembros, y tal vez a su deseo también de afirmar la observancia cluniacense, que no podía menos de resentirse ante los avances de los Estatutos del Cister y de Fontevrault (1). En 1142 (29 de julio) estaba en Salamanca, donde recibía de Alfonso VII el monasterio de San Pedro de Cardeña con todas sus dependencias a cambio del tributo de 2.000 monedas de oro que desde Alfonso VI debían pagar anualmente a Cluny los reyes de León y Castilla. Por el mismo concepto se incorporó a Cluny el lugar de Villalbilla, junto a Burgos, con sus términos, y dos familias pecheras. El 7 de septiembre del mismo año encontramos en Burgos a Pedro el Venerable, donde el Emperador le otorgaba extraordinarias exenciones para el barrio de San Zoilo de Carrión, formado en derredor del monasterio clunaciense del mismo nombre. Las donaciones a Cluny siguieron a partir de entonces, lo que ha hecho pensar si no fueron principalmente de orden económico las razones que le movieron a venir a España (2). Pero otras trascendentales consecuencias en orden a la cultura cristiana de su siglo, tuvo el viaje a España del venerable abad de Cluny. Al llegar a la región del Ebro, tal vez en Nájera, conoció a dos extranjeros, Roberto de Retines, inglés, y Hermann de Carintia, o el Dálmata, que llevados por sus aficiones astrológicas, habían venido a España a estudiar la ciencia de los árabes (3). Pedro el Venerable les indujo a colaborar en la traducción del Alcorán, empresa que había encomendado al Maestro Pedro Toledano, para poder, con conocimiento de causa (4), refutar la doctrina de Mahoma, contra la cual escribió además un tratado que se conserva incompleto. A Roberto de Retines, o de Chester, lo hemos de ver en 1143 de arcediano en Pamplona, en 1145 aparece en Segovia y desde 1147 hasta 1150 sabemos que vivió en Londres. Hermann el Dálmata, en 1142 estaba en León y al año siguiente se le encuentra en Toulouse y en Beziéres (5). Merced al celo de Pedro el Venerable la Europa cristiana conoció, con su refutación vigorosa," la primera traducción latina del Alcorán. En Nájera se detendría el abad de Cluny varios días, tal vez meses. La abadía que creara García el de Nájera, era una de las posesiones más ricas de la Casa Madre de Cluny, desde que la incorporara, entre generales protestas, Alfonso VI en el año 1079. Allí, acompañado de los prelados Esteban de Osma y Arnaldo de Olorón, tuvo ocasión de informarse de la estupenda visión que refería el antiguo burgués de Estella, Pedro Engelberto, ahora monje en una decanía que dependía de Nájera. Hablaron con él, y el abad de Cluny nos trasmite el sencillo relato que damos a continuación (6).
I.2.- La visión de ultratumba«No debo pasar por alto —comienza diciendo— un caso semejante ocurrido en España, que oímos contar cuando en cierta ocasión fuimos a aquel país. Hay en tierras de España un noble y famoso castillo, que, por lo adecuado de su situación y fertilidad de las tierras próximas, y por la numerosa población que lo habita, en todo lo cual a a los castillos que le rodean, estimo que no en vano se llama Estella. En este castillo vivía cierto burgués llamado Pedro Engelberto, el cual pasó con diligencia casi toda su vida en el siglo, hasta llegar a la vejez, colmado de bienes materiales. Finalmente, tocado por Aquel que inspira a quien quiere, renunció al mundo y tomó el hábito religioso en el monasterio que junto a Nájera se levanta bajo el mandato y regla de Cluny. Habiendo llegado yo allí dos años después de su conversión, oí que había contado la memorable visión de que ya tenía yo noticia, aunque ignorando a quien le había acontecido. Cuando esto supe, pregunté solícito donde estaba el narrador de tan gran visión, y me dijeron que habitaba en cierta capilla dependiente del monasterio de Nájera, y no muy lejana. Como me llevase hacia aquel lugar el camino que había de seguir, vi un hombre, cuya edad madura, gravedad de costumbres y el testimonio de todos, y su misma nívea cabellera, aseguraban ofrecer una fe íntegra. Queriendo, no obstante, apartar todo escrúpulo de duda, tanto de mi corazón como de los corazones de todos, vine ante él, en presencia de los venerables obispos de Olorón y de Osma, ante hermanos nuestros, personas de mucha religión y ciencia, y de otras varias personas, y diciéndole que “la Verdad pierda a todos los que digan mentira” (Psal. V, 7) y añadiéndole otros ejemplos semejantes para apartarle de mentir, no solo le pedí que narrase lo que sabía de cierto sobre aquella visión, sino que se lo ordené en virtud de la obediencia que me debía como monje sometido al abad: A lo que él replicó diciendo esto que todos ignorábamos: —Lo que de mí pedís no lo supe por nadie, sino que lo vi por mis propios ojos. El oír esto nos alegró mucho más, pues estábamos en presencia no de un narrador de palabras ajenas, sino ante el mismísimo testigo del suceso. Movidos más y más a preguntar, y dispuestos a oír, no pudimos sufrir demora alguna, y empezamos todos a apremiarle para que nos contara lo que había visto; quiero pues presentároslo hablando para que quienes esto leéis u oís, no solo percibáis el sentido de las palabras sino que os parezca oírlas de su boca: —Cuando Alfonso, rey de los aragoneses, obtenía por muerte de Alfonso el Mayor el reino de las Españas, dijo, ocurrió que hubo que convocar el ejército contra algunos que en la tierra que llaman Castilla se le resistían, y ordenó acudiese uno por cada casa del reino, fuese peón o caballero. Obligado por este mandato, envié al ejército a uno de mis criados que me servían a sueldo, llamado Sancho. Pocos días después todos los que en aquella expedición habían participado regresaron a sus casas, y él volvió también. Pero no había pasado mucho tiempo cuando herido por humana enfermedad, falleció tras breve lucha con la misma. Apenas cuatro meses después de haber dejado esta vida, estando yo en mi casa de Estella echado en el lecho junto al fuego, pues era invierno, se me apareció de repente cerca de la media noche, y estando yo todavía despierto, el citado Sancho. El cual, sentándose junto al fuego, y removiendo unos carbones como para calentarse o para iluminar acá y allá, se me dejó reconocer fácilmente. Estaba, pues, desnudo y sin vestido alguno, salvo un pequeño velo que ocultaba las partes deshonestas del cuerpo. Cuando le vi, pregunté: — ¿Quién eres tú? A lo que él, con voz humilde, dijo: —Yo soy Sancho, tu criado. — ¿Qué haces aquí? —Voy a Castilla, dijo, y me acompaña en mi camino un gran ejército, porque allí donde delinquimos debemos purgar las penas de nuestro delito. — ¿Por qué, pues, te separaste hacia aquí? —Es que tengo una pequeña