|
|||||||
1.- Cuando el Renacimiento empieza antes del Renacimiento y comienza en… Guadalajara.
Le gustaba repetir a don Julián Marías, un español decente, hoy casi olvidado por serlo, que la inmensa ventaja del castellano está en que los “castellanolhablantes” de hoy, casi sin explicaciones ni comentarios, podemos leer, entendiéndolos, a los primeros autores que escribieron en nuestra lengua. Tiene otra ventaja más. Esos autores españoles serán todo lo antiguos que queramos, pero se merecen el trabajo de leerlos. Nuestra literatura medieval, anónima o firmada, es simplemente genial y cualquier otra nación civilizada la consideraría un auténtico tesoro. Piénsese por ejemplo en los cancioneros, los romanceros, el cantar de mio Cid, Berceo, el Arcipreste, el rey Sabio, don Juan Manuel, Sentob, Ayala, Manrique, y… para terminar, nada más y nada menos que La Celestina. El problema de nuestra Edad Media—de toda la Edad Media— y de su literatura es que son vistas con el estorbo de muy gruesas anteojeras. Aprecio mucho las geniales Coplas de Jorge Manrique, pero está muy equivocado cuando propone este ideal de vida que, para muchos, resume exactamente lo que fue el pensamiento medieval:
El ideal de vida no es ser “mitad monje y mitad soldado”. El ideal de vida es ser monje, cuando haga falta, soldado, cuando sea preciso, y siempre, siempre amar con locura la “vida deleitable” y esforzarse en conseguir esos “estados mundanales” donde la podamos disfrutar hasta el máximo posible. La Edad Media española no fue solo monasterios y Reconquista. La edad media española—y la europea, mutatis mutandis— fue monasterios, Reconquista y el esfuerzo en conseguir una cultura, una civilización y un alto nivel de vida similares a los conseguidos en el mundo grecolatino que seguía siendo el tiempo añorado, el “paraíso perdido”. Los europeos, incluidos los españoles, no hemos dejado nunca de ser “paganos”, a Dios gracias. Una vez que uno se ha librado de las anteojeras de una Edad Media exclusivamente mística y guerra y la va contemplando “énorme et délicat” [1], como le gustaba a Paul Verlaine, uno se da cuenta de que, allá por el año 1000, si es que no lo hizo antes, empieza a amanecer lo que llamamos Renacimiento, es decir, la vuelta al humanismo (el hombre como medida de todas las cosas), y la vuelta a la sana visión de la vida del paganismo grecorromano (sólo corregida su radical desesperanza por el liberador optimismo cristiano en el que la pobreza y el dolor no son el destino ni la muerte, el final). El Renacimiento es la Weltanschauung, la "cosmovisión", de una burguesía, de una clase media, que se va haciendo fuerte a medida que cesan las invasiones en Europa y a lo largo del glorioso s. XI vuelven a ser posibles, por iniciativa privada, la industria, el comercio, el mercado del dinero y las ciudades como el eficaz catalizador y el necesario ámbito de todo ello. El Gótico europeo no es otra cosa que el necesario “prerrenacimiento”. Así llegamos a la pavorosa crisis del s. XIV con la terrible crisis política de la Guerra de los Cien Años (1337-1453) dentro de la cual hay que situar la crisis castellana (1351 – 1369) que terminará en una guerra civil tan internacional como castellana (1366 – 1369); con la espantosa crisis demográfica provocada por la Peste Negra (1348) y con la devastadora crisis espiritual que supuso el Cisma de Occidente (1378-1417). Esa crisis acabará definitivamente con el mundo feudal y dará a luz un mundo nuevo. El s. XV, “il Quattrocento”, verá afianzarse el Humanismo, el nacimiento de los estados nacionales, el desarrollo del comercio a gran escala, la era de los descubrimientos y el Renacimiento florentino.
2.- La Serranilla VII del Marqués de Santillana.
