Arturo Marasso dedica varias páginas de su estudio sobre el
alejandrino1 a la cuestión de si este verso se formó
amalgamando dos heptasílabos o si, por el contrario, el heptasílabo
nació del desgajamiento del alejandrino en dos mitades. Dice que
Nicolás Antonio veía el alejandrino como "endecha doble" (7 + 7
sílabas), que otro tanto sentía fray Martín Sarmiento, y que incluso
para Bello el alejandrino "no era un verso simple". Marasso, por su
parte, se adhiere al parecer de Menéndez Pelayo: que en el proceso
histórico "los metros compuestos han precedido a los simples"2.
Por ejemplo —dice—, los heptasílabos de Sem Tob
Non ay lança
que passe
todas las armaduras,
nin que tanto traspasse
como las escrituras,
están "pensados" en realidad como alejandrinos:
Non ay lança que passe
todas las armaduras,
nin que tanto traspasse como las escrituras,
dado
que "Non ay lança
que passe" carece de "unidad de pensamiento".
Este
argumento merece comentario. Lo que hace que unas pocas palabras sean
verso no es la sintaxis, sino la rima. Marasso hubiera podido añadir que
"una de las copias antiguas de los
Proverbios
de Sem
Tob" está escrita justamente en versos largos (cf.
Navarro,
§ 46);
pero desde mucho antes de Sem Tob el heptasílabo se había independizado
ya del alejandrino, como se ve en la
Historia troyana en prosa y verso (ca.
1270
según Menéndez Pidal). La poesía IV consta de alejandrinos (cuaderna
vía), pero la V está en heptasílabos hechos y derechos:
¡Ay Priamo, mi padre,
tan mal que lo feziestes! ¡
Ecuba, la mi madre,
por mi mal me pariestes!
Por
otra parte, la "unidad de pensamiento" bien puede no caber en un solo
verso: "Por nasger en espino non val la rosa cierto" no tiene sentido
sin el adverbio "menos" con que empieza el verso siguiente. He aquí un
ejemplo clarísimo:
Si mi razón es bona, non sea despreçiada
porque la diz persona rafez; que mucha espada
de fyno azero sano sab de rrota vaýna
salir, e del gusano se faz la seda fina.
En
ningún verso hay "unidad de pensamiento". En todos hay encabalgamiento:
despreciada\porque, persona\rafez, espada\de
acero, sab\salir
('suele salir'). Berceo se hubiera quedado espantado ante estos versos,
tan verdaderamente "modernos".
También en la
Historia troyana
hay
encabalgamientos. Leemos en una cuarteta que el infante Troílo está
decidido a meterse "en logar do 'l matassen", pero el sujeto de "matassen",
que es "los griegos", está al comienzo de la cuarteta siguiente.
Así,
pues, lo que cuenta es la rima. Bien puede ser que algunos de los
"refranes que dizen las viejas tras el huego", por ejemplo "Tras pared
ni tras seto no digas tu secreto", sean —como cree
Marasso,
pp.
96-97, siguiendo a Jeanroy— "versos sueltos de poesías olvidadas", pero
no cabe duda de que la rima nos obliga a ver tales refranes como
pareados de heptasílabos3. Y el hermoso villancico "¿Con qué
la lavaré...?" puede imprimirse lo mismo en cuartetas de heptasílabos
que en dísticos alejandrinos:
¿Con qué la lavaré la flor de la mi cara?
¿Con qué la lavaré, que vivo mal penada?
Lávanse
las casadas con agua de limones;
lávome yo, cuitada, con ansias y dolores4.
La
expresión gráfica de los versos —la
tipografía—
tiene
su papel en todo esto. Cada unidad rítmica, resaltada a menudo por la
rima, pide renglón aparte. Pero no es
conditio
sine qua non.
De
hecho, da lo mismo sentir los
Proverbios
de Sem
Tob y el "¿Con qué la lavaré...?" como heptasílabos que como
alejandrinos con rima interna (consonante o asonante).
No
estará de más situar esto en un cuadro más amplio. Lo que ha sucedido
con el heptasílabo respecto del alejandrino es análogo a lo sucedido con
el octosílabo respecto del antiguo verso juglaresco, con el tetrasílabo
("pie quebrado") respecto del octosílabo y con el hexasílabo respecto
del verso de arte mayor.
En
1815 imprimió Jakob Grimm los romances viejos en "dieciseisílabos",
considerando que "el género épico exige verso largo", y Menéndez Pidal
siguió su ejemplo, —decisión muy respetable; pero la verdad es que da lo
mismo. O
casi
lo
mismo. Si oigo recitar "Rey don Sancho, rey don Sancho", no me preocupa
lo más mínimo si el recitante está leyendo octosílabos o dieciseisílabos;
pero cuando leo romances prefiero, con mucho, los versos cortos. Es la
forma que han tenido desde "Estáse la gentil dama" (ca. 1421) hasta la
fecha. (A nadie se le ocurriría imprimir en dieciseisílabos el
"Manzanares, Manzanares" de Góngora, cuyo primer verso nos remite a
inicios de romances viejos como "Rey don Sancho, rey don Sancho" o
"Durandarte, Durandarte".
El
octosílabo, engendrado por el verso largo heroico, engendró a su vez al
tetrasílabo. La primera de las poesías de la
Historia troyana
está
hecha en sextillas octosilábicas
aab/ccb:
¡Ay, señor! ¡Qué companero,
qué leal e qué guerrero
que he yo en vos perdudo!
¡Qué ardit e qué esforgado,
qué franco e qué enseñado,
qué manso e qué sesudo!
El
esquema de la segunda poesía parece muy distinto:
¡Ay qué quexa,
qué quebranto,
que aquexa
a mí tanto,
que non podría más syn falla!
¡Ay qué coyta
mal apresa
que m'acoyta,
que me pesa
de aquesta negra batalla!,
pero
si se amalgaman dos a dos los tetrasílabos ("¡Ay qué que-xa, qué
quebranto!") resulta una sextilla octosilábica de la misma hechura que
la anterior. Observemos que el tetrasílabo no se ha desgajado por
completo del octosílabo, pues la bipartición de éste produce a veces
hemistiquios pentasilábicos, como "¡Ay qué grand mal!" (la irregularidad
se remedia leyendo entero el octosílabo: "¡Ay qué grand mal passaredes!").
Algo
semejante sucede en el poema
¡Ay, Iherusalem!,
contemporáneo de la
Historia troyana en
prosa y verso5:
sus hexasíla-bos no se han desgajado completamente del dodecasílabo
empleado —aunque sin mucho rigor— en la mayor
parte del poema, que resulta ser, por cierto, el documento más antiguo
del verso "de arte mayor". Está hecho en estrofas como la siguiente:
Estos moros perros a la casa santa
siete años e medio la tienen cercada;
non dubdan morir
(en
Iherusalem).
Dos
dodecasílabos y dos hexasílabos. Pero en un verso como "Grandes afincanças
ponen con sus lanças"
el dodecasílabo mismo se convierte en un par de hexasílabos. Y esto
sucede varias veces. Los dodecasílabos
mandan dar pregones por la christiandad,
alçan sus pendones,
llaman Trinidad
son en
realidad una cuarteta de hexasílabos, con rimas consonantes
abab.