esperanza de perdón, y si te compadecieras de mi, podrías alcanzarme un más rápido descanso. — ¿Cómo?, le pregunté. —Cuando en la reciente expedición a que asistí, dijo, se nos dió licencia contra el enemigo, entré en cierta iglesia con algunos compañeros, robé cuanto encontré dentro, y me llevé además algunas vestiduras sacerdotales. Por lo cual estoy condenado a crueles penas, y como señor mío que eres, te ruego con el mayor encarecimiento, me procures remedio, pues puedes ayudarme si me favoreces con beneficios espirituales. Te ruego además que pidas de mi parte a mi señora tu mujer, no demore en pagar los ocho sueldos que me debía como salario por mi servicio, y que lo que me hubiese dado para las necesidades del cuerpo si viviera, lo entregue a los pobres para satisfacción de mi alma, mucho más necesitada. Animado más y más con este coloquio, pregunté: — ¿Qué ha sido de nuestro convecino Pedro de Jaca, muerto poco ha? Te ruego me digas si sabes algo de él. —Sus obras de misericordia para con los pobres, dijo, siempre frecuentes, pero sobre todo cuando el hambre pasada, le valieron el descanso de los santos y le hicieron partícipe de la vida eterna. Y como le oyese responderme con tanta rapidez, añadí: —Y de Bernerio, otro convecino nuestro, muerto también algo antes, como sabes, ¿tienes alguna noticia? —Ese, dijo, está en el infierno, porque designado para entender en los pleitos y administrar la justicia de la villa, sentenció muchas veces injustamente movido por el dinero o la amistad, y porque no temió quitar a una pobre viuda un pernil que era el único recurso de su vida. Animado entonces para preguntar por cosas mayores, añadí: —De nuestro rey Alfonso, muerto ha pocos años, ¿pudiste saber algo? Al oír esto, otro que estaba sentado en una ventana próxima a mi cabeza, dijo: —No le preguntes lo que ignora, pues habiendo llegado recientemente a nuestra región, no le ha sido permitido conocer eso. Pero yo, que desde el día de mi muerte, y va para cinco años, habito con estos espíritus, conozco más cosas que éste, no pudiendo ignorar por tanto, lo que preguntas del rey. Asombrado al oír la nueva voz, y deseando ver al que así hablaba, vuelvo los ojos hacia la ventana, y, ayudado por la luz de la luna, que en aquel momento iluminaba claramente con su resplandor toda la estancia, veo a un hombre sentado en la parte inferior de la ventana, y en el mismo atuendo con que se había presentado el otro. —Y tú, le digo, ¿quién eres? —Soy compañero de aquel que ves ahí, respondió, y con él y otros muchos voy a Castilla. —Y, según decías, añadí, ¿sabes tú algo del rey Alfonso? —Sé, dijo, donde estuvo, pero ignoro donde se encuentra ahora. Pues después de haber sido atormentado algún tiempo, con grandes sufrimientos, entre los otros condenados, fue por fin sacado de allí por los monjes cluniacenses. Y por eso no sé ya qué fue de él. Dichas estas palabras, vuelto hacia su compañero que permanecía sentado junto al fuego, le dijo: —Vamos, levántate y sigamos hasta el fin el camino emprendido. Que todos los caminos de dentro y fuera del castillo están ya llenos por la muchedumbre de nuestros compañeros y, habiéndosenos adelantado muchos, tenemos que darnos prisa para alcanzarlos. A estas palabras se levantó Sancho, y suplicando con voz llorosa lo que ya me había pedido antes, dijo: —Te suplico, señor, que no me olvides, y te ruego encarecidamente que exhortes a mi señora, tu mujer, a que restituya a mi alma desgraciada lo que debía al cuerpo. Y después de decir esto desaparecieron ambos al instante. En seguida, despertando apresuradamente a mi mujer, que dormía en el lecho junto a mí, le pregunté antes de contarle lo que había visto y oído, si debía algo a Sancho nuestro criado por los salarios, y al repetirme ella lo que poco antes había oído yo al muerto, esto es, que todavía debía a Sancho ocho sueldos, ya no pude abrigar duda alguna, pues que daban fe de ello el relato del difunto y la confirmación de mi esposa. Tan pronto como amaneció, recibiendo de mi mujer los ocho sueldos y añadiendo de mi parte lo que me pareció conveniente para la salud del aparecido, lo distribuí entre los pobres, y aun agregué por mi cuenta la ayuda de misas y oraciones para la completa remisión de sus pecados. Esta visión, tan clara y tan recomendable, expresada palabra por palabra, la trasmití fielmente por escrito para edificación de la fe y de las costumbres de los presentes y de los venideros, y demostré así cuánta cautela es necesaria a los mortales, según testimonio de los propios difuntos. Mas no poco atestigua la verdad de esta aparición lo que dijo el muerto de que el rey Alfonso había sido liberado por los monjes cluniacenses de los tormentos que sufría entre sus compañeros de pena; puesto que conocido es de casi todos los pueblos de España y la Galia que el rey se distinguió como gran amigo y benefactor de la iglesia cluniacense. Pues pasando por alto otras muchas obras de piedad que él mismo hizo al monasterio, rey magnánimo y famoso, se comprometió con todo su reino a ayudar a los pobres de Cristo por el amor a Cristo, y tanto él como su padre Fernando, establecieron un censo de doscientas cuarenta onzas de oro, que daban todos los años a la iglesia de Cluny. Además construyó dos monasterios en España con sus propios bienes, permitió construir otros a otras personas y ayudó a los que los construían, colocando en los mismos, monjes cluniacenses, enriqueciéndolos con regia generosidad para que pudieran servir con regularidad al Dios omnipotente. Reparó en España el fervor de la religión monástica, casi desaparecido, y, como puede verse, se preparó con este celo un reino eterno después del reino temporal. Se sometió gustoso al mandato del Rey eterno, conquistando amigos con las riquezas, fuente de iniquidad (Lucas. X V l, 9), y, acabada la administración del reino, fue apartado de los sufrimientos por aquellos amigos, según se dijo al hablar de la visión, y recibido en las mansiones eternas. ¿Qué, pues, pudo ser más apropiado para aquella misericordiosa justicia que dio a cada uno según sus obras, que el ser liberado por aquellos a quienes él había socorrido, el ser compadecido por aquellos a quienes él había compadecido, el ser llevado a la vida eterna por aquellos cuya vida había sostenido con largas limosnas en las miserias del mundo? En verdad que no fue engañosa la voz del cielo oída por Juan: «Las obras de los muertos les acompañarán» (Apocalipsis. XIV, 13). Lo que se hace patente en este rey, que por las obras de misericordia y por aquellos en quienes las empleó, escapó de los tormentos y se asoció al descanso de los bienaventurados».