De esa vida nueva, nada medieval, si la Edad Media hubiese sido según lo quiere la siempre necia común opinión, hay un ejemplo meridiano en la literatura castellana. Hacia 1435, Íñigo López de Mendoza y de la Vega (Carrión de los Condes. Palencia,19 de agosto de 1398 - Guadalajara,25 de marzo de 1458)más conocido como el Marqués de Santillana, ya pasada la mitad de su vida, con ganada fama de político, de militar y de cuidador de los intereses de su noble casa, se entretiene en escribir la Serranilla VII, un delicioso poema que es todo un canto de amor al azaroso juego de ir intentando aprovechar las oportunidades de placer y de gozo y de disfrute que encontramos en este mundo terrenal donde, según Manrique, se da la “vida deleitable en que moran los pecados infernales”, que infernales serán quizás mañana, pero que ahora lo que son es muy deliciosos y apetecibles placeres. Aunque lo creo innecesario, voy a esbozar un breve comentario de este delicioso poema. Es un cordial y distendido encuentro de amigos que mantienen Marqués y su lectores; reunión de varones en la que, como no podía ser de otra manera, el autor le va contando a los cómplices amigos lectores sus aventuras y desventuras galantes por todas las variadas fronteras que le ha tocado vigilar. Es el momento en que le toca el turno a la vaquera de la Finojosa, más hermosa que las huríes del Profeta, pero que le dio al Marqués unas elegantísimas monumentales calabazas. Introduce el Marqués el relato de su desventura galante ponderando la hermosura de la moza:
Comienza el relato contando cómo la encontró después de una agotadora jornada malgastada vagabundeando perdido por una Sierra.
Fue como la llegada al paraíso después de andar agotado, sin saber a dónde iba, por una muy quebrada sierra. Y en aquel paraíso ella se le apareció, bellísima, graciosa, engañosamente disfrazada de vaquera.
Tenía una hermosura, una gracia y un donaire que para sí quisieran las primeras rosas de la primavera.
Al Marqués lo cegó el resplandor de su belleza. Se encaprichó de aquella beldad a primera vista, sin calcular las consecuencias, sin ponerse a pensar de quién se había “prendando”, a quién le estaba entregando su libertad.
El Marqués toma la iniciativa del acercamiento y comienza el típico y tópico dialogo “de ligue”, de “pelar la pava”.
Pero la moza es una mujer inteligente, las caza al vuelo y tiene ya muy calado al colado Marqués. Con elegancia, fina ironía y muy buena educación corta en seco los avances del Marqués.
Curiosamente, la vaquera de la Finojosa rechaza al Marqués casi con las mismas palabras con las que, en conversación con el general Juste Grijalba, Sabino Fernández Campo, refiriéndolas al taimado general Armada, desmontó el golpe de estado del 23 de febrero de 1981: “No está, ni se le espera”. Y todo lo anterior ¿qué demonios tiene que ver con el claustro najerino de Sª Mª la Real? Pues tiene que ver y mucho.
3.- El sepulcro de Garci Lasso Ruiz de la Vega.
En la llamada Capilla de la Vera Cruz del claustro de la vieja abadía najerina, al fondo, a la izquierda del espectador, bajo un arcosolio, se encuentra el sepulcro de Garci Lasso Ruiz de la Vega[2]. De estilo románico, tallado a finales del s. XII o a comienzos del s. XIII. Posterior al de doña Blanca, anterior a los de don Diego y doña Toda. Su deterioro impide interpretar bien sus relieves. Hasta donde se puede adivinar, en el plano inferior, en la cara rectangular delantera de la caja, habría tres escenas de la Pasión y en el plano superior, en la cara delantera de la tapa, tres escenas también, pero de la Resurrección. Teología paulina pura para iluminar el misterio de la muerte cristiana: Romanos, 6, 8 (= 2 Timoteo, 2,11) εἰ δὲ ἀπεθάνομεν σὺν Χριστῷ, πιστεύομεν ὅτι καὶ συζήσομεν αὐτῷ, “Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él”. Garci Lasso Ruiz de la Vega murió el 3 de abril de 1367 en la célebre batalla de Nájera. El sepulcro es siglo y medio largo más viejo que el difunto. Parece ser su primera destinataria fue la reina de Navarra, doña Ganfreda López de Haro, tercera esposa de García Ramírez el Restaurador (rey de Navarra de 1134 a 1150) y hermana de don Diego López de Haro el Bueno[3]. Cómo le fue adjudicado este sepulcro a Garci Lasso Ruiz de la Vega, lo explica muy bien fray Juan de Salazar.
4.- Biografía de don Garci Lasso Ruiz de la Vega.