De la
misma manera, los versos
De las vestimentas fazían cubiertas,
del sepulcro santo fazían establo
son
hexasílabos con rima asonante
aabb.
O sea
que
¡Ay, Iherusalem!
es
también el testimonio más antiguo de versos como "Señor Gómez Arias, /
doléos de mí", o "Siete días anduve / que no comí pane" (o "Hermana
Marica, / mañana que es fiesta...").
Por
ser
¡Ay, Iherusalem!
un
documento tan arcaico de poesía lírica, todas sus características
merecen atención. Predominan las rimas consonantes, pero hay muchas
asonantes y abundan las equivalencias acústicas (como
patriarca/carta, sangre/ fanbre
y
arte/Acre).
Evidentemente, el "arte poética" del siglo XIII permitía todas estas
libertades. Predominan los versos dodecasílabos (el futuro "arte
mayor"), pero a veces los hay de 13 sílabas, porque alguno de los
hemistiquios tiene 7 en vez de 6, y hasta hay algunos perfectamente
alejandrinos:
llorar noches e días, gemir e non dormir...
tienen a los abades en cepo de maderos...
Por lo
visto, el poeta guardaba aún en la cabeza el recuerdo de la cuaderna
vía. ¿Y no será el verso de arte mayor un vástago del alejandrino?
Me he
extendido demasiado, pero me pareció útil lanzar unas cuantas
observaciones sobre "teoría y praxis" del verso. De hecho, lo decisivo
es el uso.
Henríquez Ureña distingue cuatro etapas en "la historia del
alejandrino":
1)
su
prominencia en los siglos del mester de clerecía;
2)
su
eclipse en los siglos
xv
a
xviii;
3)
su
resurrección "a plena luz" en el último cuarto del siglo
xviii,
y
4) su
"nuevo esplendor", a partir de los románticos.
Y
subdivide esta cuarta etapa en tres fases:
a) de
Iriarte a Zorrilla;
b) de
Zorrilla (1838) en adelante, y
c)
de
Rubén Darío (1883) en adelante6.
En
cuanto a la primera de las cuatro etapas, no sé si alguien puede añadir
algo a lo que se ha dicho. Yo, desde luego, no. Pero vale la pena
reflexionar sobre la enormidad del olvido posterior. Fue un eclipse
total. En la segunda mitad del siglo
xvi
no se
conocía ni siquiera el nombre de Gonzalo de Berceo. Parece que el único
que se acuerda de la cuaderna vía es el erudito anticuario Argote de
Molina, el cual, a propósito del dístico final de uno de los enxiemplos
del
Conde Lucanor,
hace
el siguiente comentario:
Usávase
en tiempos [de don Juan Manuel] en España este género de verso largo,
que es de doze, o de treze, y aun de catorze síllabas, porque hasta esto
se estiende su licencia. Creo lo tomaron nuestros poetas de la poesía
francesa [...]. En algunos romances antiguos ytalianos y en poetas
heroycos se hallan [también] estos versos [.]. Pudo ser que todos lo
tomassen de la poesía bárbara de los árabes [.]. Los ingenios de aora,
como son algo coléricos, no sufren la lerdez y espacio de esta
compostura por parescerles muy flegmática y de poco donayre y arte,
aunque en los antiguos autores da algún contento, y deve ser por la
antigüedad y estrañeza de la lengua más que por el artificio7.
Es muy
explicable que Argote diga que el alejandrino —no llamado así por él,
sino "verso largo" o "verso grande"— está hecho "de 12, de 13, y
aun
de 14
sílabas", porque los hay así en las cuatro cuartetas del
Poema de Fernán González
que
cita. (Él guarda en su "museo" ese arcaico manuscrito.) Lo curioso es
que ponga el origen del alejandrino en "la poesía bárbara de los
árabes". Dice
también: "Quien quisiere saber la cuenta y razón deste verso lea la
Grammática
española
del
maestro Antonio de Lebrixa, donde en particular se tracta", lo cual es
falso. No podían ser más claras las señales de ignorancia en un varón
tan erudito como Argote de Molina.
Probablemente no conocía Argote en 1575 (fecha de su edición del
Conde Lucanor)
las
siete primorosas estancias de "versos franceses" que once años antes
había incluido Gaspar Gil Polo en su
Diana enamorada
(
NBAE,
t. 7,
p. 385):
De flores matizado se vista el verde prado,
retumbe el hueco bosque de voces deleitosas;
olor tengan más fino las coloradas rosas,
floridos ramos mueva el viento sosegado;
el río apresurado
sus aguas acreciente;
y pues tan libre queda la fatigada gente
del congojoso llanto,
moved, hermosas ninfas, regocijado canto.
Si las
hubiera conocido, seguramente no habría dicho que una composición en
alejandrinos resulta "muy flegmática y de poco donayre y arte". Los
alejandrinos de Gil Polo tienen donaire y arte. Cervantes debe de haber
pensado en ellos cuando hizo decir al Cura: "[La
Diana
de
Alonso Pérez] acompañe y acreciente el número de los condenados al
corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo".
Sigue,
en orden cronológico, el soneto que "en nombre de Heraclio" se lee en
los preliminares de la
Comedia intitulada
Doleria
de
Pedro Hurtado de la Vera (Amberes, 1572):
Preguntadme quién soy, no oso publicallo;
del poco que merezco nasce este temor;
podría ser también de ser nuevo pintor:
vos responderéis, pintura, lo que callo.
El
verdadero nombre del autor era Pedro de Faría, como se descubre en un
complicado acróstico. Tengo para mí que era un judío de origen español
establecido en Flandes de largo tiempo atrás, y sin contacto con los
españoles de Amberes. No da señas de haber leído siquiera a Garcilaso;
los versos que leía eran seguramente franceses. (Su otro libro,
Historia del príncipe
Erasto,
se
imprimió también en Amberes, en 1573.) La
Doleria
tuvo
otras dos ediciones, pero no en España, sino de nuevo en Amberes en 1595
y en París en 1614. En su descripción de la primera edición, menciona
Gallardo ese "maldito soneto, cuyos versos apenas constan"; y en la
descripción de la 3ª ed. lo llama "un cruel soneto, de versos
entre castellanos y franceses"8, —juicio que no
tiene vuelta de hoja.
Para
sustentar su idea de que el "verso largo" del
Fernán González
se
remonta a ciertas poesías árabes "bárbaras", Argote de Molina pone como
ejemplo uno de los varios "cantares lastimeros" que personalmente les
oyó "a los moriscos del reyno de Granada sobre la pérdida de su tierra".
Da el texto árabe y en seguida lo traduce en "versos largos". Pero antes
ha puesto otro ejemplo: unos "versos turquescos amorosos dedicados a la
diosa de los amores que los turcos en su lengua llaman Asich". También
aquí da el texto turco y luego lo traduce en la misma forma. La
traducción del cantar de los moriscos está en español normal del siglo
xvi
("Alhambra amorosa, lloran tus castillos..."), mientras que la de los
versos turquescos está en español arcaico ("mis
cueytas",
"esta
afruenta",
"¿qué
faré?",
"al
Criador
acorro
en
esta
sobrevienta")9.