I.3.- Algunas precisiones cronológicasLa campaña a que acude el criado de Pedro Engelberto hay que situarla entre 1110 y 1114, probablemente en 1112. En efecto, muerto Alfonso VI de Castilla (1 julio 1109) y efectuado el matrimonio del Batallador y Urraca —otoño del mismo año (7) — muy pronto comenzaron las disensiones entre los esposos, que provocaron enconadas luchas en los reinos de Castilla y León entre los partidarios de uno y otro cónyuge. En 24 de enero de 1110 alcanzaba Alfonso I una resonante victoria contra Almostain II de Zaragoza en los campos de Valtierra, con muerte del rey musulmán (8) y Urraca acudía desde Nájera, a mediados de agosto, al frente de un ejército en ayuda de su marido, que seguía en Aragón (9). Sin embargo, en octubre del mismo año encontramos al rey en Castilla (10), y algún documento nos habla ya de la discordia surgida entre los esposos (11). El año siguiente, 1111, lo pasó Alfonso en Castilla en plena lucha «contra quosdam qui in regione, que Castella dicitur, ei repugnabant», como dice Pedro el Venerable, y en esas luchas murió el conde Gómez en el Campo de Espina, cerca de Sepúlveda, según nos informan los Anales Compostelanos (12). En 1112 sabemos que Alfonso estuvo en la Rioja, y en el mes de julio estaba sitiando en Haro a Ladrón y Diego López, señor éste de Nájera y Grañon, que se habían rebelado contra el rey (13). Para este asedio creemos se harían levas en ambas riberas del Ebro, y a él acudiría el criado de Pedro Engelberto en sustitución de su amo. La expedición sabemos que duró pocos días: «Paucis post diebus decursis, omnibusque qui expeditioni illi interfuerant, ad propria redeuntibus, ipse quoque domum reversus est». En todo caso, la campaña contra Castilla de que nos habla Pedro el Venerable, tuvo que ser antes de 1114, fecha extrema que podemos señalar a la visión de Pedro Engelberto, ya que uno de los aparecidos llevaba cinco años condenado y había presenciado la llegada a ultratumba del rey Alfonso VI. La visión no pudo ser tampoco antes de 1111, pues, según veremos, uno de los condenados por quienes pregunta Engelberto, vivía todavía en esa fecha. La entrada en religión de Pedro Engelberto no tuvo lugar hasta pasados algunos años, al enviudar sin duda, entre 1139 y 1140, pues sólo llevaba dos años de religioso cuando Pedro el Venerable lo encontró en la Rioja. La sucesión cronológica que establece el relato de. Pedro el Venerable es, por tanto, la siguiente: Antes de 1109 fallece el compañero de Sancho, que vería llegar al rey Alfonso VI a las moradas del Purgatorio el jueves 1º de julio de ese año (14); por los años 1111-1112 sería la campaña por tierras castellanas, en la que Sancho, el criado de Pedro Engelberto, llevó a cabo el saqueo del santuario, pecado que le llevó al Purgatorio. Poco tiempo después muere Sancho (15), y a los cuatro meses, en pleno invierno, se aparecía, seguido de otros condenados, a su antiguo señor, pidiendo una ayuda de oraciones y limosnas. Añadiremos que la sustitución de Pedro Engelberto por su criado Sancho para la campaña de Castilla, se hizo estrictamente con arreglo al fuero de Estella del año 1090: «Ut non fuissent in oste, nisi cum pane trium dierum, et hoc fuisset per nomen de lite campale, aut si rex fuisset circumdatus ab inimicis suis. Et si dominus domus ire noluisset, raisisset pro se uno pedone armato» (16).
I.4.- Los personajesPero, lo más estupendo de la relación de Pedro el Venerable es la perfecta realidad histórica de los vecinos de Estella por los que pregunta Pedro Engelberto a su criado, y que, según las informaciones de éste, pasaron el uno al infierno y el otro al cielo. Documentos coetáneos, en los que nadie había reparado, los sitúan, en efecto, entre los francos de Estella de principios del siglo XII. De Pedro de Jaca, sabemos que vivía en Estella el año 1102, fecha en que juntamente con Bernerio suscribe una donación del abad de Irache a D. Bodin y su mujer Amelina, francos de la misma villa (17). No sabemos cuándo fue el hambre en que se distinguió por su caridad, pero quizá no fuese difícil el averiguarlo (18). De Bernerio, a quien «infernus possidet», tenemos más referencias, sin duda por haber sido juez de los francos, según nos informa el relato del abad de Cluny. En 1090 aparece como «francigeno», Bernerio de Stella, quien juntamente con los francos de Puente la Reina, Jofred y Bernardo, acuerdan la construcción de un molino sobre el Arga, con el abad de Irache San Veremundo, y en presencia del arzobispo de Toledo D. Bernardo (19). En, 1102 hemos visto suscribe un documento con Pedro de Jaca; en 1110 y 1111 suscribe otras escrituras de la abadía de Irache, figurando siempre «ex burgensibus Stelle» (20). A partir de esta fecha deja de mencionárselo en los documentos. El recuerdo de su muerte, ocurrida por esos años, estaría pues muy presente en la memoria de Pedro Engelberto cuando interrogaba a su antiguo criado. Pedro Engelberto, el favorecido con la visión, figura igualmente en un documento de Irache del año 1120; debía de ser persona principal, ya que se le llama «dompnus Petrus Emguelbat», y suscribe el diploma el primero entre los burgueses de Estella, y antes que Simón, preboste de la villa (21). La constante protección de Alfonso VI a la Orden de Cluny es de sobra conocida para que insistamos en ella (22), y era oportuno recordarla en aquellos momentos en que Alfonso VII parecía negarse a satisfacer lo que prometiera su abuelo, es decir, las dos mil monedas de oro anuales (23). Tras esta comprobación documental de los personajes y sucesos aludidos por Pedro el Venerable, nos quedan por abordar los problemas fundamentales que plantea la narración del abad de Cluny. ¿Escuchó efectivamente, como asegura, el relato de Pedro Engelberto? Todos los indicios parecen comprobarlo: El nombre del burgués Pedro Engelberto, que según hemos visto, vivía en Estella por los años a que se refiere el suceso, y sobre todo los nombres de los dos convecinos por quienes éste pregunta, y que muertos treinta años antes de que el abad pasara a España, y aun antes de que fuera abad de Cluny, no es de creer pudieran llegar a su noticia por otro conducto que el que allí se nos dice, la declaración de Pedro Engelberto. El relato del abad de Cluny no es, pues, uno de tantos ejemplos piadosos «ad edificandum», sino una narración recogida por él efectivamente en España, y fielmente trasmitida. Sería curioso el comparar también el concepto que allí se expone del Purgatorio y de sus penas, con otros relatos cristianos contemporáneos y aun musulmanes: esa comitiva de condenados que van a purgar sus pecados donde habían delinquido, esos caminos llenos de almas que cierran las vías que entran y salen de la ciudad, la mitigación de las penas expiatorias con oraciones y limosnas, etc., pero... doctores hay en estas materias que podrían documentar estos temas con una autoridad de que yo carezco en absoluto.