La historia de don Garci Lasso Ruiz de la Vega (¿? 1340 – Nájera, 3 de abril de 1367), hijo de Garci Lasso de la Vega II y de Leonor González de Cornado, comienza a sus 11 años, en Burgos, cuando un aciago domingo de mayo de 1351, su padre, héroe de la batalla del Salado (donde se dice que su hermano Gonzalo había ganado para la familia la divisa del Ave María que luego popularizarían los Mendoza), sería brutalmente asesinado y su cadáver bárbaramente ultrajado por mandato de Pedro el Cruel. Su madre quedaría presa en Burgos, pero a él unos criados de su padre lo conducirían a Asturias y lo pondrían bajo la protección del conde don Enrique, el rival, asesino y sucesor del rey don Pedro. Cuatro años más tarde, en 1355, en Medina del Campo, Pedro el Cruel ordenaría asesinar a Pedro Ruiz de Villegas, marido de Teresa de la Vega, hija única de Gonzalo Ruiz de la Vega, el caballero del Ave María, y prima carnal del Garci Lasso Ruiz de la Vega del que tratamos.[5] Intentando vengar a su padre, a sus familiares y deudos, Garci Lasso Ruiz de la Vega, tomando partido por don Enrique de Trastámara, su salvador, a los 27 años de edad, moriría peleando valientemente en la batalla de Nájera el 3 de abril de 1367. Estaba casado con doña Mencía de Cisneros, IV Señora de Guardo, hija de Juan Rodríguez de Cisneros y Mencía de Padilla, y tenían solamente una hija, Leonor Lasso de la Vega (antes de 1367 - Valladolid, 1432). Estamos pues ante el monumento funerario que guarda los restos del abuelo del Marqués de Santillana. Doña Mencía de Cisneros, la abuela, sería la verdadera educadora del Marqués. Doña Leonor Lasso de la Vega, su madre, su confidente y la celosa defensora de sus intereses. Sabemos que ninguno de los tres olvidó nunca al malogrado joven Garci Lasso Ruiz de la Vega.
5.- El Marqués de Santillana pudo visitar, en Nájera, la tumba de su abuelo.
6.- El Marqués de Santillana y el primer Duque de Nájera.
Ya casi al final de su vida, acompaña el Marqués de Santillana a Juana de Portugal en su viaje a los Alcázares Reales de Córdoba para casarse con Enrique IV el Impotente. El Matrimonio se celebró en mayo de 1455. Acompañando a Juana de Portugal como dama de honor llegó a la corte castellana Guiomar de Castro que, de ser amante del rey Enrique IV, pasaría a ser legítima esposa de Pedro Manrique de Lara y Sandoval (1443-1515) segundo conde de Treviño y primer duque de Nájera desde el 30 de agosto de 1482 a 1 de febrero de 1515. Está enterrada en Santa maría la Real en el sepulcro de los Duques de Nájera. Mencía de Mendoza, la hija del Marqués de Santillana, nunca se llevó bien con el primer Duque de Nájera, pero estas son otras historias que habrá que dejar para otro momento. 7.- Un par de estrambotes.
7.1.- La leyenda del rubí del “Principe Negro”.Ya que hablamos de la batalla de Nájera, me gustaría acabar con la leyenda del “rubí del Principe Negro” que adorna la inglesa Corona Imperial del Estado. La verdad es que es una espinela, y que Edward Woodstock, Príncipe de Gales y heredero de Eduardo III de Inglaterra la recibió de manos de Pedro el Cruel de Castilla en pago por la ayuda prestada en la batalla de Nájera del 3 de abril de 1367. Pedro el Cruel se lo había robado con otras muchas y valiosas joyas, antes de asesinarlo, a un musulmán, pretendiente al trono granadino que fue a pedirle ayuda. Todo ello está muy bien contado en las Crónicas de Pero López de Ayala. La famosa espinela nada tuvo nunca que ver con Santa María la Real. 7.2.- Cuando en política se espera resolver grandes problemas no haciendo nada.Al Marqués de Santillana no le faltaron descendientes tan agudos de ingenio como él. Va una muestra del talento de don Diego Hurtado de Mendoza. En plena rebelión de los moriscos granadinos, Felipe II no sabe qué decisión tomar y decide tomárselo todo con calma. Modesto Lafuente en su Historia General de España (1854) nos plantea muy bien la situación —tan parecida a la que ahora mismo padecemos en la política nacional y en la internacional—:
NOTAS
[1] “C’est vers le Moyen Âge énorme et delicat…
[2] José Manuel Ramírez Martínez, Guía histórico-artística: Nájera, Anavia, Logroño,1991 ,p. 56. [3] Saturnino Nalda Bretón, Real Casa de Santa María de Nájera, Logroño, 1966, pp. 18 -19. [4] Fray Juan de Salazar, Náxara ilustrada, Patronato del monasterio de Santa María la Real de Nájera, Logroño,1987, p. 179. [5] Pero López de Ayala, Crónicas. Edición, prólogo y notas de José Luis Martín. Planeta, Barcelona, 1991, Crónica de don Pedro Primero. Año segundo (1351). Capítulo VI. Pg. 32 ss. Ibidem. Año sexto (1355). Capítulo III. Pg. 140. [6] Leonor de Aragón y Alburquerque (hija de Fernando I de Antequera), esposa de Eduardo I de Avis o Duarte I de Avis (1391 - 1438) undécimo monarca portugués, segundo de la Dinastía de Avis.
|
|||||||
|