Las
dos traducciones contienen versos de 12, 13 y
aun
14
sílabas; de estos últimos, sólo hay dos: "Guadix tiene
mis hijos, Gibraltar mi mujer" en la versión del árabe, y
"¿Qué
faré que non puedo vencerme en esta afruenta?" en la del turco.
Al
comienzo de los
Dos tratados, del Papa
y de la Missa
(Londres, 1588) de Cipriano de Valera, desarraigado como el autor de la
Doleria
(era
un franciscano que en 1555 había huido de su convento sevillano para
pasarse al protestantismo), hay dos sonetos; el primero comienza "Vos,
que hijos de Tros, nefando arrebatar...", y el otro "Iberia, este Ibero
aquí ha trabajado..."; de ellos dice Gallardo: "Éstos ni son sonetos ni
versos". Pero, leídos con un poco de buena voluntad, sí que son versos,
y alejandrinos; basta hacer hiatos sistemáticamente10.
El
primer preceptista que trata del alejandrino es Luis Alfonso de Carvallo
en su
Cisne de Apolo,
publicado en Madrid en 1602. Lo llama "verso francés"11, dice
que se compone de dos heptasílabos "ayuntados en uno" y cita el primer
verso de las estancias de Gil Polo ("Ésse me parece que calca catorze
puntos", comenta Zoylo, o sea: ¡Uy, qué pie tan largo!). En otro pasaje
del libro añade Carvallo que con "el verso francés y su quebrado" —o sea
el heptasílabo— se pueden hacer estancias de canción; esta vez pone un
ejemplo propio —y bastante mediocre — con una disposición casi igual a
la de los versos de Gil Polo: "Amar sin esperanca lo juzgo a gran
locura."12.
En la
"segunda parte" de las
Flores de poetas
ilustres,
compilada en 1611 por Juan Antonio Calderón, está el excepcional "Soneto
en alejandrinos" de Pedro de Jesús, nombre que adoptó Pedro Espinosa
cuando le dio por hacerse ermitaño. Vale la pena copiarlo:
Como el triste piloto que por el mar
incierto
se ve, con turbios ojos, sujeto de la pena
sobre las corvas olas que, vomitando arena,
lo tienen de la espuma salpicado y cubierto,
cuando sin esperanza, de espanto medio muerto,
ve el fuego de Santelmo lucir sobre la antena
y, adorando su lumbre, de gozo el alma llena,
halla su nao cascada surgida en dulce puerto,
así yo el mar sulcaba de penas y de enojos,
y con tormenta fiera, ya de las aguas hondas
medio cubierto estaba, la fuerza y luz perdida,
cuando miré la lumbre ¡oh Virgen! de tus ojos,
con cuyos resplandores quietándose las ondas,
llegué al dichoso puerto donde escapé la
vida.
Este
soneto quedó hundido en la oscuridad hasta 189613, de manera
que no pudo conocerlo el enciclopédico Juan Caramuel y Lobkowitz, que en
su
Rhythmica
(Roma,
1665), al tratar de los "dodecasílabos", como él llama a los
alejandrinos, pone como ejemplo un soneto en francés: el epitafio de
Lope de Vega por "Madame Argenis"14.
Menéndez Pelayo, cuyo aborrecimiento del alejandrino comentaré más
adelante, dice del soneto de Espinosa: "Me permitiréis que le consigne
[= reproduzca] aquí, para que si tales sonetos llegan a aclimatarse,
que lo dudo,
cuenten a lo menos con algún antecedente en nuestra flora poética
nacional". La influencia de una flora gabacha es innecesaria. (¡Y esto
se escribió en 1907!)15.
Si los alejandrinos de Espinosa son una rareza,
resultan en cambio muy naturales los de Ambrosio de Salazar, cuya
infatigable actividad se desarrolló toda en Francia.
He aquí dos
dys-tiques
de la
"Vida del autor" antepuesta al
Espexo
general de la gramática
(Rouen, 1614):
...Y después, no
sabiendo lo que de mí sería,
me vine aquí a Rouán por una fantasía,
do he enseñado a muchos la lengua de
Castilla,
y me entretengo entre ellos por grande
maravilla.
También Góngora hizo alejandrinos. Si nadie parece haberlo notado es
seguramente a causa de la
tipografía.
Me
refiero a la hermosa canción "Vuelas, oh tortolilla...", escrita en 1602
y publicada en 1605 en las
Flores
de
Espinosa, cuyas estrofas, impresas como ocho heptasílabos (el 1, el 4 y
el 7 anómalamente sueltos) y un endecasílabo al final, debieran en
realidad imprimirse así:
Vuelas, oh tortolilla, y al tierno esposo
dejas
en soledad y quejas.
Vuelves después gimiendo; recíbete
arrullando,
lasciva tú si él blando.
Dichosa tú mil veces, que con el pico haces
dulces guerras de amor y dulces paces.
En
efecto, los tres heptasílabos sueltos no son sino los primeros
hemistiquios de sendos alejandrinos.
"Esta
dulcísima canción —dice Salcedo Coronel en su edición de Góngora— merece
no poca estimación; es una de las más numerosas y suaves que se pueden
hallar en nuestra lengua, ni sé que ninguna de las italianas la exceda".
Sedano, que la incluye en su
Parnaso
(tomo
9, 1778, pp. 368-370), la ve como "una especie de anacreóntica de las
que con más ternura de argumento y suavidad de estilo pudo producir
[Góngora] cuando quiso seguir el camino llano y anchuroso de la pureza
del lenguage, y por esta parte comparable a las más dulces odas
de Villegas,
Medrano, Liñán y Francisco de la Torre"
(ibid.,
p.
xlvi)16. Navarro no la ve como
anacreóntica,
sino
como
endecha
"en
estrofas abbcddfF" (endecha, a decir verdad, sin mucho que ver con las
verdaderas endechas, que son romancillos).
Con
este agrupamiento de versos de 14-7, 14-7 y 14-11 sílabas, Góngora
parece haber querido emular los "versos franceses" de Gil Polo, cuya
Diana
era
una de las cumbres indiscutidas de "lo bucólico"; pero redujo el tamaño
de las estancias, haciendo, en consecuencia, más compacto el discurso
poético, más quintaesenciado. El tema no tiene originalidad alguna (era
uno de los lugares comunes de la lírica pastoril, y Lope de Vega lo usó
mucho); pero también del tema ha sacado Góngora una "quintaesencia". (El
endecasílabo final de la primera estrofa es, como observó Gallardo, un
homenaje a Tasso:
dolci
guerre d'amor e dolci paci
>
"dulces guerras de amor y dulces paces").