Notas(1) J. PEREZ DE URBEL, Los monjes españoles en la Edad Media, II, 487. (2) L. SERRANO, El obispado de Burgos y Castilla primitiva, II, 23-26. (3) Petri Venerabilis, Epist. de traslat. alcorani, en MIGNE, Patr. Lat. t. 189, col. 649-650:» ...interpretantibus scilicet viris utriusque linguae peritis, Roberto Retensi de Angliae, qui nunc (año 1143) Pampilonensis Ecclesiae archidiaconus est, Hermano quoque Dalmata, acutissimi et literati ingenii scholastico. Quos in Hispannia circa Iberum astrologicae arti studentes inveni, eosque ad haec faciendum multo pretio conduxi». Cf. tambien Epist. 1. IV, epist. XVII, col. 339, Contra sectam sarracenorum. Prologus, col. 671. (4) «Et ut nihil damnabilis sectae nostros lateret, totam illam illorum legem, quam in propria lingua Alcoran vel Alcyren vocant, ex integro et per ordinem feci transferri», Patr. Lat. t. 189, Epist. 1. IV, epist. XVII, col. 339. (5) A. GONZALEZ PALENCIA, El arzobispo D. Raimundo de Toledo, Colec. «Pro Ecclesia et Patria», Barcelona, 1942, pág. 143, 157 y 161. (6) MIGNE, Patr. Lat. t. 189, p. 903, De miraculis, lib. I, cap. 28. (7) RAMOS LOSCERTALES, La sucesión del rey Alfonso VI, en «Anuario de Historia del Derecho español», t. XIII, 1936-1941, pág. 36-99, lo supone celebrado antes de la muerte del rey padre. (8) El día lo señalan las fuentes árabes con precisión, cf. DOZY, Recherches, 3.a edic. II, 15, nota y F. CODERA, Decadencia y desaparición de los almorávides en España, Zaragoza, 1899, p. 244. (9) L. SERRANO, Cartulario de San Millán, Madrid, 1930, pág. 299. (10) En Osorno, junto al Pisuerga, según documento que trae VILLANUEVA, Viaje literario, XV, 1851, p. 368. (11) Donación hecha por el abad de Irache, Arnaldo, a Alcherio, de una parcela en el huerto de San Martín de Estella: «Facta carta in era Ma Cª XLVIII. Regnante Alfonso rege in Aragone et in Pampilona et in Castella. Discordia existente tamen inter regem et reginam», Arch. de Navarra, Becerro de Irache, fol. 53. (12) Un documento navarro del Cartulario de Saint-Sernin de Toulose, indica la fecha así: «Hec comparatio fuit in caro tempore, in anno in quo rex Ildefonsus intravit Castellam, et occidit comitem Gomiz», Cartulaire, et. Douais, París-Tou-louse, 1887, n.° 467. (13) «Facta carta huius precepti sub era MCL in mense Julii in obsidione quam rex tenuit circa castellum Fari cum Latro et Didaco Lopiz regi insidiantes guerram agebant», Cart. de Santo Domingo de la Calzada, fol. 1. (14) Esta fecha señalan la Crónica del obispo Don Pelayo (ed. B. Sánchez Alonso, pág. 87) y la Crónica de Sahagún (ed. J. Puyol y Alonso, pág. 34), frente a la Historia Compostelana (Lib. I, cap. 47) que pone el día 29 de junio y a su editor Flórez que propone el 30 del mismo mes, siguiendo los Anales Compostelanos («Efemérides Riojanas>>) y los Anales Toledanos. (15) «Non longo deinceps tempore elapso, more humano morbo correptus, nec diu cum morbo luctatus, defunctus est». (16) J. Mª. LACARRA, Fuero de Estella. Año 1164, en «Anuario de Historia del Derecho Español», t. IX, 1932, pág. 387. (17) Becerro de Irache, fol. 52 vº. (18) Pudo ser el mismo año 1111, época de escasez en Navarra, según atestiguan algunos documentos. Véase la nota 12. (19) Becerro de Irache, fol. 26 r. y v. (20) Becerro de Irache, fols. 53 y 69. (21) Becerro de Irache, fol. 40 v°. (22) J. PEREZ DE URBEL, Los monjes españoles en la Edad Media, II, 426 y siguientes. (23) L. SERRANO, El obispado de Burgos, II, 26, nota.
II.- Comentario
II.1.- José María Lacarra y de Miguel
José María Lacarra y de Miguel nació en Estella el 24 de mayo de 1907 y murió en Zaragoza el 6 de agosto de 1987. Fue alumno de Gómez Moreno, de Millares Carlo y de Sánchez-Albornoz en la mítica Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central madrileña. En 1930 ingresa por oposición en el ilustre Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, con destino en el Archivo Histórico Nacional. Como buen archivero, nunca dejó de trabajar sobre los documentos leídos directamente. Durante la Guerra Civil, hizo cuanto pudo por el salvamento del patrimonio histórico que El Archivo Histórico Nacional atesoraba. Fue catedrático de Historia Medieval en la Universidad de Zaragoza desde 1940 hasta su jubilación en 1977 y decano de la Facultad de Filosofía y Letras de esa Universidad desde 1949 hasta 1967. Se ganó un bien merecido prestigio como eminente especialista en la historia medieval de Aragón y de Navarra y como maestro de excelentes profesores universitarios que han sabido proseguir las tareas con él comenzadas.
II.2.- El artículo
Con el título de Una aparición de ultratumba en Estella, fue publicado en Príncipe de Viana (Pamplona), V (1944), pp. 173 – 184. Fue vuelto a publicar en José María Lacarra, Estudios de historia navarra, Pamplona, Ediciones y Libros S.A. (Col. Diario de Navarra), 1971, 139 - 152. Con posteriores reediciones. Ya en 1944, Lacarra demuestra ser un excelente conocedor directo de la documentación medieval, la de Estella y la de fuera de Estella, necesaria para la correcta lectura e interpretación de este muy sugestivo texto de Pedro el Venerable.
II.3.- Pedro el Venerable.El miércoles 14 de octubre de 2009, durante la Audiencia General, ante los miles de peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro, Benedicto XVI hacía un extenso, objetivo y bien pensado elogio de Pedro el Venerable.Lo reproduzco entero porque, sin olvidar las dotes de gobernante y de intelectual del abad benedictino, Benedicto XVI pone de manifiesto algo que muchas veces los laicos olvidamos: Pedro el Venerable fue, con todas las consecuencias, un buen cristiano y un buen pastor de la cristiandad de su tiempo[3]. “La figura de Pedro el Venerable, que quisiera presentar en la catequesis de hoy, nos lleva otra vez a la célebre abadía de Cluny, a su “decor” y a su “nitor”– por utilizar los términos habituales en los textos cluniacenses – “decoro” y “esplendor”, que se admiran sobre todo en la belleza de la liturgia, camino privilegiado para llegar hasta Dios. Aún más que estos aspectos, sin embargo, la personalidad de Pedro recuerda la santidad de los grandes abades cluniacenses: en Cluny “no hubo un solo abad que no fuera santo”, afirmaba en el 1080 el papa Gregorio VII. Entre estos se coloca Pedro el Venerable, que recoge en sí un poco todas las virtudes de sus predecesores, aunque ya con él Cluny, frente a nuevas órdenes como la de Cîteaux (Císter), empieza a mostrar algún síntoma de crisis. Pedro es un ejemplo admirable de asceta riguroso consigo mismo y comprensivo con los demás. Nacido alrededor del año 1094 en la región francesa de Alvernia, entró de niño en el monasterio de Sauxillanges, donde llegó a ser monje profeso y después prior. En 1122 fue elegido Abad de Cluny, y permaneció en este cargo hasta su muerte, que ocurrió en el día de Navidad de 1156, como él había deseado. “Amante de la paz – escribe su biógrafo Rodolfo – obtuvo la paz en la gloria de Dios en el día de la paz”.