En su
edición de
Canciones y otros
poemas en arte mayor
de
Góngora (1990), José María Micó dice de "Vuelas, oh tortolilla": "Es una
estrofa muy peculiar, de la que no conozco otros ejemplos: tres versos
sueltos (1o, 4o y 7o) seguidos de
sendos pareados". En realidad sí se conocen otros ejemplos: las dos
imitaciones que se recogen en el
Cancionero de 1628:
la
"Canción a un naufragio" de García de Porras: "Rompe segura nave el
campo christalino, / y con alas de lino..." (ed. Blecua, pp. 483-484) y
un anónimo "Entierro de Christo en Caragoca": "Del difunto monarca del
claro firmamento / el cadáver sangriento..." (ibid., pp. 372-374). Nada
del otro mundo, pero al menos acrecientan un poco el número de
alejandrinos hechos en el siglo de oro.
Bien
visto, ya en la composición "Moriste, ninfa
bella.", de 1594, había hecho
Góngora unos alejandrinos "tipográficamente disfrazados" de endecha,
como se ve si los imprimimos así.
Moriste, ninfa bella, en edad floreciente;
que la muerte entre flores se esconde, cual
serpiente.
Son 42
alejandrinos con una sola rima consonante17.
(Otro
poema gongorino que tiene que ver con la
tipografía
es "Mátanme
los celos de aquel andaluz", incluido por Millé entre las "composiciones
de arte mayor", pero mal, pues no son sino seguidillas18
impresas en versos largos. Es caso contrario al de "Vuelas, oh
tortolilla" y "Moriste, ninfa bella".)
A
diferencia de los de Góngora, ignorados por escondidos, los alejandrinos
de Alonso Carrillo (combinados con heptasílabos) son bien conocidos.
Sirven de "argumento" al
Libro de la erudición
poética
de su
hermano Luis. En la primera edición, de 1611, los alejandrinos se
imprimen como versos largos, mientras que en la segunda, de 1613, se
fragmentan en heptasílabos: lo que era primero una pequeña "silva" de
alejandrinos y endecasílabos (sueltos todos) quedó convertido en otra de
endecasílabos y heptasílabos (sueltos también, por supuesto)19.
Después de los de Carrillo (1611) y los de Ambrosio de Salazar (1614),
los alejandrinos de lengua española sufren el conocido eclipse total20
(y larguísimo: de un siglo y dos tercios). Pero cuando reaparecen, en
1774, lo hacen de manera muy espectacular. En ese año se imprimió en
Sevilla la primera entrega de las
Poesías filosóficas en verso pentámetro,
compuestas por "el Poeta Filósofo". Siempre se supo que éste era un
clérigo radicado en Sevilla, de nombre Cándido María Trigueros, muy
"amigo de novedades", y con no pocas puntas de herejía. A causa de tan
largo eclipse, el alejandrino era
totalmente
desconocido en
español21. Los
lectores cultos estaban bien familiarizados con el
alexandrin
francés, pero hasta ellos ignoraban que hubiera alejandrinos españoles.
Lo notable de Trigueros es su categórica afirmación de ser el creador de
un verso nuevo. Sabe que algunos dirán: "¡Bah, otra moda francesa que se
nos cuela en España!"; pero no es así: ese verso lo ha discurrido
él,
tomando como dechado el pentámetro latino; por eso lo bautiza como
pentámetro español22.
Está
convencido de que tanto la materia como la forma van a toparse con
resistencias, pues "este género de poesía [filosófica] es nuevo, y lo es
también el mecanismo del verso". Y se le ocurre una comparación: "Quando
pasó de Italia a España el verso endecasílabo, creo que tendría sus
opositores", pero al fin triunfó. Así pues, ¿por qué no esperar lo mismo
de este invento suyo, que tiene "el mérito de ser más magestuoso" que el
mismísimo endecasílabo? Y termina: "Sea como fuere,
yo soy el fundador de esta aldeílla;
como
tal le he prescrito sus leyes municipales".
El
poema inicial, "El Hombre", es paráfrasis del
Essay on
Man
del
nada católico Alexander Pope, que después de ser admirado en Europa
durante cuarenta años se dejaba por fin escuchar en España23.
Comienza así:
Dime, sublime Pope, tú, reflexivo genio,
que unes con arte tanto el juicio y el
ingenio,
britano Horacio, dime, tú que con tal
cuidado,
tú que con tal acierto al Hombre has
estudiado...
En los
peliminares del poema IV ("La moderación") hay una "Advertencia del
editor [Juan Nepomuceno González de León] al público sobre el género de
versos de estos poemas". Cuenta que "un sabio con mucha razón famoso" le
mandó una carta que decía que versos como ésos se habían hecho en la
Edad Media, según constaba en cierto manuscrito conservado en la gran
biblioteca del Escorial. El editor le mostró al autor la carta del
"sabio famoso" (que resultó ser el erudito Francisco Pérez Bayer) y
Trigueros replicó:
En efecto, los versos [de cuaderna vía]
son... del mismo metro que yo, inadvertidamente, proponía como invento
nuevo, mas quizá no dexaré por eso de ser inventor de los
pentámetros castellanos
tales como los uso ... [Me alegro, sí, de
saber que ya existían en español y que no son imitación francesa]. Yo,
entretanto, ni los he imitado de nuestros antiguos ni los he mendigado
de nuestros vecinos. Quando estudiaba la lengua latina, sin conocer ni
nuestra poesía ni nuestros poetas, y sin saber otra lengua que muy mal
la de mi patria, traduxe algunas odas de Oracio en este género de
versos, los quales hice a imitación de los
pentámetros
latinos.
Trigueros estaba resuelto a no dar su brazo a torcer.
En
1775, apenas un año después de iniciada la publicación de las
Poesías filosóficas,
se
imprimieron póstumamente las
Memorias para la historia de la poesía y
poetas españoles
de
fray Martín Sarmiento (+1771), el cual dedica no poca atención a Berceo,
ese poeta arcaico y desconocido, y por principio de cuentas se ve
obligado a explicar en qué metro escribió sus obras:
A estos versos llamó el
Cysne de
Apolo
[o sea Carvallo] versos
franceses,
porque los usaron y usan; y los franceses
los llaman
alejandrinos.
Yo llamara
castellanos
a estos
versos., pues las poesías antiquísimas que nos han quedado están
en este metro.; y sobre todo
se debían llamar
versos de Berceo.
Esto,
añadido al señalamiento de Pérez Bayer, causó fisuras en la seguridad de
Trigueros. Dejó de proclamarse inventor, pero ahora quiso hacerse pasar
por un erudito al corriente de las cosas: "Sé muy bien dónde vio el
señor Pérez Bayer o dónde tomó la noticia
hoy tan común
entre
los eruditos, quanto saben que desde el tiempo del Cid hasta el de don
Juan II [!] no se poetizaba en otros versos". Algo de gloria le queda,
sin embargo: la novedad de esos versos hoy, en la república literaria
actual; prueba de ello es el escándalo que se ha suscitado. Lo dice así
en el prólogo de
El viaje el cielo
(1777), dedicado a Carlos III "con motivo del feliz parto de la Princesa
Nuestra Señora":
Tengo cuidadosamente observado que solamente
se disgustan del verso pentámetro, o sea
verso de Berceo,
los que no saben leer; aquellos que leen
como conviene, o le han oído leer de este modo, le juzgan armonioso,
magestuoso y digno. Por estas calidades le he escogido para un asunto
tan sublime,
o sea
el parto de la princesa. (Claro que a todos los ilustrados les importaba
contar con el favor del monarca.)
Trigueros, que en "El Hombre" arremete contra los nobles, casta frívola
e inútil —"Sus celebrados padres, que tan útiles fueron, / derecho de no
serlo por herencia les dieron..zahiere del mismo modo, en
San Felipe Neri al clero,
a la
negra masa de curas y frailes:
Sed útiles a todos: en la humana jornada
¿qué sirve a Dios, ni al mundo, quien no
sirve de nada?
¿Seréis acaso dignos de ser más venerados
porque,
en ocio indolente y oscuro sepultados,
a la sociedad toda sirváis de inútil
peso?...
Naturalmente los ilustrados, y en especial los del círculo de Olavide
—los "rojillos" de entonces—, aplaudieron a Trigueros24. En
cambio, el muy reaccionario Juan Pablo Forner lo atacó ferozmente. Al
final de las
Exequias de la lengua
castellana
se
lleva a cabo un gran auto de fe con varios "detestables abortos
de la barbarie".
uno de los ganapanes que actúan de verdugos arroja a la hoguera,
"descuartizándolo antes",
un rollizo tomo de versos alejandrinos en
frigidísimo y barbarísimo romance, cuyo autor tuvo la moderación de
apellidarse
poeta filósofo...
La rancia novedad de la poesía alejandrina
mereció solemnísimos silbos de la mosquetería del Parnaso, viendo que
los cuatro martillazos que a unas mismas distancias, en cada dos versos,
descarga la tal poesía sobre la pobre oreja española, destruían en ella
la varia y fecunda armonía de nuestra
lengua., y desde luego
convinieron en que un poeta filósofo que desempeñaba su título echando
por tierra la gala, soltura y belleza de nuestros números, debía tener
una filosofía orejuda y una poesía muy machacona... [etc.].
El
repudio estético es en el fondo, como suele suceder, un repudio
ideológico. Menéndez Pelayo, tan reaccionario en sus tiempos como Forner
en los suyos, mete naturalmente a Trigueros en el infierno de los
Heterodoxos;
y,
naturalmente también, arremete contra sus pentámetros: "No puede darse
cosa más abominable y prosaica: los llamados pentámetros son
alejandrinos pareados a la francesa. ¡Gran progreso hacer retroceder
nuestra métrica a la
quaderna
vía
de
Gonzalo de Berceo y al martilleo acompasado del mester de clerecía!"25
Más
que el "martilleo" (que por lo menos le hace pensar en Berceo, esa
bonita antigualla), lo que molesta a don Marcelino es la disposición en
dísticos. Dice a continuación: "Por entonces nadie siguió a Trigueros;
pero como no hay extravagancia que no tenga eco, las parejas de
alejandrinos han resucitado en nuestros días por torpe imitación
francesa, sobre todo en Portugal, donde Antonio Feliciano de Castilho y
su hijo y sus amigos lo han vuelto a poner de moda".
Este
párrafo merece comentario. Lo que inmediatamente salta a la vista es el
desorbitado
parti
pris
de don Marcelino. ¡Qué
odio para todo lo que huela a francés!26. Es la misma
inquina que
mostrará frente a los modernistas, esos "pájaros tropicales"
afrancesados que a veces se descuelgan por Madrid27.
Si en 1880 (fecha de los
Heterodoxos)
uno de
esos pájaros hubiera escrito e impreso ya el
Coloquio de los Centauros,
Menéndez Pelayo lo habría puesto irremisiblemente en la picota. En 1880
puede decir todavía, con un suspiro de alivio, que en España nadie,
fuera de Trigueros, hizo parejas de alejandrinos: el contagio —porque
era como si los
dystiques
fueran
portadores de gérmenes volterianos y libertarios— sólo había llegado a
Portugal28 .
Lo más
notable es la afirmación de que "por entonces
nadie
siguió
a Trigueros",
nadie
hizo
pareados de alejandrinos. Lo que ocurrió fue justamente lo contrario. En
verdad, don Marcelino quiere engañarse a sí mismo; no podía ignorar que
Iriarte, amigo de Trigueros, incurrió por ese "entonces" (1782) en los
aborrecibles dísticos (fábulas VII y X):
En cierta catedral una campana había
que sólo se tocaba algún solemne día.
Yo leí, no sé dónde, que en la lengua
herbolaria,
saludando al tomillo la hierba parietaria.
En
1892 dedicará Menéndez Pelayo cierta atención a otro seguidor de
Trigueros, el patriota chileno Camilo Henríquez (1763-1825), autor de un
poema en "pentámetros" que comienza:
Los talentos de Chile yo te vi que
aplaudías,
pero su sueño y ocio sempiterno sentías.29.
Viéndolo bien, desde Trigueros hasta hoy no ha habido solución de
continuidad en la historia del alejandrino: después de Iriarte vendrá
Alberto Lista, y luego vendrán Zorrilla y los demás.
Por
otra parte, Trigueros propició el redescubrimiento de las joyas poéticas
de la Edad Media, no conocidas en ese "entonces" sino por dos o tres
anticuarios. Fue necesario que uno de ellos, Pérez Bayer, le revelara al
público que los alejandrinos "ya existían". Y otro anticuario, Tomás
Antonio Sánchez, se apresuró a imprimir la primera edición de algunas de
esas joyas: en 1779, apenas cinco años después de las primeras
Poesías filosóficas,
apareció en efecto su
Colección de poesías
anteriores al siglo xv,
donde
están Berceo y el Arcipreste (y también el
Poema del Cid)30.
En
verdad, si acaso Trigueros es culpable de haberse ostentado como
inventor del "pentámetro", bien podemos exclamar:
O felix culpa!
La
fábula X de Iriarte está hecha en "alejandrinos de 14 sílabas", los
tradicionales, mientras que la VII, de "pareados de 12 y 13 sílabas a la
francesa", está hecha muy adrede de otra manera: alternan rigurosamente
las rimas femeninas y las masculinas en los dísticos, y así el verso "En
cierta catedral una campana había" tiene 13 sílabas, y el verso "cuatro
golpes o tres solía dar no más" tiene 12. Para el oído moderno, tan
alejandrinos son los versos de una fábula como los de la otra. Lo que
sucede es
que la alternancia de
rimas femeninas y masculinas, tan propia del
alexandrin
clásico, no pudo aclimatarse en español.
Alberto Lista, que viene en seguida31, introdujo una
innovación de mucha trascendencia. Antes de él, la acentuación había
sido libre: los acentos caían en cualquier lugar del verso32.
Henríquez Ureña, que al comienzo de su artículo pasa revista a una
docena y media de poetas, de la época medieval a la moderna, en ningún
caso encuentra antecedentes de uniformidad acentual en alejandrinos como
estos de Lista ("El deseo",
BAE,
t. 67,
p. 362):
Ya de fulgentes flores se adorna primavera;
el céfiro apacible discurre por el prado;
verdura deleitosa el plácido collado
y el mirto florecido corona la ribera...,
donde
todos los hemistiquios tienen como base un ritmo yámbico constante:
tarán
tarán taránta33.