[4] Cuantos lo conocieron destacan su señorial mansedumbre, su sereno equilibrio, su dominio de sí, su rectitud, su lealtad, su lucidez y su especial actitud de meditación. “Está en mi propia naturaleza escribía – el ser bastante indulgente; a ello me incita mi costumbre de perdonar. Estoy acostumbrado a soportar y a perdonar”.[5] Decía también: “Con aquellos que odian la paz quisiéramos, en lo posible, ser siempre pacíficos”.[6] Y escribía de sí mismo: “No soy de aquellos que no están contentos con su suerte... cuyo espíritu está siempre en ansia o en duda, y que se lamentan porque todos los demás descansan y ellos están solos trabajando”[7]. De índole sensible y afectuosa, sabía conjugar el amor por el Señor con la ternura hacia sus familiares, particularmente hacia su madre, y hacia los amigos. Fue un cultivador de la amistad, de modo especial hacia sus monjes, que habitualmente se le confiaban, seguros de ser acogidos y comprendidos. Según el testimonio de su biógrafo, "no despreciaba y no rechazaba a nadie";[8] "se mostraba amable con todos; en su bondad innata estaba abierto a todos”[9]. Podríamos decir que este santo Abad constituye un ejemplo también para los monjes y los cristianos de nuestro tiempo, marcado por un ritmo de vida frenético, donde no son raros los episodios de intolerancia y de incomunicación, las divisiones y los conflictos. Si testimonio nos invita a saber unir el amor a Dios con el amor al prójimo, y a no cansarnos de reanudar relaciones de fraternidad y de reconciliación. Así en efecto actuaba Pedro el Venerable, que tuvo que guiar al monasterio de Cluny en años no muy tranquilos por razones externas e internas a la Abadía, consiguiendo ser al mismo tiempo severo y dotado de humanidad. Solía decir: “De un hombre se podrá obtener más tolerándolo que no irritándolo con lamentaciones”[10]. Por razón de su cargo tuvo que afrontar frecuentes viajes a Italia, a Inglaterra, a Alemania, a España. El abandono forzoso de la quietud contemplativa le costaba. Confesaba: “Voy de un lugar a otro, me afano, me inquieto, me atormento, arrastrado aquí y allí; tengo la mente dirigida ahora a mis asuntos, ahora a los de los demás, no sin gran agitación de mi alma"[11]. Aun teniendo que hacer juegos malabares entre los poderes y los señoríos que rodeaban a Cluny, consiguió, gracias a su sentido de la medida, a su magnanimidad y a su realismo, conservar una habitual tranquilidad. Entre las personas con las que entró en relación estuvo Bernardo de Claraval, con el que mantuvo una relación de creciente amistad, aún en la diversidad de temperamentos y perspectivas. Bernardo lo definía como “hombre importante ocupado en asuntos importantes” y le tenía gran estima[12], mientras que Pedro el Venerable definía a Bernardo "faro de la Iglesia"[13], "columna fuerte y espléndida de la orden monástica y de toda la Iglesia”[14]. Con vivo sentido eclesial, Pedro el Venerable afirmaba que los acontecimientos del pueblo cristiano deben sentirlos “en lo íntimo del corazón” quienes se cuentan entre “los miembros del cuerpo de Cristo". Y añadía: “No está alimentado por el Espíritu de Cristo quien no siente las heridas del cuerpo de Cristo", da igual donde se produzcan[15]. Mostraba además atención y solicitud por quienes estaban fuera de la Iglesia, en particular por judíos y musulmanes: para favorecer el conocimiento de estos últimos, hizo traducir el Corán. Al respecto, observa un historiador reciente: “En medio de la intransigencia de los hombres medievales – incluso de los más grandes – admiramos un ejemplo sublime de la delicadeza a la que conduce la caridad cristiana”[16]. Otros aspectos de la vida cristiana que le eran queridos eran el amor a la Eucaristía y la devoción hacia la Virgen María. Sobre el Santísimo Sacramento nos ha dejado páginas que constituyen “una de las obras de arte de la literatura eucarística de todos los tiempos”[17], y sobre la Madre de Dios ha escrito reflexiones iluminadoras, contemplándola siempre en estrecha colaboración con Jesús Redentor y con su obra de salvación. Baste citar esta inspirada aclamación suya: “Salve, Virgen bendita, que has puesto en fuga a la maldición. Salve, madre del Altísimo, esposa del Cordero humildísimo. Tú has vencido a la serpiente, le has aplastado la cabeza, cuando el Dios engendrado por ti le destruyó... Estrella brillante de oriente, que pone en fuga las sombras de occidente. Aurora que precede al sol, día que ignora la noche... Reza al Dios que nació de ti, para que perdone nuestro pecado y, después del perdón, nos conceda la gracia y la gloria”[18]. Pedro el Venerable sentía también predilección por la actividad literaria y tenía talento para ella. Anotaba sus reflexiones, persuadido de la importancia de usar la pluma casi como un arado para “esparcir en el papel la semilla del Verbo"[19]. Aunque no fue un teólogo sistemático, fue un gran indagador del misterio de Dios. Su teología profundiza en las raíces de la oración, especialmente en la litúrgica y entre los misterios de Cristo, prefería el de la Transfiguración, en el que ya se prefigura la Resurrección. Fue precisamente él quien introdujo en Cluny esta fiesta, componiendo un oficio especial, en el que se refleja la característica piedad teológica de Pedro y de la orden Cluniacense, dirigida toda a la contemplación del rostro glorioso (gloriosa facies) de Cristo, encontrando en él las razones de esa ardiente alegría que marcaba su espíritu y que se irradiaba en la liturgia del monasterio. Queridos hermanos, este santo monje es ciertamente un ejemplo de santidad monástica, alimentada en las fuentes de la tradición benedictina. Para él el ideal del monje consiste en “adherirse tenazmente a Cristo”, en una vida claustral distinguida por la “humildad monástica”[20] y por la laboriosidad[21], como también por un clima de contemplación silenciosa y de constante alabanza a Dios. La primera y más importante ocupación del monje, según Pedro de Cluny, es la celebración solemne del oficio divino – "obra celeste y de todas la más útil"[22]– acompañada con la lectura, la meditación, la oración personal y la penitencia observada con discreción[23]. De esta forma toda la vida es atravesada por el amor profundo a Dios y el amor por los demás, un amor que se expresa en la apertura sincera al prójimo, en el perdón y en la búsqueda de la paz. Podríamos decir, concluyendo que este estilo de vida unido al trabajo cotidiano, constituye, para san Benito, el ideal del monje, nos concierne también a todos nosotros, puede ser, en gran medida, el estilo de vida del cristiano que quiere ser auténtico discípulo de Cristo, caracterizado precisamente por la adhesión tenaz a Él, la humildad, la laboriosidad y la capacidad de perdón y de paz.”
II.4.- Los objetivos del viaje de Pedro el Venerable a España en 1141.
Además de ser un buen cristiano y un celoso pastor de almas, Pedro el Venerable fue un avispado hombre de su tiempo, diligente, trabajador y buen gobernante. Como hombre de su tiempo debo recordar que Pedro el Venerable mantuvo una sincera amistad, que le brindó protección y defensa a uno de los hombres más inquietos y discutidos de su época: Pedro Abelardo; y que lo hizo sobre todo en los últimos años de la vida de éste. Pedro el Venerable acogió en Cluny a Pedro Abelardo y logró la reconciliación entre él y san Bernardo. Consiguió también la mitigación de las consecuencias de la sentencia condenatoria dictada por el Concilio nacional de Sens (1140) contra Abelardo. Después de la muerte de Pedro Abelardo (el 21 de abril de 1142), Pedro el Venerable, a petición de Eloísa, le envió los restos mortales de éste, acompañándolos de toda suerte de seguridades de que había muerto absuelto y en comunión con la Iglesia, para darles sepultura en el cementerio de la abadía del Paráclito, monasterio fundado por Abelardo y del que ella era abadesa. Asimismo, el abad Pedro escribió para su amigo un epitafio, en el que comparaba al filósofo Abelardo con Sócrates, Platón y Aristóteles. Al morir Eloísa veinte años más tarde (1164), se cumplirá su voluntad de ser enterrada en el mismo sepulcro de su enamorado, y, según la leyenda, éste abrirá sus brazos para recibirla. Además, se afirma que se plantó un rosal sobre la tumba común. Campoamor veía de esta manera el eterno descanso de los amantes:
El Epitafio del cenotafio de Abelardo y Eloísa en el monasterio del Paráclito rezaba así:
De este talante abierto y conciliador hizo gala también en su viaje a España en 1141. De ese viaje, Lacarra, por un lado, subraya las razones de gobierno, la necesidad de reforzar la disciplina y la observancia de prioratos y decanías en momentos muy difíciles para Cluny tanto de índole interna como externa. Por otro lado, no deja de hacer hincapié en las razones económicas: tenía que procurar el abad que siguiera llegando a Cluny la cuantiosa subvención fijada por Alfonso VI con cargo a los ingresos de León y de Castilla y que su nieto, Alfonso VII el Emperador, era reacio a pagar. Pero también aprovechó el viaje para conseguir otros dos objetivos, si más personales, no por ello menos importantes: -La primera traducción del Corán al latín. -La redacción de De Miraculis, Lib. I, cap. 28.
II.4.1.- 1141. Nájera. El Corán es traducido al latín por primera vez.Recuerda Lacarra un hecho cultural trascendental sucedido en la primera etapa de ese viaje: la primera traducción del Corán al latín. Reconstruyo el relato de Lacarra reordenando sus propias palabras:
Quiero detenerme en este asunto[24].
Hemos leído antes en el elogio que le dedicaba Benedicto XVI a Pedro el Venerable:
Efectivamente, Pedro el Venerable aprovecha su viaje de 1141 a España para hacer el necesario acopio de materiales que le permita cumplir un ambicioso objetivo: trabajar por la conversión de los sarracenos españoles y no españoles. Hay que subrayar que se planteó tal tarea en términos relativamente extraños para su época, al querer usar en ella sólo los instrumentos del razonamiento y de la persuasión, la lucha, no opresiva y desde luego incruenta, de la verdad contra el error. En ello Pedro el Venerable no era original. Recogía y perfeccionaba ideas de su predecesor el abad Hugo el Grande, que en el siglo anterior había enviado a tierras españolas al monje Anastasio a discutir con los doctores de la fe musulmana, y por otro lado se anticipaba en muchos años a los frailes mendicantes, a Raimundo Lulio, a Ricolfo de Montecroce. Para poder componer un manual para la refutación del islamismo (la Summula brevis contra haereses et sectam diabolicae fraudis sarracenorum que no acabó o que nos ha llegado incompleta), Pedro el Venerable se hizo traducir previamente diversas obras que le facilitaran un cumplido conocimiento de la vida y las doctrinas de Mahoma; y sobre todo, naturalmente, del Corán. El abad nos deja muy claro cómo y cuándo lo hizo:
Buscó sabios cristianos, buenos conocedores de la lengua árabe y capaces de traducirle al latín los orígenes, la vida y la doctrina de Mahoma y también el Corán mismo. Y los convenció de que trabajasen para él en ello a base de suplicárselo y sobre todo de pagárselo con un buen sueldo. El equipo estaba formado por Roberto de Retines, o de Chester, Herman el Dálmata y Pedro de Toledo. Para que la interpretación de la doctrina del islam fuese exacta y completa, añadió al equipo, como asesor y crítico, a un sabio musulmán cuyo nombre era Mohamed. Pedro el Venerable puso en esta operación esfuerzo, solicitud, dinero y dedicación. A cambio de ello, logró hacerse una voluminosa y substanciosa documentación sobre la religión musulmana, redactada en latín, antes de que terminase ese mismo año de 1141 o, como mucho, antes de la conquista de Coria por Alfonso VII en junio de 1142. Sabemos que Pedro el Venerable hizo de la abadía najerina su “sede” durante parte de 1141 y de 1142. Sin distorsionar en absoluto sus propias palabras, no es muy aventurado el pensar que en la abadía najerina tuvo él reunido, mantenido y controlado al equipo de traductores y que en ella sucedió la elaboración y edición de la obra programada. Quiero detenerme en el personaje que se dedicó con especial diligencia a la traducción del Corán. Ángel J. Martín Duque publicó en 1962 un artículo, ya clásico, sobre la estancia y actividades en España a mediados del s. XII del primer traductor del Corán al latín, un inglés al que Lacarra llama Roberto de Retines, o de Chester, y que generalmente es conocido como Robert de Ketton; artículo que ya he advertido más arriba[26] al lector que cuando no lo voy resumiendo, lo voy parafraseando. En ese artículo, Ángel J. Martín Duque nos explica, en primer lugar, que Roberto es uno de los pioneros de la presencia en España de una serie continuada de eruditos ingleses que como otros sabios europeos querían ser protagonistas del movimiento de incorporación al patrimonio cultural del Occidente cristiano del saber antiguo redescubierto, reelaborado y ampliado en los centros de estudio del mundo musulmán. EL abad Pedro el Venerable, en su visita de 1141 a las sucursales españolas de Cluny, lo encontró en algún lugar comprendido entre los Pirineos y Nájera, dedicado a investigaciones de astronomía y matemáticas en compañía y acaso colaboración con otro erudito extraño también al país, Hermán el Dálmata. Aclara que La Reconquista no supuso ni mucho menos para los núcleos urbanos del Ebro medio una ruptura total con la brillante civilización que había florecido bajo el gobierno de los taifas Banu Hud, y tanto Huesca, Barbastro y Zaragoza, como Túdela y Tarazona, siguieron siendo focos de cultura y vida intelectual, constituyéndose además, una vez reconquistadas, en nuevos portillos por donde el mundo latino podía entrar en contacto con la erudición y los manuscritos científicos árabes. Cualquiera de las mencionadas poblaciones -Tudela o quizá la misma Tarazona- pudo brindar inicialmente a Roberto el clima propicio y los materiales suficientes para sus estudios y primeras