Esta
regularidad nos molesta a los lectores de hoy, pero fue la que, gracias
sobre todo a Zorrilla, imperó durante largos decenios. El lugar de Lista
en la historia del alejandrino es muy relevante.
(Además, Lista prestó oído al
octosyllabe
francés, o sea el eneasílabo, metro muy poco practicado en la poesía
españo-la34. Así como Góngora combinó alejandrinos,
endecasílabos y heptasílabos, así él combinó endecasílabos y eneasílabos
en un poema traducido del francés "con iguales metros":
verde enramada, tu frondoso abrigo
oculte al prado mi dolor:
sé de mi llanto eterno y fiel testigo,
pues que lo fuiste de mi amor.)
A
propósito de los alejandrinos "inventados" por Trigueros dice Menéndez
Pelayo: "La gloria (si hay gloria en esto) de haberlos devuelto al
tesoro de nuestra métrica, pertenece enteramente a la escuela romántica
y de un modo especial a Zorrilla, que tanto usó y abusó de ellos, y
cuyas famosas
Nubes
sirvieron a nuestros versificadores de principal dechado"35.
Y Henríquez Ureña observa: "Durante cuarenta años, desde el éxito de
Zorrilla, la mayoría de los poetas [españoles y americanos] consideraron
obligatoria la forma que él le dio al alejandrino: en comparación con la
libertad anterior, hubo de parecer que el rigor acentual creaba una
superior estructura rítmica". Yo diría que el prestigio de la estrofa
zorrillesca duró no cuarenta, sino
más de cincuenta años,
pues
la plegaria de Zorrilla "A María" ("Aparta de tus ojos la nube
perfumada...") es de 1838, y Rubén Darío siguió zorrillizando aun
después del
Coloquio de los
Centauros,
que es
de hacia 1894. Y me explico fácilmente esa extraordinaria capacidad de
seducción. Tendría unos diez años cuando leí por primera vez las
Nubes,
y
quedé fascinado por lo "grandioso" del cuadro, pero sobre todo,
evidentemente, por el ritmo armonioso de los acentos y por la
alternancia de rimas llanas y agudas:
¿Qué quieren esas nubes que con furor se
agrupan
del aire transparente por la región azul?
¿Qué quieren, cuando el paso de su vacío
ocupan,
del cenit suspendiendo su tenebroso tul? [.]
Más grave y majestuosa que el eco del
torrente
que cruza del desierto la inmensa soledad;
más grande y más solemne que, sobre el mar
hirviente,
el ruido con que rueda la ronca tempestad.
Lo
mismo debe haberles sucedido a muchos espíritus ingenuos e inocentes.
Todavía oigo, o leo, recuerdos de "el
ruído
con que ruéda
la
rónca
tempestad". Y hay que tener en cuenta otra cosa: en el siglo
xix
aumentó enormemente el número de lectores de versos. Zorrilla y sus
continuadores (Bermúdez de Castro, Selgas, García Tassara, Ruiz
Aguilera, Mármol, Abigaíl Lozano, Manuel Machado) supieron darles gusto36.
Oigamos al argentino José Mármol ("A Rosas, el 25 de mayo de 1843"):
¡Miradlo, sí, miradlo! ¿No veis en el
oriente
tiñéndose los cielos en oro y arrebol?
Alzad, americanos, la coronada frente;
ya viene a nuestros cielos el coronado
sol...;
oigamos al mexicano José María Roa Bárcena ("Laudanza de los indios"):
Vestigios de otra gente guerrera y poderosa,
resto sólo al presente de una tribu
gloriosa,
que a guisa de relámpagos brillaba y se
extinguió,
festejan hoy con flores y cánticos y
danza
a Aquella que dolores convierte en
esperanza,
y amparo de los míseros y madre se llamó...
"Esta
estrofa de grandes alas, que quizá nos parezca ahora excesiva" —dice
Marasso,
pp.
120-121— fue invento de García Tassara en su poema "Dios".
No
pocos premodernistas y aun modernistas siguieron practicando el
alejandrino zorrillesco, en estrofas de cuatro, cinco, seis versos y aun
más. Así Gutiérrez Nájera, Julián del Casal y Salvador Rueda (además de
Darío), recordados por NAVArro,
§ 395,
el cual observa, y no sin razón, que el abandono del alejandrino de
acentuación regular "puede servir de indicio
NOTAS
1
Arturo
Marasso,
"Ensayo sobre el verso alejandrino",
BAAL,
7 (1939), pp. 93-97 y 116-118.
2
Tomás
Navarro,
Métrica española,
Syracuse,
N. Y., 1956, § 46, después de decir que "un dístico heptasílabo es
análogo
a un alejandrino con rima interior", añade:
"
[no] es seguro
que el alejandrino deba considerarse como
suma de dos heptasílabos"; y observa que el heptasílabo "figura entre
los metros más antiguos en francés, provenzal e italiano, de manera que
[esta] antigüedad impide considerarlo como resultado de la separación de
los hemistiquios del alejandrino".
3
Dice Marasso que la "rima interna" (seto)
"no destruye el verso sino que coadyuva a su unidad esencial". Todo
depende de lo que sienta el lector.
4
Margit
Frenk,
Corpus de la antigua lírica popular
hispánica,
núm. 589, lo imprime en
heptasílabos.
5 Véase el texto
en
NRFH,
14 (1960), pp. 244-246, y el comentario de
Eugenio
Asensio,
"¡Ay, Iherusalem!,
planto narrativo del siglo
xiii",
ibid.,
pp. 251-270.
6
Pedro
Henríquez
Ureña,
"Sobre la historia del alejandrino",
RFH, 8 (1946), pp. 1-11. Y añade:
"Quizá haya que contar, si la situación actual no se modifica, una nueva
fase [d ]: desde alrededor de 1920 los poetas emplean poco el
alejandrino, y bien podría eclipsarse de nuevo".
7
Gonzalo
Argote
de
Molina,
Discurso sobre la poesía castellana,
ed. E. F. Tiscornia, Madrid, 1926, pp.
35-39; y véase el comentario de Tiscornia,
pp. 90-100.
8
La
Doleria
está en
NBAE,
t. 14, pp. 312-388.
Gallardo
(Ensayo,
t. 3, cols. 252-254) redactó las dos
papeletas en momentos distintos. En la muy breve descripción de la ed.
de 1572 copia sólo el primer verso del soneto; en la otra, más
detallada, copia el primer cuarteto y dice, erróneamente, que el soneto
no estaba en la 1a ed., sino que es "añadidura de la edición
de París". Siempre alerta, Gallardo subraya la palabra
del
en
"del
poco que merezco", obvio galicismo ("du
peu
que je mérite"). Sólo siete de los 14 versos
son alejandrinos ortodoxos. Cf.
Navarro,
§ 127 y nota. Tengo noticia de un estudio
que no he leído:
Narciso
Alonso
Cortés,
"El autor de la
comedia Dolería',
en sus
Anotaciones literarias,
Valladolid, 1922.
9
Estos arcaísmos desconciertan no poco a
Tiscornia. Aparte de que Ar-gote no sabía turco —dice—, la "composición"
de los versos castellanos "es muy anterior a los tiempos del erudito
sevillano". Es raro que no se haya dado cuenta de que es una ocurrencia
del erudito. Los versos turquescos, como él mismo dice, están tomados
del libro de Bartolomé Georgiewitz,
De Turcarum ritu ac cceremoniis,
publicado a mediados del siglo
xvi
y traducido muy pronto al italiano. (Es una
de las fuentes del
Viaje de Turquía
de Andrés Laguna: cf. M.
Bataillon,
Erasmo y España,
2a ed., pp. 672-673.) Georgiewitz
publica el texto turco y lo traduce al latín. Pero la "ocurrencia" es
una trampa: Argote ha querido que esos versos en
fabla
confirmen la gran antigüedad de los versos
largos.
10
Gallardo,
Ensayo,
t. 4, col. 859. Cf. también
Navarro,
§ 137 y nota. (Si
Gallardo dice que "no son sonetos" es a causa del
extraño orden que guardan los consonantes de los cuartetos:
AABB-AABB.)
11
Diego de Nájera y Cegrí llama "troba
franzesa" un poema hecho por él en
eneasílabos, metro insignemente raro: cf. A. R.
MoÑino
y M.
Brey,
Catálogo de los mss. de la H.S.A.,
t. 2, p. 302.
12
Luis
Alfonso
de
Carvallo,
Cisne de Apolo,
ed. A. Porqueras Mayo, Madrid, 1958, pp. 192
y 261. También
Filipe
Nunes
menciona los "versos francezes"
(Arte poética e da pintura,
Lisboa, 1615, fol. 5) y copia el ejemplo de
Carvallo. (Nunes, lector sagaz, es el
único
preceptista del siglo de oro que
presta atención a las gracias métricas de
Cervantes: los "versos troncados", fol. 6:
"Si de llegarte a los bue-...", y el ovillejo, fol. 17: "¿Quién
menoscaba mis bienes?")
13
Lo publicó Francisco Rodríguez Marín en su
ed. de la
Segunda parte de las Flores de poetas ilustres de España,
Sevilla, 1896, p. 245. (El manuscrito se intitula simplemente
Flores de poetas.)
14
Está en la
Fama pósthuma: A la vida y muerte de... Lope
de Vega Carpio,
Madrid, 1636, fol. 132r. Sobre las doctrinas
métricas de Caramuel puede verse A.
Alatorre,
"Avatares barrocos del romance",
NRFH,
26 (1977), pp. 353-359.
15
Marcelino
Menéndez
Pelayo,
Estudios y discursos de crítica histórica y
literaria,
ed. de Madrid, 1942, t.
5, p. 46. Obviamente, esta estrechez de criterio o
parti-pris
le impidió a don Marcelino
leer
de veras el soneto. Tal vez se limitó a
pasar la vista por él. Y el soneto es muy bueno, original por su metro,
desde luego, pero también por la estructura del discurso: los encabalgamientos son muy sabios, y el soneto todo constituye una oración
continua: "Así como el piloto de un barco destrozado por la tempestad, cuando ya desespera de salvarse, ve de pronto el tranquilizador fuego de Santelmo,
así naufragaba yo en medio de las tormentas mundanas cuando tú ¡oh Virgen!
me hiciste ver tu luz". A Espinosa le
gustaba experimentar e innovar: es uno de los inventores (cuando no
el
inventor) del metro de silva. Cf. A. Alato-rre,
"Quevedo: de la silva al ovillejo",
Homenaje a Eugenio Asensio,
Madrid, 1988, pp. 20-22.
16
El juicio de Sedano, como es natural, exhala
un fuerte tufo de "estética neoclásica": distinción entre un Góngora tenebroso y un Góngora no sólo "accesible", sino leído y celebrado. Son, por otra parte, los tiempos
de la proliferación de "anacreónticas". Meléndez Valdés no tardará en hacer su aparición.
17
Creo que Góngora fue el primero que hizo
romances en heptasílabos, pues el romancillo "De tus rubios cabellos, / Dórida ingrata mía.",
atribuido a Gutierre de Cetina, es a todas
luces espurio. Los romances "Sobre unas altas rocas" (1600), "En tanto
que mis vacas" (1601) y "Celosa estás, la niña" (1608), son
heptasílabos, pero sus rimas son asonantes; por otra parte, "Tendiendo
sus blancos paños" (1591) y "Despuntado he mil agujas" (1596) tienen una
sola rima consonante (de carácter grotesco: respectivamente
-ete
y
-ote),
pero no son heptasílabos.
18
Las únicas que
hizo Góngora. ¿Serán parodia de las muchas que hizo Lope de Vega?
19
"La corrección
—dice
Marasso,
p. 79— es probablemente desacertada; [el autor] se propuso escribir versos de carácter epigramático, pues no
llevan rima, y combinó endecasílabos con alejandrinos, en esos años, por
1610, en que más de un joven pensaría en la renovación métrica". Bien dicho, pero esa renovación estaba ya en marcha, testigo Góngora.
20
"Deben añadirse
—dice
Navarro,
§ 198— los alejandrinos que se hallan en los estribillos de dos villancicos de sor Juana Inés de Cruz"
(ed. A. Méndez Plancarte, t. 2, núms. 219 y 243). Yo no creo que deban añadirse. No cuentan: son alejandrinos muy accidentales, revueltos además con dodecasílabos de 7-5 sílabas (metro de seguidillas).
21
Gabriel Álvarez de Toledo Pellicer y de
Tobar (1662-1714), nieto del famoso Josef Pellicer y de Tobar, y pedante como él, dedicó "Au Roi
Catholique" (o sea al recién instalado Felipe V) un soneto en alejandrinos,
pero
en francés
"Héros en qui le Ciel a fait un assemblage..."
(Obras
pósthumas poéticas,
Madrid, 1744, pp.
14-15).
22
Francisco
Aguilar
Piñal,
Un escritor ilustrado: Cándido María
Trigueros,
Madrid, 1987, dedica a las composiciones del
Poeta Filósofo las pp. 135-152. El proyecto de Trigueros "comprendía más de veinte largos poemas, de los que sólo se publicaron trece". Aguilar Piñal ha tenido la paciencia de
contar los alejandrinos que hay en esos trece poemas: ¡suman 17 824!, y eso que aquí no entran dos que están fuera de la serie:
San Felipe Neri al clero
(1775) y
El viaje al cielo
(1777). Aguilar Piñal, cuyo libro me ha
servido mucho, parece olvidar la traducción de los libros I-III y parte del IV de la
Eneida,
hecha asimismo en alejandrinos: véase
MenÉndez
Pelayo,
Bibliografía hispano-latina clásica,
ed. de 1952, t. 8, pp.
379-380.
23
Menéndez
Pelayo,
Estudios y discursos...,
t. 6, pp. 26-29, se ocupa de dos traducciones más tardías: la de Antonio Fernández Palazuelos (¡un
jesuita!) y la del ecuatoriano José Joaquín Olmedo.