traducciones. Ángel J. Martín Duque describe la asombrosa labor de Robert de Ketton como traductor. “Fue, como se sabe, autor de la primera traducción del tratado de álgebra de Al-Jwarizmi (Kitab al-Muhtasar fi hisab al-gabr wa-al-muqabala), la obra que había difundido entre los árabes el sistema indio de numeración. Su versión, aunque más libre que la de Gerardo de Cremona, "tuvo un gran influjo en el desarrollo de la ciencia medieval", descubrió a los europeos toda una nueva rama de las matemáticas. De gran interés es también, subraya Millas, su traducción del comentario de Abd al-Karim ibn al-Mutanná al "Libro de las Tablas astronómicas" del mismo Al-Jwarizmi, cuyos originales no se han conservado. Una recensión de esas "Tablas", debida a Mas-lama, fue revisada y ordenada por Roberto a la vista de las versiones de Adelardo de Barth y, probablemente, de Herman el Dálmata, agregándole por su parte ciertas adiectiones para el cálculo del movimiento medio de los planetas según el meridiano de Londres. En tal recensión consta, por primera vez en Europa, la traducción latina sinus, seno, del término árabe yayb en su acepción trigonométrica. Los Canones in motibus celestiun corporum ad meridiem urbis Londiniarum son, como señala Millas, una derivación de las "Tablas Toledanas" de Azarquiel, estando calculada su primera parte para el año 1149 por el meridiano de Toledo y otra por el de Londres para 1150, conforme a la doctrina de las "Tablas" de Al-Battani. Parece que el infatigable sabio inglés terminó en 1144 una traducción del Liber de compositione alchemiae o "Libro de Morieno", igualmente la más antigua, circunstancia que el propio Roberto puso de relieve al calificarse de introductor de esta nueva ciencia en el mundo occidental (quod sit alchymia, escribe, nondum vestra cognovit latinitas). Entre otros trabajos que además se le atribuyen con menor seguridad citemos, en fin, una de las versiones de la Tabula Smaragdina, resumen de los principios relativos al cambio en la naturaleza y base, por tanto, de la doctrina alquímica, y la composición de un tratado de astrolabio "siguiendo la tradición conocida"[27]. Es a este traductor experto a quien, sabiendo bien lo que quiere, Pedro el Venerable le encarga de forma muy particular, y le remunera muy generosamente, la parte más importante del trabajo del equipo que ha reunido: la versión latina del Corán. Antes de entregar su traducción, Robert de Ketton la dotará de un interesante prólogo dónde nos explica por qué, cómo y para qué la ha realizado. Intenta hacerse eco del pensamiento de Pedro el Venerable, pero no tiene ni el estilo literario ni el talante del abad para quien trabaja[28]. Ángel J. Martín Duque resume así la trascendencia que tuvo la traducción latina del Corán, patrocinada por Pedro el Venerable y hecha por Robert de Ketton:
II.4.2.- Releyendo en Santa Coloma el cap. 28 del De Miraculis Liber I.Cuando Pedro el Venerable llega a Nájera en 1141, donde permanecerá hasta bien entrado 1142, tiene entre manos la redacción del De Miraculis Libri Duo, los dos tomos sobre Los Prodigios. Los escribió Pedro el Venerable para dar a conocer, a sus monjes y a sus contemporáneos, las maravillas que, según él, Dios, para su gloria y edificación de la Iglesia, estaba obrando en su época y en su entorno. Comenzó a redactarla al ser nombrado abad (1122), y trabajó en ella hasta su muerte (1156). Pedro el Venerable, con el relato documentado de hechos concretos, intenta convencer a sus lectores y oyentes de que la Providencia Divina sigue haciéndose presente en este mundo terrenal mediante miracula, es decir mediante portentos, prodigios, manifestaciones sobrenaturales. El hecho es que, recogiendo datos sobre estos aleccionadores acontecimientos maravillosos, ha tenido noticias imprecisas sobre la aparición de un difunto en España, suceso al parecer acaecido no hacía aún demasiados años. Durante su estancia en la abadía najerina, en el primer semestre de 1142, tiene noticias ciertas de que es precisamente un monje de la orden, que en 1139, dos años antes de su llegada, ha profesado y tiene su destino en la muy cercana decanía de Santa Coloma, quien ha contado la historia de ese difunto aparecido en España, del que el abad venía oyendo campanas sin acertar a localizar de dónde. El relato de Pedro el Venerable no deja lugar a dudas.
Ya hemos visto en el apartado anterior que Pedro el Venerable no acostumbraba a dejar pasar la oportunidad sin obtener el máximo provecho y que le gusta tener de los asuntos que trataba la documentación más precisa posible. Así que un día del primer semestre de 1142, decide tomar el viejo camino de las rogativas y subir personalmente de Nájera a Santa Coloma para tomarle detallada y bien testificada declaración al monje narrador de la historia de ultratumba. Lo que en Santa Coloma el abad de Cluny oye de los labios del propio implicado en la aparición es lo que sigue. En la plaza fuerte de Estella (Navarra), ca. 1100, vivía Pedro Engelberto, un lince para los buenos negocios que por ello se había convertido en un acaudalado burgués y persona muy principal. En 1112, treinta años antes de su encuentro con el abad Pedro el Venerable en el viejo monasterio de Santa Coloma, ahora una pequeña decanía del priorato cluniacense najerino, de la que era un monje más, Pedro Engelberto tenía en Estella a Sancho como criado contratado a sueldo. Este Sancho le hacía también encargos a la esposa de Pedro Engelberto. Por ellos le adeudaba ella entonces la cantidad de 8 sueldos. En julio de ese año, en el marco de las enconadas luchas políticas entre los partidarios de uno y otro cónyuge que en los reinos de León y de Castilla provocaron las disensiones matrimoniales de doña Urraca, la hija y heredera de Alfonso VI, y su segundo marido, el rey de Aragón Alfonso I el Batallador, se da la rebelión contra el rey de los nobles Ladrón y Diego López, señor éste de Nájera y de Grañón, que se hacen fuertes en Haro. Alfonso el Batallador ordena hacer levas en ambas orillas del Ebro para proceder al asedio de Haro y conseguir con su rendición el sometimiento de los rebeldes. Sancho, el criado de Pedro Engelberto, debe acudir en lugar de su amo a tomar parte como soldado en ese asedio. La expedición dura tan sólo unos pocos días, pero en uno de ellos Sancho y otros entran a saco en una iglesia y la expolian, quedándose con los despojos más valiosos[31]. Sancho vuelve a Estella y a la casa de su amo, pero al poco tiempo (ca. agosto-setiembre) fallece tras breve enfermedad. Pasados unos 4 meses (ca. noviembre-diciembre) se aparece a Pedro Engelberto. El relato de la aparición del difunto[32] Sancho, que en Santa Coloma Pedro Engelberto le hace a Pedro el Venerable, no tiene desperdicio. Repasémoslo. Es una media noche de invierno, con una luna llena que penetrando por la ventana ilumina toda la estancia. La estancia es un salón amplio con un buen fogón de ancha chimenea donde arde el fuego que la calienta. En esa estancia, al lado del fuego están acostados Pedro Engelberto y su esposa. La mujer duerme pero Pedro Engelberto cree estar despierto. Estamos a comienzos del s. XII. La gente se acuesta a la caída del sol y la habitación está a media noche iluminada por la luz del fuego y de la luna llena. Pedro Engelberto no explica por qué, cuando llega la hora mágica de la media noche, lleva horas en vela, pero no nos costaría mucho adivinarlo. Quizás estamos en el mes de noviembre, el mes de las ánimas, o en el mes de diciembre, el mes de la nostálgica y familiar navidad. Los cluniacenses hace ya mucho tiempo que han difundido la devoción a los difuntos que penan por sus pecados y la nostálgica y familiar navidad es una fiesta de muy vieja tradición. Pedro Engelberto es un buen cristiano, cercano a los cluniacenses. No es muy difícil imaginar que Pedro Engelberto piensa en su criado Sancho. Tuvo que mandarlo por él a la guerra. En la guerra pasa lo que pasa: entre desarmados todo le está permitido al que empuña un arma. Sancho hizo en ella lo que todos: robar por la fuerza lo que pudo. Volvió aparentemente sano, pero murió casi repentinamente, quién sabe si en castigo por lo hecho. Además ni siquiera dio tiempo para ajustar cuentas con él debidamente. Hasta es posible que se le deba algún dinero. Por unas y por otras cosas, de alguna manera Pedro Engelberto se siente íntimamente culpable de cuál haya sido la suerte de su criado en el otro mundo. Y ya metidos en faena, Pedro Engelberto piensa también en otros conocidos, convecinos en Estella recientemente fallecidos. Conoce bien sus vidas y no le cuesta mucho suponer cuál ha sido su destino. También recuerda al gran rey Alfonso, a cuya muerte (1 de julio de 1109) han sucedido las turbulencias de su mal resuelta sucesión…. Rodeado de este ambiente físico y mental no es difícil que a Pedro Engelberto le suceda la aparición de su criado Sancho y que la aparición transcurra como se describe en el texto. Pedro, el difunto, viste en la aparición como los difuntos que son pintados o esculpidos en un primer plano de los frescos o los relieves románicos. Se confunde en la habitación con la cambiante luz del fuego, igual que su compañero se funde con la luz de la luna. Y habla de lo que comúnmente se sabe en la época que hacen las almas en pena mientras penan. Nada nos dice que, conociendo el tiempo, su mentalidad y sus costumbres, no podamos sospechar. Pedro Engelberto transforma en visión, en alucinación, su difusa culpabilidad, sus propias preocupaciones, pensamientos y elucubraciones. Por eso Lacarra pudo documentar con toda probabilidad sus afirmaciones. Y Pedro el Venerable aprovecha el relato, que transcribe taquigráficamente, para hablar de lo suyo, de sus preocupaciones económicas como abad de Cluny: de lo muy conveniente que sería para la salvación de su alma que Alfonso VII siguiera los pasos de su abuelo en la generosa subvención económica destinada a la abadía de Cluny, con cuyas agradecidas oraciones evitaría el pasar mucho tiempo en el Purgatorio. Vamos a terminar. La conclusión es sencilla. Por una parte, siempre, siempre, de lo sobrenatural, que no podemos conocer, pero nos preocupa, hablamos convirtiendo en revelación lo que ya sabemos. Es la dura ley de la analogía. El dios que nos inventamos habla desde el cielo como y de lo que nosotros hablamos en la tierra. Por otra parte, hay que tener mucho cuidado en no poner nuestros pensamientos pretendidamente celestiales al servicio de muy discutibles maneras de vivir, más que demasiado terrenales. Quien gasta y no gana necesita que otros le paguen sus caprichos, sin tener que devolverles el dinero donado. No vale el creer pagarles con un ¡Dios te lo pague!
Notas
[1] He tomado el texto de www.navarra.es/appsext/bnd/GN_Ficheros_PDF_Binadi.aspx?...
[2] Este artículo supone la lectura previa de Antonino M. Pérez Rodríguez, Leyenda y realidad en dos textos cluniacenses sobre Alfonso VI, José Ignacio de la Iglesia Duarte (coordinador), Memoria, Mito y Realidad en la Historia Medieval, XIII Semana de Estudios Medievales, Nájera 2002, IER, Logroño,2003, ps. 417 ss.
[3] He tomado el texto de http://www.zenit.org/article-32880?l=spanish [Traducción del original italiano por Inma Álvarez. © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana].
[4] Vita, I,17; PL 189,28.
[5] Ep. 192, in: The Letters of Peter the Venerable, Harvard University Press, 1967, p. 446.
[6] Ep. 100, l.c., p. 261.
[7] Ep. 182, p. 425.
[8] Vita, I,3: PL 189,19.
[9] Ibid., I,1: PL, 189,17.
[10] Ep. 172, l.c., p. 409.
[11] Ep. 91, l.c., p. 233.
[12] Ep. 147, ed. Scriptorium Claravallense, Milán 1986, VI/1, pp. 658-660.
[13] Ep. 164, p. 396.
[14] Ep. 175, p. 418.
[15] Ep. 164, l.c., p. 397.
[16] J. Leclercq, Pietro il Venerabile, Jaca Book, 1991, p. 189.
[17] ibid., p. 267.
[18] Carmina, PL 189, 1018-1019.
[19] Ep. 20, p. 38.
[20] Ep. 53, l.c., p. 161.
[21] Ep. 77, l.c., p. 211.
[22] Statuta, I, 1026.
[23] cfr Ep. 20, l.c., p. 40.
[24] Advierto que a continuación voy a limitarme a parafrasear algunos pasajes especialmente sugerentes de ese excelente trabajo: ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, El inglés Roberto, traductor del Corán. Estancia y actividades en España a mediados del siglo XII, En HISPANIA, 22, 1962, pp. 483-506. Edición digital en dialnet.unirioja.es/servlet/dcfichero_articulo?codigo=497286...
[25] PL, 189, 663 B en ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, O.C., p. 570, n. 22.
[26] N. 24.
[27] ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, O.C., 568 -569.
[28] Sobre el prólogo o carta prefacio, v. ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, O.C., p. 570, n. 22. También José Martínez Gázquez, El lenguaje de la violencia en el prólogo de la traducción latina del Corán impulsada por Pedro el Venerable, Cahiers d’Etudes Hispaniques Médiévales (CEHM), n° 28, 2005, p. 243-252. Edición digital en www.persee.fr/web/.../cehm_0396-9045_2005_num_28_1_1703.
[29] ÁNGEL J. MARTÍN DUQUE, O.C., 570 -571. También Óscar de la Cruz Palma, La Transcendencia de la primera traducción latina del Corán (Robert de Ketton, 1142), en Collatio, 7 (2002) 21-28 [http://www.hottopos.com/colat7/oscar.htm]. E. dig. en www.hottopos.com/collat7/transcoran.pdf
[30] Se trata del antiguo monasterio de Santa Coloma. V. RAMÓN LÓPEZ DOMECH, JOSÉ (sic) HERNÁEZ URRACA, El Martirium De Santa Coloma (La Rioja), en Antig. Crist. (Murcia) XV, 1998, 515-540. Formato de archivo: PDF/Adobe Acrobat - revistas.um.es/ayc/article/viewFile/66711/64301
[31] Es esta situación de turbulencias continuas y de absoluta inseguridad en la zona la que hace que, v.g., San Juan de Ortega abandone las tareas heredadas de santo Domingo de la Calzada (fallecido en 1109) en el cuidado del tramo riojano del Camino de Santiago y en 1111 decida peregrinar a Jerusalén. En su testamento de 1152 aún recuerda las penalidades que junto con su hermano tuvo que soportar en estos años de inestabilidad política. Flórez Enrique, España Sagrada, XXVII, Madrid, 1772, cols. 351 -392. Antonino M. Pérez Rodríguez, San Juan de Ortega, Nájera… y Tomás Lerena, Piedra de Rayo (Logroño) nº 25, 2007, 78-87.
[32] Recomiendo la lectura de Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, Medievalia, José J. de Olañeta Editor, Barcelona 1999.
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