24
Aguilar
Piñal,
p. 151, cita a cierto Raulin d'Essars, que
dice en una carta de 1783 (¿dirigida a Olavide?): "Quant à vos poetes,
je n'en voudrois que ceux qui ressemblent au
Poète
Philosophe
pour
la clarté et la pureté... Nous n'avons plus de Corneilles... [etc.], pas
un poète à comparer à votre
Filósofo.
Les anglois mème doivent dans son genre le
mettre au dessus de leur Pope" (!). —Un admirador constante de Trigueros
fue Juan Nepomuce-no González de León, editor de las
Poesías filosóficas,
que en el prólogo de "El Hombre" le sugería
a Sedano, cuyo
Parnaso
estaba en curso de publicación, incluir en
él a este astro naciente, que es "un joven castellano, educado en
Sevilla". (Trigueros, nacido en Orgaz, provincia de Toledo, tenía 38
años en 1774.) —Sedano decidió, sensatamente, excluir del
Parnaso
a los poetas vivos. Los únicos del siglo
xviii
que hay en él, Luzán y "Jorge Pitillas",
eran ya difuntos.
25
Historia de los heterodoxos españoles,
ed. de 1947, t. 5, p. 410. Pero don Marcelino se interesó en el "invento" de Trigueros, pues mandó copiar
para su biblioteca el tratado
De la rima
de don Cándido María, manuscrito de la Colombina de Sevilla: cf.
BBMP,
39 (1963), p. 373.
26
Véase también lo que dice en su
Bibliografía hisp.-lat. clás.,
ed. cit., t. 9, p. 233: la traducción de las
Geórgicas
de Virgilio por A. F. de Castilho (1867)
es "la mejor que hay en portugués"; por desgracia
"tuvo Castilho el mal gusto de hacer su traducción en alejandrinos
pareados, intolerable para
todo oído peninsular.
Tal fue la manía de sus últimos años, y
lo peor
es que ha tenido imitadores y discípulos".
—Del fragmento de las
Geórgicas
traducido por el peruano Paz-Soldán (también
1867) no dice nada don Marcelino
(ibid.,
p. 224), quizá porque no está en pareados.
—Sobre los pareados de Trigueros véase también esa
Bibliografía,
t. 8, pp. 218-219 y 379-380.
27
Carta a Juan Estelrich que cito en mi edición
de la
Juana de Asbaje
de Amado Nervo, México, 1994, pp.
188-189, nota.
28
Con idéntico suspiro de alivio dirá (en sus
Orígenes de la novela)
que la
Lozana andaluza,
"libro inmundo y feo", fue gracias a
Dios "una producción aislada": no dejó huella alguna "en nuestra
literatura". Cf. B. W.
Wardrop-per,
"La novela como retrato",
NRFH,
7 (1953), p. 475, con las notas. —En mis
"Avatares barrocos del romance",
NRFH,
26 (1977), p. 412, nota, comento el
desdén de Menéndez Pelayo por cierto "nuevo metro" que usó sor
Juana, y la pulla que a este propósito les lanza a los "vates
modernistas".
29
Historia de la poesía hispano-americana,
ed. de 1958, t. 2, pp. 270-275. (No estará de más subrayar el hecho de que los alejandrinos de Henríquez son los primeros que se hicieron en suelo americano.) Naturalmente, don Marcelino detesta a ese fraile apóstata, uno de los primeros
independentistas, hereje hecho y derecho, y —consecuencia lógica— "detestable poeta".
Al menos, dice, Trigueros versificaba correctamente, pero Henríquez ni eso.
30
"[Existiendo] tantas poesías antiguas de
verso alejandrino —se burla Sánchez—, no dejará de haber caído en gracia a los eruditos la invención
de la nueva
aldeílla"
(citado por Marasso,
p. 141). Pero, aparte de deber a Trigueros el estímulo para dar a luz la
Colección,
Sánchez mismo visitó la
aldeílla
componiendo en alejandrinos un "Loor al
maestro Gonzalvo de Berceo", dizque "procedente de un manuscrito antiguo"
(Navarro,
§ 254); y también se hizo "secuaz" de Trigueros al aceptar la identificación (bastante
irreal) que éste hizo del alejandrino con el pentámetro latino (ed. de Berceo, pp. xii-xiv; ed. del Arcipreste, p. x).
31
No cuento a Leandro F. de Moratín, amigo
también de Trigueros, que dedicó a cierta dama francesa un breve epigrama: "La bella que prendió con gracioso reír / mi tierno corazón, alterando su paz...".
32
Navarro,
§ 394, apoyado en
Carlos
Barrera,
"El alejandrino español",
BHi,
20 (1918), 1-26, dice que "las combinaciones
formales del alejandrino", de acuerdo con su acentuación, "suman 144 variedades" (!).
33
Lista fue miembro prominente de la Academia
de Letras Humanas de Sevilla (Ag'ona, Matute, Blanco White, Reynoso, etc.), cuyas
actividades quedaron registradas en un voluminoso manuscrito conservado en la H.S.A.
(MoÑino
y
Brey,
Catálogo,
núm. XCIII). Hay aquí una traducción anónima de la
héroide
de Blin de Sainmore "Sapho à Phaon" ("Quoi!
tu ne reviens point! et par un long silence...") hecha en alejandrinos ("¿Que tú no
volverás? ¿y un silencio espantoso...?").
Marasso
observa, atinadamente (pp. 86 y 123), que ni Espronceda (lector de Lamartine y de Hugo) ni Bello (traductor de "La oración por todos") se atrevieron a versificar en
alejandrinos.
34
Iriarte había hecho, se diría que a título
experimental, un "romance en versos de 9 sílabas" (fábula XIv: "Si querer entender de todo / es
ridícula presunción..."). Y cf.
supra,
nota 11, e
infra,
nota 40.
35
Antología de
poetas líricos,
ed. de 1944, t. 1, p.
368. Merecen subrayarse las palabras
si hay gloria en esto,
que confirman el aborrecimiento casi
patológico de Menéndez Pelayo por el verso alejandrino. Cf.
supra,
nota 25, su fastidio ante "el
martilleo
acompasado del mester de clerecía". (Antonio
Machado sintió a Berceo de otra manera: "Su verso es dulce y grave:
monótonas hileras / de chopos invernales en donde nada brilla.".)
36
El éxito de las estrofas alejandrinas de
Zorrilla se parece al de los versos de arte mayor de Juan de Mena en los
siglos
xv
y
xvi.
Es claro que los lectores no percibían su
regularidad acentual como "martilleo", sino como
ritmo.
El desconcierto de los primeros lectores de
Boscán y Garcilaso se parece al de muchos lectores del
Coloquio de los Centauros.
Todavía en 1923,
José
María
Aguado
("Tratado de las diversas clases de versos
castellanos",
BRAE,
10, pp. 445-446) se escandaliza por las
libertades que se permitió Darío, y deplora que los poetas españoles lo
sigan "en el desvarío de su pretensión".
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